Después del fin de semana en el que se estrenó "Sherlock Gnomes" en España veo que tiene una nota media de 5,1 en filmaffinity y no puedo dejar de sorprenderme. Estos votantes, ¿qué clase de película se esperaban encontrar? ¡Es una secuela! ¡Ya deberías saber qué tipo de película te ibas a encontrar! Y si te gustó "Gnomeo y Julieta" es más que probable que ésta también te guste. Es evidente que es una película pensada para que los niños la disfruten y la entiendan, pero los adultos no van a sentir que están insultando su inteligencia. Todo lo contrario. La historia empieza en ese punto en el que muchas otras acaban. En vez del "fueron felices y comieron perdices" vemos que la relación de Gnomeo y Julieta no es perfecta. Toda la aventura que viven giran en torno a la idea de la pareja como compañero de viaje, de cómo el tiempo y determinados hábitos pueden deteriorar la relación entre dos personas que se aprecian. Y en Sherlock y Watson tienen un espejo en el que mirarse. No quiero entrar en detalles para no hacer spoilers, pero también me pareció muy significativo que tanto Gnomeo como Julieta estuviesen desubicados en roles de género 'actuales', pero tóxicos. Ella empoderada, pero solo enfocada en el trabajo, y él aliado feminista, pero exigiendo cariño y poniéndose en riesgo para llamar su atención. Por supuesto, todo esto envuelto dentro de una película de animación infantil donde prima la acción y no hay chistes escatológicos.

La vida es un lugar extraño. Uno escucha desde pequeño lo que lo hará feliz y ante la desolación de los días busca en las certezas ajenas la seguridad de esa satisfacción, por eso tratamos de vivir como nos enseñan a hacerlo, aunque en ocasiones las promesas no se cumplan.

El ansia por participar de la normalidad satisfecha es común y su búsqueda a través de la familia tradicional el medio habitual para tratar de alcanzarla. La desviación se produce al vivir esa normalidad a través de otros, convertido en un apéndice, como un parásito que se alimenta de sus logros sociales para dar sentido a su existencia y corroborar que es cierto que la vida y la felicidad no son incompatibles.

Ante los inadaptados fascinados por la perfección de sus vidas los seres felices se conmueven hasta la compasión condescendiente de desearles menos tristeza. No saben que en ellos habita la determinación de mantener ese estado, y que en su celo no tolerarán síntomas de corrupción o se volverán implacables.

Todos empleamos las fotografías como armaduras en nuestra lucha contra el paso del tiempo y nos aseguramos que en ellas parecemos felices. El hombre que positiva tus momentos más alegres no sólo ve esos instantes, es capaz de reconstruir mundos paralelos por los que colarse para acceder a ti. Te vive, porque en su imaginación comparte tu vida y habita tu casa. Si bebe tu cerveza, mira tu televisor, usa tu aseo, descansa en tu sofá y juega con tu hijo es posible que termine por sentirse parte de la familia. Y como un padre supervisor será dulce y cariñoso el día de tu cumpleaños, pero se irritará cuando lo decepciones.

Si “El fotógrafo del pánico” planteaba una reflexión inquietante sobre el voyeurismo de los espectadores ante las imágenes en movimiento “Retratos de una obsesión” aborda el almacenamiento de instantáneas para certificar su condición de fetiche, de elemento que actúa como representación. Ya sea de la calidez hipócrita de nuestro hogar o de la vacía soledad de nuestra tristeza. Si hay películas que por la exactitud con las que trasmiten emociones pueden parecer perfectas, a ésta no vamos a negarle esa condición.

La premisa de la que parte la película es que la señorita Julia está sola y abatida tras la ruptura de su compromiso matrimonial. La noche de san Juan su padre, un viejo conde, la deja en la finca en compañía de los criados. Ella baila y bebe con los sirvientes. Tras la fiesta se procura la compañía de uno de ellos y trata de seducirlo mediante el uso de su posición social y de su belleza. Utiliza su poder para convencer al lacayo de que se ponga la chaqueta de su amo, para que le bese las botas, etcétera.

