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España España · Málaga
Críticas de JRBoxó
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Críticas 144
Críticas ordenadas por utilidad
8
16 de abril de 2018
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película sencilla, directa, sin trampa ni cartón, esta primera obra de Pau Durà en el guión y dirección de un largometraje. Apoyada en una magistral interpretación de José Sacristán, trasmite la humanidad necesaria para un personaje en evolución en el tramo final de su vida. Cuando analizo una película me preguntó básicamente dos cosas: ¿A quién va dirigida? O, lo que es lo mismo, ¿Qué conciencias quiere zarandear esta obra? Y, en segundo lugar, ¿Cuál es el contenido del desafío moral que me propone? Respondo. Pienso que está dirigida a todos aquellos que en su decisión de vivir honestamente consigo mismos, no han dejado lugar suficiente para otros. Una forma taimada de egoísmo podríamos decir, de asumir las consecuencias de una independencia radical. A mi parecer, me propone que no me puedo escapar de la interpelación del otro que me llama y requiere en su necesidad. El otro se me aparece, diría Lévinas, como el maestro que me enseña lo que es justo, que me conmina al desarrollo de mi generosidad, a la entrega y, en parte, a la renuncia a mí mismo para cuidarlo. Así de sencilla y bella es la propuesta de esta película. La peripecia de la película se encuentra en una palabra: perdóname. A partir de ahí, el personaje central se da la oportunidad de iniciar otras vida, otras posibilidades.
JRBoxó
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5
22 de septiembre de 2019
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dirigida por Alfonso Cortés-Cavanillas. Tras su paso por el Festival de Málaga de 2109, nos llega su estreno. El estereotipo al que corresponde la película la hace trasladable a cualquier ámbito: el western, el cine bélico, películas de persecución, en el que un personaje trágico sucumbe a su destino ante fuerzas más poderosas que él. En este sentido aporta poco la historia y el ritmo de viñetas nos recuerda su origen en un cómic. Sin embargo al inicio de la película, algo me resultó interesante para seguir atento a la narración: la suerte que espera a un hermoso acto de humanidad que inaugura el film. En este contexto, acto de humanidad significa filantropía, respeto y amor al ser humano, que en ese momento puntual emerge por encima de los condicionantes ideológicos de hombres enfrentados hasta la muerte. La agresividad tiene un desarrollo lineal, causa y efecto, muy racional por cierto. A una acción le sigue su réplica y a esta una contrarréplica más intensa si cabe. Por el contrario, el acto de humanidad es extravagante, irracional, inesperado en los contextos discursivos que determinan las conductas. Un acto de libertad. Lamentablemente, el acto de humanidad al que me refiero y que me dejó en espera de su resolución triunfante, aguantando tiros y mala leche, se asfixia en los derroteros que toma la película y nos deja frustrados en triste agonía por la fortaleza del mal.
JRBoxó
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8
12 de diciembre de 2017
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Festival de San Sebastián 2017. Es la segunda película que podemos disfrutar del director japonés Kore-Eda Hirokazu. La primera, esa hermosa obra que es Nuestra hermana pequeña en la que predominan seres humanos que no obedecen al maligno imperativo de exclusión y desamparo sino que son capaces de ver en el otro solo la persona que es, nos llenó de alegría y de optimismo con el triunfo de la ternura y del amor fraternal. En esta película Hirokazu plantea las dificultades que tenemos para establecer las responsabilidades y culpas por las acciones y la arbitrariedad que pueden producir los juicios condenatorios finales. Si el delito hace al hombre culpable, el sufrimiento lo convierte en víctima. El hombre responsable recibe el castigo que le infligimos con la aplicación de la justicia y este sufrimiento nos afecta. El abogado padece esta incertidumbre entre el mal cometido y el mal padecido por su defendido. Ve al aparente culpable en esta extraña experiencia de pasividad en la que el hombre se siente víctima precisamente por ser culpable como señalara Paul Ricoeur, porque ha entrado en una espiral de un mal superior a él mismo sin capacidad de modular sus consecuencias. Se siente culpable por su silencio y por el falseamiento de los hechos. En este punto la película toma el derrotero de la sustitución amorosa y responsable del verdadero culpable para asegurar su liberación y su vida. No se trata de la imagen vetero-testamentaria del chivo expiatorio que carga inocente y obligado con el mal provocado por otro sino del Cordero de Dios que pone de sí mismo la vida por otro para que el otro pueda vivir. Evidentemente, el redimido queda atado a un compromiso ético permanente. El amor desata pero también ata. El tema de la redención por sustitución es recurrente en el cine, baste citar grandes obras como La vida que te espera, Bajo las estrellas, o Gran Torino por caso, puesto que sigue siendo la máxima expresión de la entrega por otro cambiando muerte por vida, negación por afirmación, culpa por liberación.
