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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Críticas de Jean Ra
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Críticas 261
Críticas ordenadas por utilidad
9
31 de enero de 2006
39 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo importante es tener una buena historia y saber como contarla y Fucking Åmål es prueba fehaciente de ello. Quién necesita una fotografía preciosista, una épica banda sonora o unos rostros famosos si a cambio se cuenta con un guión excelente, una dirección acertada y unas actores verdaderamente naturales? Es con la honestidad y con la naturalidad que esta película atesora que una historia romántica consigue llegar y desprenderse de la cursilería y la ridiculez y encima no aburrir.

Estamos ante una película de adolescentes pero no se puede comparar esas americanadas tan exageradametne zafias y cargadas de absurdos; en esta película se nos muestra un desmenuzamiento muy lúcido de lo que es la adolescencia y se nos enseña a unos jóvenes perfectamente creíbles que no necesitan hacer el ridículo para transmitir algo. En verdad parece que estén sintiendo lo que les va sucediendo. Y además una historia de homosexualidad, pero que no explota su lado morboso, esta no es de esas películas. Prima la sinceridad y como muestra un botón: ese espléndido beso en la parte trasera del coche, uno de los besos más honestos y maravillosos visto en el cine.

Para mí se trata de una pequeña gran joya, una de las mejores películas románticas que he visto jamás. No se la pierdan.

Tanto se nota que me maravilló?
Jean Ra
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4
27 de noviembre de 2008
76 de 122 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede que Dreyer fuera pionero en eso de la autocomplacencia cinematográfica europea, pero Renoir consiguió superarle con creces. Mientras que el danés se esforzaba en cuadrarlo todo con su estricto código moral, el gabacho fue más allá e intentó por todos los medios satisfacer principalmente a su propia persona, que para algo era el más guapo (según la opinión de su mamá). Si pensáis que miento, recordad entonces quien (incomprensiblemente) al final de todo se lleva el gato al agua en 'La Regla del Juego'. Tan increíble como cierto. Por lo visto, con la edad, Renoir no ganó en sutilidad y en 'El Río' decidió pasarse por el forro las indirectas y colocó a Arthur Shields como su nada disimulado alter ego sosainas para que fuera el epicentro dionisíaco de las cutre-pasiones de las desfavorecidas hijas del fabricante de cáñamo, las cuales echan chispas de entre las piernas cada vez que divisan en el horizonte la cara de acelga del capitán Renoir, personaje mal escrito y mal interpretado dónde los haya que eleva la obra a la dimensión de pantomima egocéntrica.

Mal que pese, a Renoir no se le puede negar su talento para la composición visual de los planos, que resultan muy agradables para la vista, consigue encontrar una serie de imágenes encantadoras y cargadas de un exotismo que a buen seguro en los 60 y los 70 debieron ser la sensación entre los hippies que aspiraban viajar a la India en busca de espiritualidad gratuita. Ahora bien, lo que tampoco se le puede negar es lo machacona que llega a resultar la voz en off, que de tan omnipresente debería alcanzar el estatus de audiocomentario. Ningún favor le hace a la película tener que escuchar casi en cada dichosa escena obviedades rematadas en la voz de pito de Harriet, el personaje más detestable de toda la filmografía de Renoir debido a su carácter repelente y su enfermiza insistencia, tan cargante que dan ganas de romperle una botella en la cara. Ella, la madre que la parió y la niñera sabionda son las principales protagonistas de la sucesión de conversaciones que componen el esqueleto de esta película. Un torrente de diálogo fatuo que va a caballo entre lo ridículo y lo afectado, y que frena injustificadamente el desarrollo de la historia, ya de por sí bastante nulo.

Lo único que, por lo tanto, puede provocar El Río es un profundo aburrimiento supino. Más allá de un puñado de imágenes no le encuentro valor alguno, pues nada me ha aportado ni me ha dicho, me la traen al fresco sus metáforas visuales de los remeros navegando juntos por el río y como intenta mostrar la fragilidad de la vida con lo de la mordedura... me embotó tanto los sentidos que todas esas polleces me la pelan hasta el infinito y no me sale de los webs aprobarla a pesar de sus cualidades. Ahí le peten bien.
Jean Ra
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10
14 de abril de 2008
37 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquí el que escribe de vez en cuando le asalta la duda si no tendrá una cafetera o algo parecido en vez de corazón. Admito que no me es fácil entregarme así como así a las películas y emocionarme con ellas y la explicación a eso es que no todas las películas son tan maravillosas como La Escafandra y la Mariposa. Esta película de Schnabel es dueña de una sensibilidad enorme, tanto que consigue adentrarse en los recovecos de esa mente dolorida y trasladarnos esos posibles pensamientos a una pantalla de cine con una claridad magistral y convertir la película en una especie de experiencia sensorial. Nunca antes he visto un uso tan preciso del plano subjetivo, tanta coherencia y elegancia a la hora de relatar unas experiencias biográficas, de manera que los recuerdos y las fantasías aparecen y desaparecen con la mayor de las naturalidades. Se le nota tan libre y desenvuelta y su capacidad para hacerte partícipe de esa experiencia-viaje es tan grande que el conjunto está rebosante de fuerza y poderío, queda para la posteridad una obra conmovedora, profunda, apasionada y apasionante, rebosante de dolor... y de belleza. El contraste es tan fuerte que los momentos de las recuerdos y las imaginaciones tienen un aire casi épico, transmiten una grandeza que parecen que sean tuyos (¡y qué soberbia utilización de la banda sonora!).

