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España España · Marte
Críticas de Gort
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Críticas 32
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
4
20 de diciembre de 2007
14 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo aquel que se adentra en el oficio de payaso acaba aprendiendo y asumiendo, ya sea después de dominar la broma de la flor que echa agua, estando apretujado por los otros compañeros payasos mientras ensaya el truco del seiscientos atestado o mientras descifra el ‘tempo’ del truco del beso a la escurridiza nutria Daría, una regla de oro que jura no violar nunca: no actuar, jamás, ante conocidos. Y no se debe esta imposición a un posible avergonzamiento de su oficio sino a una razón meramente de eficiencia. En algún momento de su aprendizaje el payaso ha tomado consciencia de una peculiaridad de la percepción humana: aquellos que le conocen son incapaces de percibirle como payaso, sólo ven a Mariano horrendamente maquillado, con zapatones y haciendo malabares. Mientras el espectador corriente toma parte del juego que le plantea ese ser a veces estruendoso a veces melancólico, algo obstruye la percepción normal del cuñado de Mariano, incapaz de participar del contexto de sentido que significa la irrupción del payaso. Así pues, el payaso, consciente de la precariedad de su sortilegio, se guarda muy mucho de revelar su oficio a nadie (normalmente se hacen pasar por directores de hotel) ya que, a pesar de su nariz roja y de su flor mustia en el ojal, son seres muy orgullosos, y una carcajada, una lágrima, les parecen valiosísimas.

Un personaje de ficción es, en este sentido, igual que un payaso. Cuando vemos una película sabemos que el protagonista, por mucho que le aceche el peligro, no se va a morir de verdad, sólo en un sentido figurado, que por mucha hambre que pase, le darán después un bocadillo, en su ‘jacuzzi’ y rodeado de mujeres. Es por esta razón que cuando se firmó el contrato entre el espectador y el cineasta la primera cláusula que se redactó fue la llamada de la suspensión de la realidad, es decir, que el espectador se comprometía a hacer un acto de credulidad y el cineasta, por su parte, se comprometía a reforzarlo y nunca a sabotearlo.
Me dijeron que en esta película salía el capitán Alatriste. No lo vi por ningún lado. Lo que vi fue a un caballero muy apuesto que se manejaba muy bien con la espada, una sucesión de cuadros muy bonitos y la lista de los actores nacionales más populares.

(Sigue abajo por problemas de espacio).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gort
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7
20 de diciembre de 2007
43 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es Dublineses una película que gustará a todos los espectadores. Tienen su parte de razón aquellos que dicen que se aburrieron viéndola. Y es que tal vez la adaptación del cuento de Joyce debería haberse hecho de una forma más libre, trasladando esa cena a una época más cercana al espectador actual, de manera que el sentido de las convenciones y tratamientos sociales que se desarrollan no se le escape o éstas no le resulten demasiado anticuadas y tediosas. De todas maneras esta cuestión no le resta valor a la película, lo único que le resta son espectadores, ya que hay que considerar que, en caso de que perdurara, una adaptación más libre no evitaría que los modales de los personajes resultaran igualmente anticuados para un hipotético espectador futuro. Y será precisamente este espectador futuro (nosotros mismos) quien tenga que afrontar la extrañeza que muestra esta película. Mientras vemos Dublineses, ahora que se acerca Navidad, podemos pensar en el día de la Epifanía de aquel 1904, en los brindis esperanzados y amistosos de aquellos hombres, en la añoranza que sintieron por aquellos que ya no estaban... podemos pensar en ellos, ahora que ya no están. Y sin embargo, y en esto consiste una parte de la extrañeza antes mencionada, lo hacemos con una liviandad asombrosa, sin darnos cuenta del fardo que cargamos: la Navidad de 1904, la que vivieron los soldados en las trincheras de Verdun, aquella en la que el bufón echó sal en el vino del Rey... y lo hacemos creyéndonos inalcanzables al influjo de todos ellos, dando lugar, debido a nuestra mala conciencia, a lo que se ha dado en llamar la querella de los muertos contra los vivos. Y sin embargo, de repente, Gretta se siente alcanzada, demostrándonos que lo que creíamos perdido en realidad permanece latente, que el odio de los muertos es sólo paciente conmiseración.

