"Mank " me provoca el mismo frío entusiasmo que "Ciudadano Kane". Reconozco su inteligencia, pericia y astucia. El empaque visual (de ambas) está fuera de toda duda. Pero hay una capa casi imperceptible que me impide disfrutarla con gozo.
La de David Fincher se beneficia de un montaje modélico, con sus flashbacks perfectamente encajados con el principal tema de la película, que no es otro que la gestación del guión de una obra maestra. La calidez es aportada por el retrato de Marion Davies (luminosa Amanda Seyfried) , actriz que fue considerada una aprovechada y que aquí es el personaje más íntegro e instruido.
Luego hay pegotes que bajan el nivel: el drama de la cuidadora del guionista y su novio en la guerra (por mucho que le ponga talento y físico privilegiado Lily Collins) o la entrega del Oscar al mejor guión, que parece sacado del biopic más convencional.

Aunque fuera casi adolescente cuando estrenaron "Top Gun", no me entró curiosidad hasta que la lanzaron en VHS y su recuerdo no me despierta las ganas de revisitarla. Esta segunda parte, tiempo después, yo más maduro y abierto a propuestas de todo tipo, me reviven las ganas de ir a las salas de cine tras un parón significativo en mis ansias y experiencias cinéfilas en la gran pantalla. El empeño de Tom Cruise de estrenar una obra cinematográfica como se merece, tras dos años de espera de mejoras de las circunstancias pandémicas, bien vale la vuelta a la oscuridad, el proyector y la experiencia común y compartida con el público. Con esto, da igual el resultado: el entusiasmo de algunos espectadores que aplauden, comentan y se emocionan se prodiga cada vez menos y resulta alentador.
Como casi siempre, Cruise es más producto que actor (despista su pelo y su afán por demostrar lo joven y atlético que está) y a esas cartas juega. La trama es una bobería, los diálogos dan risa, el interés amoroso saca el sonrojo. Pero la acción, la forma de manufacturar las escenas con apenas efectos especiales por ordenador y el prodigioso montaje y sonido ocupan el tercio de su duración que es disfrutable.

Matthew Vaughn ya empieza a dar muestras de fatiga con su cine de espías. La saga Kingsman tiene un pase pero para enfrentarse a "Argylle" hay que acudir con la mentalidad de pasar el rato, aunque casi se pierde la paciencia con sus más de dos y cuarto de metraje que pueden quedar limitados a hora y media.

La malograda Penny Marshall adquirió su máximo reconocimiento con "Despertares", después de años delante de la cámara y tras el éxito de "Big". Su modo de narrar es clásico, muy estadounidense, prefiriendo historias bienintencionadas, inspiradoras y que nada ofenden. Es el ejemplo de esta historia real desarrollada en un hospital del Bronx escrita modélicamente pero con pocas aristas por el reconocido Steven Zaillian.

Ese es precisamente el mayor pecado de la película. El uso de medicamentos para la mejora de patologías neurológicas, cuestión que se puede exprimir en muchos sentidos, es expuesta de manera acolchada. Además, el despertar de los pacientes y sus reacciones no se sostienen o se quedan en la superficie.

Con este panorama, nos quedamos con su carácter de entretenimiento con sabor académico y con unos secundarios reconocibles por sus rostros pero no por sus nombres. Me quedo con la madre abnegada del protagonista, con la presencia imponente y cariñosa de Ruth Nelson o Lucy, la paciente cero (Alice Drummond), que reacciona a los estímulos de una pelota como si un jugador de beisbol se tratara.

Al principio de "Road House', la hija de un librero le suelta al protagonista si es uno de esos forasteros que llegan al pueblo para restablecer el orden. Y no le falta razón, porque el argumento es propio de un western. Aquí acaba la similitud con el género.

Lo que acomtece después es una serie de peleas, coreografías, persecuciones, amoríos y malvados de medio pelo. Pero más que parecerse a su original, es una película de mamporros al estilo Spencer-Hill, en el peor sentido, porque se toma en serio y no en el sentido jocoso y humorístico de los entrañables productos italianos. Si por algo mantengo un mínimo de atención es por el oficio y simpatía que me despierta Jake Gyllenhaal, frente a su simiesco y horroroso oponente McGregor.