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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Críticas de Jean Ra
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Críticas 262
Críticas ordenadas por utilidad
8
22 de septiembre de 2023
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de esos títulos que se ocupan de armonizar fondo y forma. La historia se ubica en la Suiza del siglo XIX, en un momento en el que la revolución industrial está extendiendo su dominio a esferas políticas de la sociedad, llegando a condicionar la legislación laboral e incluso la hora municipal, aprovechando momentos de distracción y en principio anecdótico. Y sin embargo ya tienen el pie puesto tras la puerta.

Los conceptos que rigen son la relojería y el anarquismo. No hay un protagonista propiamente dicho, es un relato coral, con diferentes situaciones que ilustran esos cambios sociales. El industrial, la policía, sindicalistas, trabajadores… cada personaje es como una pieza de ese gran mecanismo que es el municipio, si bien en verdad hay piezas que condicionan el ritmo del conjunto y desdicen esa apariencia de sincronía y concordia.

El propietario de la fábrica también es miembro del consejo municipal, y por lo tanto una autoridad política, capaz de ajustar la legislación para que se prohíba a los trabajadores la afiliación a sindicatos. Si su fábrica necesita ocupar el espacio público para realizar unas fotografías para lanzar su imagen comercial, pues llega la policía y se encarga de cortar y regular el paso, actuando en la práctica como empleados de un negocio privado. También es el único candidato en unas elecciones locales.

Todo este autoritarismo se impone en un clima de concordia y cordialidad. Los omnipresentes policías se dirigen a los peatones con respeto y sin embargo suelen imponer sus directrices. Pero tras esa fachada de amabilidad hay más detalles: quien no paga los impuestos municipales luego no puede acudir a la taberna o votar. Y para votar hay que estar inscrito en la parroquia local. También se puede arrestar al empleado que no haya pagado impuestos, quien salda su deuda trabajando en la cárcel. Así que basta con rascar tras la pantalla de libertad de prensa, poder descentralizado, clima cordial y otras bagatelas que en verdad, de forma disimulada, la cinta escenifica las luchas sociales frente a los cambios impuestos por la industrialización.

Otro de los frentes abordados es la lucha entre anarquismo y nacionalismo. Los anarquistas organizan una rifa para el bote de resistencia de las huelgas. Unos siervos de la burguesía venden cupones para una lotería que tiene como objetivo financiar una representación de una batalla histórica contra invasores austríacos, ocurrida 400 años atrás, es decir, una astracanada inane que sólo sirve para fortalecer el espíritu nacional, lo que implica reforzar la idea de ese estado dominado por los burgueses.

Aparte de eso, también es fácil comprobar lo muy cuidada que está la narrativa visual, con planos amplios y muy medidos en cuanto a las simetrías y el tempo narrativo, cosa que también refuerza la idea de orden de la puesta en escena y el guion, que funciona con la precisión del mecanismo de un reloj, mostrando los múltiples ángulos de ese municipio, plural, multilingüe, crisol de culturas, constituyéndose así en metáfora internacional.

