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Críticas de avanti
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Críticas 313
Críticas ordenadas por utilidad
7
14 de junio de 2017
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Con La última noche de Boris Grushenko (1975), Woody Allen completa una intensa década como guionista, actor y director; desde Qué tal, Pussycat? (1965), hasta llegar a través de la sátira, la parodia, las relaciones humanas, el recuerdo del pasado, la melancolía, el deseo no conseguido, el fracaso, el sexo, la comida, los ídolos, la música, el futuro, a La última noche..., película que se nos presenta como el resultado de un pasado de emblemáticos personajes, entre los cuales el azaroso Victor en Pussycat, el bondadoso desheredado y torpe ladrón Virgil Starkwell en Toma el dinero...(1969), o el antibelicista confeso Boris Grushenko (Woody Allen).

Love and deatch, es la película de un pacifista, en contra de los deseos de su guerrera y patriótica familia, en la que Boris no cuenta demasiado, nuestro particular héroe, se niega a participar en la absurda guerra entre franceses y rusos alegando entre otras razones, cobardía total y la inutilidad de la guerra: unos se cargan a otros y al final todo sigue igual, como si nada. Padres, hermanos, además de su prima Sonia (Diane Keaton) de la que siempre estuvo secretamente enamorado, le hacen ver que ir a la guerra le reportará honor y reconocimiento para él y su pueblo, al tiempo que intenta esquivarlo como puede en su pretensión de casarse, aunque por despecho de un hermano de Boris hacia Sonia, esta decide contraer matrimonio con Leónidas Voskovec (Sol Frieder) el mercader de arenques.

Los diferentes gags de Allen desarrollados durante su formación en el ejercito son todo un recital de gestos personalizados del actor: torpeza, vestidura, descolocación, arrítmico caminar, descoordinación, contrariedad, indolencia, empatía..., nos indica hasta qué punto los conceptos de vida y muerte son tan preocupantes para él, tanto que, finalmente baila con ella, con la muerte, pero antes...

Boris Grushenko se convierte en héroe por accidente, luciendo con satisfacción sus condecoraciones de guerra. Entre permisos, se 'liga' a la Condesa Alexandrovna (Olga George-Picot), que entre juegos de abanicos, palcos de ópera, y dormitorios hambrientos de sexo, se ha de enfrentar a duelo con Anton (Harold Gould) el amante de la Condesa, con inesperado resultado.

Boris y Sonia, en un alarde por detener la guerra, suplantan al enviado español Don Francisco (Lloyd Battista) y a su hermana la Condesa (Denise Peron), para parar los pies a Napoleón, dirigente previsor pues teme por su vida. Manifiestas pinceladas de agradecimiento a Charlot, los gags de mamporros, Bergman, al genero slapstick, Bob Hope, al cine mudo y a sus admirados Hermanos Marx, lo que nos lleva hasta el desenlace donde nada sale bien, ni las filosóficas charlas sobre el todo y la nada, la muerte y la metafísica, el empirismo y la probabilidad que en cualquier momento y situación en animada charla Boris y Sonia (quien logra escapar de la acción contra Napoleón) siendo Boris el encarcelado y condenado.

En la oscura celda tiene una aparición, anunciándole el perdón del Emperador que le llegará poco antes de la ejecución, pero algo falla...En primera persona y plano subjetivo nuestro personaje se despide del espectador, suelta su discurso sobre los límites de la vida y la muerte, marchando a continuación en alegre baile hacia el Hades con la alegre música de la suite Lieutenant Kije Op. 60 del gran Prokofiev, la misma música que nos introdujo en la ajetreada vida de nuestro héroe , y la misma con la que Boris Grushenko y el espectro de la muerte marchan en alegre sintonía hacia un destino seguro, seguro.
avanti
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6
11 de junio de 2017
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Si revisamos las primeras películas de Woody Allen, veremos que en determinados metrajes se producen puntos de inflexión, en El dormilón (1973), observamos dos elementos esenciales que Woody repetirá con absoluto encaje en sus películas: los títulos de crédito y el sonido de su querido clarinete en músicas amablemente divertidas y delirantes, recordando, entre otros, a su admirado Sidney Bechet, utilizando en anteriores películas a Sleeper, músicas de Bacharach, Jack Lewis, Marvin Hamlisch o Mundel Lowe de la forma apropiada a las historias que narraba, lo mismo ocurría con los títulos de crédito. En El dormilón, Allen se decide por hacer la música de la futurista película, con resultados que desde ese momento se convertirá, entre otros, en uno de los iconos sonoros de su cine, adaptando a cualquier época y tema el sonido de su apreciado instrumento.

