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España España · MADRID
Críticas de Laura
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Críticas 62
Críticas ordenadas por utilidad
9
20 de junio de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La dureza de los que tienen que inmigrar nos trae una nueva película original y alejada de los estereotipos, de la mano de la directora argentina Julia Solomonoff. La cinta se titula Nadie nos mira (Julia Solomonoff, 2017) y se centra en el día a día de Nico, un actor homosexual que está en Nueva York en busca de su oportunidad, tras dejar una complicada relación con un hombre casado. Lo primero que hay que destacar en la película es la lucha de Nico por encontrar su identidad, en una ciudad enorme pero propensa a la deshumanización. Porque después de todo, ¿quién es Nico Lenke? Uno, si se queda en la superficie, puede pensar que es un actor argentino que ha tenido bastante éxito en su país, gracias a varias telenovelas, y que ahora ha decidido ir a Nueva York para hacer su carrera aún más exitosa. Sin embargo, en un nivel más profundo uno descubre que este personaje está en Nueva York más que por elección por necesidad, llevando una vida que no se asemeja en nada a la de un actor de éxito. Muy al contrario, podríamos definir a Nico como un personaje “borderline”, ya que se encuentra permanentemente al límite, con muchos problemas de índole económica y sentimental.
De este modo la ciudad de Nueva York se presenta como un lugar más de desencuentro que de encuentro, en la que Nico tendrá que poner en suspenso su identidad maltrecha para prestarse al azar. Un azar doloroso que le hace invisible ante todos, por mucho que él sea un actor conocido en su país. Solamente alguna niñera hispana le reconoce y esto sumado a los numerosos problemas que tiene para encontrar algún proyecto, provocan que Nico busque las miradas ajenas a través de las cámaras de seguridad, con las que se va topando, en una actitud desafiante propia de aquel que está perdiendo su especificidad en favor de la más triste alineación. Por suerte, Nico tiene un lugar al que regresar si el frío de la ciudad y la soledad se tornan letales. Al fin y al cabo él no es ya un niño y después de subir tantas pendientes con su bicicleta las fuerzas empiezan a flaquearle.
Para localizar esta historia Solomonoff decide sorprender al situar su cámara frente a un Nueva York distinto, alejado de las típicas imágenes de calendario, fruto seguramente de la experiencia de la propia directora. Sin olvidar el pulso exquisito que Solomonoff demuestra al filmar a este hombre sensible que cuida a un bebé y mira con nostalgia las fotografías junto a un amor que se sabe tóxico. La puesta en escena es muy sencilla y naturalista, pero tiene algunos momentos muy bellos y profundos como esa conversación de Nico con su antigua pareja a cerca de las diferencias entre “ser” y “estar”. Sin darse cuenta Nico ha perdido su ser y tendrá que intentar recuperarlo como sea.
Laura Acosta
planoamericano.wordpress.com
Laura
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Dancer
Documental
Reino Unido2016
7,2
808
Documental, Intervenciones de: Sergei Polunin
9
20 de marzo de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sergei Polunin (Ucrania, 1989) lo fue todo en el mundo de la danza. En 2009 con diecinueve años se convirtió en uno de los bailarines principales del British Royal Ballet School y a los veinte años fue el bailarín principal más joven en la historia de la compañía. Sin embargo en 2012 Sergei decidió dejarlo y acabó refugiándose en Rusia donde, gracias al bailarín Igor Zelansky, consiguió ser bailarín principal en varias compañías importantes. Pero su hastío era tal que en 2014 Polunin decidió abandonar la danza, a un nivel profesional, con un último vídeo de despedida. Una coreografía de la canción de Hozier, Take me to church, que consiguió al instante ser uno de los vídeos más virales del momento. ¿Cómo es posible que con todo el éxito y admiración que suscitaba Polunin decidiera abandonar en su plenitud? Dancer (Steven Cantor, 2016) nos lo cuenta a través de un recorrido por su infancia, en un pobre barrio de Ucrania, hasta su última coreografía rodada en Miami.
