Ella casi guapa, una versión adolescente de la idealista Barbra Streisand en "Tal como éramos". Él, un chico precoz, con una determinación impropia de su edad y un entusiasmo desbordante. Ambos cogidos de la mano atravesando el verano eterno de los años 70. Amor primerizo que Paul Thomas Anderson convierte en una aventura adolescente por las calles de Los Ángeles y su variopinto vecindario. Excentricidad y farándula como ya ocurría en "Boogie Nights".

"Licorice Pizza" es una película de optimismo efervescente, cuyo vitalismo se expresa corriendo. Correr como máxima celebración del amor. Como Dustin Hoffman corría en busca de su amada en "El Graduado", así corren nuestros protagonistas a todas partes. No tienen prisa sino alegría de vivir. "Licorice Pizza" es un oasis. Un remanso de paz que parece querer salvar a los espectadores de su propia histeria. Una película fuera de su tiempo por su anacrónico tratamiento de las emociones donde el sexo es lo de menos. Algo impensable en el cine de hoy. El amor va creciendo desde los cimientos de la amistad y las ideas. Encuentros y desencuentros, afinidades y discusiones como ya le ocurría a la pareja de "Tal como éramos". Una película terapéutica, como ese estado de latencia que flota en las películas de Sofía Cóppola.

No hay que olvidar que el mismo año que "Matrix" conquistaba la modernidad digital, "Magnolia" conquistaba la modernidad intelectual. El tiempo ha colocado a cada uno en su lugar, demostrando que con "Matrix" la flauta sonó por casualidad y que "Magnolia" es una obra maestra. Paul Thomas Anderson se ha consolidado como el gran profeta de la modernidad gafapasta. Entre el onirismo de Terrence Malick y el nervio de Scorsese, su filmografía está plagada de magníficas películas. Sin duda uno de los directores imprescindibles del nuevo siglo.

Volvamos por un momento a "El exorcista". La original de 1974. Uno de sus grandes atractivos era su vocación realista. Por eso la obra maestra de William Friedkin sigue tan fresca como hace 50 años. La obligación de una película es embaucar al espectador para que se crea lo que ocurre en la pantalla. Por ejemplo que Superman con sus mallas nos cause respeto en lugar de risa. Yo me creo "El Exorcista". Me creo a esa familia acomodada, su bonita casa y a Regan correteando por ella con su luminosa ingenuidad de niña. Pero sobre todo me creo la paulatina evolución de ese mal desconocido que, poco a poco, se apodera de ella.

"El Exorcista", a pesar de su festival de vómitos, nunca saca los pies del tiesto. El punto de vista de Friedkin siempre es naturalista. Precisamente porque lo sobrenatural es la excepción en un mundo racional con el que podemos identificarnos. El realismo enfatiza la anomalía paranormal.

"Expediente Warren" es todo lo contrario. Lo real es la excepción. Raro sería que en la película una manzana cayera de un árbol al suelo, sin hacer antes tres piruetas y dos giros con tirabuzón. Las leyes de Newton son impensables en una película plagada de criaturas diabólicas, pentagramas y conjuros. "Expediente Warren" es el Eroski de las almas en suplicio, la orgía soñada de Iker Gimenez, el Tinder de los fantasmas. En fin, no hay quien se lo trague.

Pero todavía puede ser peor. Señores productores de la franquicia: basta ya de efectos mil veces vistos. Recursos formales agotados que insultan la inteligencia del espectador. Basta ya de luces que parpadean, de figuras siniestras al final del pasillo o cuerpos poseídos que parecen bailar una capoeira. El abuso de tópicos es tan bochornoso que roza la parodia. Por un instante creo estar viendo "Scary Movie" enésima parte.

En 1977 el argumento de "Tigres de Papel" debía tener algún sentido, que ahora se me escapa. Eran otros tiempos y la sombra de la Nouvelle Vague era alargada.

A día de hoy la película resulta inaguantable. Un aburrimiento interminable. Escenas estáticas con personajes repantingados en el sofá, divagando, entre caladas de porro, sobre Marx y la explotación del proletariado. Su verborrea errática, de apariencia espontánea, es incapaz de disimular sus aspiraciones intelectuales. No ocurre nada. No hay nada salvo la presencia vacía de esos progres de mesa camilla.

