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Críticas de Amin Adabaman
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
3
21 de agosto de 2013
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El título español echa un poco para atrás, pues ante el histórico-poético del francés (que en español se queda como subtítulo: El paseante del Champ de Mars) uno teme vérselas con un producto marcadamente hagiográfico, si es que no directamente servil. Una vez vista la película, es evidente que ese título español era de lo más adecuado. Toda ella está empapada de un tono autojustificativo y exaltador del presidente al final de su segundo mandato, con su grave enfermedad ya declarada y en pleno avance. Las voces discordantes son breves, cortas –alicortas–, y más bien sirven de contrapunto para exaltar mejor la versión autocomplacida del interesado. Pues se trata de una película que defiende la versión de Mitterrand, ante su pasado oscuro y contradictorio, su aquí muy suavizada voluntad de poder y su oportunismo en todo momento, así como su sentido monumental y autorreferencial de la historia. Es cierto que también se atiende el lado frágil del hombre viejo y enfermo, pero siempre con el marco olímpico (mejor elíseo) de “gran personaje”. No ayuda el otro personaje, el que lleva el punto de vista (con algún salto narrativo innecesario y casi molesto, como si se tratara de un despiste), el joven periodista que le acompaña para escribir un libro y relatar “la verdad”. Tras ese periodista está el autor del libro en el que se basa el film (también coguionista), y ahí aparece otro flanco autojustificativo de todo el asunto. Cabe decir, además, que ese personaje está pobremente dibujado, y todos los detalles relativos a él (crisis matrimonial, embarazo de su mujer, discusiones políticas con su suegro, expectativa de otra relación amorosa) no logran darle mayor entidad. Tampoco ayuda el actor que lo encarna, aunque ya cuadra que fuera tan inexpresivo y soso. El encargado de encarnar a Mitterrand, Michel Bouquet, es sin duda un gran actor que hace mucho para dotarle de una vida que no acaba de salir del guión, de manera que con su esfuerzo y oficio pone en evidencia lo que no hay en la película, quedándose honorablemente solo en el empeño.
El personaje de Mitterrand resulta inevitablemente declarativo todo el rato, a veces con un punto pomposo que tiende a la comicidad involuntaria: el formato de la película parece no poderlo impedir. En algún momento llega a soltar verdaderas tonterías, como que el régimen de Vichy no tenía nada que ver con Francia. En cambio resulta más atinado lo que dice Bouquet/Mitterrand, en una escena viajando en tren, cuando pregunta a su camarilla de asesores cuál es el color de Francia. Ante la esperable y expectante falta de respuesta contesta él mismo que es el gris. Y entonces hace una exaltación del gris en todos sus matices. De Francia no lo sé –y más bien lo dudo, porque no creo que los países tengan colores propios, y menos uno solo. De Mitterrand, algo habría, aunque al lado de algunos otros colores, sin excluir el negro. Pero de la película estoy bien seguro: gris, gris.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Amin Adabaman
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4
11 de febrero de 2014
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una manera de dar una oportunidad a esta película, no especialmente vulgar ni fallida, puede consistir en ignorar su pretensión de que trata de James Dean. Uno podría ponerse ante la pantalla desmintiendo lo que se le ofrece, que se refiere a aquel efímero actor, pensando, en cambio, que el protagonista se llama pongamos que John Smith, un joven con ganas de ser actor, sin muchos escrúpulos a fin de llegar a serlo, aunque lo que tenga que hacer para conseguirlo tampoco le resulte desagradable del todo (básicamente, prostituirse). Ese hipotético John Smith podría ser un sosias de James Dean, un imitador quizás no completamente consciente de serlo, en la época en que apareció –y desapareció– el actor de las tres películas. Muchos habría así. ¿No era ese uno de los motivos de ‘Malas tierras’ de Malick? Pues eso.

