La desesperación, en clave de humor, de un caballero que no consigue desnudarse para poder meterse en la bañera, permite a A. Guy realizar una filmación de ritmo trepidante, acción vertiginosa y comicidad fuera de toda duda.
Otras grabaciones anteriores también trataron argumentos similares con análogo resultado pero hay que reconocer a la cineasta francesa el alto nivel alcanzado y en lo depurado de su técnica de edición.
Meritorio.

Entre guiños de comedia y los aires de cierta intriga que va alcanzando solidez a medida que avanza el largometraje, el misterio cobra carta de naturaleza y la película no deja resquicios para la indiferencia.
Hay que dejarse seducir por la mano diestra en la dirección (R. Quine), por un guión certero (B. Edwards y L. Gelbart), por una enorme precisión en el ritmo y por una ambientación que convence.
J. Lemmon, F. Astaire y K. Novak protagonizan una peripecia intensa, humana y muy atractiva que tiene la bruma de Londres por testigo y cuyos extremos se van desvelando poco a poco.
El desenlace desluce en parte el resultado general de la obra porque su tendencia a rizar el rizo en demasía desvirtúa el buen nivel que hasta ese momento había exhibido.

Cuarto y último episodio de la serie “En tu cabeza”.
Dando una vuelta a la tuerca de los futuribles, el guión de D. Sánchez Arévalo acierta a poner en escena toda la carga emotiva que encierra la idea general, de manera que la pantalla se llena de esa magia que en entregas anteriores siempre había quedado menguada por una causa u otra.
A interpretaciones excelentes corresponde, en este caso, un ritmo narrativo sobrio y eficaz, una tensión que se acepta con naturalidad, una intriga que mantiene alto el nivel de las expectativas y que seducen al espectador con esa habilidad de lo sencillo que no requiere artimañas rebuscadas ni alharacas.
Humana, profunda y sensible.
También original y de indudable creatividad.

Una increíble pirueta de trasformación vuelve a situar a G. Méliès en la pista del éxito y a granjearse toda la admiración del público gracias a su capacidad para presentar los efectos especiales como juegos de magia.
O viceversa.
Las miradas se instalan con avidez sobre la pantalla a pesar de que aquel público de principios del siglo XX creía que ya lo había visto todo.
Lo que menos se esperaba es que aquel cinematógrafo, del que casi todos empezaban a hablar maravillas, iba a ser capaz de abrirles nuevos y sorprendentes horizontes, tanto a ellos como a esa nueva forma de hacer arte que estaba naciendo.

Una sorprendente y creativa idea da lugar a un guión que no está a la altura de las circunstancias y a una historia que no termina de encajar los perfiles para que el resultado resulte redondo.
Su originalidad es innegable y el buen gusto en el tratamiento cinematográfico, el ritmo adecuado y la intensidad de la acción dotan a la obra de una evidente fuerza expresiva.
Pero la interpretación presenta lagunas que lastran el buen éxito, le falta convicción, también sentido dramático y da la impresión de cierta precipitación en el rodaje.
Sus luces y sombras desdibujan la peripecia caprina y ovina.