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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
6
21 de marzo de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segundo largometraje realizado por los divertidísimos Laurel & Hardy, ubicados en tiempos de reclutamiento para ir al frente de la I Guerra Mundial, donde cualquier vago o delincuente sirve, pues, de lo que se trataba, era de mostrar un gran número de efectivos que asustara al enemigo, aunque a la hora de la verdad sólo sirvieran como carne de cañón. Laurel & Hardy están, por supuesto, entre el grupo de los incompetentes… y bien que se encargarán de amargarle la vida al comandante, de darle una “accidental” zurra al panadero que quiere vengarse… pero también serán capaces de demostrar que, el mismísimo Alvin York (¿se acuerdan de, “Sergeant York”?), era un principiante al lado de su “capacidad” para capturar enemigos.

Muy divertida ésta primera parte de la película dirigida por el prolífico, George Marshall, quien también asume el rol del panadero, enemigo casual del Gordo y el Flaco en el ejército. Daba para un buen largo, pero a alguien se le ocurrió dar de baja en el frente de batalla a Eddie, el amigo de la pareja. Después –de seguro por su “heroísmo”- dan de baja a L. & H. del ejército… y pronto los vemos buscando infatigablemente al abuelo de la hijita de su amigo, pues su madre les había abandonado para irse con otro hombre… ¡y ellos no están dispuestos a dejar a la simpática criatura en un sucio orfanato!

Raymond McCarey, se ocupó de dirigir esta segunda parte de, <<EL ABUELO DE LA CRIATURA>>, e infortunadamente, el filme pierde un buen tajo de sus toques de comedia, para convertirse en una remembranza de, “The Kid” (Charles Chaplin, 1921) con niña huérfana buscando padres, empleados del asilo del Estado pretendiendo rescatarla, y hasta con Laurel & Hardy jugando a delincuentes con tal que la pequeña pueda ser salvada.

Con todo, el filme se torna amable, contiene una buena dosis de ternura, y nuestros célebres comediantes siempre resultan gratos para calmar el estrés, poner una sonrisa en nuestros labios, y hasta para ver que los problemas de la vida siempre tienen una manera posible de resolverlos… que, por fortuna, ¡nunca estamos realmente solos!

James Finlayson, como el comandante gruñón; Tom Kennedy, el frustrado sargento del pelotón de holgazanes; y Jacquie Lynn, haciendo de la pequeña Smith, secundan ésta pasajera, pero entretenida comedia de los años 1930 que, por suerte, se salvó de los temidos insertos de bailes y canciones, el pan de cada día tras el advenimiento del cine parlante.

¡Empaquen sus problemas! Si tienen solución no hay por qué preocuparse… y si no la tienen, pues ¡aguanta, que las penas también pasan!
Luis Guillermo Cardona
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8
7 de marzo de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Revisitar a Los Hermanos Marx, ha sido muy sano para mí en esta ocasión, pues, viéndolos bajo un positivo estado de ánimo; con la experiencia que nos agregan los años; y siguiendo una a una sus películas, dispuesto a ver lo que hay latente entre sus rutinas y sus habilidosas frases, creo que he podido sentir y penetrar un poco más el significado de su obra cinematográfica, y quedo convencido de que fueron unos maravillosos comediantes; su aporte a la salud mental y a la alegría, es digno de la mayor difusión; y es grandioso su legado de solidaridad, su compromiso con los más necesitados, y su reivindicación de los grandes valores que se pueden hallar en la gente del común.

Mi hija de 11 años –la que hace algún tiempo me cuestionaba por ver ‘películas tan viejas y en blanco y negro’- se sentó a ver conmigo, “A Night at the Opera”, y se entusiasmó de inmediato con Harpo Marx. Desde entonces, ha querido ver conmigo todas las películas de los hermanos, ha gozado de lo lindo con las travesuras de estos picarones, y creo que a estas alturas, Harpo, Groucho y Chico - en ese orden-, ocupan ya un muy grato lugar en su pequeño y alegre corazón.

Con, <<TIENDA DE LOCOS>>, los Marx quisieron despedirse del cine. Se dice que no estaban conformes con sus últimas películas y seguían añorando al finado productor, Irving Thalberg. Pero, contra todo, su cine seguía siendo agradable y muy entretenido, y aunque se preservaban muchos puntos en común con buena parte de sus obras (la señora rica a la que Groucho “seduce”, el intermedio musical, el necesitado y los salvadores, la parejita que sueña con casarse, el “malo” y su amiguita…), cada director se esforzaba por incluir aspectos creativos y situaciones novedosas.

Prueba de ello, es ésta realización en la que, con exactamente el mismo esquema, el director Charles Reisner, consigue un divertimento de primera línea, haciendo acopio de una descrestadora tienda de camas muy originales, para viviendas con muy poco espacio, y añadiendo por su parte, una serie de situaciones donde, lo último en trucajes y en tecnología (de aquellos años 1940), tiene aquí un lugar preponderante y satisfactoriamente utilizado.