Parece patente que, sin aspavientos, con sutilidad y un mecanismo muy pensado y transparente, el director logra perfilar contra qué luchaban los grupos anarquistas, dónde flaquearon los derechos de los trabajadores, hasta qué punto esa dominación invisible, de guante blanco, podía llegar a acaparar la vida diaria, alcanzando cotas surrealistas como ahora girar formularios a los peatones de un camino forestal para que precisen el tiempo que tardan. Un gran puzle ordenado con criterio y lucidez, que muestra esa primera fase del capitalismo que silenciosamente iba tomando el dominio, sin necesidad de la violencia de por ejemplo Alemania o Francia, en esa Suiza del siglo XIX, el control se infiltra con una sonrisa amable: es engañosamente permisivo e inofensivo. Defienden la libertad de prensa, pero si un representante del gobierno italiano, que es cliente de la fábrica de relojes, busca a un anarquista, el propietario de la fábrica pone a su policía a buscarlo a cambio de mantener su jugoso beneficio. Sin duda toda una reflexión que se proyecta en el presente.
Jean Ra
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8
30 de agosto de 2023
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aparte del salto temporal que propone esta historia, ver "Godland" también ha supuesto para mí un pequeño salto en el tiempo, retornar a 2006, cuando muchas obras de proyección cultural solían ser "exigentes", es decir, requerían un esfuerzo extra de concentración al espectador para poder absorberlas de forma sustantiva. No es que ese tipo de películas haya desaparecido de las salas de cine, sólo se ha reducido hasta proporciones testimoniales. No me olvido de directores como Albert Serra, desde luego. Son narraciones en las que el ritmo narrativo es reposado, los diálogos ocupan una posición secundaria, y el aspecto visual prevalece tanto como los elementos narrativos, persiguiendo reconstruir una mirada alejada a las fórmulas de las multinacionales, enemigas de la riqueza cultural.

Y es que el trasfondo, te das cuenta conforme los minutos avanzan morosos como el trote de esos caballos, emplea con amplitud el paisaje árido islandés, un punto ajeno a la civilización, dónde las leyes solo se respeta por acuerdos voluntarios, y cuya dureza y belleza suponen la creación de Dios en bruto, un escenario que se remonta a milenios atrás y contrasta con la mortalidad de los seres que por ahí pululan, asistiendo impertérrita a las pérdidas y desastres. Lucas, un sacerdote luterano, ha sido destinado a construir una parroquia en un punto remoto de ese país, que por aquel entonces pertenecía a la corona danesa. En la historia no se explicita, pero se entiende que es el tipo de misión que se encomienda a un párroco de ejercicio disperso, de forma que cuando Lucas topa con la actitud taciturna y displicente de los locales, y luego además se suma alguna situación dramática ocasionada por cierta decisión insensata de Lucas, el sacerdote se ve afectado por la exigencia del lugar y la lejanía de su hogar, sólo su fe lo sostiene y eso no evita su quiebra, con lo que se expone la falsedad de esa empresa piadosa en la que se ha embarcado y, por ende, el fundamento de la colonización danesa.

Salvo para quien la haya mirado embobado, es fácil apreciar que la narración toma gran cantidad de elementos del western, sólo que recompuestos en paisajes nórdicos: el duelo de voluntades que se produce, el avance por territorios tan áridos como el interior sus personajes o el choque de dos civilizaciones que conviven entre tensiones. Centauros de un desierto frío. Ragnar, el islandés que ejerce de guía, se mueve como pez en el agua en mitad de esas localizaciones, domina los caballos, conoce las rutas, aguanta estoicamente las inclemencias meteorológicas, su figura sin duda está relacionada con la naturaleza, también con Islandia. Esta fortaleza queda en entredicho cuando demuestra interés por convertirse en "un hombre de fe", siendo entonces ridiculizado por Lucas, a quien salvó de desfallecer en mitad de la nada, un hombre perdido en todos los sentidos y de fondo mezquino, que representa a la civilización, a lo danés, al factor colonizador que quiere expandir sus creencias en esa isla. Este choque de voluntades viene sin duda enfatizado por la barrera idiomática, el no quererse entender antes que no poder hacerlo. De esa forma Palmason dibuja otra dialéctica que sustenta la historia y que se suma al resto de capas: el choque entre naturaleza y civilización, colonizado y colonizador, lo danés y lo islandés, la fuerza contra el saber o la fricción entre lo mortal y lo inmortal.

