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Argentina Argentina · Colastiné
Críticas de Adela Hache
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Críticas 42
Críticas ordenadas por utilidad
8
19 de febrero de 2011
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
A partir del argumento de una joven, bella y talentosa bailarina que aspira al papel principal en “El lago de los cisnes”, se construyen más de cien minutos apasionantes acerca de la locura (o el delirio) y el rigor del arte que busca la perfección.

Sin ser cine realista, “El cisne negro” muestra cosas reales: las grandezas y miserias del mundo del ballet que valen para todo el universo competitivo del arte. Y admite más de una lectura, aunque predomina la sicológica como en “La pianista” de Haneke, “Repulsión” de Polansky, “Marnie” de Hitchcock o “Carrie” de Brian De Palma, en las que la libido reprimida por exceso de rigor se desvía hacia lo patológico.

El sustancioso guión va desovillando progresivamente el suspenso y la sensación de extrañamiento, con el eco de múltiples espejos; también la sensación de presión física y sicológica sobre la protagonista (Nina) interpretada por Natalie Portman.
Dueña de una técnica perfecta que controla cada movimiento, Nina carece en su danza de vértigo y seducción. Para lograr el protagonismo no le bastará con encarnar al inocuo cisne blanco sino que tendrá que alcanzar el oscuro poder del cisne negro. Atrapada por una madre sobreprotectora, un profesor hiperexigente, la rivalidad cruel entre colegas y el despecho o la envidia de aquellas bailarinas que desplaza, intentará obcecadamente entregarse al riesgo de la plenitud.
En la particular mirada de Aranofsky, uno de los realizadores más sorprendentes del actual cine norteamericano, el roce de la perfección se acerca al éxtasis de los mártires; de ahí, una estética muy cuidada que une la belleza al gozo y el dolor, que se transmite hasta el mismo cuerpo del espectador.

Sin miedo al ridículo ni al exceso,“El cisne negro” conduce su progresivo delirio hacia un clímax muy alto, jugando siempre al límite del desborde, al filo del prodigio o el desbarranco, en una búsqueda perfeccionista donde el espectador también queda atrapado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Adela Hache
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6
20 de octubre de 2012
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en la novela del escritor argentino Andrés Rivera, ganadora en 1992 del Premio Nacional de Literatura, la película de Nemesio Juárez traspone en imágenes una reflexión crítica sobre el destino de los más fervientes héroes de la Revolución de Mayo.

La película rinde un claro homenaje a los protagonistas que vivieron los ideales de la Revolución en los albores de la patria, con mayor coherencia y pasión: Castelli, Moreno, Belgrano, Monteagudo... Ilumina el perfil de esos hombres que ocuparon un lugar decisivo en la historia argentina y sin embargo terminaron en soledad, empobrecidos y olvidados.

El punto de vista recae en una figura nublada en el recuerdo oficial: Juan José Castelli (Lito Cruz), llamado “el Orador de Mayo” y despliega su mirada nada complaciente sobre los resultados de esa revolución. Se alinea en una lucha de intereses comunes junto a Moreno, Belgrano y otros patriotas que no vieron recompensados sus ideales y sacrificios sino con sinsabores.

El guión arranca en 1812, año en que Castelli ya está prácticamente mudo por un cáncer de lengua y es juzgado por un tribunal que cuestiona su proceder en la historia reciente. El héroe ha caído en desgracia y está afectado físicamente en la parte de su cuerpo que fue más brillante. La narración se organiza desde este personaje cuya fortaleza parece desmoronarse frente a intrigas de enemigos internos. La película está vertebrada a partir del juicio de un tribunal con jueces de pelucas tan ridículas como impecables, que vierten acusaciones injustas de las que lo defiende su joven compañero de lucha, Bernardo de Monteagudo. La historia va y viene entre 1806 y 1812, con recuerdos de las invasiones inglesas, la contrarrevolución de Liniers, el cabildo abierto del 22 de mayo, el primer aniversario de la Revolución.

La progresión de la novela no es lineal, en la película tampoco, ya que se inicia con Castelli viejo, enfermo y cuestionado, pero intenta un seguimiento más ordenado que el caótico fluir literario. El largo monólogo se transforma en diálogos con otros interlocutores y en el desarrollo de situaciones que en la novela apenas están insinuadas pero que permiten crear momentos de mayor epicidad, indispensables para la trama cinematográfica que por momentos acusa el peso de una retórica que luce acartonada.