En un primer momento, uno al ver el documental piensa en todos los artistas y genios atormentados que llegan a la cima de sus profesiones para después abandonarlas de forma traumática. Polunin era un genio de la danza, con unas capacidades naturales que podía perfeccionar, pero que no se pueden aprender desde cero. Hay un momento del documental en el que su madre cuenta como al nacer las enfermeras se asombraron al ver la capacidad que tenía para abrir las piernas. Sergei era un niño hiperlaxo, con una destreza inaudita para abordar los saltos. Él literalmente podía volar, durante unos segundos, y controlar su cuerpo con una delicadeza infinita. La gente sacaba las entradas con meses, para verle a él únicamente. Y aquellos que repetían asiduamente juraban que cada noche hacía algo especial. Era un tipo único y también era un genio insatisfecho. Desde muy joven se tatuó gran parte del cuerpo, como queriendo renegar de esa institución tradicional que penaliza los cuerpos distintos. Además se grababa fumando y bebiendo y no ocultaba su consumo de drogas para rendir al máximo nivel. Por todo ello Sergei pronto se ganó el apodo de rebelde. Aunque después de ver el documental uno le puede ver simplemente como un niño asustado, que tuvo que cargar con demasiada presión sobre sus espaldas. Con sus diferencias, su historia recuerda mucho a la de Andre Agassi, que tan bien descrita está en su autobiografía. Los dos fueron unos rebeldes en sus profesiones y unos genios. Los dos estuvieron cerca de los infiernos y los dos tenían una relación de amor-odio con sus trabajos. Agassi odiaba y amaba el tenis, fruto de una relación problemática con un padre represor y Polunin comenzó su amor-odio hacia el baile tras tomar conciencia de que su familia no volvería a ser nunca la misma.
La familia Polunin era una familia pobre que tuvo que hacer muchos esfuerzos para que el hijo pudiera estudiar en la prestigiosa British Royal Ballet School. Mientras Sergei y su madre estaban en Londres, el padre tuvo que irse a Portugal a ganar dinero y la abuela marchó a Grecia a cuidar a una persona mayor. A todo esto hay que añadir que nada más llegar, la madre de Sergei se vio obligada a marchar (por problemas con su visado) y Sergei, que solo tenía trece años, se quedó solo en Londres. Así que desde muy pequeño Sergei supo que no podía decepcionarles. No después de que su familia se hubiera separado. Por ello él era el primero en llegar a clase y el que se quedaba hasta que cerraban ensayando. De alguna forma su madre había depositado todas sus esperanzas de futuro en él. Por nada del mundo quería que tuviera una vida como la que ellos habían tenido y en el baile vio una esperanza para su hijo. Pero cuando Sergei se enteró de que sus padres se iban a divorciar y de que por mucho que ensayara y por muchos aplausos que generara en los escenarios, su esfuerzo no iba a servir para unir a su familia, el baile dejó de ser su motivación principal. Ya no tenía fuerza para seguir aguantando los dolores que inevitablemente le inundaban después de cada actuación. Resulta muy potente visualmente una secuencia en la que vemos a Sergei solo y exhausto en su camerino tras un número. Apenas puede respirar, su asistente le tiene que dar agua y sus piernas están repletas de magulladuras. Sin duda el baile es un arte duro que necesita de la mayor de las motivaciones y en ese instante dudamos de la motivación de Sergei.
Porque ¿él había elegido el baile o el baile le había elegido a él? Sergei reconoce que solo por esos instantes en los que se suspende en el aire, merece la pena bailar, pero al mismo tiempo se da cuenta de que quiere hacer otras cosas. Por ello finalmente decide dar por finalizada su carrera profesional en la danza, con una preciosa coreografía, hecha por uno de sus mejores amigos y compañero en la British Royal Ballet School. La canción elegida es Take me to church, una canción alejada del clasicismo que imperaba en sus actuaciones y que se puede leer como un canto de amor a la danza.
Respecto al documental en sí, llama la atención la enorme cantidad de material audiovisual con el que cuenta. Podemos ver vídeos caseros de la infancia de Sergei en Ucrania, de sus años en Londres o de su paso por Moscú. Sin duda Cantor se aprovecha de la contemporaneidad de su personaje para hacer un documental muy pegado a la tierra y que destila gran amor hacia la danza.
