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España España · Madrid
Críticas de Servadac
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Críticas 359
Críticas ordenadas por utilidad
8
23 de diciembre de 2011
315 de 366 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Artist no es un homenaje en exclusiva al cine mudo. Tampoco es cine mudo. Es un homenaje presente al cine grande del pasado y, muy especialmente, al gran cine de Hollywood. Es una fiesta, una celebración. Un caudal de cine con sonrisa.

La banda sonora es relevante, incluso en la elección de los silencios.

La única regla formal de Michel Hazanavicius es la ausencia de color –quizás, el número final hubiera ganado en emoción e impacto con el color de ‘Cantando bajo la lluvia’.

El protagonista se apellida Valentin(o), pero recuerda a Douglas Fairbanks.

El cine inunda cada fotograma…

‘Vértigo’ (la música de Herrmann; el jardín de la mansión, tan parecido al cementerio; la búsqueda en el coche…). ‘Umberto D’ (el mismo perro, Flike, salva a su amo). ‘El crepúsculo de los dioses’ (el proyector, la decadencia). ‘Él’ (la habitación desquiciada; el horror de las risas y los gestos). Rebeca (la sobrexposición de luz en esa alcoba). ‘El nacimiento de una nación’ y su trepidante montaje en paralelo… El plano Lubitsch de las escaleras, preciso y elegante: unos suben y otros bajan, pero el cine fluye sin parar. Algún destello hay de ‘Ciudadano Kane’ y de ‘Sunrise’... El catálogo de citas sería interminable y, sin embargo, se incorporan al desarrollo de la historia con toda naturalidad. No se trata de guiños o de adornos navideños: son parte de la esencia de la cinta.

Hablan los carteles: GUARDIAN ANGEL, LONELY STAR…

El protagonista se hunde. Intuimos un desenlace similar al de ‘Ha nacido una estrella’ –más de una vez, he pensado en la sonoridad de la frase: “Soy la señora de George Valentin” como colofón sonoro a la película.

Es excelente la pesadilla con efectos de sonido o, más bien, la idea muy original de que los efectos de sonido sean, en palabras de Max Estrella, “el dolor de un mal sueño”.

La sonrisa de Jean Dujardin es el hilo conductor de la película. Esa sonrisa simboliza una manera de hacer cine. Un cine puro, felicísimo, sencillo, intemporal. Lo nuevo (ella) se alía con lo viejo (él) y, juntos, inventan a Gene Kelly.

De la aleación del mudo y el sonoro nace el musical. Y el cine nunca pierde la sonrisa.

===

Von Trier y los mayas han anticipado el fin del mundo. Filmaffinity se acaba para mí… Siento en los dedos el frío de una 'magnum'. Con las últimas palabras escritas por Cervantes, me despido: “¡Adiós gracias, adiós donaires, adiós regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!”

¡BANG!
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Servadac
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6
6 de septiembre de 2011
337 de 414 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva cinta de Almodóvar se da un aire tonal a cierto Cronenberg –‘Inseparables’ y, en menor medida, ‘Videodrome’. Su temperatura no está lejos de ‘Tamaño natural’ (del maestro Berlanga). Uno se imagina sin esfuerzo a Michel Piccoli o Jeremy Irons en el papel protagonista.

‘Abre los ojos’, ‘Vértigo’, ‘Time’, de Kim Ki-duk… la lista de posibles referencias sería interminable.

‘La piel que habito’ tampoco elude la autocita –especialmente ‘Carne trémula’ y, algo menos, ‘Átame’. También ‘Kika’–apunta mi pata Macarrones.

Para mí, las referencias más obvias son ‘El coleccionista’, de William Wyler y 'Los ojos sin rostro', de Georges Franju, mencionada en múltiples textos.

Pero no basta con citar, ni con querer subirse al carro de la Historia por medio de las referencias. Hace falta crear, dar vida a un mundo propio, más o menos alejado de la convención. No tengo claro que Almodóvar lo consiga del todo en este caso.

La atmósfera no acaba de cuajar o sólo lo hace por momentos.

Bien rodada y dirigida, no mal interpretada (pese a ciertos tics made in USA en el gesto de Banderas, al que veo más creíble como doctor monomaniaco que como médico conferenciante), los principales defectos están en el guion: final precipitado, personaje(s) prescindible(s) [El tigre calvo, trillizo de los hermanos Matamoros, la sirvienta Marilia… y sus absurdos parentescos chirriantes, que ni vienen a cuento ni aportan nada al desarrollo argumental], diálogos explicativos y torpones para suministrar los datos al espectador.

