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Chile Chile · www.elotrocine.cl
Críticas de Wladimyr Valdivia
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Críticas 157
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
23 de noviembre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Por culpa de películas como World War Z y series como The Walking Dead, no puedo hacer una película de zombies pequeña y modesta con un mensaje sociopolítico de fondo”. Esto decía George A. Romero hace unos días respecto al fenómeno de los muertos vivientes y cómo él se ha visto afectado. Es palabra autorizada. Y aunque el padre de este formato fílmico no esté muy contento, de seguro que ‘Train to Busan’ le devolverá en algo la esperanza.

¿Cómo hacer una película de zombies y poder tomarla en serio? De eso se ha encargado últimamente la serie citada por el propio Romero entre tanta cinta donde el humor prevalece, sin embargo, este sub género del terror gore no ha sido capaz de replicar el espíritu de las cintas de zombies de décadas pasadas, donde, a pesar de que el método no suele variar mucho y la premisa principal nunca deja de ser la supervivencia, la poca originalidad y el abuso de estereotipos han desgastado el estilo. Pero hoy tenemos a Yeon Sang-ho.

Quinta película del director surcoreano, la primera de acción real. De sus cuatro cintas de animación que la preceden, es precisamente la anterior, ‘Seoul Station’ (2016), la que sirve de inspiración para ‘Train to Busan’, donde el argumento es prácticamente el mismo. Ahora, un desastroso virus se expande por Corea del Sur, provocando importantes altercados, en donde los pasajeros de uno de los trenes KTX que viaja de Seúl a Busan tienen que luchar por su supervivencia. Llegado a este punto, puede sonar absurdo lo siguiente, pero ‘Train to Busan’ no es precisamente una película de zombies.

Seok Woo (Gong Yoo) es un gerente financiero superficial, trabajólico y pésimo padre para Soo-an (Kim Soo-an). Por ello es que decide viajar junto a ella a Busan en el día de su cumpleaños, sin embargo, el viaje se convierte en una total pesadilla, donde en cada minuto su vida va corriendo peligro ante la amenaza de una infección masiva que convierte de forma automática a cualquiera que sea mordido en un muerto viviente sediento de carne, en medio de la vorágine de una ciudad superpoblada como Seúl. ‘Train to Busan’ se centra en ambos personajes y, desde ahí, desarrolla quizás una de las historias de amor paternal más poderosas y convincentes del cine comercial moderno: una fábula de supervivencia, del nacimiento de un padre, de crecimiento personal tanto para él como para su hija, de cómo un hombre comprende que su rol en la sociedad es mucho más que el resultado de su trabajo, de reconocer en la sonrisa de su hija que su vida nunca estuvo tan completa.

De fondo, la manada de zombies que atiborran la pantalla durante todo el metraje no son más que el medio, la frontera que nos sumerge en la ficción, pero que de manera críptica esconden todos los miedos y fantasmas de Seok Woo, toda la infancia perdida lejos de su padre de Soo-an. Además, la concepción y evolución de los infectados están muy lejos de las risas del espectador, siendo estos capaces de generar un terror real que traspasa la pantalla. El hecho de no profundizar en el origen del virus también es un gran acierto y reafirma la intención del director a la hora de darle prioridad al verdadero hilo narrativo. Pero ningún mensaje sería suficiente sin el trabajo experto de efectos especiales, el gran tratamiento de la historia, la conmovedora música incidental y el sobresaliente trabajo actoral, tanto de protagónicos como de secundarios, en donde cada uno permite identificarnos con su comportamiento y evaluar nuestra postura ante cada uno de los sucesos, donde sin duda la pequeña Kim Soo-an se roba la pantalla.

‘Train to Busan’ demuestra que, aunque parezca una paradoja, el sub género zombie no está muerto, sólo hacen falta buenas ideas y espectadores que nunca dejen de creer.


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Wladimyr Valdivia
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7
19 de noviembre de 2016
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El año 2009, el realizador chileno Carlos Leiva ponía su nombre en el circuito internacional con su segundo cortometraje, ‘Ambiente Familiar’, alabado por la crítica en San Sebastián, Sao Paulo y Bruselles, entre otros. Hoy estrena ‘El Primero de la Familia’, su primer largometraje, inspirado en el cortometraje mencionado.

