Siempre recordaré un cartel de aviso para despendolados situado detrás del mostrador del bar ubicado en “El Hogar del Productor” de Miranda de Ebro (Burgos) y que rezaba, jocoso, tal que así, para que los “tenores” callejeros no se desmadraran después de unos cuantos vinos, copazos o cubatas en su alterne diario:
“Se prohíbe cantar mal. Si usted cree que lo hace bien, puede hacerlo en la calle. Si le dejan los guardias.”

Pues Marguerite Dumont (genial, Catherine Frot) la protagonista de esta película de Xavier Giannoli, es exactamente eso: la peor, con mucho, cantante de ópera de todos los tiempos, capaz de romper los tímpanos a cualquiera con sus desafinados graznidos destrozando todas las arias que la pusieran a su alcance. Aun así, la película no quiere arrancarnos una carcajada o una sonrisa cómplice con sus aduladores y serviles espectadores, que acudían a “deleitarse” con sus destemplados berridos con tal de llenar el buche en las fiestas que preparaba Marguerite. E incluso, si podían llenar el bolsillo a su costa, mejor que mejor. En la cinta hay más. Mucho más.

El personaje de Marguerite está basado en el personaje real de Florence Foster Jenkins (1868-1944), soprano norteamericana muy adinerada que a duras penas era capaz de entonar una nota en condiciones, pero que estaba firmemente convencida de su grandeza. Nuestra Marguerite terminará creyéndose su propio engaño, ser cantante de ópera, porque nadie de sus zalameros espectadores de alta alcurnia se atreve a decirla la verdad.

En este engaño, puede que al final, acabe (o no) por darse cuenta de que la vida que ha vivido es solo humo y fachada. Lo que al principio empieza con una risotada terminará en algo enternecedor, aunque para algunos ese final puede que no sea de su agrado. La gente que la rodea celebran los chirridos de su voz aplaudiendo a rabiar, pero, en el fondo, ¿quién no se ha encontrado con el aprieto de ser sincero, aunque duela, o mentir por compasión? Los amantes del “bel canto” quizás se sientan decepcionados por el final, pero así es la tragedia, como en muchas óperas sucede. Personalmente, me recuerda a la letra de “Vesti la giubba” que canta el payaso (“Pagliacci”) de Leoncavallo: “Ríe, payaso, y todos aplaudirán.” o bien “La gente paga y quiere reír”. Final de un amor no correspondido, el de la cantante ilusa y su amada ópera en sí...

Pena que el director no haya ahondado más en el resto de personajes con alguna secuencia más profunda, porque daba para ello. Pero eso habría supuesto alargar la cinta en demasía o haberla convertido en una mini serie para la tele. A pesar de todo, la interpretación del elenco o la música elegida, dan de sobra y cumplen con creces para salir con un buen sabor de boca.

A tener en cuenta el papel de Denis Mpunga como Madelbos, el criado de color, personaje que recordará a muchos al Max Von Mayerling de Erich von Stroheim en El crepúsculo de los dioses. Y, por supuesto, no confundir a esta Marguerite con la Margaret Dumont de los Hermanos Marx, aunque ambas pequen de la misma ingenuidad.
“Cherchez la femme”, no su voz.

A. O. Scott del New York Times lleva muchísima razón cuando se queja que Freddy debería tener un mejor trato dentro del recuerdo porque este bodrio ni se arrima a la idea original. La labor de la mano de Wes Craven de Robert Englund y Johnny Deep quedará en la memoria de todos los que disfrutamos con una original idea en su momento. Aprovechar el tirón de títulos tan generosos obliga a que la siguiente (y seguramente) bodrio-entrega de Sámuel Bayer empieze por dar mala espina.
Samuel, habrá que decirte que sé lo que hiciste en tu última película: cagarla.

Este infumable bodriete yanky y por mucho que Dios esté cabreado como de costumbre con los humildes mortales, no se lo cree ni Él. Da la ilusión de que todo tiene que pasar en el país de las barras y estrellas, que son los sufridores y para colmo en medio del desierto, (A los japos les dejamos sus monstruos y sus terremotos).
Esta pífica patochada con ribetes pseuroreligiosos y con ángeles que se dan caña acompañados de una legión de acólitos que ni Dios sabe de dónde salen, recuerdan más al "Amanecer de los Muertos" o a "La Matanza de Texas", cual cuadrilla de guiris, zumbados o zombis, o vete tú a saber lo qué, que a una nueva realización.
No sé si pensarán como yo pero hubo una cinta con la que me lo pasé bien hace bastantes años y que aconsejo que redescubran porque en ambiente es muy cojonera y muy similar en paisajes y conductas con esta imbecilidad que me ha costado una pérdida de tiempo que no sé si recuperaré en alguna ocasión. Les remito a "Slugs, la pesadilla viscosa" o algo así. ¡Ah, de producción cuasi nacional!
Y aún, aún, le he puesto un tres por algún detalle cutrecillo de Fx más cercano al videoclip sanguinario de Lady Gaga que al currele en días interminables del laboratorio, y no me refiero a Avatar o a la Pixar.
Y si no vale mi opinión, que me da lo mismo, que venga Dios y lo vea, que me extraña que se trague esta inmundicia

Quien espere encontrarse delante de "Harry, el Sucio" o los bucólicos paisajes de "Los Puentes de Madison", pistoleros en su particular y crepuscular "Sin Perdón" o boxeadoras amateur que valen lo que la pregunta americana, la del millón de dólares, baby (tu vales mucho),que se vayan olvidando de ver esta cinta de ese vejete cascarrabias de muy buen oficio que es Clint Eastwood.
Nos encontramos ante una muy fiel reconstrucción del final del apartheid de manos de Nelson Mandela que, después de chuparse un mogollón de años en el trullo por contestatario, pobre y negro, es proclamado presidente de Sudáfrica para mal de muchos y consuelo de tontos, que por esos lares todo va igual de momento. No es Haití, pero casi, casi. Aunque la película trata un tanto de soslayo la parte política, la reconstrucción histórica de la final de rugby es concisa, la unión de dos pueblos y razas completamente distintos por derechos absorbidos alrededor de un melón de cuero y el trato exquisito de las imágenes convierten la cinta más en un documental con opiniones que una sucesión de imágenes con comentarios profundos.
Cierto es que no aburre aunque se espere alguna reacción distinta de capitanes, padres y familiares a la hora de entrar al trapo. Pero eso al señor Eastwood parece que le dió igual en su momento.
Soberbia la actuación de Freeman, como siempre, y aunque el metraje es un poco largo, no aburre en absoluto.
Recomendable aunque me ha quedado el gusanillo de que si todo lo que nos cuentan fue realmente cierto...Vamos a suponer que sí, que pudo ser.

Si a alguien hay que darle la razón es a la crítica que manda Kantoz. Cine palomitas que a los que hemos estado cerca del circo del rock con sus más y sus menos nos trae buenos recuerdos de los 8o´s. Pena que Wilson parezca Black y su "escuela de r&r" y que la banda sea una postalita de Aerosmith, pero gente como Asfalto, Obús, Barón Rojo o Parálisis Permanente arrancaron igual, carretera adelante y tocando en tugurios por cuatro pesetas o por dos latas de cerveza.
Y si no que se lo cuenten a Pete Best cuando le mandaron a freír espárragos The Beatles. Película para no salir amargado de la sala y recordad a los G´and Roses, Motley Crue y compañía sin ánimo de sentar cátedra sesuda aunque no sea una cinta para poner en la estantería de los trofeos.