Porque en el cine hay algo que no funciona de ninguna manera: uno se puede creer que tales o cuales actores encarnen mejor o peor a Cleopatra o a Alejandro Magno, entre decorados de cartón piedra, pero nunca será realmente creíble que un actor pretenda encarnar en la pantalla a otro actor que todo el mundo ha visto precisamente en la pantalla. Es el error incomprensible de Scorsese, en 'El aviador': ¿quién pudo creerse a aquel par de esforzadas actrices haciéndose pasar nada menos que por Katharine Hepburn o por Ava Gardner?, ¿a quién se le pudo ocurrir que la cara de un actor muy conocido podría hacerse pasar por la de Errol Flynn, aunque solo fuera por una breve secuencia? Esos actores ya viven en la pantalla –y solo en ella–, de manera que ‘otra’ pantalla no permite que se les represente. Es de esperar que a ese gran director –Marty para los amigos– se le haya ido de la cabeza de una vez por todas hacer una biopic de Frank Sinatra, o de Dean Martin, como anunció no muchos años atrás. O pongamos aun un ejemplo más tremendo: ¿a quién se le pasó por la cabeza que nada más y nada menos que John Huston pudiera ser interpretado por un actor en una película y que encima el encargado fuera Clint Eastwood? Una locura. John Huston solo puede tener la cara, el cuerpo y la voz de John Huston.

Y aquí aparece alguien decidido a (re)presentar a James Dean, interpretando con muchas ganas a quien nunca será. Ni falta que le hace, ni al actor que lo encarna ni al personaje mismo. Ese alguien es tanto el actor llamado James Preston como su personaje. A veces le imita con gracia, pero siempre es eso, una imitación. Y lo peor viene al final, con una serie de imágenes rápidas, en las que copia de una forma muy literal algunas fotos y algunas poses muy conocidas de Dean: en esos momentos es cuando el actor que hace de Dean es menos Dean que nunca. Actor y personaje son en ese momento alguien que puede tener un cierto interés: el chico que se quiso parecer a Dean.

Por lo demás, hay momentos en que la cosa toma una cierta forma, en ese va y viene de situaciones de un joven que parece que está a punto de conseguir ser actor y al final lo consigue. Un tipo, qué duda cabe, con una personalidad no especialmente agradable, que es un ególatra de mucho cuidado, que le gusta hacerse el misterioso sin esconder misterio alguno (la película no lo transmite y es posible que el original careciera de ello), que lleva con mucha soltura su condición de omnívoro sexual y que propende a creerse una especie de profundo filósofo, pero que solo se pone en su sitio cuando habla del ‘Principito’. Da igual si Dean era así: aquí aparece un chaval que quiere hacerse el retorcido sin ningún fondo que lo justifique. Ese es el interés de su personaje, con la sombra de Dean al fondo –o sea, una sombra sobre otra sombra.

En fin, no solo el actor que finge ser Dean se dedica a nadar en esas superficiales profundidades, a hacer posturas –a veces convincentes– de fingir-se alguien que visiblemente no es: toda la película es eso, gesticulaciones, a veces elegantes, a veces cortes que parecen sacados de un anuncio de perfume para caballeros, servido todo ello en un contrastado blanco y negro, con destellos en color.
Amin Adabaman
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6
3 de diciembre de 2013
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es uno de esos actores que poca gente sabe cuál es su nombre, pero que reconoce apenas aparece en pantalla. ¡Cómo no, si salía en ‘El Padrino II’! Claro que el metraje total de su aparición en esa película, juntando todas las escenas, apenas si superaría el minuto con algunos segundos, y en ningún caso para aparecer él solo en un plano. Era, sencillamente, uno de los dos policías que acompañaban un rato a un mafioso. Por cierto, ellos dos custodiaban a ese mafioso como testigo protegido, sin poder evitar que se les suicidara poco menos que ante sus narices.

Ese es Harry Dean Stanton, un actor casi invisible de tantas veces que actuó, siempre de secundario, y el único protagonista que hizo era de un personaje perdido y muy poco hablador (‘París, Texas’). Él mismo resulta ser un hombre de segundo plano, silencioso, retraído, de apariencia ausente. Y ahora, cuando ha llegado a una muy venerable edad, acercándose ya a los 90, alguien le ha convencido para que se ponga ante una cámara y no diga nada. O casi. Contesta las preguntas tras pensárselo mucho, pero para balbucear alguna respuesta a medias, mirando todo el rato fuera de foco, hacia un infinito insondable. Y a la que uno se descuida se pone a cantar, que para eso no es nada retraído. Siempre está a su lado un tipo con una guitarra para acompañarle. Él mismo se descuelga tocando convincentemente la armónica.