La cinta nos sitúa al interior de una familia en un barrio periférico de la ciudad de Santiago. Tomás (Camilo Carmona), el hermano mayor, se va a Londres a estudiar medicina; su hermana menor, Catalina (Catalina Dinamarca), esta embarazada de un tipo al que no quiere ni ver; su madre (Paula Zúñiga) sufre de una dolencia en la espalda y su padre (Claudio Riveros) se suma a la huelga junto a sus compañeros de trabajo por el retraso del pago de sueldo. A pesar de las carencias económicas y el duro presente de todos, prima el cariño y el afecto, sin embargo, una fuga de agua servida al interior de la casa removerá diferencias, secretos y desencuentros, el día de la despedida de Tomás.

‘El Primero de la Familia’ viene a sumarse a este segundo (o tercer) respiro del cine chileno, levantado por cintas como ‘Camaleón’, ‘Las Plantas’, ‘Fragmentos de Lucía’, ‘La Mujer de Barro’ y ‘Rara’, entre otras, donde el naturalismo, la narrativa construida desde los personajes, e interpretaciones sólidas muy lejos de la sobreactuación, son la piedra angular de jóvenes realizadores que ejercen con libertad audiovisual, limpios de cánones y géneros tipificados. Esta vez, Carlos Leiva -ganador en SANFIC- dibuja un retrato certero de una familia chilena atrapada por el sistema que no beneficia a los que no han tenido la oportunidad, que viven el día a día con más sacrificio que ganas, y que deben lidiar a diario con la violencia, el dolor y el esfuerzo.

La cinta es capaz de hacernos parte entre los estrechos pasillos de esa casa al borde del hacinamiento, y entre aromas de tierra seca y calaminas rotas, sentir el hedor que emerge desde las entrañas de un hogar que, en piezas, se rompe en silencio, detrás de la realidad de cada uno de sus integrantes. Graves problemas de salud, la falta de dinero a fin de mes, el peligro de un barrio marcado por la hostilidad, un embarazo no deseado, los deseos reprimidos más profundos que rozan la inestabilidad psicológica. A Tomás todos lo quieren y respetan, es la esperanza de una familia donde lo que menos queda es precisamente eso y su despedida se hace cada vez más difícil. Carlos Leiva hace de la falta de espacio físico un elemento vital para la composición de su historia: se comparten camas y habitaciones, Catalina se cambia ropa frente a Tomás, la privacidad no existe y el patio inundado es el centro neurálgico de una casa en la que se respira tensión. Tensión que comienza a traspasar barreras cuando Tomás siente algo más por su hermana, deseo enterrado entre su introversión y los libros de medicina.

Las relaciones familiares son el eje de una historia hiperrealista, que echa mano de actuaciones excelentes para alcanzar su objetivo. Camilo Carmona (‘El Circuito de Román’, ‘Naomi Campbel’), Paula Zúñiga (‘El Nombre’, ‘Camaleón’) y la debutante Catalina Dinamarca dan clases de interpretación y demuestran que la escuela teatral debe quedarse sólo en eso, en la formación, pero que el trabajo en cine requiere de una sensibilidad distinta a la de las tablas, en donde la sobreexpresión es imprescindible. Para el cine se necesita lo radicalmente opuesto: frescura, naturalidad y credibilidad, y eso se ha convertido en un elemento primordial y muy presente en el cine de esta camada de nuevos directores chilenos, y de eso se nutre este reparto.

El guión, también a cargo de Leiva, hace uso de todas las subtramas para conformar el relato y aprovecha cada una de las relaciones interpersonales y cada diálogo para darle forma a un hilo narrativo que nunca pierde ritmo ni atmósfera, que nos obliga como espectadores constantemente a empatizar y a maquinar juicios y valores, a intentar comprender comportamientos y a adentrarnos en la realidad de un país subdesarrollado, en donde el sector más marginado de la sociedad es dominado muchas veces por las ganas y el instinto de querer ser más, de dar el salto de gracia y poder dejar de sentir que el mundo nunca les tuvo algo preparado.


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Wladimyr Valdivia
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8
17 de noviembre de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corría el año 2003 en Chile cuando, tras tres instancias judiciales, Karen Atala, una destacada abogada y jueza chilena perdía la tuición de sus hijas a causa de una demanda del padre, ya que la madre convivía junto a su nueva pareja. ¿La demanda? “No se encuentra capacitada para cuidar de las tres niñas, dado que su nueva opción de vida sexual sumada a una convivencia lésbica, estaban produciendo consecuencias dañinas al desarrollo de estas menores”. El caso fue llevado por la abogada a la Comisión Interamericana de DDHH, obligando al Estado de Chile siete años después a corregir la decisión, en un hecho emblemático para el continente.

