Cuando veo una película que es la adaptación cinematográfica de una novela, intento hacerlo sin tratar de establecer comparaciones, olvidándome en la medida de lo posible de las virtudes propias de obra literaria para poder, así, ceñirme a lo que veo, al margen de lo leído. El problema es que con 1984 esto resulta casi imposible por dos razones:

1) La novela de Orwell no es una creación que, al margen de una mayor o menor calidad literaria, haya funcionado eficazmente como “best seller” durante una época (poniéndose de moda), como sí sería el caso de otras obras adaptadas (El Código Da Vinci, Millennium, etc.) Muy por el contrario, 1984 es una obra mayor, totalmente merecedora de la expresión (ahora tan usada) “de culto”. Es una novela excepcional, fascinante e incluso espeluznante. Lo que quiero decir es que creo que dentro de veinte años, la gente seguirá leyéndola como el gigante que es, cosa que tal vez no suceda con los “best seller” del estilo a los ya citados.

2) La película, como bien se ha apuntado ya en otras críticas, resulta casi ininteligible si no se ha leído previamente el libro. Y cuando sí se ha leído, no pasa de ser un complemento a éste. Algo falla, y de ahí, las comparaciones.

Dicho esto, veamos qué tiene de positivo y qué de negativo la obra de Radford.

En lo positivo, fundamentalmente, dos cosas:

- La ambientación. Considero que el clima opresivo, decadente y deshumanizado está bastante logrado.

- John Hurt. No sólo es un excelente actor y así lo demuestra en muchísimas otras películas, sino que, realmente, cuando comencé a ver 1984 pensé “él es Winston Smith”. Colosal Hurt. Burton (otro grande) cumple, pero me da la sensación de que está un tanto desaprovechado.

En lo negativo, pues lo ya comentado, que esta película está coja sin una lectura previa de la novela. El mundo que recrea Orwell con suma (y aterradora) claridad, aquí es un maremagnum de conceptos y circunstancias que no se sabe de dónde salen, ni qué significan ni adónde llevan, más allá de las citas literales extraídas de la novela, escupidas de vez en cuando en un intento fallido de dotar de claridad, profundidad y sentido a la película. Al menos ésa es la sensación con la que yo me he quedado. De hecho, mientras la visionaba, no paraba de pensar “si no hubiese leído el libro, no sé si me estaría enterando bien de lo que sucede”. Y luego está el tema del ritmo. La narración, además de ser confusa, resulta lenta y plomiza. Volvemos a pensar “si no hubiese leído el libro, esto sería un completo aburrimiento”. Y digo yo que si al ver una película he de pensar en repetidas ocasiones, y por motivos diversos, “si no hubiese leído el libro…”, es que algo no funciona.

Conclusión, que sí, que la apruebo (e incluso con un poquito de nota, que traducido a neolengua sería algo así como "medioplusbien"), pero no la recomendaría a nadie que no haya leído previamente la novela. Y, por cierto, a quien no la haya leído, sólo puedo decirle “¿¿A qué esperas??”

Cada vez que la reviso, me reafirmo: en mi humilde opinión, ésta es una de las mejores películas que el cine español ha dado.

Algunos de sus valores:

- La fantástica descripción de esa España de contrastes de los 50, la rica y la pobre, pues apenas hay espacio aún para una “clase media” que tardaría algo más en llegar. Asistimos a fiestas para esnobs adinerados cuyos apellidos –habituales de las “notas de sociedad”–, sin embargo, sugieren el rancio abolengo de la tradición clasista. Gentes que se relacionan con norteamericanos enamorados del flamenco, el jolgorio trasnochado y el “olé”. En la otra cara de la moneda está el patio comunal de un vecindario donde catervas infantiles, con rostros decorados con mocos y roña, pasan el rato entre juegos y cantos, mientras las madres vociferan sus nombres, reclamando su presencia, entre colada y colada. Gentes diferentes, con orígenes y destinos diferentes, que hablan y se relacionan de forma diferente, tal cual a aquella realidad.

- La fotografía, los encuadres, los planos, la banda sonora. Con qué buen gusto se manejó el señor Bardem.

- Los diálogos, algunos son magníficos, destacando aquellos que se desarrollan alrededor de la figura de Rafa, el artista que ríe las excentricidades de los ricos, el que conoce sus secretos, el que les divierte con sus juegos de ingenio aunque cualquiera diría que, en realidad, les envidia tanto como les odia y menosprecia. Destaco la conversación alrededor del piano, esa tecla que al percutir emite una y otra vez la misma nota, un sonido angustioso para acompañar el miedo, la tensión y la incertidumbre mientras el pianista se relame.

- El corazón delator: lo sospechan, lo saben, nos miran, nos descubrirán…

- El estatus, el dinero, el poder, todo aquello que una “femme fatale”, egoísta, fría, calculadora, disfrazada de esposa virtuosa, jamás arriesgaría.

- El peso de la conciencia, la necesidad de romper el silencio y liberarse de la culpa, hallar por fin paz y descanso, condenarse realizando, paradójicamente, el acto más noble jamás realizado.

- Alberto Closas: majestuoso, enorme, actorazo. No puedo decir lo mismo de Bosé, apenas conozco su trabajo aparte de esta película donde, en mi opinión, no destaca especialmente más que por su evidente belleza.

Con todo esto en la coctelera, y con otros atractivos ingredientes que sin duda me dejo en el tintero, sólo falta que Bardem lo agite a su gusto y nos lo sirva en pantalla grande. Exquisito.

Bellísima película la de Erice. Estamos ante una cinta plagada de sentimientos: unos se narran, otros se silencian y, sin embargo, se perciben; unos se conocen y otros tan sólo se sospechan.