La película se compone de otros materiales, además de las escenas en las que habla sin decir casi nada y cantando lo que le da la gana (incluida alguna ranchera, pronunciada de una manera muy gringa), en medio de lo que parece el salón de su casa: filmaciones de sus estancias nocturnas en su bar preferido (parece evidente que beber ha sido algo importante a lo largo de su vida, y ahí sale hablando su barman de hace no se sabe cuántas décadas); su paseo en la parte trasera de un coche, que parece llevarle a ninguna parte, cuando cae la noche, y él soltando alguna que otra frase deshilachada, a veces repitiéndola (“¡ahí vamos!”); pequeños cortes con intervenciones de gente –sobre todo directores y actores– que ha trabajado con él (delirante la aparición que hace un comedido David Lynch, con un tono de tiíta que visita al sobrino, haciéndole cuatro preguntas tópicas sobre si se porta bien); una serie de cortes de películas suyas, a cuál más atractivo (¡pues sale él!)...

No hay más que eso, que es mucho, sí, la estatua viviente de eso que los cursis llamarán un actor de culto, pero todo servido en bruto. Se trata de un buen material que ha sido utilizado sin mucha gracia ni talento. Falta ahí un relato, que no es necesariamente el del actor, sino el de la película propiamente dicha. Como lo que lograba Scorsese en su carta a Kazan (pero no en su rutinario y tópico film sobre George Harrison), o la famosa película sobre Sugar Man. En un futuro, esos materiales sueltos que componen esta casi inexistente película podrían ser retomados por alguien con talento y hacer algo. Pero haber atrapado imágenes en movimiento de esa obra de arte que es Harry Dean Stanton, ya es mucho. Y hay que decirlo: algunas de esas imágenes que captan esas filmaciones contienen su desarmante sonrisa, suave, tierna a la vez que con un punto de locura, como de alguien medio ido.
Amin Adabaman
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Lou Reed Berlín
Concierto
Estados Unidos2007
7,2
280
Documental, Intervenciones de: Lou Reed
2
5 de septiembre de 2013
0 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No vendría a cuento hacer aquí la crítica de una música –y en concreto de un disco–, pues uno se acerca a la película sabiendo a lo que va. Julian Schnabel es un pretencioso, como ha demostrado en las otras películas que ha hecho, medio acertando en algún caso, pero viéndose siempre lo que quiere hacer y no puede –no sabe, no llega, le faltan recursos de todo tipo. Que un pintor ‘de reconocido prestigio’ se meta a director de cine siempre es prometedor: viva los entrometidos, viva la injerencia artística. Pero cuando la cosa sale bien. No es el caso, pero no porque salga rematadamente mal, sino por su inanidad. La puesta en escena de la película, y seguramente la del concierto mismo, es muy poca cosa. Las imágenes de acompañamiento, también (y peor: no están a la altura de lo que cuenta la música y la letra, las desmerece, incluso las empobrece). Filmar un concierto será fácil, hacer una película de ello no, aunque alguna vez ha salido algo genial (Scorsese). Lo peor es que uno no se hace cargo del todo de lo que realmente fue el concierto por culpa de la torpeza cinematográfica con que está servido el asunto. No se puede concluir que el tono de función escolar –siempre por la puesta en escena resultante de su filmación– reproduzca exactamente lo que fue. Ni para eso sirve la película. La presentación oral que hace el propio Schabel al inicio del concierto (y, por tanto, de la película), es de pena: se dirige a la mamá del chico (¡Lou Reed, sesentón, con su larguísimo recorrido!), para felicitarle y de alguna manera concienciarle de la joya que ha parido, aunque presumiblemente ella no entienda por qué (este es el tono de las palabras pronunciadas). Respecto a la interpretación de las canciones, muy bien, competente, buenos músicos y coro, Reed tan desganado como se espera, todo muy fiel al disco –acaso demasiado, como si no hubieran pasado 40 años. Más de uno dirá que para esto ya dispone del disco. Ver a Reed tan de cerca como permite una filmación puede resultar un aliciente, pero con aquella mítica inexpresividad mantenida todo el rato, acaso ya valdría una foto y, de nuevo, la escucha del disco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Amin Adabaman
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