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España España · Madrid
Críticas de Pedro
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Críticas 265
Críticas ordenadas por utilidad
8
13 de diciembre de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Robert Redford, como ya hiciera en su anterior trabajo como realizador -"Leones por corderos"-, escoge una vez más la dirección de un argumento con trasfondo crítico, que aunque desarrollado en esta ocasión en el Washington de 1865 y basado en los hechos reales que rodearon el asesinato de Abraham Lincoln, no deja de tener paralelismos con los tiempos que hoy corren, cuando entre los disfraces con que se visten las democracias es difícil discernir dónde empieza la justicia o dónde acaba el poder; o más bien si el poder político de unos pocos no es más que el eterno titiritero de la dama con balanza y venda en los ojos que debiera depender de todos y actuar del mismo modo con todos.

Para ello conduce el guión con una narración precisa, dinámica, donde tras una introducción en los hechos, pronto da paso a la parte de mayor intensidad en tono de thriller judicial y político dentro del drama que asola a la acusada Mary Surrat, interpretada con madurez y expresividad por Robin Wright (aquella "Princesa prometida" que una vez también destacase como amor platónico de "Forrest Gump"). Junto a ella, James McAvoy afronta al abogado principal protagonista, sin alardes pero convincente; y ponen su grano de arena secundarios de lujo como un casi irreconocible Kevin Kline midiendo bien el cinismo de su personaje de Stanton moviendo los hilos del poder, o Tom Wilkinson encarnando al senador Johnson símbolo de quien se debate entre el quiero y no quiero cambiar este mundo de apariencias.

Al lado de un amplio y acertado reparto, una correcta banda sonora bien engranada, y una lograda ambientación de la época, destaca la puesta en escena, una variada composición de planos y la fotografía resaltada sobre todo por una luz tamizada tanto en escenarios al aire libre como en los interiores donde juega con ventanales y sombras dando una apariencia especial, algo etérea algunas veces, a los personajes. La transición entre el final demoledor, lleno de fuerza dramática, y la presentación de los títulos finales con fotos envejecidas con apariencia del siglo XIX acompañadas del bello y melancólico tema musical folk "Empty" de Ray LaMontagne, dejan el regusto de una de las películas más cuidadas de Redford, tanto o más que "Gente corriente" o "El río de la vida".

"There's a lot of things that can kill a man,
there's a lot of ways to die,
listen, some already did that walked beside me.
There's a lot of things I don't understand,
why so many people lie.”

Un profundo vacío es así lo que uno siente, la sensación de estar en una realidad de permanente alienación donde la injusticia no hace sino repetirse de modo cíclico a lo largo de la historia.
Pedro
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5
7 de noviembre de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los ingredientes de la historia que presenta Milos Forman son a priori prometedores. La idea de partir de un Goya secundario para convertir a sus fantasmas en protagonistas de una tragedia es francamente buena. Incluso algunas escenas del guión también son prometedoras.

El problema surge en el hilvanado. Al desarrollar la historia, Goya como nexo de unión queda un tanto perdido, y sus apariciones son más adorno que otra cosa. Como elemento decorativo, sus cuadros, su elaboración de grabados, su presencia…, dejan un buen poso en la ambientación sobre la época que ayuda a conducir; pero como personaje dentro de la verdadera historia que se nos cuenta –la interpretada por Bardem y Portman–, no cumple su supuesta función, pues no dota de la fuerza necesaria al argumento en sus relaciones con los demás, y queda un tanto desdibujado sin existir una profundización que nos haga sentir de verdad esos fantasmas que se supone revuelven su alma. Bien parece pues a posteriori que Goya y sus cuadros sólo son un acicate para que el Ministerio español ponga los cuartos en subvencionar la producción.

