Más que prescindible precuela del, a estas alturas, clásico japonés del nuevo cine de terror, un intento más de explotar la franquicia antes de que se agote, pero al que, no obstante, han intentado cubrir con una patina de supuesta calidad.

La cinta no aporta nada, ni al original ni a la historia en sí, y es más que nada una revisitación de "Carrie" a la nipona, haciéndose por momentos bastante pesada.

Sólo para muy fanáticos de la original.

Película entretenida, sin más, de uno de los especialistas en cine de consumo rápido más rentables de Hollywood, el siempre anodino Ron Howard, que viene a ser algo así como la versión melosa de Michael Bay. Aquí se decanta por el western, y la verdad es que, sin llegar a ser un desastre, el género le va grande.

Alargada innecesariamente, la cinta, vendida por el departamento de márketing de turno como sobrenatural, no ofrece más interrogantes que saber qué hace Cate Blanchett en una producción de este tipo.

Me puse a ver esta película porque no daban otra cosa mejor en televisión, sin saber nada de ella y completamente convencido de que me esperaban dos horas y pico (ay, la publicidad, qué gran invento) de tiroteos y huídas hilvanados por esa colección de tópicos que los americanos llaman guión.

Pero, mira por donde, empieza la cinta y, primera sorpresa, me parece que el Willis está bastante decente en su papel de policía alcohólico. Y, oye, segunda sorpresa, la cosa está rodada con bastante brío. ¿Me habré equivocado en mis prejuicios?

Pero no. Tras un prometedor cuarto de hora, la pelicula empieza a hacer aguas por todas partes; el guión se sumerge en el proceloso mar de la incoherencia; el Willis vuelve a interpretar al policía típico de su filmografía (debería patentarlo); el ritmo y el pulso narrativo se van a hacer puñetas, como si nunca hubieran estado allí; y mis dotes adivinatorias, desgraciadamente, siguen intactas.

En fin, que, al final, casi se agradecían los cortes publicitarios.

El día que fui a ver esta película en el cine, nos agolpábamos en la sala un total de cinco espectadores. Excluyéndome, cualquiera de las demás asistentes al evento podía perfectamente haber optado al cásting de la película, en uno de sus papeles protagonistas. Es decir, no exagero nada si digo que la edad media sobrepasaba los sesenta años…

Pues bien, mis alegres compañeras de sesión se lo pasaron francamente pipa, a juzgar, no sólo por sus comentarios -de los que me hicieron partícipe a la fuerza, pese a que me senté bastante lejos de ellas-, sino también por sus risotadas y demás expresiones sonoras (de jolgorio, de indignación, de pena…, según el momento) durante la proyección.

¿Merece “Las chicas de la lencería” tan efusivas muestras de entusiasmo? Decididamente, no: es una peliculita ingenua, con un guión endeble y poco creíble, psicológicamente inverosímil, antipática en sus intentos de ser simpática, aburrida por momentos, narrada con bastante poca pericia, cuajada de clichés y trampas que buscan llegar al espectador… Pero, sin embargo, durante una hora y media un grupito de abuelas fue feliz en una sala de cine. Sólo por eso, es decir, por conseguir llegar a su público objetivo, se merece un respeto.

Eso sí: no vayas a verla a menos que seas mujer y tengas derecho a disfrutar de los fastuosos viajes que ofrece el Imserso.

Vamos a ser claros: nos hallamos, no sólo ante una película destinada casi exclusivamente al público infantil (con todo lo que ello acarrea), sino también ante una descarada copia de aquel blockbuster de 1.995 que fue "Jumanji". Con estos mimbres, era de esperar una decepcionante pseudo-secuela al uso, un bodrio más de usar y tirar realizado meramente para llenar los cines y las arcas de algún avispado productor.

Pues bien, al contrario, nos encontramos con una cinta desbordante de imaginación, mucho más amena y emocionante que aquella estúpida sucesión de efectos especiales que dirigió Joe Johnston y, encima, sin tener que soportar las insufribles muecas de Robin Williams. En definitiva, un entretenimiento decente y sin pretensiones que logra sorprender pese a sus evidentes limitaciones.