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Críticas de La mirada de Ulises
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Críticas 114
Críticas ordenadas por utilidad
7
24 de noviembre de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es fácil acercarse a la muerte sin caer en la amargura nihilista, sin derivar hacia lo grueso y macabro, o sin empaparse de un humor negro que no supera el nivel más superficial. Uberto Pasolini lo consigue en "Nunca es demasiado tarde", una historia triste y extravagante en apariencia, pero positiva y esperanzada en el fondo. De alguna manera, el director italiano es capaz de convertir un lúgubre funeral sin familiares en una auténtica fiesta de humanidad, y de hacerlo desde el minimalismo y la contención, sin aspavientos ni reclamos sentimentales, con una mirada profunda y sensible. El protagonista es John May, encargado en el ayuntamiento de organizar el entierro de aquellos que mueren sin conocidos ni parientes. John es un hombre gris y solitario, metódico y minucioso hasta la obsesión, perfeccionista y rutinario hasta la saciedad. Pero todo cambia cuando le comunican que va a ser despedido por recortes en la administración, y entonces solo le permiten terminar con el caso que tiene entre manos.

Los primeros planos nos dan el toque cómico y lacónico, un tanto original y excéntrico, de la historia y del personaje. La repetición de lugares y de situaciones anodinas, la planificación áspera y seca, el melancólico rostro de Eddie Marsan que se mueve entre el aburrimiento y la compasión... todo nos introduce en el mundo de un funcionario de misterioso pasado, dedicado en cuerpo y alma a organizar el último adiós de los desamparados. La mirada de Marsan/May tiene un punto de frialdad pero también otro de ternura, es perpleja y sobria para relacionarse más allá de la cortesía funcionarial, y un tanto opaca y críptica para mostrar su alma y su pasado. Su mérito -y el de Pasolini- está en que atisbemos detrás una vida difícil y de soledad, un deseo de entrar en contacto con otros... aunque sean muertos, una necesidad de afecto que parece encontrar salida en Kelly Stoke. Sería interesante elucubrar por qué dice que le gusta ese trabajo, qué aprende de la vida de su último muerto -Billy Stoke- como para quererle imitar en el suceso del cinturón.

En cualquier caso, John May es un coleccionista de soledades muy particular y ciertamente enigmático, que alimenta la suya con fotografías que parecen darle la vida que no tiene, que trabaja a conciencia... primero por perfeccionismo y después por sentimiento, en una evolución recogida con delicadeza y mostrada con enorme sutilidad por el director. En esa línea, el desenlace es la verdadera joya a la corona, momento pleno de humanidad y de trascendencia, auténtico espejo de una vida que encuentra su reconocimiento con la misma discreción con la que pasó por la Tierra. Por eso, la austeridad de Marsan y el minimalismo de May exigen un espectador paciente y sensible al mundo interior, porque esos cadáveres han tenido mucha vida y aún tienen cosas que decirnos si uno está dispuesto a escucharles, porque "nunca es demasiado tarde"... para recibir el último adiós.
La mirada de Ulises
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7
5 de junio de 2014
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando aún está reciente la campaña de las elecciones europeas, cuando las dimisiones y abdicaciones están a la orden del día, cuando la clase política está en el ojo del huracán y en boca del ciudadano, la cartelera nos ofrece "Viva la libertà" para reírnos un poco -y preocuparnos algo más- por este circo mediático y esta crisis de valores que estamos presenciando. La comedia la firma el italiano Roberto Andò, pero el alma de la sátira política es Toni Servillo... que allá donde aparece eclipsa al resto del personal. Además, aquí realiza dos papeles para dar vida a hermanos gemelos y en cierta medida antagónicos, quizá para mostrarnos cómo es el político de nuestras democracias y cómo debería ser.

