Thriller mayúsculo, que deriva hacia la comedia negra y el terror puro en ocasiones, que nos llega de ese país cuyas series, en nada inferiores a las yanquis, vamos descubriendo poco a poco gracias a Netflix, Corea del Sur; «Strangers from Hell» es inquietante, desagradable, malsano y adictivo al cien por cien, hasta el punto de que sus diez episodios de alrededor de una hora de duración se nos hacen cortos, demasiado cortos. Esta es una serie que pide a gritos una segunda temporada, cosa que, afortunadamente, su éxito internacional sin duda garantiza.

«Strangers from Hell» narra la historia de un joven aspirante a escritor de provincias que marcha a la capital para currar y estar cerca de su guapísima novia. Como el hombre no tiene un duro, decide alojarse en un motel cochambroso que hasta las pulgas con algo de respeto hacia sí mismas rehuyen. Una vez allí, se encontrará con una fauna absolutamente inclasificable: desde el tarado que no hace más que reírse sin parar ante cualquier cosa hasta el tipo frío con sonrisa inquietante, pasando por el sudoroso adicto al porno que deja la puerta abierta a fin de que cualquiera pueda verle disfrutar de su afición favorita. En cuanto a la casera... es el tipo «mamá escalofriante» que ya nos provoca malas vibraciones desde el principio. Sin embargo, nuestro protagonista no tiene mucho donde elegir y allá que se meterá de cabeza en la proverbial boca del lobo.

Pero no son solo los perturbadores inquilinos del motel los que harán de la vida de Yoon Jong Woo un auténtico infierno. A ello contribuirán, y no poco, el chulo de su jefe, el friki insoportable de su supervisor, su novia, fría, distante y que apenas le dedica tiempo, la policía, que lo toma por loco... y él mismo, cuyo descenso en espiral a lo largo de los diez capítulos está perfectamente narrado y magníficamente justificado hasta alcanzar un final que no por pecar un tanto de previsibilidad resulta menos potente. Un fresco, en definitiva, de una sociedad alienada y alienante en la que todos desconfiamos de todos hasta que no nos queda más remedio que desconfiar de nosotros mismos. ¿El Infierno son los otros? Qué va: el Infierno somos todos.

Una de las cosas buenas de ir a ver una película de animación con los pequeños de la casa es comprobar las reacciones ante la misma del público objetivo de este tipo de producto. Desde hace muchos años, soy un gran aficionado a estas películas, pero reconozco que con los años me voy fijando más y más en la técnica de la cinta, en la forma y no en el fondo. Tras ver anunciada esta película, y ante el entusiasmo y expectaciones que despierta en mí cualquier adaptación de una obra de mi admirado Neil Gaiman, resolví llevar a mi sobrino a verla. Mi sobrino, un inteligente chaval de ocho años, no despegó los ojos de la película, tuvo un par de buenos sobresaltos y se echó un par de risas, pero lo cierto es que no llegó a emocionarse en ningún momento.

Repasemos los elementos de la película: la historia original de Neil Gaiman, el excelente escritor de maravillosos cómics y novelas fantásticas para niños y adultos, está adaptada de forma más que correcta. Lo principal está ahí, desde luego. Sin embargo, el uso de colores más bien apagados y plomizos, la atmósfera del extraño pueblecito en el que se desarrolla la acción y la excelente sin duda pero melancólica y apagada banda sonora no ayudan a que los niños se metan en la película, los descoloca un poco hasta el punto de que a veces se pueden incluso sentir algo incómodos sin saber por qué. Los elementos fantásticos del mundo al otro lado de la puerta sellada son sin duda extraordinarios, de un diseño impecable, pero su cualidad surrealista y sutilmente amenazadora puede llegar a perturbar a los más pequeños, por no hablar de la terrorífica "Otra Madre", un personaje que deja a las brujas clásicas de las películas de animación en mantillas.

Cuando salimos del cine, mi sobrino estaba satisfecho. A pesar de los pequeños sustos, su alma amante de los gatos se había visto satisfecha con la aparición del heroico minino amigo de la protagonista, y el innegable preciosismo de la cinta le había hecho apreciarla, pero otros films, a mi juicio inferiores, como por ejemplo "Bolt", le habían llegado más. Niños más pequeños habían llegado a asustarse de verdad en el cine, si bien todos los adultos salíamos más que satisfechos. En definitiva, una muestra más de la calidad a la que está llegando el cine de animación y de sus infinitas posibilidades, si bien se corre el riesgo de que los más pequeños no disfruten tanto como los papis.

Bueno, pues una más de súpers. Con toneladas de efectos CGI (a este paso, pronto harán hasta los váteres por ordenador), toneladas de hostias y toneladas de agujeros argumentales, envuelto todo ello en el más tenue hilo narrativo posible travestido en esta ocasión de mandanga seriota con mensaje.

