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España España · Madrid
Críticas de Charles
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Críticas 1.065
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
13 de mayo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor, lo más satisfactorio, lo más virtuoso, es la sencillez.
Un microcosmos, unos actriz y actor gigantescos, un contexto inescapable a través de terceros o crónicas de radio.
Poco más se necesita.

Esta jornada, otra más en las miradas de sus protagonistas, acaba siendo, tal y como dice el título, particular.
Porque ruge el silencio y el aislamiento, la soledad oprime con su poderosa presencia, y todos han olvidado que cualquier fascismo, antes invadir a otros, invadió el propio espíritu de sus habitantes.
Antonietta y Gabriele se encuentran, no tanto por casualidad, sino porque estaban deseando cualquier excusa para salir de sus encajonados apartamentos, y se agarran a ella con alegría superficial, dejando traslucir subterránea desesperación.

En este caso, es maravilloso, contar con esos grandes Sophia Loren, y Marcello Mastroianni.
Cada pregunta no es solo una cuestión a resolver, sino un salvavidas al otro lanzado; cada gesto no es un mero movimiento de mano, sino una invitación a compartir algo de todos alejado; cada micromomento en el que el otro se ausenta en habitación contigua es otra oportunidad para recomponer la poca autoestima casi extinguida.
Me podría pasar semanas observándolos, pero la realidad, el drama, es que solo tienen esa jornada, para sentir que siguen siendo un poco humanos.

De la individualidad a la colectividad, uno se atreve a preguntarse cuántas historias como esta habría, sepultadas bajo banderas y ensalzamiento del orgullo nacional.
Cuántos vivían en prisión de muebles bonitos, cuántos esperaban ir a recoger la colada y toparse con mirada furtiva, intrigante, no mecánica y ya instruida.

Es triste.
Pero más triste sería, no haber nunca vivido este día.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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7
12 de mayo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A nadie le importa otra historia sobre crecer y abandonar el nido.
Pero, envuélvela en aterradores colores vivos, empápala en pulsante sonido, afila sus crudos vértices.
Podría ser un animal completamente distinto.

'Beyond the Black Rainbow' es pura forma, y algo hay al fondo, pero la forma no quiere que llegues allí.
Tendrás que pelearla, tendrás que esperarla, tendrás que, simplemente, contemplarla.
Cada minuto es otro asalto a los sentidos, a un sentir primario perfecto para entender ese Instituto Arboria ubicado en 1983.

Una chica internada dormita en su cubículo, levemente sobresaltada porque en las pantallas negras saltan dibujos animados que le acercan al exterior, un mundo que su terapeuta nunca dejará que habite.
Lo que sucede entonces es un juego mental, sensorial más bien, de inocencia sin adulterar, juventud blanca, enfrentada al conocimiento tecnificado, a la degradación plástica, del terapeuta Barry Nyle. El monstruo quiere poseer el rayo de luz, quiere aislarlo hasta conseguir sentir su calor.
En esas figuras se mueve la historia, y tendría choques de aburrimiento si no fuera tan insobornablemente hipnótica.

El Instituto es un ente, comandado por un triangulo omnipotente, guardado por sentientes guardianes sintéticos.
Todo esto llega, no de documentos o exposiciones, sino de pura fuerza en diseño de producción y sonido, que a poco atento que estés deja al descubierto implicaciones más aterradoras, a medida que subraya el fastidiado descontento de Nyle hacia la civilización de fuera.
Da miedo, pensar que, a día de hoy, la juventud sigue controlada por la desarraigada adultez, afirmando que solo ellos están bien, y solo ellos experimentaron la verdad del universo.

Suerte que de vez en cuando se cuela una alegoría como esta, haciendo de lo trillado orgullosa carne de revitalizado género.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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6
12 de mayo de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un ejercicio de exorcismo interesante: Shia LaBeouf se pone en la piel de su padre, y le grita al niño que él fuera, en la trastienda de un sueño americano que los dos averiguaban si merecían.

Que LaBeouf ha sido tremendo impertinente o directamente imbécil lo sabe quien haya seguido un poco su historial de entrevistas y performances, siempre al borde de caricaturizarse a si mismo, la mayoría de las veces desdeñadas como rancias llamadas de atención.
Resulta, pues, a la vista de esto, que de algún sitio venía todo eso.
De la indefensión que da ver cómo la figura orbitando tu vida se niega a levantar la mano, mientras el ciclo de ira se va cercando alrededor de tu cuello.