En algunos momentos recuerda a la película chilena "Blanco en blanco", también a ciertos gestos de Lisandro Alonso en "Jauja", existe con esos títulos una línea de complicidad, hermanándose en el propósito de recrear un acercamiento histórico alejado de fórmulas comerciales, una experiencia sensorial que sumerge al espectador en esa mirada de lo natural antes de la irrupción y expansión de la civilización, representando con vigor la visión de la naturaleza como un coloso salvaje e indómito y que a la vez muestra una cara de belleza inabarcable y casi abstracta. Algunas panorámicas recuerdan a los cuadros del inglés William Turner. Con todo ello, tras dos títulos estimables como "Winter brothers" y "Un blanco, blanco día", Palmason redobla su apuesta y se consagra como un nombre de la cinematografía europea, que se inclina hacia una exigencia superior a la de esos títulos anteriores, sin otro objetivo de trascender, y que, tal y como le ocurre a su protagonista, poner a prueba al espectador, quien, en caso de resistir, tiene acceso a una vivencia audiovisual más allá de lo usual, una visión repleta de significados y rica en todos esas cualidades vaporosas e intangibles que el cine puede llegar a ofrecer, rebasando por mucho la simplicidad del consumo inmediato y entretenimiento complaciente. Reconozco que salimos del cine algo extenuados, y sin embargo, también es innegable que con el paso de las horas su recuerdo crece y se ensancha, cosa que ocurre cada vez menos. Y sin embargo qué bueno que todavía exista la posibilidad de vivir algo así. Ya en su estreno en el festival de Cannes avisaron de su gran talla como obra de arte, cosa que yo hoy corroboro.
Jean Ra
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7
13 de junio de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo este policíaco, lleno de atracadores y personajes hechos misto que se mueven por un Los Angeles alternativo, me dio la sensación que el verdadero propósito era reescribir aquel "Le llaman Bodhi" de Kathryn Bigelow, que por mucho que tuviera puntos flacos, también tenía sus aciertos. A mí personalmente me agrada esa visión de los surfistas anarquistas que se costean su forma de vida atracando bancos disfrazados con máscaras presidenciales, a los que se les introduce un infiltrado que debe hallar la forma de ganarse su confianza para desmontar ese grupo desde dentro. Las historias de infiltrados es un ángulo del policíaco también muy querido en Hollywood, el problema es que se suelen simplificar quizá más allá de lo razonable, al punto máximo que están dispuestos a alcanzar los estudios es a fabricar una historia en la que el policía se encuentre caminando por un terreno resbaladizo, en el que pueda desarrollar cierta afinidad con su objetivo principal.

Es lo que más le falla a esa cinta de Bigelow, que el bueno de Keanu no se mancha demasiado más allá de la idea de traicionar a un tipo que en el fondo admira. "Destroyer" re-ordena esas piezas y llena el terreno de polvo y escombros, quizá se le va un poco la mano con esos tintes, y nos presenta a una policía que se manchó las manos más de lo necesario, tanto que se quemó. Kusama lo ha visto claro, en el fondo del personaje hay un conflicto entre el destino y el carácter, el melodrama de ser asignado a una misión contra el drama de la configuración interna del personaje. Según vemos, es ingenuo pensar que un policía puede camuflarse durante mucho tiempo en un ambiente sin contagiarse de rasgos de sus enemigos. Que se desarrolle simpatía por el diablo no es bastante, vivimos en un mundo plagado de tentaciones y señuelos que nos pueden llevar por el camino equivocado.

Y por eso el personaje de Nicole Kidman se siente como una perro-lobo. No se sabe a qué raza pertenece realmente, si está del lado del FBI o ya se ha distanciado demasiado. Una de las cosas que más chirría quizá sea esa pesada y reiterativa atmósfera de pos-tragedia, de ruina insalvable, aunque cuando se comprende cierta idea que maneja la directora (*) quizá adquiere algo de sentido, más allá que sea cierto que lo de recurrir a esa pose de fatalismo es algo que tiene tirón y parece que amplifica la dimensión de la trama. En el fondo nos gusta comprobar cómo otros han quedado más destrozados por los sucesos de la vida que nosotros mismos.