En Italia, el partido de la oposición atraviesa una crisis y el descontento es tan manifiesto que su líder, Enrico Oliveri, decide desaparecer sin dejar rastro. En ese interim, a su asesor no se le ocurre otra cosa que acudir al hermano gemelo del político, Giovanni, un filósofo bipolar recién salido del psiquiátrico. La suplantación tendrá efectos asombrosos, y el cambio generará ilusión en el pueblo y sorpresa en unos correligionarios que ven cómo el partido obtiene unos resultados inimaginables. Pero era algo coyuntural... porque cada uno debe volver a su lugar en el mundo, aunque sea habiendo aprendido una lección o disfrutado de unos días en contacto con unos elefantes políticos que se habían olvidado de vivir y de la misma gente.

Resulta difícil encontrar dos personalidades tan distintas como las de Enrico y Giovanni: la seriedad del político que todo lo supedita a ganar unos votos frente al desparpajo de quien no tiene miedo a perder, la ambigüedad y vaciedad del discurso del primero frente a la claridad y autenticidad del segundo, la distancia que los intereses de partido generan respecto al pueblo frente a esa voluntad de bailar o acercarse a él sin temor a rebajarse o dar un traspiés en su imagen. Mucho aprende Enrico leyendo en el periódico lo que su hermano está haciendo en Italia, y mucho aprende en el set de rodaje en París... porque ese encargado de atrezzo o la chica del rodaje le ayudan a ser más humano y sincero. Quizá por eso, la gratitud que le manifiesta a su hermano no sea tanto por la recuperación de su imagen y por el ascenso del partido, sino por la lección humana que ha recibido... de un loco. Y todo gracias a Toni Servillo.

Desde luego, Giovanni rompe la cintura a la clase política y también pide un nuevo molde para el dirigente del siglo XXI. En la cinta, su discurso es ingenioso y despierta ilusión e incluso esperanza... porque dice verdades y porque no tiene miedo a la imagen que da. Pero, no nos engañemos, son también palabras fáciles y una oratoria hueca -al servicio del mensaje de la sátira, está claro-, propias de alguien alejado de la realidad tanto como su hermano Enrico. Al final, es posible que el director italiano quiera decirnos que el político tiene algo de locura y que vive en otro mundo, que inventa una realidad que le permita convencerse de sus ideas o que le ayude a continuar en la pomada. Y a nosotros nos gustaría haber asistido a la muerte de la impostura política, y que Enrico haya aprendido a reír y a canturrear como su hermano, en un escena final que desconcierta al mismo asesor... que duda si está ante Enrico o ante Giovanni.
La mirada de Ulises
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7
14 de mayo de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
De nuevo nos encontramos el blanco y negro en la pantalla, quizá como huella de libertad creativa o quizá como manifestación estética de una vitalidad que no precisa del color para mostrar la alegría de vivir. Así se nos presenta "Frances Ha", película de Noah Baumbach estrenada recientemente y que se acerca a una realidad tan juvenil y auténtica como desorientada y perdida. La trama es mínima y se reduce al deambular cotidiano de Frances por Nueva York, Sacramento o París..., por uno y otro piso alquilado con amigos, prestado por ellos o en un colegio mayor..., por un trabajo como bailarina suplente o secretaria de una compañía, como camarera o sin hacer nada... Así es la vida de esta joven de veintisiete años, que no sabe si es vieja o joven, si es un "espantachicos" o simplemente no quiere compromisos, si su vida tiene futuro o si va huyendo hacia adelante por los resquicios que encuentra en su caminar.

Sin duda, la película de Baumbach respira frescura, libertad, chispa, energía. Es la que tiene su protagonista cuando tiene que abrirse paso en un entorno laboral difícil, cuando se adivina un desencanto afectivo quizá fruto de relaciones anteriores... pero que no la sumen en la depresión ni el encerramiento en sí misma o en su apartamento. Frances encarna el espíritu del ave fénix, el de un renacer continuo frente a la adversidad y la decepción, sin cejar en su intento por ser feliz o en tener un piso propio con su nombre en el buzón... aunque sea renunciando a parte de su apellido. Los amigos y amigas se le van escapando, lo mismo que los trabajos... y sin embargo, ella continúa su baile con la vida, su corretear alegre por las calles, su volver a empezar. Su juventud es una coreografía continua, libre de ataduras y también de cualquier conciencia moral o de normas sociales. En ese sentido, su cuerpo tiene la flexibilidad de la bailarina y su cabeza el desorden de quien no se ha asentado en la vida -así se lo dice su amiga Sophie-, mientras que en su horizonte solo se percibe el qué haré hoy o mañana, a lo sumo.