Inspirada en el caso mencionado, Pepa San Martín dirige su primer largometraje, ‘Rara’, que coronó con el Premio Horizontes Latinos en el último Festival de San Sebastián. La cinta, lejos de biografiar el hecho, cuenta la historia de Sara (Julia Lübbert), una niña de 13 años que vive junto a su hermana menor Cata (Emilia Ossandón), a su madre (Mariana Loyola) y su pareja, Lia (Agustina Muñoz). Pero el siempre complicado inicio de su pre adolescencia se ve afectado por su padre (Daniel Muñoz), el que no aprueba que sus hijas convivan bajo el mismo techo con su mamá y su novia.

Junto con Sara, el espectador recorre sus días en el colegio, sus tardes en su casa de Viña del Mar junto a su familia, su interés por el niño que le gusta, sus conversaciones cotidianas y certeras con su mejor amiga y compañera en el pasillo y baños del colegio, y sus discusiones con la Cata. Sin embargo, es consciente de su situación: está en la mira de una sociedad que la apunta, que murmura tras las paredes, que la mantienen al filo de la normalidad, la aceptación o el cuestionamiento. San Martín consigue, desde la primera escena, hacernos parte de una familia encantadora, espontánea y natural. Bastan diez minutos para comprender años de historia. Así mismo, la posición del padre, sin ser ausente, también es explícita con las escenas siguientes. Con gran parte de las bases narrativas logradas, lo que queda no es más que una hora intensa de emociones que nos trasladan desde la alegría a la impotencia, del amor al odio, de la inocencia a la madurez.

La relación homoparental nunca es puesta en juicio por el relato ni expuesta de manera soterrada. La sensibilidad de la cámara de San Martín junto con el acabado guión -a cargo de la misma directora junto a Alicia Scherson (‘Play’, ‘Turistas’)- que no deja espacios para dudas o inconsistencias, naturalizan cualquier posibilidad de evaluación; nos convertimos rápidamente en un integrante más de la familia y no podemos hacer otra cosa sino empatizar con lo que significa para Sara, su hermana y su madre, dejar su casa para irse a vivir junto a su padre, demanda mediante. Llena de grandes momentos, en ‘Rara’ todo conspira para crear un relato mágico donde, paradójicamente, la realidad abunda y la palabra “injusticia” no hace más que removernos el piso y ver con otro cristal una verdad mucho más latente que la que podamos llegar a pensar. Escenarios acotados a interiores y locaciones mayormente cerradas también constituyen un trabajo de diseño intimista y totalmente necesario.

La otra mitad del éxito de la cinta la consigue su reparto de excepción. Tanto Julia Lübbert como la pequeña Emilia Ossandón se roban todas las miradas con un trabajo de interpretación superlativo, quienes resultan un deleite para la cámara a pesar de sus cortas edades, lejos de cualquier sobreactuación y con una facilidad de diálogo y trabajo físico envidiable para cualquier experimentado actor nacional. Por otra parte, tanto Mariana Loyola (‘La Nana’, ‘Génesis Nirvana’) como Agustina Muñoz (‘Viola’, ‘La Princesa de Francia’) sostienen una cinta desde la psicología femenina, donde todo el tiempo se respira inteligencia y mucho sentido común.

‘Rara’ es una película necesaria que, tras los créditos, provoca querer seguir conviviendo con ellas, verlas crecer, madurar, evolucionar, y que sin permiso, nos viene a educar; nos toma del brazo y nos abre los ojos. Desde la inocencia de una niña hasta el dolor de una madre y la malentendida preocupación de un padre, Pepa San Martín debuta en el cine con un filme sensible, potente y obligatoriamente pedagógico.


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Wladimyr Valdivia
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7
11 de noviembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 2 de marzo de 2012, Daniel Zamudio, un joven chileno de 24 años fue golpeado brutalmente en la calle por un grupo de neonazis, hasta darle muerte semanas después, sólo por el hecho de tener una orientación sexual distinta a la de ellos. El caso se convirtió en un emblema contra la violencia y la homofobia en el país, al punto de conseguir crear una ley antidiscriminación constitucional que castigue de manera especial a los delitos de esta índole.