El tema que, al piano, tocan Chico & Harpo, resulta bastante simpático, y el número de Harpo con el arpa, en ese especial juego de espejos, es realmente de ensueño… y yo diría que la mejor interpretación de toda su carrera fílmica. El ritmo consigue mantenerse durante toda la trama, sobrando cuando más una o dos canciones… pero sonrisas y carcajadas son motivadas por muchas situaciones; y la secuencia del clímax persecutorio dentro de la tienda, está resuelta con bastante creatividad dando un toque de mucha altura a ésta primera despedida que, cinco años después, se vería rota con, “A Night in Casablanca”… y otras tantas tentaciones a las que, este inolvidable grupo de comediantes, no consiguieron decir No.

Los Hermanos Marx, como Harold Lloyd, Buster Keaton, Laurel y Hardy, Harry Langdon, y otros, hacen ya parte del más valioso tesoro que guarda nuestro corazón.

Título para Latinoamérica: TIENDA DE LOCURAS
Luis Guillermo Cardona
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9
20 de febrero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
1944. Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación de Francia los nazis se han apoderado de una de las más valiosas colecciones de arte que hay en el país y que incluye obras de Renoir, Degas, Cézanne, Toulouse-Lautrec, Picasso y lo más representativo del arte de la época. El propio coronel von Waldheim, (un contenido y muy efectivo Paul Scofield) sensible al arte y dispuesto a conservar aquel preciado tesoro a como dé lugar, lo ha valorado en unos mil millones de francos con los que el ejército alemán podría rearmarse y seguir sembrando calamidades.

Un tren se alista para transportar hasta Alemania aquella herencia nacional, “el orgullo de Francia”… y entonces, los ferroviarios franceses sentirán en su corazón esa punzada de la patria saqueada y del honor herido, y pronto, cual si fueran la más organizada colonia de hormigas del mundo entero, irán forjando una sucesiva serie de tácticas de sabotaje, sutiles estrategias y alianzas de ocasión, con las que buscarán aguarle la fiesta a los rígidos y obstinados alemanes, que tendrán como conductores del tren a un francés de corazón sangrante (Boule) y luego a un hombre aguerrido (Labiche), leal amigo y mejor patriota, quien ni siquiera imagina la suerte de héroe en que es capaz de convertirse.

La trama contiene un calibrado suspenso, un estupendo juego que hace del sabotaje un arte con mayúsculas, mientras se estructura una conjunción de fuerzas e inteligencias que buscan hacer posible lo que pareciera imposible.

La edición es impecable y rigurosa, y se cuenta con sets de rodaje que dan perfecta idea del ambiente de caos y desazón que sufrían los europeos durante la guerra. El conjunto de actores, intachable, asumiendo un nacionalismo como si lo estuvieran viviendo en el preciso momento en que ocurrieron los hechos. Y con buenos motivos, “EL TREN“ rinde homenaje a los héroes ferroviarios, gente anónima en su mayoría que, con su encomiable y tenaz esfuerzo, reafirma de nuevo que la decidida unión de un pueblo, hará siempre imposible su definitiva derrota.

Para John Frankenheimer, “EL TREN”, fue un complejo rodaje hecho en favor de la amistad que le unía a Burt Lancaster, viéndose obligado a modificar el guión sobre la marcha, pues muchas dificultades hacían inviable lo inicialmente escrito. Para Lancaster, el rol de Labiche, líder de este magnífico ejercicio de Resistencia, es otro de los grandes personajes que consigue abonar a su prestigiosa carrera como actor.
Luis Guillermo Cardona
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8
19 de febrero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Luego de unas sesenta tareas como guionista o colaboradora en filmes que ya nadie recuerda, por fin la novela y la obra teatral que hicieron famosa a la escritora Anita Loos, resultó ser “LOS CABALLEROS LAS PREFIEREN RUBIAS”, una novela que salió a la luz en 1925 -tras la larga publicación de cortos sketches en la revista Harper’s bazaar-, en la que aludía a las relaciones sexuales con gracia y picardía, pero cuidando de no tocar terrenos de alcoba que pudieran alertar a las ligas puritanas. El personaje de Lorelei Lee, según la misma autora, le fue inspirado por una de las coristas de las Follies de Ziegfeld, Lillian Lorena, quien se hizo famosa por ostentar en todas partes los diamantes que le obsequiaban sus pretendientes. Por su parte, Dorothy Shaw era un modelo (alter ego) del sentir y la visión de la vida que tenía la propia Anita Loos.

“LOS CABALLEROS LAS PREFIEREN RUBIAS”, título que alude a la gran importancia que se venía dando en sociedad a los cabellos dorados (quizás derivado de la anterior fiebre del oro y que motivó a que muchas actrices tiñeran su cabello. Marilyn entre ellas), había sido primero llevada al cine por Malcolm St. Clair en 1928, y en Broadway se representó en numerosas ocasiones con bastante éxito.

