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España España · Sevilla
Críticas de Talibán
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Críticas 125
Críticas ordenadas por utilidad
10
22 de mayo de 2006
124 de 144 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que el rechazo que inspira Bergman se debe a dos factores:
1.- Que es sueco
2.- Que su galaxia temática gira en torno a la metafísica
Ambas cuestiones producen pereza por separado así que unidas son una invitación a la huida sin paliativos. Nos consideramos mediterráneos y, por tanto, consumidores naturales de sol, vida, pescado fresco y belleza femenina. Un sujeto que tiene como maestros a Kierkegaard y Strinderg no debe ser muy agradable, estoy de acuerdo en eso.
Mi desacuerdo se extiende a todo lo demás. Bergman consigue lo que sus maestros ni siquiera intentaron, ya que ellos tan sólo pretendían buscar un sentido a la existencia. El autor de "Como en un espejo" logra que a partir de esa búsqueda ética (que nos puede resultar indiferente o aburrida) se construya toda una poética. La prueba (entre otras muchas) es "Como en un espejo".
Es una película hermosísima. Tan hermosa como los restos de un barco encallado en la playa. Y contiene la escena de más intensa belleza de todo el cine europeo. Harriet Andersson lee en el diario de su cariñoso padre cómo éste confiesa con amargura que ni siquiera puede dejar reaccionar como un escritor cuando observa los dolorosos -pero literariamente atractivos- síntomas de la enfermedad incurable de su hija. La mujer cierra el dietario y la música de la Suite nº 2 de Bach (la ahora célebre "Zarabanda") irrumpe en la escena impregnándola de un agudo fatalismo. Ese chello..., nunca una nota me traspasó con tan limpia violencia, como un rayo de infinita tristeza.
Talibán
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8
17 de febrero de 2013
109 de 119 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se dice en la película: “Cuando cumples diecisiete, te olvidas que una vez tuviste dieciséis”. Es muy extraño; con la infinita, abrumadora, incalculable cantidad de títulos dedicados a la adolescencia, ninguno ha sido capaz de filmar con una mínima aproximación una auténtica fiesta. En esta película llevan al protagonista a la casa de un conocido y le dicen: “Y esto es una fiesta”. Y, vaya, aquello es una fiesta. La primera que veo en una pantalla que se parece a las reales.

Es difícil para mí explicar por qué una película que contiene tantos elementos que un talibán debería calificar de tópicos – la escenas montadas con canciones, el profe de Literatura que recomienda “El guardián entre el centeno”, aunque a mí la historia me recuerda más a “Retorno a Brideshead” de Evelyn Waugh- me ha dejado al final de proyección, a la que hemos asistido un total de ocho personas, mirando embobado el desfile de créditos mientras mi impaciente esposa me esperaba en la puerta. Y por qué al salir me he visto en la imperiosa necesidad de decirle:”Es “Heroes”, de David Bowie”.

Quizás es porque el autor de esta película, cuyo espantoso título me gustaría no repetir, no confunde el sentimiento con la sensiblería, ni la dulzura con la bollería industrial, ni se ve en la obligación de ser cruel para ser gracioso, ni orienta a sus actores para que en los momentos dramáticos se parezcan a De Niro o Meryl Streep. Ni tampoco se deja aconsejar sobre cómo filmar su historia, porque es suya y no del montador ni del ayudante de dirección, que seguro que lo miró con desdén porque no había estudiado cine en una escuela.

O quizás porque, aunque lo olvidamos al cumplir diecisiete años, no ha habido un acontecimiento mayor en nuestra vida que cuando hicimos nuestro primer amigo siendo un adolescente. Ese tipo que, más que la chica a la que besamos por primera vez, nos abrió el mundo definitivamente, nos contaminó de música desconocida y nos mostró que ir a una fiesta es como descubrir un planeta nuevo. Qué banal suena pero qué hermoso es en realidad. Tanto que debo mandar esta crítica ahora mismo porque mañana me arrepentiré de haberla escrito.

De la misma forma que en la adolescencia uno se enamora de chicas por motivos leves y extravagantes, por ejemplo que te llamó por tu nombre al minuto de conocerla, de adulto uno puede enamorarse de películas por razones muy imprecisas, si no esperabas nada de ella, si decides bajar la guardia y te coge desprevenido, o si ves reflejada en la pantalla una situación idéntica a la que viviste cuando tenías dieciséis años y que olvidaste cuando cumpliste diecisiete. Cuando llegaste al final de un túnel maravilloso y tuviste que seguir viviendo. Cuando dejaste de ser el héroe de tu propia vida.
Talibán
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8
7 de abril de 2014
122 de 147 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “El Gran Hotel Budapest” hay una escena que el espectador sabe cómo va a terminar desde el principio; en ella, un hombre sigue a otro para matarlo por las calles de la ciudad. La víctima huye arbitrariamente hacia el gran museo que será su ratonera, en donde tiene lugar una persecución absurda cuyo protagonista es el propio escenario (secuencia que me recuerda a otra parecida de “Cortina rasgada”). ¿Por qué tanto sin sentido? ¿Por puro capricho del narrador? ¿Porque es un gran escenario para un crimen, nada más? Me inclino claramente por el sí: una monumental broma pesada sin duda, como toda la película –ya se darán cuenta los que la vean- que va ensartando disparates argumentales sin descanso. ¿Hay que tomársela en serio?