Lo primero que llama la atención de "Tigres de papel" es que se oye fatal. Curiosamente la gran virtud de Fernando Colomo es la espontaneidad con la que dirige películas con pocos medios, pero la frontera entre naturalidad y dejadez es muy frágil.

La ausencia de artificio en el cine de Colomo transmite honestidad a través de historias que parecen fruto de la improvisación colectiva. Un retrato desenfadado de la España de transición que, sin ser Berlanga, en ocasiones logra hacernos reir. Pero éste no es el caso.

Furgón blindando, fusiles automáticos, un atraco y muchos rascacielos. Eso significa que estamos en Los Ángeles y el cine de acción ha resucitado. Hace unos años esta película hubiera sido un "blockbuster" del montón pero actualmente es una excepción. Hemos pasado unos años literalmente enfermos y el cine ha cambiado mucho. Asfixiados por el imperativo feminista, la deriva social de Hollywood y la anti-épica de "Nomadland" da la sensación de que la aventura clásica no pasa por su mejor momento. La guinda de esta decadencia la ha puesto Bruce Willis anunciando su retirada. Por fortuna todavía quedan directores como Peter Berg, David Ayer o el propio Michael Bay que nos recuerdan que la épica resiste.

Dicho esto hay que reconocer que "Ambulance plan de huida" no es una buena película. El ritmo vigoréxico alcanza límites absurdos. A Michael Bay se le va la mano con los barridos de cámara, las angulaciones imposibles y los contrapicados. Prácticamente todos los planos están torcidos. Bay confunde (otra vez) el entretenimiento con la necesidad de un clímax perpetuo. Se echa de menos una pausa; un plano fijo; un espacio para respirar.

Pero no todo es malo en esta película llena de sarcasmo. Son impagables las irónicas referencias del director a su propio cine, añadiendo en los diálogos guiños a películas como "La Roca" o "Policías Rebeldes". Bay convierte en caricatura a personajes exageradamente progresistas como el detective gay o la enfermera empoderada. Mensaje ambiguo que se posiciona del lado del buenismo al tiempo que lo ridiculiza. Un Michael Bay gamberro que parodia lo políticamente correcto colocándolo en mitad de un carnaval de explosiones, coches volando por los aires y violencia masculina.

En resumen: si Michael Bay ha vuelto significa que hemos vencido al Covid.

Teniendo en cuenta los ingredientes de la receta el empacho era previsible. Un maridaje imposible a base de incendios de montaña (digitales), asesinos implacables, niño lechuguino y el rostro de palo de Angelina Jolie. Un pequeño traspiés para un director que camina con paso seguro, aunque en esta ocasión los árboles de la comercialidad le han impedido ver el bosque del buen cine.

En pocos años el apuesto actor Taylor Sheridan ha pasado de ser el Sheriff de la serie "Sons of Anarchy" a guionista de grandes películas como "Sicario" y "Comanchería". En 2017 se estrenó como director del tenso thriller "Wind River". Tanto como actor, como en su faceta de director, el universo de Sheridan es inseparable del western de raíz patria, que en su cine recupera desde una perspectiva social, añadiendo a la castiza tradición "yankee" inquietudes contemporáneas como la conciencia ecologista, la marginación de las minorías nativas o los estragos del capitalismo.

"Aquellos que desean mi muerte" arranca con un atractivo sabor a película de género, con niño en peligro y Angelina como la agente forestal encargada de su protección. Un refrito nostálgico entre "Único Testigo" y "El coloso en llamas". Pero la incoherencia, en crecimiento exponencial, se apodera de una historia cuyo argumento delata un voluntad apresurada por hacer taquilla. Pese a ello Sheridan intenta transmitir el espíritu indómito de los bosques de Montana, pero su esfuerzo no logra levantar el desastre. Ni siquiera la escena de un caballo salvaje en mitad de una pradera es capaz de hacernos olvidar que asistimos a un entretenimiento vacío.

No hay forma de tomarse la película en serio, pero podemos contemplarla como una falla valencia. Mientras el fuego cautiva nuestra mirada, podemos divagar imaginando a Angelina como fallera mayor, el niño el Ninot indultado y Sheridan disfrazado de bombero torero.