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España España · A Coruña
Críticas de PhantomWave
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
8
14 de febrero de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Damien Chazelle, director y guionista de La La Land, quiere dejar bien claro desde el principio que lo que el espectador paga por ver, es un musical. Por eso, ya en la primera escena tiene lugar un vistoso número de canto y danza que pone en marcha todos los engranajes que caracterizan al género. Yo, que nunca he sido muy fan de sus convenciones, me asusté un poco. Cuando vi que, en medio de un atasco en la autopista, un montón de personajes empezaba a salir de sus coches y a cantar y bailar sobre sus respectivos capós, con una sonrisa en la cara y explicando sus ilusiones y preocupaciones existenciales directamente a la cámara… tuve miedo.

La idea de tener que enfrentarme a una ristra de escenas de baile con personajes que no me importaban lo más mínimo contándome sus vidas, me tenía preocupado. Este miedo me acompañó a lo largo de los primeros compases del metraje, pero poco a poco fue desvaneciéndose. El relato empezó a tomar forma y los números musicales empezaron a funcionar más como oportunidades para contar una historia y desarrollar a los personajes que como simples espectáculos de música y color. Sin embargo, aún tuve que hacer frente a otro elemento que desafiaba mi completo disfrute de la película: el homenaje.

Escena tras escena, Chazelle parecía empeñado en hacer guiños a las viejas glorias del cine clásico en general y del género musical en concreto, recreándose en una cinefilia apasionada y que dejaba claros sus referentes, pero que se antojaba hueca de significado para la narración. Esto no me asustó, ya estoy acostumbrado al espíritu nostálgico que caracteriza a las películas comerciales de nuestra época, pero sí que me hizo dudar de la capacidad del director para distanciarse lo suficiente de estos referentes como para contar algo nuevo.

Mis dudas se resolvieron en parte, ya que a pesar de no ser una historia demasiado original –chica conoce a chico y se enamoran–, el guion y las interpretaciones logran darle a los protagonistas una dimensión humana y emocional con la que resulta muy fácil conectar. Ryan Gosling y especialmente Emma Stone, se aprovechan de la sencillez del relato para crear personajes con alma y separarlos de los manidos arquetipos de musical con los que son identificados en un principio.

A esto le añades una música pegadiza y el deslumbrante estilo visual de las coreografías, la fotografía, las localizaciones y la puesta en escena, y ya me tienes vendido. La La Land tiene sus defectos, pero el corazón con el que está relatada su historia y la forma en que logra crear un nexo emocional con el espectador, hacen que te olvides pronto de ellos para poder disfrutar del espectáculo. Y eso que a mí… ni siquiera me gustan los musicales.

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PhantomWave
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7
8 de enero de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con ritmo pausado y cuidado estilo visual, Moonlight compone un relato íntimo y personal, desarrollando su narrativa en torno al conflicto generado entre la identidad individual del protagonista, Chiron, y las expectativas que le impone su entorno. El resultado es un drama con mucha fuerza, capaz de conectar al público con personajes y realidades duras y complejas.

Chiron es un joven negro que crece en un barrio pobre del sur de Estados Unidos y en el seno de una familia desestructurada, con un padre ausente y una madre inestable. Las cosas no son más fáciles en su colegio, donde sus compañeros lo marginan y humillan por considerarlo diferente, una diferencia que le hace ganarse la etiqueta de “maricón”. Esta alienación le llevará a explorar su identidad, más concretamente la sexual.

En Moonlight, este viaje de descubrimiento se divide en tres capítulos vitales, donde se relatan la infancia, adolescencia y vida adulta de Chiron, profundizando en las dificultades, expectativas y presiones sociales propias de cada fase. Esta división hace que la exploración temática sea más profunda, aunque a cambio también se sacrifica parte de la fluidez narrativa de la historia.

La construcción y desarrollo del protagonista es uno de los elementos más destacables de Moonlight. Barry Jenkins y su equipo son capaces de utilizar con sencillez e inteligencia los tiempos y los silencios de cada escena, logrando ahondar en los conflictos internos de Chiron, sin necesidad de recurrir a exposiciones artificiales o subrayados innecesarios. El relato confía en el espectador para cubrir los espacios dejados en blanco, implicándolo totalmente en la narración de la forma más natural posible.

A la sencillez de la propuesta se le une una cinematografía al servicio de la historia, los temas y, sobre todo, los personajes. La cámara y la edición se alían con el uso del color y el diseño de sonido para imprimir pulso y expresividad a una narración que deja marcada su huella en el espectador.

Nota editorial: En medio de esta nueva fiebre que vive Hollywood, donde las grandes productoras (y los poderes financieros que tienen detrás) tratan de demostrar su compromiso con las minorías sociales, podría pensarse que Moonlight es solo un engranaje más de esta estrategia propagandística.