Es Howard Hawks el llamado para dirigir este remake, y el resultado es un musical en cinemascope hecho con tanta eficacia, que lo convierte en uno de los que mejor se conserva con el paso del tiempo. Argumentalmente, es muy interesante la diferencia de intereses que manejan las leales amigas, pues mientras Lorelei, la rubia, vive chiflada con los hombres, jóvenes o viejos, atractivos o feos, gordos o flacos, pero que tengan diamantes, para Dorothy, la morena, la sensatez, el respeto y que se la ame de verdad, es todo lo que busca en el hombre al que dará su corazón…

Tanto la novela como la película, darán a ambas los mejores argumentos… y queda en cada quien, la decisión de elegir lo que prefiera para su vida: grandes lujos y una íntima y profunda sensación de vacío (pues podrá dar solamente el cuerpo), o una vida modesta pero sintiéndose aceptado y valorado como ser humano (pudiendo entregarse en cuerpo, mente y con fortaleza de espíritu).

Maravillosa actuación de Marilyn Monroe, convertida en gran estrella desde “Niágara”, quien, como Lorelei, desborda su natural instinto para la comedia, demuestra que podía hacer un show de primera línea, y que tenía el encanto a flor de piel para fascinar a cualquier hombre… y no precisamente por el color de su cabello. Junto a ella, Jane Russell está mejor que nunca física y actoralmente, logrando jugar a la parodia y a la mujer aterrizada con absoluta propiedad.

¡Ah! Y no esperen encontrar en la película a los tales caballeros que las prefieren rubias… yo no conseguí verlos. Y en realidad, a los hombres pies en tierra, nos da lo mismo de que color sea el cabello, los ojos o la piel de una chica, todo lo que nos interesa es que nos haga sentir que estamos en presencia de una mujer bien puesta, sensual, brillante o dulce.

En 1955, la continuación de la famosa obra, “Los caballeros se casan con las morenas”, también sería llevada al cine, dirigida por Richard Sale. Jane Russell y Jeanne Crain serían sus protagonistas.
Luis Guillermo Cardona
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8
14 de febrero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los productores de la MGM tenían una muy buena táctica con los Hermanos Marx. Cuando el guión estaba en sus manos, llevaban a los actores por varias ciudades del país para que representaran ante diversos públicos sus rutinas, y esto les servía para ir seleccionando lo que causaba hilaridad entre la gente, y de paso, se descartaba lo que no funcionaba suficientemente bien. Por supuesto, al momento de rodar, cada escena con ellos estaba ya tan preparada, que todo se hacía más fácil y seguro.

El guión para “UN DÍA EN LAS CARRERAS” también fue cosa de seguir la línea de “Una noche en la opera”: Alguien está a punto de perder su sueño… Una señora rica podría resolverlo… Aparecen los tres “perversos angelitos” que se toman como suyo su problema… Y tras un intermedio musical, se prepararán para sembrar el caos que sea necesario con tal de que su empresa no fracase.

Y curiosamente, la fórmula vuelve a funcionar. Las rutinas de los Marx son estupendas. Aquella en que Chico vende “helados” y engatusa a Groucho con la clave de un caballo es desternillante; la seducción de la rubia aliada de sus enemigos, es otra delicia; y la manera como impiden que la carrera tenga lugar hasta que aparezca su caballo Hi Hat, es inolvidable.

Sam Wood, se revela de nuevo como un director con buen olfato y el filme además de resultar muy agradable visualmente, arranca con pie derecho manteniendo muy altos sus niveles de comedia. Los Marxs están de nuevo en la jugada en defensa de los débiles -esta vez una chica, Judy (Maureen O’Sullivan), a punto de perder su sanatorio en manos de un par de avivatos-; la señora Upjohn (la eterna ricachona Margaret Dumont), es una suerte de hipocondríaca que, con tal de tener a su lado al displicente Dr. Hackenbush (Groucho) ¡un veterinario!, está dispuesta cancelar todas las deudas que ha contraído el sanatorio. Y el joven tenor, Gil Stewart, pretendiente de la doctora, sacrifica sus posibilidades personales comprando un caballo de carreras con la esperanza de que les dé el dinero que tanta falta les hace.

Pero esta vez, la parte musical es mucho más infortunada. El convencional intermedio para introducir un ballet, un tema al piano con Chico y otro al arpa con Harpo, además de que siempre apaga por completo el ágil ritmo que trae la película, esta vez no pega en ninguno de los tres casos… y solo se salva por la loable secuencia de canto y muy diestro baile, en el que participan los afrodescendientes del sur. También las canciones de Allan Jones resultan harto aburridas, y por fortuna está uno al alcance de una tecla FF para que esta parte no resulte demasiado larga.

Aparte estas improcedencias, se pasa un estupendo rato viendo “UN DÍA EN LAS CARRERAS”, pues los Hermanos Marx son comediantes que se disfrutan siempre.

-Los rayos X muestran que no tiene nada.
-¡¿Y a quién va usted a creer, a mi o a esos malditos rayos X?!
Luis Guillermo Cardona
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