En los aciertos sin duda está el manejo de esa intrincada estructura narrativa, con la que la directora se complace en jugar hasta que al final da un giro 100% Hollywood para sorprendernos. También me convenció que la trama ocurrida en los 90 apenas si aparezca vislumbrarse a fogonazos. Sí, veo bien que la figura de Silas sea dibujada con pocas pinceladas, dejando espacio para la imaginación del espectador y alejándose de la excesiva admiración de otros villanos carismáticos que pudimos ver en "The Departed" o la mencionada "Le llaman Bodhi". La actuación de Kidman es de gran altura (el personaje se presta a ello), pero me niego a olvidar su actuación en "Birth", "Destroyer" no está entre sus mejores trabajos actorales.

Entre las cosas que me chirrían hay que señalar la ya mencionada atmósfera sobrecargada de dolor, los sub-trama de ella como madre con sentimiento de culpa y en el fondo, a pesar que en ciertos aspectos se atreve a llevar a su personaje a territorios pantanosos, en verdad la película es menos sórdida de lo que aparenta (**)

Si bien las críticas vertidas están justificadas, no me cabe duda que estamos frente a un policíaco hecho con ambición y talento, una historia sobre los efectos destructivos del tiempo, el desgaste que ocasiona la vida, y sobre la enorme tensión que surge cuando friccionan las diferentes esferas de una sociedad tan compleja que con tanto acierto está representada en esas imágenes (desde los impolutos edificios gubernamentales a los rincones más ruinosos y abandonados pasando por los centros de apoyo a los migrantes), todo enmarcado en un Los Angeles maravillosamente rodado, tanto que se puede decir que la calle transpira en la pantalla. Y eso es muy importante en cualquier Noir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jean Ra
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6
8 de marzo de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de esas películas de las que desconocía por completo su existencia y que sin embargo no está nada mal. En cierta forma se trata de un western urbano, en la que el pobre Michael Boll se cruza con el forajido Alex, quien sin duda ha hecho un máster en vicio y perversiones varias. Se las sabe todas.

Haciendo una lectura tirando a esteta nos encontramos que la historia del profesional cumplidor que topa con el fiestero follador viene a dramatizar el choque entre la personalidad diurna con la nocturna. El consciente y el subconsciente. La diurna obviamente es Michael, un especialista informático que se rige según los deseos de la sociedad pero que precisamente por eso se encuentra frustrado y con una personalidad algo apocada que le impide reaccionar satisfactoriamente frente a las tensiones. La nocturna es Alex, coronel general de la amoralidad, siempre ávido de bocados lujuriosos, criminales y buscando nuevas formas de manipular a quien se cruce en su camino. Su vida transcurre principalmente cuando las luces de las farolas se encienden y su juego preferido es cazar desprevenidos.

Koepp demuestra su buen oficio como guionista y de ese encuentro entre opuestos dibuja primero una amistad peligrosa que desemboca en violencia, en un thriller efectivo, narrado con buen pulso, y que esboza con gran soltura a sus personajes, situados hábilmente en un Los Angeles alternativo y noctámbulo, surtido de clubes privados a los que se accede con contraseñas y en los que se puede conocer a gente muy particular o escuchar música industrial. La primera cosa que me chirrió fue que Koepp exagera un poco el carácter de los personajes: Michael resulta demasiado infantil y Alex es gratuitamente malvado. Todo esto se perdona sin grandes esfuerzos gracias a que la historia, salpicada de aires Hitchockianos, sabe mantener el pulso y la tensión; sin embargo, al llegar el desenlace, el conjunto se malbarata con un final bastante pacato y moralista* que sin duda viene a complacer el gusto conservador de la todopoderosa distribuidora Unviersal. Es decir que sí, que les gustó la idea de ofrecer cierta travesía noctámbula y dionisíaca pero sin llevar las cosas muy lejos. Una pena, porque el final daba para más.