Javier Bardem, al que por otra parte considero uno de los mejores actores que ha dado el cine español, me suena sobreactuado en unas ocasiones, y en otras como creyéndose poco el personaje que le han ofrecido. No obstante, sigue apuntando buenas maneras de su excelente preparación de un papel notándose esa transición interpretativa entre Lorenzo inquisidor, después afrancesado y finalmente irónicamente derrotado. Simplemente no están demasiado bien escritas sus frases ni sus diálogos –tópicos sobremanera–, y su personaje se somete a una discontinuidad en desarrollo que no termina de definirlo con el sentimiento necesario.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Pedro
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6
6 de noviembre de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me cuesta cada vez más escribir sobre un trabajo de Lars. Autor que para mí ha dado la mejor película de la pasada década -"Dogville"-, pero que ha abandonado la fuerza narrativa en pos de la belleza por sí misma y de las indagaciones interiores que cuanto más profundas las pretende más retorcidas y superficiales me parecen. Será por eso que él mismo ha declarado que no estaba seguro de haber rodado una basura.

No es una basura, pues la belleza formal es indudable y la introspección en los personajes sigue presente. No es una basura, porque desde luego -aunque muchos se empeñen en compararlo- no está llena su historia de la grandilocuente puerilidad hasta llevarnos al bostezo de Terrence Malick en su reciente "El árbol de la vida". Sin embargo, la historia empieza a perder fuerza para un autor que se centra cada vez más en lo que decora la historia.

"Melancolía" intenta ser una alegoría sobre lo apocalíptico, donde el fin de una humanidad corrupta y sin esperanzas se hace inevitable. Intenta mostrar en una primera parte como reflejo de esa humanidad desastrosa a la familia protagonista y sus invitados a una boda, para luego en una segunda parte obsequiarnos con el advenimiento de un fin del mundo que es la otra cara de la moneda de lo que por ejemplo suele mostrarnos el efectista Roland Emmerich en sus películas de catástrofes. Porque esta segunda parte es probablemente la ficción sobre catástrofes más elegante que ha dado el séptimo arte.

Sin embargo, ya "Dogville", aun reconociendo que para muchos espectadores pueda tener una puesta en escena tan innovadora como difícil de asumir, era una clara imagen del Apocalipsis, ya "Dogville" hablaba de la desastrosa condición de los hombres, ya "Dogville" trataba un microcosmos de un pequeño pueblo como reflejo del mundo. Pero lo hacía más como el Macondo de Gabriel García Márquez, como el Comala de Juan Rulfo, como el Yoknapatawpha de William Faulkner... Es decir, lo hacía con potente fuerza dramática y narrativa. Cada escena de "Dogville" tenía un sentido, un fin engranado en el conjunto...; cada diálogo una razón de ser.

Lars von Trier de seguir en esta dirección se arriesga a convertirse en un triste Malick, cuya última película se puso en un cine de Italia de modo desordenado por error -dos rollos intercambiados-, y nadie lo notó, yéndose la mayor parte de la gente igualmente de la sala antes de acabar, y aclamándola los entusiastas que no entiendo exactamente lo que ven igual que si se la hubiesen proyectado en su orden... Así durante una semana hasta que alguien, que fue a ver la película a ese cine y ya la había visto antes en otro, lo advirtió. En eso lo mismo sí que van a terminar en poderse comparar entre ambos: en lo absurdo.

Me gustaría que regresase el Lars que sabe narrar con brío, porque su cine actual, aunque todavía interesante, teniendo en mente lo que fue antes no empieza a comunicarme precisamente otra cosa que la melancolía por lo perdido.
Pedro
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8
5 de noviembre de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se rumorea, se comenta, se dice..., que allá por el final de la década de los setenta, Steven Spielberg -auténtico fan de las historietas de Hergé aunque él jure y perjure que las conoció mucho más tarde- estaba ya dispuesto a adaptar el cómic a la gran pantalla. Al parecer, aunque al autor de los originales le entusiasmaba la idea, finalmente algún pequeño desacuerdo con un primer esbozo de guión dio al traste con el proyecto.

Para Steven aquello fue como quitarle la piruleta a un niño cuando ya la tenía en la boca... Le privaban de aquel mundo de aventuras, personajes que perseguían misterios, se enfrentaban a villanos y secuaces, viajaban por el mundo con ansias de descubrimientos y resolución de entuertos pasando por inverosímiles y fantásticas situaciones siempre con un trasfondo tan trepidante como decorado con pinceladas cómicas. Tal fue la decepción del mago del celuloide, que no se resistió, guardó todo aquello hasta que llegado el momento lo mezcló de nuevo en la chistera dando así a luz en 1981 a un peculiar Tintín transfigurado en héroe de látigo y sombrero: Indiana Jones.