La cinta gravita sobre la narración de una mujer que habla de su niñez, transcurrida en algún lugar del Norte de España. Para ello se utiliza, sobre todo, el recurso de la voz en off, cuestión que suele ser motivo de crítica negativa en el cine, por aquello de que el lenguaje cinematográfico ha de sustentarse en lo visual, es decir, en lo que se muestra, por encima de lo que se dice. A mí –al menos en este caso–, no sólo no me molesta, sino que me gusta. Estrella (magníficamente interpretada por Sonsoles Aranguren en su etapa de niña) crecerá en el Norte tratando de desvelar los misterios familiares que encierra el Sur, los cuales, a fuerza de ser ignorados, constituyen para la niña un mito sobre el que especula y fantasea, siendo la figura del padre el nudo gordiano de la cuestión.

La dimensión poética de “El Sur” es doble, pues se da a través de la palabra y también de la imagen. La fotografía es oscura, austera, predominando tonos pálidos (casi “rancios”) salpicados repentinamente por algún elemento de color vívido (por ejemplo, la escena de la madeja de lana roja). La música es muy emotiva, destacando ese pasodoble tan bonito que es “En er mundo”. Y digno de reseña es también el trabajo actoral de la siempre entrañable Rafaela Aparicio.

En fin, que hay que verla, que es una verdadera joya dentro del cine Español. Y además, para aquellos que, siendo ya adultos, conservamos un recuerdo nostálgico de la infancia, ligado a la figura paterna (en mi caso, también a la materna), esta película supone un motivo de identificación, ya sea con una sonrisa muda, con una lágrima incontenible, o incluso con ambas aflorando a un mismo tiempo pues, como digo, pocas cosas son bellas y tristes a la vez, y una de ellas es la nostalgia.

Divertida comedia romántica del maestro Wyler de la que, para ser sinceros, esperaba más. Rodada con mucho oficio, ofrece situaciones hilarantes que logran arrancarte la carcajada. Audrey Hepburn y Gregory Peck están grandiosos. Para mí, el trabajo que desarrollan estos dos grandes actores es lo mejor de la película. Ambos aportan una química muy necesaria para darle un mínimo de verosimilitud a una historia que, en realidad, no es sino un cuento para niños colmado de situaciones imposibles e idílicas. Hepburn y Peck logran conectar con el espectador, hacerle cómplice de la mentira que tejen –cada uno por su lado– y le mantienen gratamente entretenido durante todo el metraje.

Por lo demás, pues no es para tanto, la verdad, y ni de lejos pienso que sea una de las mejores “comedias clásicas” que haya visto. Ni llega a la rotundidad que sí alcanzan otras, ni su hilaridad roza el calificativo de “desternillante”. Además, la película está colmada de tópicos, algunos de los cuales no son gratuitos (los niños de la Roma de los años 50 jugando en la calle, por ejemplo, me recuerdan a las fotografías antiguas de mis padres en la España de la misma época, por lo que pienso que ofrecen una estampa real) pero otros, pues ya se sabe: los italianos siempre están piropeando a las mujeres, la policía es tonta de remate, los españoles son feos, morenos o calvos, y bajitos (véase la escena de la rueda de prensa, cuando se presentan dos periodistas españoles con la altura de un pigmeo)…

Finalmente, el viaje turístico por Roma, a quien no la conozca, probablemente, le gustará; y a quien sí haya estado en tan maravillosa ciudad, pues le provocará recuerdos nostálgicos. Pero, lo que está claro es que todo ese repaso de los monumentos y lugares más conocidos de la “ciudad eterna” no es mucho más interesante de lo que ofrecería cualquier guía turística.

Pienso en la mayor virtud que encuentro en “El maquinista de la general” y la palabra que me viene a la cabeza es “ritmo”. Y es que la película posee un ritmo excelente; más que ágil, trepidante. La acción es constante, repleta de recursos de lo más sagaces e ingeniosos. No puedo sino imaginar al espectador potencial totalmente entregado al film y con los ojos abiertos como platos. Al menos ésa ha sido mi experiencia al visionarla.

Ahora bien, no creo que se trate de una comedia desternillante. A mí no me ha parecido hilarante ni me ha provocado carcajadas interminables, si bien comprendo y respeto que otros espectadores puedan pensar de otro modo. Recientemente, me planteaba a mí misma si una comedia, por fuerza, ha de arrancar risotadas para cumplir con el que, se supone, es su cometido principal. Al ver esta película, comprendo que no ha de ser así necesariamente. El maquinista de la general es una comedia disparatada, desde luego, pero no de las que provocan hilaridad ininterrumpida (como podría ser el caso de “El Guateque”, por poner un ejemplo). Lo que sucede, en realidad, es que, casi desde las primeras escenas, la película perfuma al espectador con un aroma de sonrisa que, una vez instalado, le acompañará durante todo el metraje. Me planteo, asimismo, que no debemos olvidar que estamos en pleno siglo XXI, y que el cine ya tiene un recorrido y madurez determinada que ha sido transmitida al espectador actual a través de los muchos años transcurridos desde la década de los 20. Es decir, para el espectador de entonces, todo lo que de humorístico ofrece esta película había de ser novedoso (al menos en una pantalla de cine), pero difícilmente lo será para el espectador contemporáneo.

En definitiva, creo que esta película es todo un referente del cine cómico que no hay que pasar por alto. Es un vívido derroche de imaginación y diversión que, probablemente, no se construya sobre el estruendo de la carcajada, sino más bien, como digo, sobre el placer de coser una enorme sonrisa sobre la boca durante algo más de una hora, que ya es bastante.