Sobra el esperpento de la "conexión brasileña” (el personaje bufo Zeca no funciona; es impagable oír a Marisa Paredes entrando en la quinta El Cigarral diciendo “¡Qué saudade!”) y se echa en falta un desenlace no tan pobretón, más en clave de venganza retorcida o un puntito elaborada.

Me gusta el desarrollo de la trama principal: no hay giro-pirueta, la intriga se desvela de forma pausada y bien medida, sin efectismos TA-CHÁN ni sorpresa con subida de volumen. Los violines no hacen daño a las imágenes.

Elena Anaya está maravillosa.

La última secuencia es un prodigio de funambulismo cinematográfico: evita el descalabro y casi llega a conmover.

‘La piel que habito’ no es la obra de un genio; se queda a las puertas de ser una película notable. Es la obra de un artista que hace lo que quiere, dotado de talento y sin complejos.

Ya quisiéramos la mayoría de mortales fracasar a semejante altura.
Servadac
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7
5 de noviembre de 2011
342 de 438 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ingmar Bergman inicia ‘Persona’ con una serie de primeros planos ordenados en montaje abstracto, imágenes desconcertantes que desembocan en la crucifixión terrible de una mano abierta. Luego, un niño, las lanzas de una valla… La secuencia crea la temperatura emocional de la película. Y permanece, como telón oscuro e inquietante.

Lars von Trier nos muestra, en el preludio, una serie de imágenes vagamente evocadoras, fláccidas, no sé si sugerentes o fallidas. Rueda en balleno (el idioma de los cuerpos celestes y cetáceos), con cámara superlenta (como en ‘Anticristo’) y música de Wagner. Consigue justo lo contrario que Ingmar Bergman en ‘Persona’.

===

1ª parte) Kirsten Dunst

Aquí no hay boda –ni amigos ni parientes ni seres humanos. El padre, la madre y el marido son del todo ajenos a su hija o novia/esposa. No existe indicio alguno de conocimiento previo.

La bipolaridad de Justine se subraya hasta lo bufo.

Los brindis y discursos recuerdan a los de la dogmática ‘Celebración’, de Thomas Vinterberg. Pero la tensión no existe. En la normalidad aparente, lo extraño destaca. En Marte, lo marciano no llama la atención.

Sería divertido comparar la idea Terrence Malick de familia con la idea Lars von Trier. Aunque ‘El árbol de la vida’ pertenece a otra galaxia. En Malick cala el recorrido. En Lars von Trier lo que cala es el final.

Los planos amplios, digitales, sin centro o jerarquía, ‘pictóricos’ (ya se encarga el director danés de recalcarlo incluyendo ilustraciones de libros de pintura, pretendiendo, como ya hizo en ‘Anticristo’, emparentar su cine con el cine de Tarkovsky –‘Nostalgia’ y, sobre todo, ‘Sacrificio’). Unos planos que me causan menos sensación de peligrosidad inminente que de tibia falsedad.

El guión –de haberlo– es desastroso. El humor absurdo aquí funciona sólo a ratos.

En fin, la primera parte es una cinta de suspense: ¿se le saldrán o no las berzas a Justine?

===

2ª parte) Charlotte Gainsbourg

La cinta, de la mano de Claire, mejora. Se despoja de lo innecesario. Se centra en el meollo con más tino. La luz se vuelve láctea y el cerco se hace más visible.

Tengo la impresión de que Charlotte Gainsbourg es la única que cree de verdad en su papel. Es ella quien nos lleva a la emoción.

El puente infranqueable me recuerda a las farolas de ‘El árbol de la vida’. Pero en Malick sí sentimos la frontera.

===

Von Trier se guarda el aguijón hasta el último momento. Es marca de la casa. Baste recordar la sesión de hipnosis en ‘Epidemic’; la cuenta atrás de ‘Europa’; el último baile de ‘Dancer in the Dark’; el campanario aéreo de ‘Rompiendo las olas’; el tiro de gracia de 'Dogville' o el pastelito con sopapo de ‘Idioterne’.

Y lo consigue. Endereza el rumbo con un plano deslumbrante. Un recinto mágico y desnudo. Tres figuras. La masa al fondo. El sonido indiferente y grave de la destrucción.
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Servadac
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6
26 de octubre de 2012
297 de 357 usuarios han encontrado esta crítica útil
Argo es una narración en varios planos, diversos –en calidad, tono e intenciones– pero felizmente unidos en una cinta de suspense made in Hollywood.

