La indefinición de género de The Brothers Bloom le hace ser completamente fallida. Pero es que ni siquiera la mezcla de géneros es buena, es un torpe batiburrillo de cine de gangster, comedia surrealista, romance y aventuras. Incluso el ritmo, ágil y eléctrico al principio y más pausado en el epílogo, no combina bien con el toque profundo de determinados pasajes o en ese final que ya no intriga a nadie debido al abuso de giros de tuerca. Además, puede ser la peor película de su trío protagonista, que pocas veces los vi en personajes tan huecos (sobre todo el de Ruffalo).

Parece increíble que esté firmada por Rian Johnson, el mismo que apuntaba alto con su hipnótica ópera prima, Brick.

Por momentos, Boss recuerda a los mejores episodios de la trama política de The Wire. Solo por eso, bien merece la pena.
También vale su peso en oro el excelente reparto, la estética Van Sant de cámara en movimiento y el desasosiego que provoca la situación de Tom Kane -siempre entre la espada y la pared, y con el peso de la enfermedad a cuesta-.
Un retrato duro, sórdido y cruel del precio que hay que pagar por la perpetuidad política. Sin algunos patinazos de guión, estaría al nivel HBO.
En cualquier caso, la serie es excelente, y en la actualidad, una de las mejores series de despacho que se pueden ver.

Si bien es cierto que en su conjunto es irregular, el comienzo y el conmovedor final bien vale ver esta joya de Richard Lewis, la última película que me ha arrancado alguna lágrima. Tragicomedia que exprime todo el torrente interpretativo de un Paul Giamatti absolutamente veraz. No se la pierdan.

La ópera prima de Lena Dunham dibuja lo que veremos después en Girls. Queda bien retratado el estado de desesperanza y nihilismo de la generación veinteañera actual, esa que vivirá peor que sus progenitores girando continuamente el timón de sus vidas.

Tiny Furniture no tiene tanta frescura como la serie de la HBO, pero gana en seriedad y hondura. Su 100 minutos recuerdan a los slice of life de comic como Ghost World de Daniel Clowes, o en el cine reciente, las propuestas más "indies" de la factoría Apatow o el Alexander Payne de sus inicios. Para amantes del género.

De unos años a esta parte, la ficción británica ha adquirido unos niveles de calidad que nada tienen que envidiar a las grandes cadenas estadounidenses (HBO, AMC, Showtime). Productos como The Office, Sherlock o Misfits son estupendas series televisivas, originales, lúcidas y dueñas de esa nitidez británica tan característica.

En 2008, Charlie Brooker, un periodista, presentador de televisión y director inglés que apenas había realizado una sitcom de seis episodios (Spoons), sorprendió a propios y extraños cambiando de registro y aunando dos conceptos modernos -la telerrealidad y los zombies- en una miniserie. Dead Set fue una grata noticia para los amantes del género de terror y el empujón que necesitaba su creador para apostar por lo arriesgado, para crear sin ataduras.

Y así nos llega la miniserie que nos ocupa, Black Mirror. Brooker vuelve a utilizar dos conceptos unidos intrínsecamente, la ciencia ficción y la comunicación de masas (enlazados por la tecnología), como punto de partida. Y pone sobre la mesa tres episodios inconexos, autoconclusivos e independientes, pero cuyo trasfondo es similar, la pérdida de la humanización y el peligro de la alineación controlada.

El primero de estos capítulos (El Himno Nacional) es, a priori, el más convencional. Trata sobre un aberrante chantaje que un terrorista impone al primer ministro inglés. No parece especialmente novedoso si obviáramos el grotesco componente sexual del relato. Lo interesante, a parte de la inquietud que suscita al telespectador, es el profundo debate al que nos invita.

El segundo de ellos, 15 Millones De Créditos, es un episodio futurista volcado en la ciencia ficción y que evoca a distopías célebres como V de Vendetta o 1984. Hablamos de individuos que viven en pequeños habitáculos conectados siempre a pantallas gigantes de televisión, y unas bicicletas estáticas con las que se consigue el dinero ficticio que circula en el mercado. Todo es tan aséptico como turbador en este tratado sobre el control social, sobre el borreguismo y el poder de los medios, un relato que guarda enormes paralelismos con lo que encontramos día a día.

El último relato, Tu Historia Completa, es una absoluta obra maestra y el mejor colofón posible para la miniserie. Avanzamos en el futuro para descubrir una sociedad cuyos miembros pueden guardar todo lo que ven en un disco duro implantado detrás de la oreja. Cualquier acción queda archivada y puede ser revisada a posteriori. El capítulo, cuyo plot ya resulta suficientemente atractivo, va increscendo y acaba siendo más que una historia de ciencia ficción -y como me decía Ramón Flores vía twitter- un acojonante thriller emocional.

Es una lástima que Black Mirror conste de tres únicos episodios, pues deja al telespectador sediento de esas desesperanzadas historias futuristas. Historias que demuestran que no hacen falta excesivos medios para hilar un buen producto, que la clave es el talento a la hora de idear, de crear. Si nos damos cuenta, eso que Brooker relata en Tu Historia Completa tampoco es muy diferente al punto de partida de Minority Report u otros títulos de la ciencia ficción, pero lo sabe contar, conoce el como y el porqué contarlo. Y eso es lo más importante. Posiblemente Brooker haya firmado, sin ser muy consciente de ello, un clásico instantaneo de la ciencia ficción. A mi ya me lo parece.