La lucha de estos hombres tiene muchos puntos en común con los revolucionarios de todas las épocas. La película los trae al presente, convertidos en hombres de carne y hueso que se indignan y se conmueven hasta el llanto, no tienen los uniformes impecables, insultan y maldicen a la par que pelean.

En el perfil de estos revolucionarios cabales que marchan al silencio o al exilio, está muy remarcada una ética heroica y trágica en el sentido que Gramsci llamaba “pesimismo de la razón pero optimismo de la voluntad”. Así, estos héroes asumen un destino de perdedores en ese sueño incesante de ideales, sin jamás resignarlos, aunque -como señala Castelli un par de veces- la revolución no tenga el encanto de un ramo de flores.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Adela Hache
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6
9 de enero de 2012
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que se olvidan a los cinco minutos de abandonarlas y hay otras que nos dejan pensando, porque tocaron algo que forma parte de nuestra vida en sociedad. Es el caso de "Terapias alternativas", el segundo filme del joven director argentino Rodolfo Durán, que presenta una historia que no deja indiferente.

El protagonista es un psiquiatra de mediana edad, que arrastra su escepticismo por la vida pública y privada, ejerciendo como profesional de la salud mental, tanto en su casa como en un hospital estatal. Una rutina desganada gobierna su existencia y se traduce en actitudes indiferentes y mecánicas; se mueve en un entorno solitario, entre cajas de comida comprada, colillas de cigarrillos y latas de cerveza.
Pero su vida dará un giro radical, cuando su ex mujer le deja provisoriamente al hijo de ambos a su cuidado y -casi simultáneamente- un joven paciente intenta suicidarse. Ambos terminarán modificando su visión de la vida, orientando su mirada desencantada hacia un nuevo horizonte.

Sostenida en la solidez de un buen guión y actuaciones meritorias, sin personajes machietados, la película acompaña la evolución de su protagonista con una forma de narrar lineal, aunque detrás de la aparente sencillez de esta historia agridulce pueda leerse entre líneas un país poco dispuesto a la solidaridad, proclive a la irresponsabilidad y al "dejar hacer".
Existe una relevante constelación de personajes descartados y descartables, -principales y secundarios- como Paco, el aspirante a suicida, desarraigado en Buenos Aires, que sin embargo tiene mucho para aportar a los demás; o como Anita, una paciente anciana que no puede realizar un tratamiento oncológico, porque su expediente se ha perdido en los laberintos de la burocracia. Situaciones y personajes que remiten al siempre vigente lado poético y filosófico de la locura, que lleva a preguntarnos por la salud de los enfermos y los enfermos con salud.
Filmada con pasión y bajo presupuesto, "Terapias alternativas" es una demostración de que es posible hacer cine más allá de los moldes unificadores que aspiran prioritariamente al éxito de taquilla.
Adela Hache
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5
5 de mayo de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la década del treinta y cuarenta en la Argentina, una serie de filmes contaron historias basadas en letras de tango. Eran películas sin grandes valores artísticos, planteadas con fines comerciales pero con gran anuencia de público. En esta tradición, parece insertarse “Fermín”, con la nostalgia como caballito de batalla, algunas pizcas de sensualidad y ciertos toques certeros de humor, aunque la obra demuestra falencias en su forma de contar y confunde acerca de si se trata de un homenaje al tango enmarcado en una historia ficcional o al revés.
De todos modos, sirve para celebrar el regreso de Héctor Alterio al cine argentino del que estuvo ausente 12 años. El veterano actor interpreta al Fermín que le da título a la historia, con el interesante hilo conductor del enigma de un anciano internado en un siquiátrico. Este personaje establece un vínculo afectivo con el nuevo médico (Gastón Pauls), quien descubre que su paciente se expresa únicamente con versos de conocidos tangos y milongas. Para desentrañar el misterio, la trama busca en el pasado con un creciente protagonismo de la danza definida por Enrique Santos Discépolo como “un pensamiento triste que se baila”. A la par -y por momentos a la zaga- hay tres flashback que coinciden con momentos políticos diferentes: uno en 1945, otro -muy breve- en 1955 y uno más en 1976.

