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España España · Marte
Críticas de Gort
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Críticas 32
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
27 de marzo de 2008
23 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
A lo largo de toda una vida un hombre puede llegar a ser muchos hombres. Aún y así, no importa en qué etapa de su vida se encuentre, cuál de esos hombres sea, ya que en cualquier momento le puede sobrevenir la presencia de ella.

De joven, Clive Candy es un valiente y atolondrado oficial británico que ha luchado en Sudáfrica contra los ‘boers’, capaz de contraatacar mandando a un camarero con una jarra repleta de cervezas a la par que compromete los intereses diplomáticos de su embajada en un país extranjero, capaz de forjar una amistad insospechada. En definitiva, un adalid de ese Imperio británico que extendió su civilización a lo largo y ancho de todo el planeta. Y sin embargo, en el momento de la verdad, es incapaz de reconocerla.

Ya en el umbral de la vejez, Theo Kretschmar-Schuldorff, huye de la vorágine del nazismo. Él, que se ha batido en duelo con otros hombres, que luchó en la gran contienda que cambiaría el mundo y que tuvo que sufrir la derrota y destrucción de su país, cree no poder ir lo suficientemente lejos. Lo que nunca podía sospechar era que un corto trayecto en coche de vuelta a casa pudiera llevarle tan lejos.

Si bien es cierto que la película destila un inevitable aroma británico, y que en ciertos momentos utiliza líneas del guión para hacer referencia a motivos coyunturales (la Inglaterra a la expectativa de principios de la II Gran Guerra), el valor de ésta no se resiente lo más mínimo. Narra la historia de un hombre que consigue ser fiel a sí mismo (esa magnífica y sobria escena final), de la soledad ante los momentos más importantes de la vida de un hombre, y de cómo el encuentro ante ella es el más misterioso e inexplicable de todos ellos. ¡Larga vida al Coronel!
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gort
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9
3 de marzo de 2008
56 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fast Eddie apura el vaso en un trago rápido. Se inclina sobre la mesa empuñando el taco. Lo más difícil ya está hecho, ha echado el cebo y con ciega vehemencia han picado. Mucho trabajo para tan pocos dólares. Él, que juega para ser el mejor, está ya cansado de estas estafas de medio pelo. Se concentra un momento antes de golpear, superando fácilmente el aturdimiento del alcohol. Sonríe. Ni tan siquiera vemos el destino de las bolas.

Son casi las ocho y, como todas las noches, Minnesota Fats sube las escaleras que llevan a la sala de billar. Piensa en lo que encontrará en las páginas del periódico vespertino, anticipa el olor del cigarro. Juega de vez en cuando para dar sentido a todas las horas que pasa y ha pasado en ese local, aunque él ya no lo busque. Es el mejor. Por eso le espera una silla y una copa de aguardiente tras esa puerta. Menos esta noche. Tras su primer golpe, el sonido de las bolas al chocar entre sí -la música repetida y amortecida de su vida- hoy le hace bailar.

La silla empieza a torturarle. Son ya muchas las horas que lleva sentado en ella, pero sabe que hay que tener paciencia. Juega porque gana, eso es sólo la consecuencia. Lo suyo es establecer el sentido de esa relación y dejar bien claro que el reverso de la moneda, la fortuna esquiva, no tiene nada que ver con ella. Tantea el ánimo de los jugadores, oye madurar la fruta. No sonríe, pero sus anteojos negros ocultan la satisfacción del ave de rapiña.

La tragedia consiste en que de la confluencia de estos tres hombres el más perjudicado de todos no sea ninguno de ellos.
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Gort
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4
12 de febrero de 2008
81 de 106 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si bien no me considero un cinéfilo sí puedo decir que conozco a uno con todas las letras. En una de las habitaciones de la casa de mi amigo Diego se encuentra una más que nutrida cinemateca repleta de tesoros ignotos para un neófito como yo, un bastión que soporta con paciencia mis continuos saqueos. La última vez que fui a casa de Diego (es decir, la última vez que fui a abusar de su generosidad) me propuso que eligiera una película para verla juntos, ya que tenía la tarde libre. No sólo pretendía seguir instruyendo mi candidez cinematográfica, sino que, además, dijo sacando una botella del armario, iba a presentarme a su amigo “Bourbon”. Así que mientras inspeccionaba las estanterías y caía en la cuenta de que Diego debía haber vuelto a ordenar su colección, di a parar con la carátula de esta película, ‘Teen Wolf. De pelo en pecho’, entre otras de las que, sólo ahora me doy cuenta, debería haberme fijado mejor.

-Esto que tienes aquí, me dirás que es de algunos de tus ligues, que se la dejó en tu casa…-le dije en tono de guasa.

Diego entró en la habitación sosteniendo dos vasos y sonriendo, tratando de descubrir a qué me refería. Me acercó uno de los vasos y se topó con el pecho de lobo del protagonista. Sostuvo la película mientras daba un trago, y me replicó con un impostado tono académico de reprobación:

-¡Qué dices! ¡Es un clásico! Esta película inaugura el género “encestar dos tiros libres para ganar con el tiempo ya cumplido”. Además, hay una escena de una fiesta brutal a la que, si no fuera porque ya me siento mayor, sin duda me apuntaría.
-Pues entonces la vamos a ver -respondí siguiendo la broma.

