Con permiso y sin permiso, porque vaya nueva incursión en el vampirismo. La verdad es que la que me interesaba era la original, la sueca, pero anda que no es difícil que echen cine sueco por televisión. Mi duda es ahora insoportable: ¿será mejor que el remake norteamericano? ¿O es igual, pero más europea?

«Déjame entrar» viene a contarnos la historia de... ehh, digamos amor y amistad entre un chico con problemas y una solitaria chica de doce años. Hasta ahí, normal. Pero la cosa es más misteriosa, mucho más misteriosa, y lo que parece un drama familiar, se delata como paranormal. Bueno, el planteamiento no deja de ser original, pero hace falta algo más que una idea. Se necesita un guión consistente, unos personajes interesantes, auténtico terror y emociones profundas. Quizás es que he visto ya todo lo que el Cine y la literatura me podía ofrecer sobre el vampirismo, y no puede ni sorprenderme ni enamorarme esta parida deprimente, insustancial, asquerosa por momentos (vaya carita la del ácido), absurda por otra (relación entre la niña y su «padre»...) y con desenlace para echarse a llorar, donde el malo-que-en-realidad-es-el-más-bueno imparte lo que se supone que es justicia pero que yo considero simple sadismo con los malos-que-en-realidad-son-muy-muy-malos.

Teniendo en cuenta la temática, no me queda más remedio que recomendar una obra poco conocida pero brillante en su género. El relato «Carmilla» de Sherinda Le Fanu, verdadera maravilla de las letras y del vampirismo. Eso sí son dientes y sangre, mito y leyenda, erotismo y repulsión.

A ver si vamos aprendiendo.

Grande Chaplin, grande. Que gustazo reencontrarse con el verdadero, auténtico y genuino Charles Chaplin. Con este me quedo, con este que me ha hecho reír hasta que se me han saltado las lágrimas.

No había visto nunca antes «Luces de ciudad» y me he encontrado con una deliciosa comedia que combina con una sutileza increíble el humor más genial con el romanticismo y la ternura más íntima. El combate de boxeo de Chaplin queda para los anales, pero es que la historia de amor también, concisa y sentida, con, posiblemente, uno de los desenlaces más delicados y bellos de la filmografía de Chaplin. Precioso.

La historia es de una sencillez bárbara, y Chaplin se aleja, por su bien, de complicados discursos sociales y políticos. No lo necesita. Le basta su sentido del humor, un guión bien desarrollado y su perenne vagabundeo para lanzar la pulla hacia la miseria de las grandes ciudades. Cine mudo, sí, pero tampoco necesita el sonido para contar lo que nos cuenta. Yo, por lo menos, no lo echo en falta.

De lo mejor de Charles Chaplin. Muy recomendable.

Dos reflexiones genéricas antes que nada.

Primero: ¿por qué en todas las películas ambientadas en un pasado remoto o aparente Edad Media tiene que haber tanta suciedad? En «Blancanieves y la leyenda del cazador (¿qué leyenda?)» todos los personajes, desde la mismísima bruja hasta el último enanito, están sucios y mugrientos. Claro que no es fácil mantener la higiene personal dadas las circunstancias, pero tampoco es menester recalcar de todas las maneras posibles las porquerías de cada uno. El afán incomprensible de ser «realista» al contar un cuento de hadas (o cualquier otra historia de fantasía) afea y estropea la película.

Segundo: ¿por qué los combates tienen que ser tan confusos? No creo que sea la única que se pierde entre tanto mamporro, giro, voltereta y movimiento de cámara. En «Blancanieves», la acción recurre a los tópicos de siempre para darnos un revoltijo de cuerpos, hachazos, espadazos y demás. Al menos los guerreros se toman en serio eso de restaurar a una heredera en su legítimo reino, así que bien por ellos.

Hechas las reflexiones, sigo.

Precisamente es esta idea de la realeza lo que más se disfruta de la película. De hecho, muchos acontecimientos que se consideran raros están relacionados con el poder que imprime la figura del monarca: Blancanieves es capaz de sanar, está bendecida por lo sagrado (¿a qué viene lo del ciervo? Chorrada de las grandes), el reino es una prolongación de ella misma, y transmite e inspira una bondad y una grandeza ante los que todos se postran. Además, como a cualquier princesa de cuento, los animales la ayudan, así que no deberíamos extrañarnos si a Kristen Stewart le ponen un caballo blanco a su merced.

Por cierto que Kristen Stewart, aunque hace de Bella con traje de época, es ideal para el papel. La chica es guapa independientemente de gusto personales y cinematográficos, y ese aire frágil, casi etéreo, y esa serenidad que posee es justo lo que se andaba buscando para esta princesa afligida y en peligro.

Quien sí me ha sorprendido muy gratamente es Cris Hemsworth, de quien he de decir que me ha gustado su interpretación. Charlize Theron está muy convincente como bruja con trauma incluido, sobre todo porque es muy hermosa; sí, todos sabemos que en el reino no hay nadie más guapa que ella, pero es que entonces no hubiera habido película. Lo del príncipe, aquí duque, que alguien me lo explique porque no encuentro ningún sentido a su presencia en la trama.