En la línea de grandes películas de alienación como Fahrenheit 451 de François Truffaut (1966) o La fuga de Logan de Michael Anderson (1976), El dormilón (1973) es una película que nos habla de la hibernación, en la que va a caer un involuntario paciente que en el año 1974 pretendía hacerse un simple chequeo para una simple úlcera gástrica, despertando de la criogenización dos siglos más tarde en un país donde el estado social y radical presidido por "El Jefazo", vigila las 24 horas a sus ciudadanos y a los que han dejado de serlo para convertirlos en súbditos, en autómatas.

En los años 30, cuando el doctor Frankenstein trataba de dar vida a un cuerpo muerto, no podía imaginar, ni remotamente, que algunos años más tarde, en el 2.174, un grupo de disidentes doctores en la sombra, pretenden revivir al inesperado viajero del tiempo con gafa de pasta negra y envuelto en papel de aluminio. Al no estar fichado el oportuno visitante Miles Monroe (Woody Allen), los disidentes quieren aprovecharse de él para sus propósitos de conquista en un mundo al revés en el que fumar y comer grasas saturadas es lo mejor para la salud; de poco le sirve a nuestro revivido héroe del tiempo haber regentado un negocio vegetariano.

La progresiva adaptación al medio, tras su rehabilitación por el eficiente grupo de médicos especialistas, será una realidad. La única salida de Miles Monroe para escapar de la confusa situación en la que se encuentra es hacerse pasar por robot criado, terminando así en la casa de Luna Sehlosser (Diane Keaton) quien ignorando la verdadera identidad del robot decide cambiarle la cabeza porque algo en sus circuitos cerebrales no funciona. Nuevamente, Miles debe de huir al sentirse amenazado topándose en la clandestinidad con un grupo de disidentes que le hacen ver la realidad de la situación.

Una serie de desencuentros culminan con la posibilidad de escapar de los dominios del "Gran Jefazo" peligrando la convivencia de Luna y Miles, ante la atenta mirada del ojo verde (que todo lo ve) de un neutro computador que pretende guiar la clonación que resarcirá al "Gran Jefazo" de un grave accidente. Los imprevistos se suceden, nuestros protagonistas se escapan, la clonación... Una declaración de principios morales de MIles a Luna pone el broche final a una entretenida película de la que podremos disfrutar del evolucionado Woody Allen y de la magnífica Diane Keaton, que desde Sueños de un seductor, se convertiría en parte importante para los importantes proyectos del neoyorquino, algo muy positivo que siempre valoró nuestro cineasta y que siempre agradeció Diane. Entretenida película para una entretenida visión de futuro.
avanti
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8
10 de junio de 2017
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Woody Allen decidió que su triunfal obra teatral Play it Again, Sam, la dirigiera para el cine el también neoyorquino Herbert Ross, con los mismos actores, y con el mismo guión adaptado para el cine. En cualquier caso, y pese a su inicial experiencia en la dirección con Toma el dinero y corre(1969), Bananas (1971) y Todo lo que...(1972), Allen decidiría que aun no era tiempo para tomar plenamente las riendas de la dirección de sus películas, como así sucedería posteriormente.

Pocas veces una escena contextualizada tuvo tanto apego emocional con su original Casablanca (1942) de Michael Curtiz en la maravillosa Sueños de un seductor (1972) de Herbert Ross. Allan (Woody Allen), es un crítico de cine absorbido por su trabajo y rechazado por su mujer Nancy (Susan Anspach) quien cansada de películas, de no salir a bailar, reír, correr, o disfrutar de otras cosas que no sean los cines o los artículos y críticas de su marido, decide que se divorcia de él.

Nuestro crítico se deja llevar por la singular imagen virtual que le proporciona la proyección sobre la pantalla y su admiración por Bogart, su héroe del celuloide, consejero moral y espiritual reflejado en su embobado rostro en primerísimo primer plano mientras van pasando los títulos de crédito bien fusionados que tan acertadamente supo hacer Ross, intercalando los impagables planos de Allan con los de su admirado héroe en la magia ficticia que le proporciona la penumbra de la sala.