Pero Frances también es el ejemplo de una juventud que huye hacia ninguna parte, que vive de emociones pasajeras y que elude responsabilidades que se prolonguen en el tiempo. Nuestra protagonista busca continuamente su lugar en la sociedad y no parece encontrarlo nunca, recorre lugares -estamos de nuevo ante una road movie- para no arraigar en ninguno... porque se mueve en el terreno de lo efímero y de lo virtual, de lo posmoderno. No hay moral que a uno le sujete ni conciencia que le recrimine, y por eso no hay culpa ni amargura... y todo se convierte en un recomenzar continuo sin un pasado que lastre las decisiones. Cada presente se convierte en un refugio de uno mismo, y el futuro no es otra cosa que una ilusión y una fantasía. Y así, esta juventud posmoderna no consigue superar una adolescencia que se prolonga con los veintisiete años.

El director traza una planificación cuidada y precisa en su duración que sabe fijar la cámara para capturar trozos de realidad, con un ritmo ágil que responde al vitalismo de la protagonista, con un hermoso blanco y negro que da cuenta de la autenticidad del trabajo, con una banda sonora pletórica de ganas de vivir. Indudablemente, estamos ante un autor y una propuesta con personalidad, y también advertimos la chispa de inteligencia y sensibilidad, de comicidad y aparente ligereza. Carece solemnidad y no abusa de los subrayados, se advierte el retrato certero de una juventud que vive el presente... quizá porque el futuro es incierto. Pero no hay mayor profundidad en sus reflexiones ni contemplación en su acercamiento a la realidad; sí hay, en cambio, belleza en su tratamiento estético y una elegante dirección de actores en donde sobresale la interpretación de Greta Gerwig. Por eso, con las salvedades apuntadas, se trata de una película recomendable para cinéfilos y espectadores que quieran un cine no demasiado comercial.
La mirada de Ulises
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6
9 de abril de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando sobrevivir se convierte en el objetivo de cada día y la desesperación hace acto de presencia, todo parece estar permitido con tal de sacar a la familia de la miseria. Incluso quien lleva el peso de esa responsabilidad puede sentirse tentado de ponerse la piel del lobo... en una jungla donde solo los más astutos resisten. Así es la vida de Óscar, el protagonista de “Metro Manila”, que un día coge a su mujer y a sus hijos y huye del campo a la ciudad, esperando encontrar una vida mejor. Lo que le espera, sin embargo, son los arrabales de Manila, un trabajo como guarda jurado de un furgón blindado... y una trama de corrupción, engaño y violencia en la que se ve involucrado y que le obliga a asumir un dudoso código moral para salvar el pellejo. Todo queda justificado si de lo que se trata es de que su mujer deje de prostituirse en un club nocturno, de que su hija pueda ir al dentista, de tener algo para comer…

La película que dirige el británico Sean Ellis es la crónica familiar de un viaje de la inocencia al desamparo, trazado con estilo realista, que recrea la sordidez de unos ambientes turbios donde los personajes no parecen tener otra opción que la de huir hacia adelante. Una fotografía oscura y sucia que parece empaparse de la miseria reinante, una planificación cerrada y por momentos trepidante que sume al espectador en tensión permanente, o un uso del sonido y del silencio que buscan el impacto emocional... son recursos para una historia de violencia y también de amor sin límites. Asistimos al sacrificio que un padre está dispuesto a hacer para sacar adelante a su familia, a la auto-inmolación que llega a límites de gran crudeza y frialdad. Solo el rostro de Jake Macapagal y su mirada al futuro en busca de un rayo de esperanza ofrecen el contraste necesario en esta jungla urbana.