¿Un filme que habla de identidad sexual, que está protagonizado por afroamericanos, que es paseado por los festivales y galas más importantes de Estados Unidos, en el momento tan delicado por el que está pasando el país…? Es normal que a uno le pueda parecer que Moonlight es un simple truco de marketing para que la “fábrica de los sueños” se sitúe en el lado “progre” de la ecuación a ojos de la opinión pública.

Sin embargo, el acercamiento a las minorías de esta película no tiene nada de institucional, tal y como otras películas recientes sí parecen tenerlo (Figuras Ocultas, te estoy mirando a ti), esta es una aproximación íntima y honesta a realidades humanas de las que no se habla lo suficiente. Puede que los motivos por los que está nominada a los Oscar tengan más que ver con ese lavado de cara institucional que con sus méritos como obra de ficción, pero que eso no te quite de verla, porque merece la pena.

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PhantomWave
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6
14 de febrero de 2018
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Star Wars vuelve a transportarnos a su universo de ciencia ficción setentera, esta vez con una entrecuela que, aunque entretiene, carece de la personalidad de entregas anteriores. Como predijo Night Owl la semana pasada, los magos de Disney mueven en Rogue One un par de cartas de su baraja narrativa, pero esta vez el truco no solo es predecible, sino que le falta chispa.

La mayor flaqueza de la película podemos encontrarla en la débil construcción de su protagonista. Jyn Erso posee una triste historia de origen en la que siendo muy pequeña, el Imperio le arrebata a sus padres, algo que tenemos muy visto pero que sigue funcionando. El problema es que los guionistas esperan que esto y la belleza superficial de Felicity Jones sean suficiente argumento para hacer de ella un personaje por el que nos podamos preocupar. Craso error. Apenas hay un desarrollo del personaje después del origen, los intentos por humanizarla resultan demasiado obvios como para tener efecto y tanto la evolución de su arco como las acciones que lleva a cabo para hacer avanzar la trama, se antojan un tanto artificiales y forzadas.

Por desgracia, el resto de personajes son más o menos igual de insulsos. Algunos sí consiguen desarrollar rasgos de personalidad que, aunque estereotípicos, ayudan a disimular el vacío carismático de Jyn. Aun así, la mayoría carecen de la dimensión y singularidad que pudieran haber dado a sus interacciones cierto peso o haber hecho de ellas algo memorable.

Es curioso que a pesar de lo decepcionantes que son sus personajes, Rogue One consiga alcanzar un aceptable nivel de entretenimiento. Lo consigue en gran parte gracias al uso de la estructura narrativa a la que tanto partido le ha sacado Star Wars desde sus inicios, desarrollándose la aventura de Jyn de forma muy similar a la de Luke y a la de Rey. Esto debería ser un punto negativo, pero lo cierto es que este esqueleto narrativo sigue funcionando, y aquí los guionistas consiguen retocarlo lo suficiente como para hacerlo disfrutable de nuevo.

Por otro lado están los altos valores de producción que uno puede esperarse encontrar en una superproducción de Disney. A nivel visual estos valores consiguen adaptarse a la estética emblemática de la saga original, logrando que el CGI pase desapercibido y que los efectos mecánicos adquieran el suficiente protagonismo como para resultar entrañables sin pasarse de la raya. La película vuelve a abrazar así el look sci-fi setentero, aliñándolo, eso sí, con una pequeña dosis de crudeza realista para no espantar a los nuevos públicos.

En definitiva, Rogue One no es nada nuevo o atrevido, tampoco es una desgracia o un despropósito, es solo lo esperable con un par de cartas cambiadas de sitio. Si aún no has ido a verla, su relato puede ofrecerte entretenimiento, pero sinceramente, puedes encontrarlos mejores y más entretenidos en otros sitios, dentro y fuera de la franquicia Star Wars.

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PhantomWave
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6
4 de enero de 2018
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oscura, enigmática y con poso reflexivo, Blade Runner (1982) es a día de hoy una de las obras más icónicas e influyentes de la historia del cine. La película creó escuela mezclando las convenciones narrativas, temáticas y estéticas del cine negro y de la ciencia ficción. Sus autores construyeron una propuesta visual que reunía lo mejor de dos mundos, y aprovecharon el trillado espacio narrativo de la investigación policíaca para indagar en un asunto tan enorme y complejo como es la identidad humana. Teniendo en cuenta estas características y su estatus icónico, no cuesta entender la cautela con la que muchos recibimos el anuncio de esta secuela.