La había visto hacía ya mucho tiempo y tenía un recuerdo bastante difuso de ella, simplemente me apetecía aprovechar la oportunidad de resarcirme de tanta instrucción solapada, de tanto parloteo sobre el cine de los 50 y sobre la épica en Kurosawa. Pero no tardé en darme cuenta de que no sería así.

(Sigue en spoiler sin desvelar nada de la película).
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Gort
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10
23 de enero de 2008
24 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Para escapar de su celda, aprendió a hacerla pasar por otra cosa”. (Leyenda hunduri).

Al principio de los tiempos ni tan siquiera se mencionaba su nombre, ya que su imperio de destrucción era el mundo. Hombres de todas las tribus se reunieron tratando de encontrar un medio que acabara con el terror que asolaba toda la tierra bajo el sol. Fue entonces cuando uno de los hombres más ancianos de una de las tribus del sur propuso desterrar a Kaarantiiri al mundo de los sueños mediante una treta.

1. Algo que no por obvio no es siempre patente: el trabajo del cineasta es el menos evidente de entre el de todos los artistas. El lienzo nos llega directamente desde la mano del pintor, la novela, de la pluma del escritor; sin embargo, el cineasta se ve obligado a rodearse de colaboradores. ¿Cuál es entonces exactamente su cometido? La creación de la imagen. La creación de ésta no tiene nada que ver con la fotografía (de esto se encarga otro) sino con la concepción de todos aquellos elementos que la envuelven y la traspasan, dotándola de sentido (ninguna imagen es neutra) y por lo tanto constituyéndola. Es lugar común decir que el director de cine debe tomar un sinfín de decisiones, que todos los detalles requieren de su aprobación. Sin embargo, considero que en esta película Hitchcock sólo tomó una (que por supuesto determina al resto): filmar una pesadilla.

Al principio, Kaarantiiri creyó haber superado el reto que le planteó el hombre del sur. Los hombres seguían batallándole armados con sus arcos y flechas, y él siempre acababa devorando sus vísceras, con sus vientres como cuenco. Sin embargo, con el tiempo comenzó a observar un mayor coraje en éstos, y el rostro barbado de su última víctima se parecía demasiado al de aquel que dijo llamarse Ruhuni de la tribu de los hunduri, incluso su sangre sabía igual. Estos descubrimientos lo confundieron e hicieron aumentar su furia; los hombres, sin embargo, se disputaban ahora el privilegio de combatirle.
Habiendo superado la turbación y el horror nocturno que les produjo en un principio, en esos tiempos los hombres iban a dormir junto con su arco, confiando en poder curtirse en su lucha onírica contra el monstruo y en poder regresar a salvo junto a sus mujeres e hijos. Mientras, del otro lado del muro, Kaarantiiri, que era malvado pero también sagaz, descubrió que para poder escapar de su prisión debía hacerla pasar por otra cosa.

(Sigue abajo sin destripar nada que no sea 'vox populi').
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Gort
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7
14 de enero de 2008
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el fondo de la chistera de un buen mago, para que pueda leerla a modo de recordatorio mientras lleva a cabo el clásico truco del conejo, hay colocada una nota que dice: “¡Eres muy feo!”. El artista reconoce la advertencia esbozando levemente una sonrisa, mirando humildemente al suelo y, ¡tachán!, el manido conejito surge del vacío sombrero. El público se asombra, el truco acaba funcionando y todo gracias al oportunismo del recordatorio en la chistera. Y es que, gracias a éste, el mago consigue sortear el mayor escollo que plantea su oficio: incurrir en la ostentación, caer en el vacuo alarde. Estando sobre el escenario, ya sea cuando parte por la mitad a su bella ayudante dentro de la caja mágica o cuando la hace desaparecer sin que veamos una posible escapatoria para ésta, el mago plantea una maravilla, la refutación de las leyes naturales, de los muros de piedra. Consciente de la labilidad de la reacción del espectador ante lo que ve (escepticismo y fascinación casi unidos en un mismo sentimiento), el mago se prohíbe estrictamente acentuar el efecto maravilloso de sus simples juegos de manos, de sus burdos engaños entre bastidores: para el mago la maravilla es natural, se extraña ante las reacciones de asombro y, por supuesto, no se muestra ávido por conseguirlas. Es por esta razón por la que el mago se pone recordatorios en la chistera, por la que muestra una aparente displicencia hacia el espectador, para no sucumbir a la tentación de intentar seducirlo y desviar su atención, para no restarle eficiencia a la ilusión que nos plantea. El mago, en realidad, es un ser taciturno, consciente del frágil equilibrio sobre el que se sostiene su oficio y de la laboriosidad que supone introducir la ilusión en este mundo. Sabiendo esto, podemos entender, entonces, porqué David Copperfield era un mago tan pésimo (lo único que le interesaba era seducir a alguien como la Schiffer), porqué los magos de Cuatro Televisión son tan irritantes (llevan gomina y son impúdicamente jóvenes y atractivos, no se parecen para nada a Tamariz, y sacan la magia a la calle, a la vista de todo el mundo, pregonando a viva voz unicornios, intermitentes palomas e inquietos naipes).

(Sigue a continuación por problemas de espacio).
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Gort
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