Aunque de alguna forma la leyenda nunca reconocida por el director cuenta que la antología cinematográfica de Jones es pues deudora de Hergé, a Steven le quedó pendiente llevar aquel universo a la pantalla, y cuatro décadas después lo ha hecho. Y lo ha hecho, como ese mago del celuloide que es, con éxito combinando en realidad tres historietas en un único guión: "El secreto del unicornio", "El tesoro de Rackham el Rojo" y "El cangrejo de las pinzas de oro". Técnicamente impecable y con un resultado asombroso a los ojos del espectador, usando la aunque no novedosa, sí estudiada y meticulosamente elaborada captura de movimientos a partir de actores de carne y hueso, con el omnipresente fondo musical de John Williams, se nos presenta la que probablemente sea una de las películas de animación que pasen a la historia del cine y que además inicien trilogía -ya está prevista para 2014 una segunda entrega dirigida por Peter Jackson e incluso una tercera, adaptaciones de "Las siete bolas de cristal" y "El templo del sol"-.

A pesar de que para el ávido lector de las viñetas, poniéndose el traje de crítico exigente, quizás este Tintín sea algo descafeinado al abarcar varias historias en una, sea más de Spielberg que de Hergé, más hollywoodiense que belga, más lleno de apabullante e incluso excesiva acción que de intrigante calma, ahí están sus protagonistas en esencia, mostrados en un mundo que casi parezca que pueda tocarse, real y maravilloso: Milú, Hernández y Fernández, el capitán Haddock, Castafiore y el sempiterno reportero pelirrojo con el flequillo de punta. ¿Alguien da más?
Pedro
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8
12 de febrero de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la hora de escribir estas líneas me cuesta prescindir de un alto grado de subjetividad. Debo reconocer que el personaje de Aron Ralston consigue que me identifique con él. Y no por haber llegado a una situación tan escabrosa como la que vive en la película, sino aun habiendo estado en algún que otro atolladero solo y perdido, o breve tiempo medio atrapado en algún lío que me he buscado yo solito -una cima o resquicio entre rocas de difícil acceso-, fundamentalmente por ese afán de combinar soledad con aventura y amor por la belleza de los espacios naturales, costas recónditas, playas escondidas entre acantilados casi inaccesibles, montañas, altas cumbres, barrancos salvajes...; y por ese espíritu de lobo solitario que algunas veces termina acarreando problemas.

Al igual que vemos en hora y media de metraje cómo Aron aprende gracias a una situación límite el valor de todo lo importante en la vida, de aquellos que de verdad le quieren, uno si se mete en la piel del protagonista -algo no difícil gracias a la absorbente interpretación de James Franco- termina aprendiendo con él, al mismo tiempo que siente la desazón y el agobio que transmite lo que se muestra en pantalla.

Cuesta imaginar que la historia -aunque dramatizada en su adaptación- haya sido real. Sobre todo porque parece sobrehumano su desenlace. Hasta llegar a él, Danny Boyle, valiéndose de su peculiar y atractivo estilo de fotografía, movimiento de cámara y montaje acompañado por una banda sonora que impulsa el ritmo visual, conduce el guión con el tono adecuado, mezclando los sentimientos del protagonista y alternando el presente con recuerdos e imaginaciones, y dejando interesantes pinceladas como la del caprichoso destino que algunas veces absurdo parece aguardarnos desde la cuna.

El mejor momento de Franco en el filme probablemente sea su desquiciado diálogo consigo mismo para reprocharse que creerse un puto héroe es lo que le ha llevado a esa situación: "¡Ups!" -exclamará varias veces-. Las opciones son pocas y quien haya podido pasar apuros con alguna semejanza y sienta identificación similar las intuye pronto anticipándose a las secuencias: picar, elevar, esperar que la meteorología haga un milagro o...

Mamá, yo también prometo a partir de ahora contestar siempre a tus llamadas.
Pedro
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