Sin embargo, dentro de lo innecesario que pudiera ser el hacer una segunda parte de Blade Runner, sin duda los elegidos para desarrollar el proyecto invitaban a cierto optimismo. El equipo técnico de Blade Runner 2049 es todo un ‘Dream Team’ que combina a autores de la original, como Hans Zimmer (música) o Hampton Fancher (guion), con algunos de los profesionales más reconocidos e interesantes de la actualidad hollywoodiense, como Roger Deakins (fotografía) o Denis Villeneuve (dirección). Y con Ridley Scott actuando como productor, lejos de la parte creativa de la película, algunos fans ya empezaban a ilusionarse con esta secuela.

Entonces… ¿Lograron crear un nuevo hito cinematográfico? ¿Una obra maestra que iguala o supera a su predecesora? Averigüémoslo.

En Blade Runner 2049, ambientada 30 años después de los eventos de la original, seguimos la historia de K (Ryan Goslin), un blade runner que trabaja para la policía de Los Ángeles. Encargado con la tarea de descubrir la verdad que se esconde tras un misterioso caso, el blade runner emprenderá una larga investigación en la que intereses corporativos y preguntas existenciales se interpondrán en su camino.

Blade Runner 2049, al igual que su predecesora, utiliza la trama policíaca como el vehículo narrativo a través del cual se van presentando e indagando los temas centrales de la obra. Villeneuve y su equipo profundizan de esta forma en los dilemas que se derivan de la creación de seres capaces de desarrollar una identidad, que sigue siendo el tema central de la saga. Pero también se atreven a tocar otras cuestiones, abordando los problemas sociales y medioambientales a los que se enfrenta la sociedad humana en la Tierra.

Sin embargo, aunque admiro los esfuerzos de la película por diseccionar estas ideas hasta su núcleo, hay un obstáculo que para mí echa a perder tanta profundidad: la completa desconexión que siento con la historia y los personajes. No estoy diciendo que sus personajes sean planos o que estén poco desarrollados, pero en su mayoría sí que son seres fríos, distantes, herméticos y artificiales, lo cual hace difícil que me preocupe por lo que les pasa. No siento nada por ellos, ni odio, ni amor, ni simpatía, solo indiferencia. Así que aunque las profundidades temáticas de Blade Runner 2049 puedan esconder oro, la película no me ofrece nada que me anime a recorrer el camino para buscarlo.

Esto es un obstáculo gigante para mí, uno que se hace todavía más evidente e infranqueable cuando se comparan estos personajes con los que poblaban el mundo de su predecesora. Los androides rebeldes que le había tocado perseguir a Deckard (Harrison Ford), eran más fuertes físicamente que cualquier humano, pero poseían una personalidad y una fragilidad humanas que me cuesta encontrar en la California de 2049. Aquel lema de la Tyrell Corporation, “más humanos que los humanos”, parece haberse cambiado en esta nueva entrega por un “tan humanos como necesitemos que sean”. Y no digo que esta lógica no traiga consigo dilemas y preguntas nuevas e interesantes, pero a nivel narrativo, para mí significa la desaparición del misterio y de gran parte del interés que los replicantes poseían.

La ambientación es otro elemento que me ha decepcionado en esta secuela, uno que hace todavía más grande el abismo que me separa de la historia. La acción de Blade Runner 2049 se desarrolla por lo general en espacios abiertos de corte minimalista, en los que reina el orden y la limpieza, aun cuando la localización es un vertedero. Tengo una sensación constante de que todo está “recién fregado”. La imagen es muy nítida, muy limpia, sanitaria, como de hospital. Atrás quedan los espacios lúgubres y cerrados de la original, en la que reinaba una visión caótica, industrial y decadente del mundo. Lo que más echo de menos de ella es la huella humana que poseían los espacios. Porque ya fuera el apartamento de Deckard o el despacho de Tyrell, estos eran lugares que no solo reflejaban la personalidad de sus dueños, sino que daban la impresión de ser “espacios vividos”.

Puede parecer una chorrada, pero cuando a la historia desapasionada y a la frialdad de los personajes, le sumas unos decorados que me recuerdan a un catálogo de Ikea, el resultado es desalentador. Y sé que este cambio en la ambientación corresponde a un cambio en la forma en que nos imaginamos el futuro. Porque mientras que en los ‘80 el futuro era una desordenada torre de televisores de tubo con centelleantes códigos numéricos e imágenes jeroglíficas en sus pantallas, ahora el futuro es una sencilla y funcional pantalla holográfica que aparece y desaparece al antojo del usuario. Es un cambio que entiendo y creo justificado, pero yo sigo echando de menos esa torre de televisores. Echo de menos el humo de tabaco llenando cada habitación y las luces de neon iluminando cada calle, porque ese era un futuro decadente y triste, pero era un futuro humano y mucho más atractivo estéticamente.

(Conclusión SIN spoilers en la Zona spoiler :P)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
PhantomWave
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