La lucha de clases y el odio de los sometidos a los opresores bien podría dar lugar a un panfleto marxista en el que se incitase a que los proletarios del mundo se uniesen. Pero “Miss Julie” no es el manifiesto comunista, es un ejemplo práctico de lo que nos explica “Eros y Civilización”, la obra donde Marcuse plantea el principio de placer: para que la sociedad perviva es necesario que el individuo vea frenados sus instintos. Eros y Thánatos se relacionan como los vasos comunicantes.

Julie representa los instintos primarios, que exigen ser satisfechos de forma ciega y provienen del inconsciente. Jean sublima los instintos hacia conductas socialmente útiles, diferentes del fin sexual. En él las normas se han incorporado desde la infancia y frenan el instinto de vida para afirmar la moral establecida. En el orden social al que pertenecen la pérdida de la libertad individual en beneficio de la pervivencia del status quo y de la eficacia se asume como algo racional, pues este proceso lleva en sí mismo la aceptación de dicha contradicción. El individuo pierde su propia independencia al entrar en un proceso del que le resulta complejo escaparse, pues está incluido en una sociedad la cual le crea unas necesidades para luego satisfacerlas parcialmente.

La sociedad se rige conforme a sus propias leyes y obliga a adaptarse. Cada ser humano es lo que ha logrado, no importa el medio ni la forma de alcanzarlo. Los individuos se subordinan a lo material y como no todos alcanzan (ni pueden alcanzar) el mismo grado en la jerarquía social existe la necesaria desigualdad. Por eso el criado odia a sus amos, pero ansía ser como ellos. Porque en realidad lo que detesta no es el orden social establecido, eso es algo que ha asumido, si no la posición que él ocupa.

Como dijo un sabio de la cultura occidental: "Deja a los chavalotes, Pablo. Déjalos que camelen como quieran camelar... Si los chavales camelan pegarle un poquito a la lejía, o camelan pegarle un poquito a la mandanga, pues déjalos".

Y yo opino lo mismo. Si a los chavalotes les gustan las cosas del motor, déjalos. Los más pequeños tienen la trilogía de "Cars", los que ya están un poco crecidos consumen su dosis anual de "Fast & Furious", y a los que van un poco avejentados les dan "Ford v Ferrari". Así que faltaban los de la edad del pavo. Y para ellos llega "Go Karts", que es una mezcla entre "Karate Kid" y "Tres metros sobre el cielo".

No falta ninguno de los tropos habituales. Ni el del nuevo en tierra extraña. Ni el de la rivalidad a muerte desde el primer encuentro. Ni el del maestro atormentado. Ni el del amor (casi) imposible. Ni el del traumita infantil que hay que superar para ser un ganador. Así que cero sorpresas. Pero cada cosa está en su lugar y puedes dejar que tus ojos se deslicen sobre la película mientras vas montando tu nuevo mueble de Ikea.

No vale la pena. Ya te lo digo de entrada.

Si has llegado hasta esta crítica es porque el asunto de unos tipos atrapados en una sauna ha llamado tu atención. Crees que eso que quedarse encerrado en un espacio tan reducido puede tener su gracia. Has visto otras películas así. Unas te han gustado mucho y otras menos. Ésta no aporta nada. Hasta que quedan atrapados hay media hora de relleno. Se supone que deberían presentar a los personajes, para que cuando veamos que su vida está en peligro nos importe, pero aunque lo intentan no sucede. Todo es plano, aburrido, previsible. Paisajes, conversaciones vacías... La nada.

Luego quedan atrapados y dices "ahora empieza lo bueno", pero no. No hay ningún giro inesperado. Ningún hallazgo. Solo esfuerzos que sabes que no van a ninguna parte.