Y el mensaje más claro no puede ser: África las pasa canutas, el mundo es un lugar cada día más xenófobo y Donald Trump es el Anticristo. Y, aunque comulgo con todo lo anterior, no lo hago conque nos lo metan por las narices en películas chorras de entretenimiento, porque, créanlo o no, las ensaladas de tortazos, los chistes malos y los reinos ocultos íntegramente creados por ordenador no son el vehículo más apropiado para exponer los antedichos temas. Y que el malo, además, sea el principal proponente de esas doctrinas y el único que está dispuesto a echarle huevos al asunto, pues tampoco ayuda. Y dicho esto, les remito a la zona spoilers por si desean conocer unas cuantas tradiciones wakandianas de lo más... peculiares

Empecemos diciendo que estamos ante una serie irregular, muy irregular. En ella caben desde episodios magistrales, como el cinco y el seis, hasta tontunas inclasificables como el cuatro. La clave de por qué ocurre esto se encuentra en la novela original, que, no nos engañemos, es una piltrafilla del tres al cuarto que si ha triunfado (más o menos) se debe a que no están los tiempos como para ponerse a criticar una historia protagonizada por héroes negros enfrentados a malvados blancos de gatillo fácil no, lo siguiente. Es por la mediocridad de la obra en que se basa por lo que cuanto más diverge la serie de esta, mejor es. Pero claro, tampoco podían inventárselo todo, y a la hora de adaptar, guionistas y directores han tomado una y otra vez las más extravagantes decisiones creativas, que han tenido como resultado desde una sensible mejora respecto a la historia impresa hasta la pérdida de la coherencia que esta sí tenía, con episodios tan delirantes como el siete, carente de lógica, de ritmo y hasta de sentido de la vergüenza.

Respecto al racismo que impregna toda la serie, me parece absolutamente caricaturizado y fuera de toda medida, pero creo que se trata de un efecto buscado: exagerar hasta lo grotesco es un arma habitual para poner de relieve de manera palmaria una serie de injusticias que efectivamente sucedieron y que siguen ocurriendo. Los sheriffs que volaban la cabeza a los negros si continuaban dentro los límites de su territorio antes del anochecer puede que no existieran nunca, pero sí los que amparaban o pertenecían al infame Klu-Klux-Klan, lo que no es mucho mejor, desde luego. La hipérbole es un medio eficaz de poner el dedo en la llaga, por lo que, al contrario que otros ilustres usuarios de FilmAffinity, no me he sentido ofendido por su uso en la trama. Excepto en una ocasión, de extrema importancia, eso sí, que detallaré en la zona spoiler,

En definitiva, nos encontramos ante una serie que nos demuestra que, una vez más, y perdónenme la expresión, se ha utilizado el nombre de Lovecraft en vano. A pesar de sus buenas intenciones y de tener, como ya he dicho, episodios asombrosos y antológicos, el maestro de Providence no pinta nada aquí. El racismo, pese a quien pese, asoma su fea cara en escasas ocasiones en la obra de este grande del terror, y en cuanto al horror cósmico, que es su marca distintiva, se encuentra absolutamente ausente de «Lovecraft country», aunque se podría argumentar que eso no es culpa de la serie que nos ocupa, puesto que en la novela tampoco estaba ni se le esperaba. Una pequeña decepción que por momentos nos ofrece destellos de grandeza y de lo que podría haber sido si no se encontrara tan obsesionada por demostrar que a) es mucho mejor que el libro y que b) todos los negros son buenos y todos los blancos, malos. Si quieren ver una serie en la que el tema del racismo se muestra con realismo, eficacia e incluso una buena dosis de sentido del humor, engánchense a la excelencia de «Good Lord Bird». No hay color...

La mafia irlandesa ha sido tratada en montones de pelis («Sangre entre las flores», «El clan de los irlandeses», etc.), pero la mayoría se centra en inmigrantes e hijos de inmigrantes que continúan el «negocio» familiar en la ubérrima tierra del Tío Sam, país de oportunidades (para delinquir) como pocos. Así que, por una vez, resulta interesante ver a estos clanes librar la guerra en su propia tierra. Es como ir de safari en lugar de al zoológico: en América suelen ser peces pequeños peleando por una diminuta parte de un pastel que se reparten italianos, rusos, judíos, etc., mientras que en Dublín son los putos amos, auténticos súper predadores que solo tienen que competir entre ellos, y allá que van, a pegarse tiros alegremente en cuanto cualquier cosilla (como cargarse sin querer a un vástago de otra familia) sale mal.

Pero no nos engañemos. Si «Kin» brilla por algo no es por su trama, que se ha contado ya unas ciento cincuenta mil veces, ni porque los malos sean los protas, que es algo casi obligatorio ya en el género, sino por su excelente, excelentísimo reparto. Desde Charlie Cox hasta Aidan Gillen, pasando por la extraordinaria Maria Doyle Kennedy, están todos apabullantes. y eso es lo que hace esta serie verdaderamente recomendable. De hecho, es una serie de actores y actrices, que logran con nota alta hacer que una historia viejísima resulte no solo atractiva, sino hasta adictiva. Algo admirable que solo tal ramillete de profesionales podría lograr, y de hecho, lograr que parezca que Ciaran Donnelly, un tipo que ha mostrado una y otra vez ser como mucho mediocre, parezca un buen director y que haya creado algo digno por una vez en la vida. Pues no te lo creas demasiado, Ciaran, colega, que con esta peña hasta yo sería capaz de rodar algo que se pudiera ver. He dicho.