Un reparto de prestigio lleva adelante una galería poblada de personajes estereotipados. Demagógica, sin rubores, la película apunta a ganarse la forzada emoción y melancolía del espectador. Aun con las limitaciones del guión, el elenco cumple con su parte: Alterio resulta convincente en un trabajo difícil pero breve; Luis Ziembrowski con frases bien colocadas logra una crítica a los burócratas que conducen hospitales públicos y un fugaz Emilio Disi como el habilidoso bailarín Ciempiés deja con ganas de más, porque en una historia que oscila entre la comedia y el drama, ésta mejora en sus momentos de humor cargado de retrueques a los que aporta su oficio. Por su parte, Luciano Cáceres se mueve curiosamente con el mismo registro que tiene en “Gato Negro” (el que vio recientemente aquel film, encuentra al mismo prototipo sin variaciones sustanciales). Gastón Pauls repite su eterno rol de ingenuo bienintencionado y mejor un manto de piedad para el debut de la hija del famoso futbolista de quien se escuchan pocas y breves frases entre constantes gimoteos, gritos y llantos desconsolados. Finalmente, la película termina decantándose por la historia de amor que sucede en el presente entre el joven médico y Eva, la nieta del anciano, bailarina profesional de tango, interpretada con mucha piel por Antonella Costa.

Dirigida a cuatro manos por Findling y Kolker, la experiencia parece corroborar aquello de que “muchas manos en un plato hacen muchos garabatos”, porque aquí, no hay ensamble sino suma. Se amontona con la intención de mostrar la música ciudadana como espectáculo vernáculo de proyección internacional, donde lo que tendría que ser secundario y continente (la danza y la música) absorbe a la historia contenida.
Lamentablemente, cuando se reconstruyen episodios de 1955 y 1976, la puesta en escena es apurada y desprolija, llena de anacronismos. Entre los flashbacks de Fermín en su juventud (Luciano Cáceres) y referencias laterales a la Libertadora y los desaparecidos, el film pasa a mostrar atracciones tangueras en sus lugares y con su público, en largos números musicales que no están fluidamente ensamblados con las escenas de ficción, pareciendo videoclips insertados que hacen de la narración un relato disperso e irregular, con muchas facetas no del todo exploradas y personajes apenas esbozados.
Por momentos, el producto parece ser consciente de su actitud desprejuiciada hacia el efecto fácil y busca introducir efectos cómicos que aligeren la carga dramática. El resultado es una película para nunca tomarse demasiado en serio.
Adela Hache
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8
13 de marzo de 2011
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Rango" es un fantástico ejercicio animado, destinado a ser una de las más gratas sorpresas cinematográficas del año. Una animación que no parodia sino que homenajea al western a través de personajes carismáticos y muy bien construidos.
Se puede disfrutar de un relato original, que ofrece su propio universo de reglas, con look moderno y espíritu clásico, personajes entrañables con hondura psicológica y distintos niveles de lectura.
Claro que para todo esto el director cuenta con el soporte tecnológico de la Industrial Light & Magic liderada por George Lucas.
La historia arranca en la actualidad: el antihéroe protagonista es una carismática lagartija con ínfulas de actor: le gusta cantar, bailar, imitar y fantasear, interactuando en virtual red social aunque en la práctica es esencialmente una criatura aislada, un "Don Nadie" sin contexto y sin historia. Hasta que un inesperado accidente lo hace acceder al "otro lado" de la frontera y sumergirse en el mitológico universo del western.
El contacto con la pintoresca comunidad de un pueblo perdido en medio del desierto, que atraviesa el problema de la falta de agua y la corrupción de un alcalde mendaz y manipulador, hace que los animalitos encuentren en el recién llegado una especie de líder que, con mucha suerte y astucia, se transforma en el justiciero capaz de encarnar la esperanza frente a tantas adversidades.

“Rango” es una las pocas producciones animadas de Hollywood que en los últimos tiempos dan un paso hacia delante dentro de las convenciones del género. Esto es visible desde el vocabulario utilizado, dirigido a un público al que no se subestima, donde aparecen palabras como “epifanía”, “metáfora”, “acuífero” (uno de los personajes pregunta qué es eso) o “carroza de alabastro”.
El diseño de los personajes le da un valor añadido a una obra que con una historia tan clásica como las fábulas griegas se permite una ácida crítica social que los niños pasarán por alto, aunque igualmente la disfrutarán.
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Adela Hache
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