‘Nunca vas a estar solo’ es el primer largometraje del músico y realizador audiovisual chileno Álex Anwandter, con experiencia en más de una decena de videoclips para bandas como Teleradio Donoso y Javiera Mena, entre otros. La cinta, inspirada en el Caso Zamudio, cuenta la historia de Juan (Sergio Hernández), un trabajador ya mayor que vive solo junto a su hijo Pablo (Andrew Bargsted). Él es gay, y Juan lo desconoce, o prefiere no querer aceptarlo. Sin embargo, cuando Pablo es atacado por tres vecinos conocidos y su vida corre peligro en la sala de un hospital, Juan comienza a entender algo que nunca se imaginó tener que vivir.

El debut de la cinta no pudo ser mejor: un Premio Teddy en el Festival de Cine de Berlín la avalan como una de las películas del año en el orbe de temática LGBT y no es casualidad. El tratamiento que Anwandter nos propone sobre el tema se aleja de cualquier caricatura y apela a la descripción gráfica, a la realidad de miles de jóvenes que, entrados en su adolescencia, viven al ritmo más allá de su sexualidad: tienen amigos, van a fiestas, tienen sexo y luchan a diario con alguna relación paternal que no es de las mejores. Pero Pablo es gay, y eso, en una sociedad como la nuestra, siempre le ha importado mucho más al resto que a él mismo, y el director se encarga de contárnoslo sin ningún tipo de filtro en pantalla.

La cámara de Anwandter es sugestiva y nos sumerge en los ojos de Pablo; en el amor incondicional y la palabra sincera de Mari (Astrid Roldán), su mejor amiga; en el odio de Martín (Benjamín Westfall), un vecino intolerante; en el corazón de Juan, su padre. Durante la primera mitad somos capaces de forjar una relación con Pablo desde su experiencia de vida y a creer en su inocencia, en sus ganas de querer ser un gran artista y bailarín, en la posibilidad que el universo sepa aceptarlo y, con ello, su padre, a quien sólo le importa su trabajo. En la segunda mitad, la cinta se quiebra, dejamos de ser Pablo y todos somos Juan, acompañándolo en un doloroso viaje, a quien perdonamos por sus incapacidades, arrastrados por la compasión que nos provoca verlo en un túnel sin salida, con su hijo al borde de la muerte, conviviendo como espectadores de su incipiente angustia y desesperación.

La misma sociedad que se encarga de extinguir minuto a minuto la vida de Pablo y, con ella, la de Juan, es la que aparece en su camino, los secundarios, como faros que se encienden y otros que se apagan, y que van haciéndole comprender todas sus carencias, desapegos y cariños jamás entregados a su hijo -por miedo a la verdad-, lo único que le queda en la vida. Es Lucy (Gabriela Hernández), su vecina, el retrato de una humanidad retrógrada que, desde la ignorancia aunque con sensibilidad y empatía, castiga; es Ana (Antonia Zegers), una doctora con la frialdad de quien convive con la muerte, quien lo aterriza; es Bruno (Edgardo Bruna), su socio, el que al igual que los números, le demuestra que nada dura cien años y que la estabilidad no existe en el bolsillo sino antes en el corazón; es el sistema bancario y médico de un país que tampoco se esmeran por ayudarlo. Luces para Juan de todo el derrotero mal recorrido. Y el espectador lo sigue de cerca, en silencio, a través de los ojos de maniquíes, testigos mudos que abundan en su fábrica. Mención especial para Félix (Jaime Leiva), amigo y pareja sexual de Pablo, que no es más que el grito en silencio de una juventud sin ningún tipo de culpa pero aterrada por hacer pública su homosexualidad.

‘Nunca vas a estar solo’ se hace indispensable en un momento histórico donde las minorías cada vez son más grandes y donde las nuevas generaciones, de cerebros lustrados y sin contaminación, grano a grano, están consiguiendo que el mundo vea al de al lado con otro cristal, sin embargo, la cinta no nos alecciona ni se encarga de dejar un mensaje, lo que redunda en una historia sin muchos matices, contada con la crudeza de algunas imágenes pero sin la profundidad en el tema, más allá de lo que los personajes muy bien conseguidos nos pueden entregar. Es una mirada a través de una ventana de una realidad que nunca queremos ver, de corazones sin coraza.

Excelentemente interpretada por un promisorio Andrew Bargsted (‘Locas Perdidas’, ‘Mala Junta’) y un Sergio Hernández (‘La Sagrada Familia’, ‘Gloria’) en uno de los mejores papeles de su carrera; muy bien musicalizada y fotografiada; Álex Anwandter comienza su camino en el cine con el pie derecho, con una historia aunque perfectible, muy necesaria.