Puede que, si te fijas, veas que en el fondo la película responde al arquetipo de película de superación personal que tanto gusta en los Oscars, no obstante está filmada y narrada con una pericia tan consistente y creativa que consigue hacer una gran película sacándola del terreno que tenía abonado, el de los melodramas, las melancolías sensibleras y recrear las imágenes de esta historia con generosidad, cuando lo más probable es que las manos de un director menos habilidoso hubiesen hecho una película muy estática y probablemente pesada (sí, te estoy mirando a ti, Isabel Coxiet). A parte de esa claridad a la hora de escenificar los recuerdos también ayuda el sorprendente sentido del humor que ataca cuando menos te lo esperas, que, sin llegar a frivolizar, también nos ayuda a comprender que nada, ni los momentos más duros, deben recibir un exagerado trato dramático y que nunca hay excusa para no imaginar. Para mí eso es sabiduría.

Fui al cine con las expectativas muy altas y, cosa rara, todas fueron saciadas. No recuerdo la última vez que me emocioné tanto en una sala de cine y que la sala estuviera medio vacía y a oscuras para que no me vieran lloriquear como una nena. Grandiosa de veras.
Jean Ra
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4
5 de julio de 2013
40 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curioso, sí. Por varios motivos. Es singular porque escribe libros para gente que no lee demasiado y dirige películas para gente que no ve demasiadas películas. Cuando escribe un guión o un libro no es porque esa idea sólo se pueda expresar por ese medio, si no porque parece que así le da el venazo y no hay más. No es que sea un escritor brillante a lo Goytisolo ni tiene ideas visuales grandiosas y dotes para el montaje como Paul Thomas Anderson. Nunca le he notado talento alguno. Toda su obra se basa en la búsqueda de ese aforismo de barra de bar insertado en una historia dónde abunda el elogio al perdedor, la amargura aséptica y de escaparate, la auto ironía indulgente y predomina, siempre, invariablemente el regusto meloso. Sea intencionado o no, siempre apunta al que es su feudo genuino: el articulito de dominical. Un producto orientado para gente que le gusta contactar con la cultura, aunque sin mancharse. Todo es convenientemente leve, agradable e inofensivo, con citas culturetas aseadas y convencionales hasta las trancas, idóneo para ser la opción refinada de los estantes de novedades, justo al lado de los libros de auto ayuda y los recetarios presentados por personajes televisivos.

Eso está en esta película. Su estilo visual inexistente y académico, sus reflexiones de sobremesa, el viejo que imparte lecciones desde su púlpito y la chiquita dulce, agradable y dúctil, con mucho labio y poca teta, de sexualidad inofensiva, catalizador de una historia sin demasiada hondura y sin demasiada brillantez, todo estupendo para reconfortarse después de otro día pesado en la oficina y no sentirse demasiado bruto por contentarse con el estrépito de los efectos especiales. Para darle algo de tono hace un poco de name-dropping chachi y por eso oyes por ahí los típicos de la alta cultura: Proust, Joyce, Faulkner, pero sin que tengas que conocerlos a fondo para comprender lo que se habla de ellos y sin que su cita luego tenga trascendencia alguna en las escenas. A ratos es simpático, pero la mayoría de las veces es cargante porque sus quejas suenan a jeremiadas, a tópicos que no llevan a ningún lado y que sólo pretenden ser el eco del descontento... pero dejándote al final con una sonrisa. En teoría. Igual que un encuentro en la escalera con un vecino simpático del que tienes buena opinión porque no lo conoces demasiado. A que todo suena a trivialidad? Para mí lo es. Y vano, que por eso elogia con tanta insistencia la sencillez, no porque ésa sea una perla de la experiencia como intenta fingir en la película, sino porque sus creaciones siempre han empezado y terminado en la simpleza y nunca ha alcanzado ninguna grandeza. Desde luego David Trueba no tira piedras contra su propio tejado, que tampoco es tonto como para eso.