Creo que depende. Si me preguntan a mí, diría que intenten ser justos con “El Gran Hotel Budapest”; es la historia que narra un viejo, que escribe otro viejo, que lee una joven y que finalmente nos llega a nosotros al final de la cadena. Mirada en conjunto desde uno de los extremos, como digo, es una burla. Vista desde el otro extremo, es el colmo de la coherencia.

Una primera clave hay que buscarla en la manera en que está contada, la forma en que está traducida a imágenes.

“El Gran Hotel Budapest” es, quizás más que cualquier otra cosa, un homenaje a las historias, a los que saben contarlas, a los que saben escucharlas, a los que las protagonizan, a sus escenarios, a todo lo que ya no existe salvo en la memoria de los que han vivido en esas historias y, sobre todo, a los que las imaginan sin haberlas vivido porque alguien se las transmitió para que fuesen suyas para siempre. Es, de manera coherente, una experiencia visual pura y lo es porque de las historias bien contadas no surgen reflexiones ni discursos, sino imágenes y aromas.

Y en ese territorio está película no tiene rival. Está contada acudiendo a un formalismo extremo, geométrico, lleno de planos estáticos y movimientos milimétricos cosidos con increíble mimo entre sí; cada composición es autosuficiente y hermosa en sí misma, pero encadena a la siguiente con fluidez. Son las imágenes que toda historia bien contada nos deja.

¿Va esto hacia algún lado o es un simple experimento formalista? “El Gran Hotel Budapest” nos recuerda que entre la Causalidad de la Historia y la casualidad de la historia hay un abismo…, muy pequeño, que un buen contador de historias debe convertir en escenario de juego y diversión sin suprimirlo del todo: sólo debe difuminarlo. En ese margen mínimo, que un personaje se deje atrapar estúpidamente en un maravilloso museo vacío responde a la misma lógica que la escena de la avioneta de “Con la muerte en los talones”, la de marcar un territorio de superioridad del contador de la historia sobre sus personajes y sobre sus espectadores; si la soberanía absoluta del autor impone una lógica que le pertenece a él, el instrumento que utiliza aquí para derrotar a los personajes y a nosotros mismos es el humor. Creo que si el espectador no se ríe desde el primer chiste, “El Gran Hotel Budapest” le parecerá una indignante tomadura de pelo y el personaje del museo morirá en vano, así de frágil es esta película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talibán
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10
18 de noviembre de 2005
168 de 241 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tippi Hedren sube al bote y comienza a cruzar la bahía. Entonces sucede algo que nos inquieta: se detiene el tiempo cinematográfico y pasa a coincidir con el tiempo real. El sonido cotidiano del fuera borda se nos antoja extraño, excepcional. Surge una pacífica angustia, la misma que tienen los marineros en medio de una calma absoluta. Y el pájaro escoge ese momento para atacar por primera vez: nada más lógico.
A partir de ahí, hasta la imagen final, todos nuestros esfuerzos por encontrar una respuesta a la conducta de los pájaros se inician siempre en el mismo pensamiento: aquella está provocada por la llegada de Tippi Hedren. Lo que más nos aterroriza del interminable crescendo de ataques es la plena consciencia de que éstos responden a una lógica muy precisa pero demasiado abstracta para formularla; con la excepción de que están relacionados con la llegada de Tippi Hedren (elemento extraño que desencadena cambios en un medio que se creía inalterable). Este carácter ineluctable de los procesos, que nosotros asimilamos siempre al reino animal, también nos aterroriza, porque nos deja moralmente desvalidos.
El mecanismo es imparable, las barreras de lo soportable se van traspasando y se alcanza el clímax con...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talibán
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10
27 de noviembre de 2008
105 de 122 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué sentimos cuando observamos la hermosura de la Naturaleza? Sentimos que la belleza nos posee, que participamos de la plenitud del mundo por primera vez.

¿Qué sienten los japoneses?

Melancolía. Algo que no llega a ser tristeza. Le llaman mono no aware. Si contemplan un crisantemo, lo que tiene de bello les produce felicidad y lo que tiene de efímero, amargura.

Yo no soy japonés, pero como espectador resabiado, nadie me ha hablado de la forma que lo hace Ozu. Con tanta modestia. Con tanta autoridad. Cuando, como dice servadac, mi médula se estremece hasta el dolor con el travelling más leve y brutal nunca rodado, descubro mi pequeñez. Cuando el anciano espera el nuevo día mientras su esposa termina de vivir, yo me siento desnudo y observado.

Por eso, porque estoy indefenso, reivindico en este caso la mala poesía. Es mi derecho. Mi coartada. Jamás podré hacer unos versos como los de este maravilloso y clásico haiku:

Nace el otoño
Se deslizan las nubes
Y se ve el viento

Y así, cuando Ozu filma el movimiento de las cosas, de las estaciones, de las personas, de los abanicos, de los trenes, de las soledades, sabiendo que nada permanece lo suficiente, yo tan sólo puedo defenderme con este mal haiku, que escribí en honor de “Cuentos de Tokio” y que es una suerte de exorcismo personal:

¿Qué se detiene
Cuando por fin me observa
El amanecer?
Talibán
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