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Wladimyr Valdivia
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7
3 de octubre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ovacionada en el último festival de Cannes y en Sitges 2016, ‘Raman Raghav 2.0’ (‘Psycho Raman’ en Latinoamérica) es la última película del destacado director indio Anurag Kashyap (‘Black Friday’, ‘Gangs of Wasseypur’), quizás el realizador más importante de la última década de dicho país, que ahora presenta un thriller ecléctico basado en los crímenes de Raman Raghav, asesino en serie que en los años ’60 dio muerte a sangre fría a más de veinte personas en Mumbai.

Dividido en seis capítulos, ‘Raman Raghav 2.0’ cuenta la historia de Ramanna (Nawazuddin Siddiqui), un tipo desequilibrado mentalmente que comienza a sembrar el terror en la capital de la India asesinando gente a golpes y martillazos, emulando a un famoso asesino de hace 50 años atrás. Por otra parte, Raghavan (Vicky Kaushal) es un policía poco ortodoxo que se hace cargo de la investigación, siguiéndole los pasos a Ramanna.

La cinta nos plantea un interesante juego desde un comienzo: el propio Ramanna se entrega a la policía tras uno de sus crímenes, contando todo su accionar con lujo y detalle. La policía, escéptica ante esta anómala situación, dudan de su confesión y lo dejan en libertad. Todo es parte de la inteligente estrategia de Ramanna, alguien que comprende cómo funciona la justicia y cómo opera el poder policial en una población azotada muchas veces por la violencia, la pobreza y la desigualdad.

De aquí en más nos adentramos en un puzzle de pistas policiales y horrendos crímenes, pero incorporando a un nuevo protagonista principal, Raghavan, el policía, atrapado en la droga, la violencia familiar y el abuso de poder. Aquí recae el primer gran atractivo de la película: la posibilidad de seguir a dos elementos opuestos en sus roles dentro de la sociedad, pero con más similitudes de las que nos podríamos llegar a imaginar. Todo esto llevado con un tacto cinematográfico muy cuidadoso, envolviendo a la historia de un aire de violencia y crudeza que no apela a la descripción gráfica (al punto que la cámara siempre esconde la tortura explícita en pantalla), sino a la tensión y la espera de ver el siguiente paso, tanto de Ramanna como de Raghavan.

Este paralelismo no es casualidad: entre ambos nace una obsesión por el otro; el policía cree estar por sobre la ley, mientras que el psicópata concibe el derecho a vivir algo destinado sólo para algunos. Y es cuando sus vidas se cruzan el momento en que la cinta define su mensaje y nos muestra el lado más oscuro de la sociedad, en una escalada criminal sin límites pero que cuida sus recursos al retratarlo en pantalla, volviéndolo un filme si bien crudo e intenso, alejado del gore gratuito, muy bien filmado y fotografiado, pensado también como un trabajo comercial de exportación para la mayor cantidad de paladares.

El trabajo del dúo principal es sobresaliente, con personajes que arrastran una carga emotiva espesa, interpretados con perfección y extrema naturalidad por Nawazuddin Siddiqui (‘Badlapur’, ‘Lion’), un psycho killer que nos recuerda a Anton Chigurh en ‘No Country For Old Men’ (2007) por su inteligencia y templanza a la hora de operar; y Vicky Kaushal (‘Bombay Velvet’, ‘Masaan’), un policía drogadicto, violento, con una relación enfermiza de amor y odio con su pareja. Ambos nos hacen partícipes y cómplices de cada uno de ellos en ciertos pasajes de la cinta, para luego ponernos en su contra, traspasándonos esta dualidad al espectador. La banda sonora de Ram Sampath, mezclando la urbanidad del tecno pop con membranófonos y ritmos propios de la cultura india, le otorga una textura elegante y suburbial, que nos mantiene cerca del Bollywood clásico.

El filme se queda corto a la hora de transmitir el drama a partir de las muertes y su impacto social, poniendo el énfasis en la estética y su estilo visual (esto último casi una marca del director, el que ha sido comparado incluso con Tarantino), sin embargo, resulta un thriller impactante con un final sorprendente que es capaz de hacernos olvidar cualquier vacío argumental o subtrama poco definida, dejándonos el sabor de una historia interesante, bien contada aunque mejor ejecutada.


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Wladimyr Valdivia
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