Me habría importado poco prescindir de la cara "mayor" de la historia, porque todo está en esos apartamentos modestos de su yo "niño", tostados al sol de Florida: los gritos, los incómodos silencios, los madrugones, el legado familiar en busca de perpetuarse, las palabras de apoyo que nunca llegan.
Quizá habría esperado más carnaza en cuanto a las performances que mencionaba antes, pero es lo que tiene cuando la película no es tanto para mí, sino para él.

Shia LaBeouf necesitaba esto.
Retratar a su padre lo más fielmente posible, mirarle desde el otro lado, y finalmente acostarle en la sombra del pasado, con un beso en la frente.
Me llega eso, es suficiente.

Lo suficientemente honesto como para que sus modestas pretensiones me lleguen.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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10
12 de mayo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Directa al infierno.
Al último círculo.
Donde los condenados pueden consolarse pensando que, al menos, no tuvieron que trabajar en ella.

El objetivo, vaya usted a saber por qué, era mutilar el equipo que hizo de la primera parte una aventurilla distraída, y acto seguido destrozar todas las virtudes heredadas de aquella.
Del final de la primera se intuía que venía un apocalipsis, pero nadie pensó que no solo sería figurativo, sino también literal, absoluto, expansivo y descacharrante.

Da algo de ternura ver cómo solo se quedaron los dos jovenzuelos protagónicos, quizá pensando que tenían cierta lealtad al material, y todos y cada uno a su alrededor ahuecaron el ala.
También es alucinante el uso, abuso y refriteo de pantalla verdes, efectos de transformación, rayos dibujados sobre el fotograma, volatines con trampolín y todo efectismo disponible, hasta el punto de no hay una miga de "realidad" sobre la que asentar nada: mejor así, supongo.
Pero lo mejor, lo absolutamente magnífico, siguen siendo las peleas, que elevan al doce lo chapuzas y convierten la incoherencia en mecánica de las hostias. Creo que pocas veces he visto tanta maestría ocultando que pocos de los intérpretes sabían luchar de verdad, y sí marcar mucha postura molona (en ese aspecto, sobresaliente).

Y pese a todo... es una maravilla.
La clase de destrozo, naufragio, que jamás permitiría un estudio hoy en día, obsesionados por la verosimilitud, la celebridad de los involucrados y la buena percepción de marca.
Aquí, una barbaridad de mataos se calzaron armaduras de plástico, cámara al hombro y a rodar, si se puede, encajando cuantos más personajes y referencias al juego original mejor.
La ilusión de cada uno ya depende, pero nadie falla tan espectacularmente sin haberse dejado la piel por el camino.

Le hicieron un fatality a la coherencia, al ridículo y a la industria.
Acabaron ellos con la columna partida, pero no se puede negar que el temazo, sonando mientras Liu Kang y Shao Khan se hostian en forma de aberración infográfica sobre una pirámide de cartón piedra, sigue sonando de maravilla.
Charles
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8
12 de mayo de 2020
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Encuentros dispares en Hong Kong.
Así se podría resumir 'Chungking Express', no estarías faltando a la verdad, y sin embargo apenas habrías rozado la superficie.
Lo que da valor, escalofrío, alma a esos encuentros son las miradas, los gestos, las voces entrecortadas, el girar la cabeza para esforzarse en que no se note; todo un universo de comunicación no verbal imposible de trasladar en cine.

Wong Kar-Wai, sin embargo, lo consigue.
Algo que tendrá que ver centrarse en vidas anónimas, plagadas del misterio de la calle, pero también hay otra cosa: tiempo, tiempo pasado, tiempo contemplado, tiempo navegado.
Lo esencial sucede cuando no hay nadie mirando, cuando todos se han ido y el último apaga la luz, bailando inadvertidamente porque esa persona le ha mirado levemente.
Literal, es como si Kar-Wai cogiera un pequeña perla de entre la rutina de mierda, y al recogerlas todas compusiera el collar que es esta película.

Los Mamas & the Papas, los Cranberries, atronadoramente suenan en la radio, resonando varias veces, conformando un paisaje musical que acaba haciendo de ese ruido de fondo casi un poema, cargado de doloroso y emotivo significado.
Es verdad, nunca las canciones suenan mejor que con sentimientos a flor de piel, con cada repetición hurgando en la placentera herida: si esta hubiera sido cualquier otra película, sonarían una sola vez, cuando tú sabes bien que la melancolía romántica rara vez deja tranquilo el botón de replay.

Las tardes casuales sin nada mejor que hacer, la soledad rellenada, las oportunidades perdidas, las tontas notas de papel que te niegas a tirar aunque cochambrosas estén... pónmelo para llevar, por favor.
En un mundo de corazones rotos, qué mejor antídoto que saborear lo que pudo caducar, y sin embargo por 10.000 años más podría acompañarnos.
Charles
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