“In the desert, you can’t remember your name”, cantaba America en Horse with no Name. Esta frase es una metáfora perfecta con Paris, Texas. Enigmática, particular, sigilosa. Travis (Harry Dean Stanton) tras más de cuatro años desaparecido, se reencuentra con su familia (el matrimonio formado por su hermano y su mujer, y su hijo). El tiempo, la memoria y el olvido son tratados como pocas veces se han visto en la pantalla. Una búsqueda genial, entrañable y contundente. La estética de la imagen, sensacional, acompaña en todo el momento este proceso.

Culminante por su ejecución. Histórica por su dirección. Simbólica e inteligente. Brillante.
De la representación más precisa y exacta, Buñuel recrea una realidad tangible, palpable, con sus dramas (y comedias también) de nuestra sociedad, tan particular como dura, inculta, bruta, salvaje.
Viridiana es adictiva y sorprendente. Su inicio engaña al espectador (al menos me ha engañado a mí) y Buñuel es capaz de construir un espejo que será recordado como uno de los títulos más importante del cine español.

Impresionante. Obra maestra desconocida. Ya no hablamos de un guion sensacional, ni de una dirección sublime o de una imagen y caracterizaciones reminiscentes. Estamos hablando de un conjunto de emociones, miedos, huidas, fracturas enmarcadas en una alocada, pero a su vez tan normal familia de la década de los sesenta y setenta.
La intrusión del rock (liderada por Pink Floyd y David Bowie), la rebelión personal y la necesidad de rebelarse, así como experimentar son elementos indispensables que pone Vallée sobre la mesa.
El relieve de la gran mayoría de sus personajes, con magníficas interpretaciones, inducen al espectador a una aproximación innegable tanto del protagonista como de la familia en sí.
Valiente, fresca y, sobre todo, loca. Así es C.R.A.Z.Y, una alocada a la par que estimulante e impactante cinta.

Desgarradora representación de la visión -casi suicida- de todo periodista bélico. Ubicada en la Guerra de Bosnia y perfectamente escenificada, Sympathy for the Devil causa una descolocación hipnótica y una inevitable reflexión sobre la desconocida labor de todo periodista en una guerra. Lindo homenaje, además, a la figura de Paul Marchand, periodista que no renunció jamás ni a sus principios ni ideas a pesar de jugarse cada día la vida.

Bonita, sencillamente preciosa. Cold War no trata sino una historia verdadera de amor, pero contiene unos adornos que la hacen diferente de las demás: la música y un blanco y negro sensacional. Hipnotizante, con dos protagonistas espectaculares (Joanna Kulig y Tomasz Kot) que no solo absorben, sino que maduran, tanto física como psicológicamente, con el transcurso de la cinta. Y aunque ella sea puro rock’n roll y él de clásica, siempre permanecerán unidos por un género llamado amor.