Quiso el destino que el mismo día que zarpaba de Montevideo le anunciaran el compromiso nupcial de Violeta Olsen con un notario de provincias. Sobre la cubierta del barco, viendo alejarse las luces y la costa de aquella tierra que tanto le había dado, descubrió en sus bolsillos una moneda de aquel país del que, sobretodo ahora, se sentía ya extranjero. Lo tiró al mar tratando de sellar el tiempo vivido, confiando que el olvido aliviara el dolor.
Años más tarde, reconoció la efigie en una de las monedas con las que Adolfo trató, por error, de pagar el tranvía. Pensó en Violeta, ya muerta, y también pensó en el feliz penique, descansando durante todo ese tiempo en el fondo del océano. Fue entonces cuando le sobrevino el primer verso de su poema: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido.” (Borges)
Muchos años más tardes, cuando los mares ya se habían secado y una raza desconocida fatigaba el planeta, uno de estos seres dio a parar con la paciente moneda. Escrutó sus borrosas inscripciones, sopesó sus conocimientos de historia terrícola tratando de confeccionar una imagen. Un escalofrío recorrió sus circuitos.
Gort
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8
4 de diciembre de 2007
30 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
La popular mancha roja de Júpiter es una tormenta que se estima existe desde hace más de 300 años, un remolino cuyo tamaño podría englobar el de la Tierra entera.
Júpiter, vivido desde la habitación en la que escribo, es menos una roca enorme y lejana que una colorida imaginación: sus vientos huracanados se nos antojan incapaces de volar ningún sombrero. Considerar la realidad de esa zona ventosa, tratar de imaginar que ahora, siempre, sopla un viento hostil allá lejos puede acabar desembocando en una sensación de terror que ya atenazó al francés (el mal de Pascal, "espacios que ignoro y que me ignoran"). Es importante, para no sucumbir al vértigo propio de este mal, ni tan siquiera plantearse un primer elemento de la serie: el cráter donde aguarda y se oxida el robot de la Mars Pathfinder; las violentas sacudidas del volcán gigante de Ío; profundos mares de azufre, lluvias ácidas que caen sobre extensas llanuras... y al final está Solaris. En definitiva, ese vértigo antes mencionado es producido por la incertidumbre ante el sentido de todos esos lugares insondables, absurdos y reales, el sentido de lo existente.
Solaris es una obra que Tarkovsky tenía que hacer, que le venía como anillo al dedo. Los personajes de la película, entre algún que otro escalofrío y entre algún momento especialmente hilarante, dialogan explícitamente sobre el tema y junto con los elementos circunstanciales de la película (el océano resplandeciente bajo la ventana, la cama compartida del camarote, etc.) nos hacen sentir la incertidumbre de la que hablamos. Es entonces cuando...
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Gort
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9
21 de noviembre de 2007
39 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empezaré contradiciéndome. Si Ud. tiene la tentación de acabar con todo su sufrimiento y
desesperación mediante el clásico tiro en la tapa de los sesos y necesita alicientes que le hagan quitarse esa idea de la cabeza, no vea esta película: la tentación se volverá determinación (¡incluso justificada!), las dudas se tornarán en resolución y no podrá evitar contemplar su Browning (o el revólver del que Ud. disponga) como una amable solución, y a su creador como un filántropo benefactor de la humanidad. Véala, sin embargo, ahora que empieza a salir con esa chica tan mona que conoció el otro día en la Facultad, o ahora que el negocio que abrió con su cuñado por fin reporta beneficios, o ahora que todavía está enamorado de la mujer con la que se casó.
Y es que es ésta una de esas películas que le curtirán, que le dejará cicatriz (por lo demás del todo invisible, no teman los más coquetos), una cicatriz de la que, con el tiempo, se olvidará pero que, llegado el momento de desconsuelo, al reconocerla, le permitirá disponer de la entereza necesaria para superar el trago: “Sí, el mundo no tiene remedio, no hay esperanza, pero eso ya lo supe cuando vi "Delitos y faltas" y sin embargo he llegado a creer que la había”. Así que vea Ud. esta película, odie a los personajes que tenga que odiar y ríase del mentecato del que se tenga que reír, pero recuerde Ud. que esta película le estará salvando de pegarse un tiro…
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Gort
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4
21 de noviembre de 2007
29 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas veces lo que parecen detalles sin importancia de la trama revelan las intenciones de los creadores de series: en uno de los capítulos uno de los protagonistas es invitado a jugar a una timba de póker. En ésta hay personajes de lo más tópico y variopinto (¡hasta está Dennis Rodman!, aunque ese día se dejó su vestido de novia en la tintorería), normal si consideramos que estamos en Las Vegas, tierra de crápulas y turistas con sandalias y calcetines. En el punto más caliente de la partida, cuando más de un jugador está jugándose todo lo que lleva en el bolsillo, descubrimos que el protagonista lleva, nada más y nada menos, que ¡una escalera de color!, la mano imbatible. Y es que cada vez que veo en alguna película que el protagonista gana con una mano como ésa (¿es que no se puede ganar con otras cartas?) sé lo que están intentando hacer conmigo: están intentando impresionarme. Y no es esto algo que se manifieste en ese tipo de detalles, sino que es más bien la tónica general de la serie: las chicas están estupendas y lucen escotazos de vértigo; los chicos son guapos y tan apañados que harían sonrojarse al mismísimo McGiver; para pillar a los malos se recurre a la tecnología más molona y disuasoria que se le pueda ocurrir a uno: no importa los sofisticados que sean los malos, no sólo los van a pillar sino que hasta van a saber qué hacen cuando creen que nadie les ve; ríos de dinero, lujo a doquier y 24 horas diarias de farra descontrolada. ¡Esto es Las Vegas!
Precisamente en esto último radica otro de los puntos débiles de esta serie, en sólo mostrar la cara amable de lo que significa Las Vegas, hasta llegar al punto de que le da a uno la sensación de que aquella ciudad es un Disneylandia del pecado: el tequila y el vodka de Las Vegas, no importa en qué cantidad se ingieran, no producen resaca, la sífilis fue extraditada del estado de Nevada, nadie codiciará tu buena fortuna en Las Vegas ya que sólo hay que salir ahí, a la calle, y cogerla a manos llenas: en definitiva, ninguna lluvia de azufre parece amenazar a esta ciudad pecaminosa.
Gort
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