A mí este hombre me empalaga. Y lo digo después de un libro y cuatro películas suyas. Estoy harto de sus tópicos, de sus manierismos, de sus chicas formales y pasivas, de su aire de profe enrollado. También digo que es curioso porque parece que se mete dónde no le llaman, que hace gestos para una universidad de ciegos y declama para los sordos, que todo lo que crea es huero y extraño, como si fueran de un planeta ajeno, un planeta al que espero no ir a parar nunca salvo en una pesadilla apocalíptica.
Jean Ra
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7
24 de enero de 2024
35 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
La carrera de Jonathan Glazer da tantos giros, los argumentos que traza e incluso sus depuraciones visuales son tan inesperadas y variadas, que me sorprendería que el director tuviera planificado a diez años vista los largometrajes que va a rodar. Tan pronto realiza una desestructurada pero estimulante película de atracos como una atmosférica y siniestra invasión de una extraterrestre que utiliza el sexo como anzuelo. El hilo que conecta esas piezas dispares, ya sea en "Birth" o en "Under the skin", podríamos observar que se trata de un impulso interno que late en sus protagonistas y que oculta un mundo interior verdaderamente oscuro, el cual, en "La zona de interés", alcanza su paroxismo: triviales e inofensivas escenas hogareñas de una familia protestante mientras en el fondo vemos y oímos detalles sueltos de uno de los mayores horrores del siglo XX.

El principal valor que yo le encuentro es la fotografía del polaco Lukasz Zal, que nos nutre los ojos con esos planos tan amplios, ocasionalmente interrumpidos con algunas imágenes de los rostros, tan sumamente milimetrados que nos transmite una sensación clínica, de frialdad de cirujano. Se adapta a la visión de su personaje principal, la mirada de un funcionario de la muerte. Para cualquiera que haya visto suficiente cine comprende lo complicado que es sostener la tensión narrativa mediante ese tipo de imágenes, algún tipo de pulso que mantenga la mirada del espectador, es fácil que decaiga y arroje al espectador al tedio, para manejarlo adecuadamente hace falta la mano de un buen cinematógrafo como Zal y un buen director como Glazer, que sabe qué objetivo persigue con esos medios. Y a mí me parece que evidente quiere reforzar el contexto, que la visión sea lo bastante amplia para que presenciemos el vistoso jardín pero que con columnas de humo de las incineradoras, todo encajado en un mismo plano, porque ese es el fin último del relato, sumergirnos en un mundo cotidiano, surtido de bagatelas como abrigos usurpados a las víctimas, semejante al de cualquier familia de clase media, y mostrar cómo se puede coexistir al lado de los peores crímenes.

Por lo tanto no me parece sólo una particular visión del Holocausto, la visión de Glazer alcanza más allá. Rudolf, el personaje principal, gran capataz de la maquinaria asesina, es mostrado como un hombre cumplidor y muy serio, encarnación del perfecto protestante, capaz de presenciar violencias infames en su jornada laboral y, al dar unos pocos pasos, atraviesa el umbral de su casa y se comporta como un padre sobrio pero con gestos cariñosos con sus hijas, que las recoge sin una mala palabra si las descubre sentadas en algún peldaño de la escalera en plena noche, mientras observan la puerta de casa que da al exterminio.

La separación total entre vida hogareña y actividad militar, me parece a mí, viene a reforzar la idea de lo oculto, de la negrura subterránea que recorre el fondo de la mente de Rudolf, a quien ya en la primera escena del río lo vemos cerrar los ojos y suspirar como saboreando con alivio ese pequeño respiro. En el fondo su cabeza está embotada de violencia. A diferencia de la formidable "El hijo de Saúl", los campos no son directamente mostrados, sólo en algún plano aislado se ve la cara de Rudolf supervisando sobre su caballo el funcionamiento de los campos, con los gritos de verdugos y víctimas de fondo, todo eso no puede ser enseñado de forma frontal, es demasiado horroroso, y así lo comprendemos a lo largo de la película, por cómo se iluminan los hornos en la noche, los gritos de pánico que se filtran a través del jardín, las columnas de humo. Ese ocultamiento sin embargo late y bulle, también en la cabeza de Rudolf, quien se entrega a cumplir su deber, pero que en el fondo su cabeza está colmada de tantos crímenes presenciados y organizados por él. Es mediante eso que yo me explico los extraños minutos finales (*)

Me pareció entender que Rudolf Höss en el fondo no es tan malo, el problema es que su sentido del deber y los límites de su inteligencia en primer lugar lo convierte en un resorte necesario para el correcto funcionar de una maquinaria asesina y en segundo no le permite rechazarlo de forma explícita, romper con esa sociedad, en la cual él está integrado y sin embargo es violenta, fanática y muy racista. Es así como, al estilo de la novela "Las benévolas" de Jonathan Littell, se nos enseña como un tipo formal y corriente puede convertirse en un carnicero en una sociedad tan radicalizada y brutal. El contexto.

Por lo demás, si bien comprendo que los diversos signos conforman una reflexión de gran calado, también afirmo que en algunos momentos la narración me pesó, es como que en el fondo redunda en los mismos contrastes y los avances narrativos en la historia de Rudolf son muy escasos. Comprendo que Glazer se propuso algo semejante a eso, sólo que a mí no me cuajó del todo. De todas formas, una gran obra de uno de esos directores de una filmografía singular, capaz de desafiar al espectador desde diversos frentes, audaz y creativo, que si no rueda más a menudo es porque quiere que cada una de sus obras tiene que ser especial y por lo tanto debe madurarlas adecuadamente. No es una película para ver así, de cualquier forma y en cualquier momento, si acaso cuando se pueda conjugar la predisposición y una dosis adecuada de cafeína.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jean Ra
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