JRBoxó
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8
3 de noviembre de 2016
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Ken Loach nos tenía acostumbrados a desarrollar, a partir de personajes históricos del socialismo, bien una construcción épica comunitaria (Tierra y libertad, El viento que agita la cebada), bien un relato cuasi hagiográfico de un sujeto concreto (Jimmy’s Hall). Con esto nos adentrábamos en la mitología dejando de tocar tierra social firme. Con Daniel Blake es distinto. Un personaje de ficción nos adentra en la necesidad del socialismo real. Ni siquiera el tono melodramático que va tomando la película nos aparta de este convencimiento, ya que esta necesidad es profundamente emocional. La presentación emocional del socialismo nos aparta de su pedante aspiración científica y nos coloca ante una sólida fundamentación moral. Cuando, por causa del envejecimiento o de la enfermedad, el ser humano experimenta su fragilidad, la necesidad de una comunidad solidaria y receptiva que siga viendo en él una persona completa en toda su dignidad se hace imperiosa. Axel Honneth sostiene que la comunidad es el lugar y resultado de la lucha por el reconocimiento: toda lucha por el reconocimiento de sí es una lucha por la comunidad. La adquisición del reconocimiento social se convierte en la condición normativa de toda acción comunicativa. Los derechos solamente los hace reales una comunidad a través de los miembros de sus instituciones. Si los miembros en lugar de realizadores de derechos se convierten en jueces fundamentalistas de los méritos del ciudadano, los derechos se esfuman y las personas quedan abandonadas a una suerte sombría. Una estructura socialista se hace conservadora cuando carga al mérito del individuo alcanzar un derecho: te opero si adelgazas, te trato si dejas de fumar, te doy el subsidio si buscas empleo, te sanciono si no aceptas cualquier oferta laboral. Expresiones como estas confirma la amenaza conservadora: que el derecho no se tiene sino que se gana.
JRBoxó
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6
17 de noviembre de 2018
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película escrita y dirigida por Julio Medem desarrolla un tema recurrente y, siempre sugestivo, tanto en el cine como en la literatura: las influencias transgeneracionales de los seres humanos. Cada uno de nosotros aparecemos en la vida como arrojados a la obligación de existir. Pero para que ese hecho de nuestra aparición se produzca han tenido que ocurrir una enorme serie de secuencias biológicas y culturales azarosas de las que solamente con pensarlas nos entra vértigo. Aparecer sin más ya implica una carga: la de la identidad y pertenencia que salen a nuestro encuentro para decirnos quienes somos y qué se espera de nosotros, y algo más arriesgado aún, quienes son los demás y que podemos esperar de ellos. Julio Medem investiga para sus personajes tres generaciones para construir la frondosa copa de su árbol. Si realizamos el mismo ejercicio, muchas veces nos encontraremos con historias desagradables. Pero, no nos preocupemos. Se dice que mirando unas 35 o 40 generaciones hacia atrás comenzamos a tener parientes comunes de modo que la estela de dignidad y vergüenza es compartida y tenemos el mismo origen. Somos seres humanos, nada peor podríamos decir de nosotros mismo escribía Mark Twain. Ante este interesante panorama, Medem responde metiéndose en un berenjenal melodramático de desvelamiento de paternidades y conexiones delictivas y sentimentales que acaba resolviendo de una manera de deja perplejo al espectador: el perdón de un asesinato de un niño que resultó en la posibilidad de vida para otro. El árbol de la sangre se cierra sobre sí mismo lavando los trapos sucios en casa aunque para los observadores rezume porquería.
JRBoxó
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