Deja la sensación que con los elementos anteriormente comentados la película ofrece la vía para una historia más potente y trasgresora. Y efectivamente así es. Años después David Fincher rodaría un filme en el que problematiza con la frustración de la clase media que cumple con los mandatos de la sociedad y le haría confrontarse con un personaje que viene a representar su anverso idealizado. No hace falta ser un genio para saber que me refiero a "El Club de la Lucha".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jean Ra
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7
12 de agosto de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Manipulación psicológica, una mosquita muerta que no lo es tanto, una vampiresa que tampoco lo es tanto, un fantoche triturado por el fuego de esas mujeres, entorno sofisticado... con esos mimbres un director en horas bajas, pongamos a Brian de Palma, que el pobre casi no se da cuenta por dónde le caen las hostias, lo único que puede conseguir es un producto mediocre y de morbo cutre como lo es "Passion". En cambio, un director en plena forma como Steven Soderbergh, capaz de transitar de películas de strippers mojabragas a otras de corte intelectual sin despeinarse demasiado (no tiene un pelo de tonto), queda un entretenimiento bien musculado y elaborado con su habitual talento para el encuadre milimetrado, el montaje preciso y el sub texto sutil.

Es un thriller prototípico, que como bien indica la propia palabra, pretende ser emocionante y como es habitual en el género, tira de algunas pequeñas artimañas para buscar esos giros que pretenden dejarte con la boca abierta. Algunas de esas jugadas resultan algo tramposas (*) y otras en un principio también, aunque si uno lo observa con perspectiva, se da cuenta que a grandes rasgos la jugada resulta más elegante de lo que aparenta y lo que en el fondo está haciendo es abrir el campo.
Es decir, que al inicio parece que el punto de vista de la película es del personaje que interpreta Rooney Mara, la víctima de una empresa sin escrúpulos, pero no es más que una cortina que tapa algunos engaños que luego se descubren cuando el narrador pasa a ser el personaje del psiquiatra interpretado por Jude Law, que sabe tanto como el espectador. Cuando eso sucede la alarma de estafa salta al instante. Parece que lo que empieza como una película critica con la industria farmacéutica, asemejándose así a “Contagio”, se desentiende del asunto para engañar descaradamente con la única intención de dejarnos con cara de bobo. Algo de eso sí que tiene, pero observemos que en la película contiene otra constante y que por lo tanto sus tiros se orientan hacia otra parte.

Es decir, que cuando el personaje del psiquiatra ve como su vida se desmigaja, su mujer parece renegar de él porque, por mucho que pareciera el marido ideal, lo que le interesaba era la vida cómoda que podía concederle. Él mismo se trasladó desde Europa a EEUU porque ahí la psiquiatría es un negocio mucho más lucrativo y no ha dejado de picar en todas partes por tal de multiplicar sus ingresos. Con eso, ante lo que estamos es de un thriller sin víctimas, todos los personajes parecen marcados por la codicia en menor o mayor medida. Para no revelar la parte más importante del argumento (*2), bastará con decir que ninguno de los personajes nunca están en un callejones sin salida, pero al final siempre prefieren lo material. No son sólo las farmacéuticas, en esta sociedad del enriquecimiento fácil parece bastante corriente aparcar la ética mientras las cuentas van engordando. Con eso, las herramientas del thriller sirven para realizar una meditación acerca de la sociedad de la avaricia y el engaño.

De todas formas, tampoco resulta despreciable el tercer cuarto, cuando todas las cartas están al descubierto y la película se convierte en una intensa partida de ajedrez mental a tres bandas. Ahí todos los personajes son capaces de defenderse y ya no quedan inocentes ni víctimas. Así que sí, estamos ante un thriller de manual. Que es el territorio dónde Soderbergh ha demostrado desenvolverse con mayor pericia, pues no siendo un formalista particularmente brillante y dado que como entertainer tampoco tiene la pegada necesaria, cuando afronta este tipo de films, de ambiciones más limitadas y sin pretensiones económicas demasiado altas, consigue obras tan curiosas y certeras como "El Halcón Inglés" o “Traffic”. Es en ese término medio dónde se le nota más suelto y acertado y se revela como lo que en verdad es: el Sidney Lumet de finales de los noventa y principios del siglo XXI.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jean Ra
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