La admiración, es lo que queda reflejado en el rostro de nuestro crítico después de haber disfrutado con la escena final de Casablanca o poco menos, quien, ni en el mejor de sus sueños jamás será como Bogart, aceptando su realidad, sobrellevándola a base de comprimidos y de su mala suerte con las mujeres y con el amor que les proporciona un vació emocional desde que le dejó su ex, despertando así a la cotidianeidad de su gris existencia.

Sus amigos Dick (Toni Roberts) y Linda (Diane Keaton), matrimonio felizmente casado, se ofrecen para resarcirlo de sus frustraciones a la vida activa, sacarlo de su bache emocional y presentarle a mujeres que puedan coincidir con sus gustos. La desazón de nuestro cinéfilo protagonista, le lleva cita tras cita al fracaso emocional, no siendo además él mismo sino un emulador de su propio ídolo...¡ni por esas!

La progresión de los personajes es múltiple y hasta cierto punto lógica: Dick solo tiene dos preocupaciones activadas permanentemente: ser localizado a cualquier hora y la evolución de sus negocios; Linda también tiene dos crecientes preocupaciones: no alejarse sentimentalmente de su marido y evitar la creciente atracción por Allan, lo que deriva en múltiples conflictos de difícil solución.

Pero al igual que en Casablanca, el sacrificio emocional de uno, beneficiará a las debilidades de otros, de modo que, Maravillosa casualidad, todo se soluciona con un remake de la escena final donde Dick es Victor Lazlo, Linda es Ilsa Lund y Allan es Rick Blaine, representando la mítica escena entre la opaca niebla que poco a poco va absorbiendo a los personajes y sus historias.

El evolucionado neoyorquino en sus múltiples personajes como el impetuoso Victor en Pussycat, él mismo en Lily..., el ladronzuelo de escaso futuro Virgil Starkwell en Toma el dinero..., el revolucionario por amor en Bananas, o los múltiples personajes en Todo lo que..., nos lleva hasta Sueños de un seductor donde un Woody Allen más urbanita nos plantea las debilidades humanas sobre el amor, la infidelidad, el rechazo, o el sentimiento mutuo, temas además, que se van sumando a las emocionales inquietudes del multidisciplinar Woody, de lo que sabe sacar inteligentemente provecho en forma de películas. Todo un artista para todo un arte: el cine.
avanti
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7
6 de junio de 2017
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El mordaz lamento de Pagliaccio en Que tal, Pussycat? (1965), el atrevido irreverente e innovador Woody en Lily la tigresa (1966) o el desamparado emocional Virgil Starkwell en Toma el dinero y corre (1969), abren la puerta de la evolución a Fielding Mellish (Woody Allen) en Bananas (1971), un personaje probador de máquinas imposibles, sanitarios de temporada y en tiempo libre conquistador sin demasiado éxito, arrepentido por no haber orientado su pasado en algo más provechoso y mejorar las perspectivas en algo más apropiado a sus intereses como donante de esperma para la fecundación artificial.

El oscuro destino emocional de Fielding al verse rechazado por Nancy (Louise Lasser), encuestadora y activista a favor de los derechos civiles en la República de San Marcos, decidirá, desorientado y afligido tomarse unas vacaciones para poner en claro sus ideas viajando a un destino que su travieso subconsciente le ha permitido escoger...

Woody Allen utiliza el recurso del documental, característica distintiva que comienza a ser habitual en sus películas, para mostrarnos un directo ágil y verista, cámara en mano, en el derrocamiento de un presidente y el nuevo responsable de la pequeña república General Emilio M. Vargas (Carlos Montalván) entrevistado por el carismático Howard Cosell entre la inoperante multitud acostumbrada a estos eventos.

La continuada serie de gags enlazan las evoluciones del involuntario Fielding en su lugar vacacionl la República de San Marcos, personaje que resultará de interés para ambos bandos por diferentes motivos, mientras tanto, los golpistas son vistos como descerebrados y los rebeldes como héroes de la resistencia, aunque todo no es lo que parece...Allen reutilizará la gastronomía y el sexo gestual como significativos recursos en nuestro aventurero, para conseguir las ansiadas relaciones con la sensual guerrillera Yolanda (Natividad Abascal) en alegre intercambio de rebeldes fluidos amorosos al ritmo de la melodiosa y monumental Obertura 1812.