La cinta de Ellis comienza con una lograda e impactante ambientación local, retrato de un entorno de pobreza y de una lucha humana por salir a flote... ya sea en el arrozal o en el asfalto, y discurre entonces por terrenos melodramáticos y pictóricos. Esos momentos en que un extranjero mira la realidad de una gran urbe son quizá los mejores, los que tienen más personalidad, con imágenes que hablan por sí solas. Sin embargo, pronto esa atmósfera se diluye en el caos al derivar hacia el thriller y la acción, y la poesía cede ante la narrativa, y sus personajes pasan a mostrarse por sus respuestas en una espiral de violencia, mientras el vértigo y el temor hacen que se tambaleen los principios de Óscar.

En esa selva de sangre y atropello, Ellis nos ofrece tipos nihilistas y sin escrúpulos junto a otros que entienden el sentido del sacrificio y las normas de conciencia. Y la dureza de algunas imágenes se contrarresta con el humanismo de otras, de forma que el espectador pueda respirar en medio de tanta corrupción. La película, rodada en tagalo, está bien rodada y avanza con buen ritmo, y ha sido nominada por Gran Bretaña para los Oscar® como mejor película en habla no inglesa.
La mirada de Ulises
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5
8 de julio de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wendy es crítica literaria y maneja la palabra con inteligencia. Pero se ha olvidado de vivir y de mirar a quienes le rodean, y quizá por eso ahora esté en trámites de divorcio en su matrimonio. Acuciada por a necesidad de abrirse al mundo y no permanecer encerrada delante de sus libros, decide aprender a conducir... y ahí es donde conoce a Darwan, profesor de una autoescuela -es sij y refugiado político- que la enseñará a ir por la carretera y por la vida. Básicamente esto es lo que nos cuenta "Aprendiendo a conducir", última película de Isabel Coixet y un paso más en su carrera hacia un cine cada vez más descafeinado. Lejos queda la sutileza, intimismo y poesía de títulos como "Cosas que nunca te dije" o "La vida secreta de las palabras"... porque después llegaron historias anodinas y convencionales, con sentimientos explícitos y algo burdos, con personajes banales y carentes de alma. Y en esa línea hay que situar esta película, aunque su tono optimista marque una diferencia.

A la cinta y a Coixet le salvan Ben Kingsley y sobre todo Patricia Clarkson. Son ellos quienes dan vida a esa pareja de extraterrestres que no se encuentran cómodos en la urbe neoyorquina, uno por pertenecer a una cultura diferente y otro por vivir en el mundo de las letras. Ambos se sientan en la parte delantera del coche para guiar sus vidas con un volante y unos pedales. Él dispone de un espíritu trascendente que le hace ser "un buen hombre", y ella de una capacidad de decisión que la ayuda a no frenarse ante los obstáculos. En la diversidad se entienden y sintonizan, y la culpa de esa complicidad la tienen los dos actores, magníficos y capaces de crear una atmósfera que la directora no ha sabido generar. Su planificación es anodina y su ritmo narrativo átono, y Coixet no consigue un solo clímax dramático ni emotivo, para discurrir todo a la espera de un final donde es evidente que Wendy aprenderá a conducir y a conducirse.

Por otro lado, la metáfora del coche como vehículo para la vida es simple y limitada en su obviedad. Interesante es la doble perspectiva para llegar al matrimonio, como acto concertado o como fruto del amor personal. Cuestión de cultura, y ahí está el resultado... pero ayuda a pensar. Gracias a Dios no desarrolla esa tesis porque el tono de la cinta es otro, más liviano y también más optimista. Y eso hay que agradecérselo, lo mismo que los apuntes cómico-irónicos que respiran algunas situaciones, aunque hubiera estado bien que enganchase al espectador por la vía de la emoción... y no lo hace. En definitiva, una película para ver a Clarkson y a Kingsley... pero no a Coixet, que parece haberse diluido en el mapa de las palabras de Nueva York.
La mirada de Ulises
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