Catapultado internacionalmente tras el éxito de "Mi hermosa lavandería" y "Ábrete de orejas", Frears continúa mostrando el rostro oculto de la bestia (los años de plomo del dominio thatcherista) en esta aproximación, tan honesta como fallida, a los sectores sociales enfrentados cotidianamente al poder. Sus protagonistas (inmigrantes, minorías sexuales, parados ...) pasan aquí de la disidencia personal a la socio-política y Frears se aproxima a ellos con interés y ternura, mostrando sus contradicciones, su fuerza y sus debilidades, el ánimo vital que les lleva a sobreponerse, una y otra vez, a la derrota.

Tal vez el talón de Aquiles del film radique, precisamente, en ese exceso de coralidad, en ese afán por mostrar un amplísimo espectro de disidencias acumulando demasiados personajes e historias sin saber priorizar o seleccionar.

No obstante sus limitaciones, posee el film secuencias de una belleza incisiva y penetrante que ponen de manifiesto el mejor pulso de Stephen Frears y justifican, por sí solas, la visión del film. Citemos, entre estas, la casi espectral batalla que sostienen en las calles del barrio inmigrantes y policías o esa espléndida y esperanzada imagen de la derrota que conforman los okupas abandonando (en sus desvencijadas camionetas y con trapos/banderas negras ondeando al viento) el solar en que vivían y del que los expulsan.

Quinto largometraje de Sternberg, "La ley del hampa" suele considerarse el punto de partida del género negro cinematográfico. Rodada en plena época de la ley seca y del imperio de las bandas, el film supone un acercamiento, en caliente y semidocumental, a un mundo y a unos códigos que, por aquellos días, solían teñir de rojo los titulares de las páginas de sucesos.

Argumentalmente, el film ofrece poca innovación: un triángulo amoroso complicado por la amistad y la deuda de gratitud entre los dos rivales. Sin embargo, es al enmarcar ese eje temático en unas determinadas coordenadas sociales cuando la película cobra garra, alza el vuelo y explota sus mejores posibilidades. Entramos entonces en el mundo del atracador "Bull" Weed, en sus relaciones con Feathers, su chica, y con las bandas enemigas, en su peculiar código de honor y, dominándolo todo, en la violencia como elemento cotidiano, omnipresente.

"Underworld" es un film rico, innovador, sugerente ... Su ritmo, con la agilidad que le confiere su acción constante, avanza sin altibajos hacia el estallido final en una magnífica secuencia (precursora clara de la masacre que cerró para la eternidad el "Grupo salvaje" de Peckimpah) cuando Bill, cercado por la policía baila, frenético y aferrado a su ametralladora, una mortífera danza de balas. Bastan algunas soberbias secuencias como ésta para demostrar la capacidad el cine mudo (ya en sus postrimerías) para aullar y conmmocionarnos sin sonidos.

Ensoñación cinéfila y lúbrica, erotómana y felliniana, acerca del poder del dinero, de sus limitaciones y de la fascinanción por unas mujeres que, a la postre, no se dejan comprar más que para acabar demostrando lo que, desde Ferreri, es sabido: que "il futuro é donna".
En fin, lejos de la fascinación visual de otros títulos de Greenaway (como "El vientre del arquitecto" o "El libro de piel"), estas ocho y media (mujeres, que no películas) no pasan de ser un andamiaje tan aparatoso como hueco.

La idea inicial es interesante. El estrecho sendero que lleva del animal depredador al solidario. Del yo al nosotros. De lo mío a lo nuestro. El problema es que, al ir transitando el camino que tanto prometía, Ozpetek se pierde. Y lo que es peor, cuanto más se introduce en el bosque, mayor es su desorientación.

De modo que, mediado el metraje, la historia ya se desliza por farragosos terrenos místico-religiosos que recuerdan en no pocos momentos aquella otra obra, italiana también y tan sobrevalorada en su dia, que fue "La leyenda del santo bebedor" de Ermanno Olmi. Y acaba aburriendo tanto como lo hacía aquella su hermana mayor.

Contiene, sin embargo, alguno de los habituales momentos mágicos del cine de Ozpetec. En este caso la escena, en mi opinión, la mejor del film, en que la protagonista se va desnudando / despojando de cuanto lleva encima mientras camina entre una multitud que se cruza con ella sin entender nada.

La ópera prima de Paolo Agazzi, uno de los pocos realizadores bolivianos que trabaja con continuidad, es una peculiar road-movie que intenta mostrar en su recorrido las grandezas del paisaje boliviano y las condiciones y tradiciones de sus habitantes a través de la creciente amistad entre un camionero y un niño huérfano.

El problema radica en que el guión es de una pobreza insólita, el dibujo de los personajes esquemático a más no poder y el tratamiento formal de una rudeza y brusquedad tan chillonas que, unidas al machaqueo de su "banda sonora", bordean el ridículo en no pocas ocasiones.

Esperaba bastante más, vaya, de una obra que ha sido uno de los mayores éxitos de público de la cinematografía boliviana. ¿Qué quedó de Jorge Sanjinés?