El recurso del primer plano en Bananas es significativo por cuanto su tratamiento supone una clara evolución en los contenidos compositivos de sus películas. La técnica en el rodaje de sus propuestas parece agilizarse en su evolución cinematográfica desde el cine de comedia, que derivará progresivamente hacia la profundidad de los personajes en constante evolución dramática en sus proyectos de futuro, personajes que serán intimistas, sin abandonar la vis cómica.

Bananas no deja de ser una ridiculizada parodia y aguda propuesta crítica hacia el producto televisivo de moda: retransmisiones en directo, de cualquier contenido, desde cualquier lugar, con cualquier evento. La avidez del espectador se cuela hasta la noche de bodas de nuestros protagonistas: Fielding y la reconquistada Nancy, elevando a la categoría de lo absurdo premeditado la narración en directo (fans incluidos) para presenciar la consumación cual combate de boxeo, retransmitido por nuestro particular narrador.

Desde un lugar, fuera de campo, el productor Charles H. Joffe, siempre creyó con verdadero agrado en el cine del neoyorquino Woody Allen del que siempre esperamos nuevas propuestas cinematográficas.
avanti
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8
5 de junio de 2017
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Toma el dinero y corre (1969) no es el comienzo de nada, sino la evolución y la confirmación de un cineasta que se encuentra en los inicios de su progresión artística, su reconocido trabajo como autor de pequeñas narraciones, creador de chistes, su trabajo en TV y la admiración del público como guionista por Que tal, Pussycat (1965) y Lily la tigresa (1966), además de la dirección en la película que nos ocupa, le confirmaron como destacado cómico con clara proyección la importante creación de logros cinematográficos. En pocos minutos Woody nos sitúa en el complicado mundo de un niño criado en los suburbios, defendido por su abuelo e incomprendido por su avergonzado Padre (Henry Left) y por la débil protección de la Madre (Ethel Sokolow). Allen no pierde tiempo para mostrarnos sus preocupaciones por las relaciones humanas.

Los injertos de aparentes documentales describiendo al polémico Virgil dan pie a mostrar las filias y las fobias que de alguna manera ya formaban parte de la particular visión del mundo de nuestro director. El catálogo de sus intereses temáticos evolucionan con el joven Virgil Starkwell (Mitchell Tunick) en los inútiles intentos por hacerse de un espacio en el difícil mundo social que le tocaba vivir entre aspirantes a malos malísimos, inexpertos limpiabotas, rateros de poca monta y conquistador imposible de sus amoríos, siempre le faltaba algo en sus fracasadas conquistas, excepto con la que se convertiría en su mujer en un fracasado intento de robo a la bella lavandera Louise (Janet Margolin), que se nos presenta entre generosos planos generales y románticos planos medios, niebla incluida, topando con la realidad a la que les somete a ambos el complicado destino.

En la comedia del absurdo intencionado, se nos muestra la evolución social de un aparente maduro Virgil Starkwell (Woody Allen) convertido en un ladronzuelo del tirón sin demasiado éxito, haciéndose así con un sitio en la prisión del condado. Había madurado en la escala social. Agentes de la condicional, estirados profesores, psicólogos con rasgos neuróticos y psiquiatras carcelarios, opinan sobre el joven, teorizan, hacen valer sus experiencias profesionales para describir a un sujeto que desde niño no sabía hacer otra cosa que buscarse la vida. Personajes tipo, abonados en el repertorio icónico de nuestro particular cineasta.

Con la responsabilidad que se adquiere al ser padre, obliga a nuestro protagonista, en uno más de sus múltiples intentos de fuga, a escabullirse de la prisión del condado, consiguiendo en poco tiempo ser famoso y reconocido delincuente, la sociedad le admira, da conferencias, explica como su difícil destino le llevó por los inciertos caminos de la delincuencia. Su admirada mujer, satisfecha por el reconocimiento que se le da a Virgil no puede estar más contenta. Antes de un nuevo intento de fuga, nuestro espabilado presidiario se informa para saber si fuera llueve o no.

La peculiar vis cómica de Woody Allen se manifiesta en Take the money and run como la fresca forma de mostrar la indolencia social entre iguales frente al complicado entramado humano, emocional y de supervivencia, donde predominan la perspicacia, el engaño interesado, la apropiación indebida, y la necesidad vital por la supervivencia. Buen metraje de nuestro director de Brooklyn y mejor motivación para interesarse por su obra.
avanti
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