El plano histórico rezuma tensión y realidad, merced, sobre todo, a una dirección artística impecable –no os perdáis los créditos, con el catálogo fotográfico de las personas reales y los personajes que las representan. Fotografía, vestuario, atrezo, maquillaje… dan vida a un cuadro excepcional.

Argo es también una caricatura, festiva y tibia, de los mecanismos de la industria del cine norteamericano. Alan Arkin y John Goodman son los pesos pesados de esa parte de la historia. Prácticamente todas sus réplicas contienen chascarrillos sobre el mundo del show business. Aunque los chistes sean desiguales –en ingenio y gracia–, la pareja es sólida y funciona.

Sorprende, para bien, el pulso de Affleck en la dirección. Consigue transmitir la claustrofobia y el miedo ante el avance de la masa, sin recurrir al efectismo facilón ni a la sangría. El inicio sobrecoge, te agarra por el cuello y te zambulle en la Teherán de Ruhollah Jomeini.

La seriedad estricta y ominosa del Irán de los ayatolás contrasta con el carácter satírico y chistoso de la soleada California. Curiosamente, el conjunto no llega a chirriar. Tampoco se trata de un panfleto. Tony Mendez (Ben Affleck), en una de sus primeras intervenciones, denuncia sin ambages la política exterior de su país. La hostilidad iraní se nos presenta como algo en cierto modo comprensible. En tal contexto, la masa ciega de estudiantes, el fanatismo de la Guardia Revolucionaria, la crispación del anciano del bazar… obedecen a la lógica implacable del odio y al ansia fanática de responder a la violencia con violencia.

Tony Mendez es un legendario agente de la CIA. No le va mal la inexpresividad (bordea la parálisis facial) del mediocre actor Ben Affleck. Menos mal que el cine tiene armas suficientes –montaje, primer plano– para dotar de expresión hasta a un molusco. El trasfondo personal del personaje de Affleck es lo más flojo de la cinta. Un psicodrama light y familiar que no conduce a ningún sitio.

El eje de la trama es tan extravagante como extraordinario: para sacar a los seis diplomáticos refugiados en la embajada de Canadá en Teherán, Tony Mendez finge ser parte de un equipo de cineastas canadienses (los seis refugiados conforman el resto del equipo) que ha venido a Irán a buscar localizaciones para una cinta de ciencia ficción llamada Argo, en la que unos extraterrestres recalan en Oriente Medio. La idea es tan absurda y delirante que podría funcionar.

Confieso que a mí me cautivó desde el primer instante.

Después de una hora y pico de disfrute, llega el tramo final de la película. Por desgracia, en vez abundar en los valores ya mostrados –amenaza latente, incertidumbre, violencia sorda y espiral de tensión acumulada, con el contrapunto jocoso de la visión hollywoodiense–, la cinta vira hacia lo puramente comercial y se transforma en una clase magistral de Iker Jiménez y las serendipias. Sí, amigos, hablo de las coincidencias insondables del destino…

Tras mofarse de lo falso y comercial, la cinta incurre en eso mismo. El desenlace es un compendio de casualidades que agotan la paciencia del espectador. Cuando el resultado de la misión pende de un hilo tantas veces y en tan poco tiempo, el tono se extravía. La cinta abusa hasta lo bufo de un recurso, el del montaje alterno, casi tan viejo como el cine. La lástima es que no era necesario. Affleck tira por el camino sin espinas de la convención formal con su fórmula de thriller bobo y palomitas. Ofrece un tópico tras otro –alegría, aplausos patrios, mordacidad sin dientes– e incluso se permite un plano cursi de abrazo conyugal con la bandera al viento.

La forma de rodar el desenlace es tan convencional que podría ser tomada como un guiño irónico del director. Pero, siendo sincero, yo no le veo la ironía. El US dólar manda.
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Servadac
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9
18 de octubre de 2008
246 de 272 usuarios han encontrado esta crítica útil
No había movimiento. Tan sólo planos fijos. Pequeños interiores japoneses. Conversaciones familiares que dicen mucho más de lo que cuentan. Elipsis, diagonales, la asimetría entre los padres y los hijos y los nietos. Ventanas, cables, postes, chimeneas.

Tras una hora de película, ocurre lo imposible: el travelling más emotivo de la historia te golpea, igual que una pedrada. Una pared interminable da paso a los ancianos, sentados en la hierba. Aguardan, en la calle, a que la nuera vuelva del trabajo. Pretenden no dormir a la intemperie. Ese modesto recorrido de la cámara no es otra cosa que una lágrima de Ozu.

===

En esta cinta pasa un tren o un barco y notas en el pecho un sentimiento de vacío.
Servadac
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