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Laura
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8
28 de enero de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el año 1990 Martin Scorsese se sacó de la manga una de sus películas más redondas y más recordadas entre público y crítica. Se trata de Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990) en la que el realizador italoamericano radiografiaba a la mafia y a sus mafiosos. Exactamente Scorsese nos cuenta la historia de un niño, fascinado por los mafiosos de su barrio, que con el paso del tiempo se va haciendo un hueco en la organización, hasta llegar casi a rozar la cúspide. Un viaje iniciático para Henry que Scorsese va a filmar crudamente y con una dosis de un humor negro muy socarrón. Muy significativo y logrado está ese inicio en el que vemos a Henry conduciendo tranquilamente, junto a Jimmy (Robert De Niro) y Tommy (Joe Pesci), hasta que unos ruidos se escuchan. No sabemos que es y ellos también parecen confundidos. Uno dice que puede ser que hayan atropellado a alguien. Otro sugiere que puede ser un pinchazo. Hasta que finalmente paran y se dan cuenta que el problema está en el maletero. El tipo que pensaban que estaba muerto no lo está, así que tienen que solucionarlo de la forma más rápida posible. Deben cargárselo.
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Laura
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8
28 de enero de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Patricia Highsmith es posiblemente una de las escritoras que cuenta con mayores adaptaciones cinematográficas. Muchas veces cantidad no es igual a calidad, pero en el caso de las películas basadas en la obra de la norteamericana hay tres que cuentan con un gran respaldo. En primer lugar se puede mencionar Extraños en un tren (Alfred Hitchcock, 1951), después llega la reciente y maravillosa Carol (Todd Haynes, 2015) y por último, aparece El talento de Mr. Ripley (Anthony Minghella, 1999).
El caso que nos ocupa es el de El talento de Mr. Ripley, una cinta que narra las peripecias de un joven del montón, que gracias a sus dotes para la mentira y la usurpación, consigue inmiscuirse en las vidas de una estirpe de ricachones americanos. No obstante, lo que en un inicio parece cosa de un buscavidas sin noción de los límites, se acaba convirtiendo en algo más parecido al macabro plan de un psicópata. Como se puede deducir en El talento de Mr. Ripley el protagonismo absoluto lo ostenta Tom Ripley (Matt Damon). Un Tom Ripley, al que desde su inicio Minghella va a presentar siguiendo la narrativa tradicional del doble.
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Laura
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7
28 de enero de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Extraños en el paraíso (Jim Jarmusch, 1984) cuenta las aventuras, en Estados Unidos, de dos amigos, uno americano y otro húngaro y la prima del segundo, que acaba de llegar al país. Poco más se puede decir de la trama, ya que desde el primer momento Jarmusch privilegia los planos contemplativos y la inacción de los personajes, por encima de las densas líneas de diálogos o los grandes giros argumentales, centrándose el director , sin florituras, en la dureza de la inmigración que personifican Willie (John Lurie) y su recién llegada prima, Eva, (Eszter Balint). Llama la atención que estando Willie instalado en Nueva York, cuna del sueño americano y escenario de gran parte de las películas y libros que todos admiramos e idolatramos, en ningún momento aparezca algún plano reconocible de la ciudad, para que el espectador calme su placer fetichista. Posiblemente esta decisión tenga que ver con el deseo del director por despersonalizar los espacios, y en concreto la ciudad, para así reflejar mejor la monotonía de sus personajes y la inmensidad a la que se enfrentan. Prácticamente Willie, Eva y Eddie (el amigo americano de Willie) deambulan en todo momento solos por ciudades frías y desiertas. En ese sentido, es muy bonito y revelador el plano de ellos tres, en Cleveland, frente a un paisaje nevado que difumina el horizonte y los empequeñece frente a la inmensidad de la naturaleza que están contemplando.
El tono de la película es por tanto aparentemente ligero y chistoso, pero por debajo pueden sacarse muchas críticas a la sociedad americana. Jarmusch decide despojar a sus personajes de cualquier signo de actividad y en todo momento los vemos ociosos. No hacen más que ver la televisión, fumar y, en el caso de Willie y Eddie, jugar a las cartas. Unas actitudes que nos hacen ver su precaria situación, alejados de la acomodada vida que uno puede esperar encontrar en Estados Unidos y que convierte a los personajes en borderline, ya que malviven con los billetes que van sacando en algunas partidas de cartas.
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Laura
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