Aspectos técnicos y bla, bla, bla, pues muy bien, claro. Es para chulear más que nada, porque, sinceramente, ver a la bruja cubierta de una pasta blanca virtual o un espejo que es en realidad una ensaladera, pues no aporta gran cosa, especialmente cuando se echan en falta mejores diálogos, personajes menos estereotipados y de más consistencia (el Cazador no puede ser más repetitivo), acción más interesante o una atmósfera con verdadera personalidad y sentimiento.

Con todo, se pasa el rato, así que aceptable.

Larguísima, lenta (aunque no aburrida...), con un guión bastante lioso, una trama que se estira sin razón aparante y unos cuantos personajes, con su respectiva historia, que no ayudan mucho a mejorar la película. Y aún así, tengo que darle el Notable.

Tengo que dárselo porque no se ha vuelto a rodar un principio como este. ¿Cuánto dura? ¿Veinte minutos? ¿Treinta? Hasta la llegada de Claudia Cardinale, el Cine se hace arte y el talento llena cada metraje de película. Silencios llenos de ruidos, tensión contenida, figuras sombrías, breves diálogos que lo dicen todo, el sol (siempre el sol) sobre los rostros, la premonición de la desgracia y, por fin, un asesinato múltiple inolvidable. Henry Fonda está sublime. Sublime.

¿Hay que hablar de Ennio Morricone? ¿Es necesario decir que la música que crea parece que no es de este mundo? La conjunción de la música y la acción vuelve a alcanzar cotas inimaginables. Western a golpe de guitarra eléctrica. ¿Se puede mejorar? ¿Acaso no merece por sí mismo el diez?

Tengo que darle el ocho porque la historia principal que une a Harmonica y a Frank es, sencillamente, perfecta. El resto sobra. Asombroso desenlace (sólo Leone puede rodar un final así...), asombroso duelo, asombrosas emociones, asombrosa explicación que les lleva a ese momento. Asombroso flashblack en tres secuencias, con una útima que pone la piel de gallina. Asombrosa mirada la de Claudia Cardinale a su enamorado. Cómo se puede decir tanto con tan poco, cómo se puede amar tanto sin que se demuestre. Sólo se respira. Y queda para el recuerdo.

Merece el Notable por los escasos, pero estupendos diálogos. Dobles sentidos, dobles intenciones, sentencias y frases de gran potencia. El llenar una bañera de agua caliente, no volverá a ser lo mismo.

Le doy el ocho porque Segio Leone nos da otra lección de cómo hacer cine. Dirige tan bien, que hasta lo más nimio cobra importancia ante su estilo teatral, poético, intenso, esteticista. Así, nos regala escenas estupendas por el simple hecho de que sea él quien las crea. La segunda aparición de Harmonica, o su primer encuentro con Jill, son sólo dos ejemplos.

Tengo que darle el Notable. Casi es un impulso que no puedo refrenar. No puedo darle menos cuando consigue, por momentos, la perfección. ¿De cuántas otras películas se puede decir lo mismo? La pena es que la sensación que te deja, a parte de lo dicho, es que puliendo los fallos y recortando metraje el resultado hubiera sido sensacional.

Se hace imperioso revisar sus otras películas. A lo mejor viéndolas, mi percepción cambia. Hoy por hoy, se queda con el Notable.

Qué se puede decir que no se haya dicho ya de esta espléndida película. Soy de las que han perdido la cuenta de las veces que la habré visto, pero es que la saga de Indiana Jones tiene una difícil virtud: que no importa que te sepas la película de memoria, siempre consigue engancharte y que disfrutes como la primera vez, o incluso más.

Aunque el tono de esta segunda entrega es más fresco, más desenfadado y, por lo tanto, algo más ligero (al menos en el estilo), consigue aunar elementos dramáticos (¿se puede superar la escena en la que Indiana bebe de la sangre sagrada? ¿Se puede hacer de forma más soberbia?), de humor y de aventura con verdadera maestría. Frenética desde el principio, dinámica tanto en acción como en emociones, y con una línea argumental sencilla pero bien construida. Estoy convencida de que en cualquier otra circunstancia, el resultado hubiera sido insustancial (¿os imagináis esta misma película hoy en día...?), pero en este caso, casi por arte de magia, Spierlberg logra una película fantástica. La perfecta película de aventuras.

Y se lo debe en gran parte al trío que se saca de la manga, con una química impresionante: Indiana Jones, Willie y el niño Tapón. Me es imposible no sentirme identificada con ella, ¿quién no? Cualquiera de nosotros, seamos sinceros, estaría tirándose de los pelos y maldiciendo el haberse metido en semejante marabunta. Espléndido, entrañable y divertidísimo el personaje de Kate Capshaw. Para mi siempre, siempre será ella la perfecta pareja de Indiana Jones. Sentimental que es una.

Totalmente recomendable. No podréis parar de reír, ni de emocionarse, ni de saltar de la silla. Repleta de momentos inolvidables. Señor Spielberg, vuelva a los orígenes y quizás entonces estemos dispuestos a olvidar algunos de sus dislates.