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España España · Madrid
Críticas de Fendor
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Críticas 123
Críticas ordenadas por utilidad
5
18 de septiembre de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me he emocionado. No ha sido como una de esas salidas nocturnas en que quedas sin ganas y sin esperar nada y de repente se convierte en una noche épica y de las inolvidables entre tu grupo de amigos. No es una película que se quede en el recuerdo (mucho menos colectivo) con el paso de los años, ni de los minutos, ni que se rememore con nostalgia, con el paso de los días. No es especial, y debería haberlo sido, aunque yo no lo esperara.

– Parte I. Techno (garage)

Acercamiento impersonal, el de Eden, para una persona no amante del género ni de su ruta. Pero claro, esta música lo petó bastante antes de que yo saliera a pimplarme por las noches creyendo que era guay. Ahora la gente lo vuelve a flipar con este género y sus derivados más modernos, no tanto en público como en privado; cuestión generacional. Hemos pasado del revival rock al revival electropop con mucha soltura y de nuevo nos gusta más vestir con colorines y jerseys de renos que de negro austero.

De todas formas, Eden, la nueva película de Mia Hansen, es amør (sobre todo hacia su hermano, en quien se basa más o menos esta narración), e intenta ser un tanto generacional. Su film se encuadra en la década de los 90, los 2000 y lo que llevamos de actual. Los 90 fueron años de nuevas drogas de diseño y éxito, de bailes del pollito con la pata suelta, de difusión y conocimiento del sida, de chándales con forro por dentro y maquinote del bueno, guapo, guapo. Aunque dicho así no da mucho glamour y Eden lo tiene (no sólo para adolescentes).

No deja de ser música, de todas formas, y sólo por eso hay que querer este tipo de cine. Igual que a Quadrophenia, que, cuestión de gustos, tiene mucha mejor banda sonora. Aquí el protagonista aspira a ser DJ o pinchadiscos, con sus vinilos y CDs, sus teclados y sus ordenadores 286 para las mezclas en su casa (¿sintetizadores y secuenciadores?). Y salen Greta Gerwig y Vincent Macaigne; porque lo tiene todo para cautivar.

– Parte II. Bakalao

En Eden va pasando el tiempo y no muchas cosas tienen sentido, sino que se dan por hecho sin más. Nuestro protagonista, el DJ, además de aspirar a deejay, aspira bastante cocaína, de vez en cuando, y tiene las hormonas imparables. Se pasa el día de fiesta en fiesta —asistiendo de público y como disc-jockey—. La cinta se desarrolla de igual forma que la vida de Paul, que así se llama nuestro querido David Guetta noventero pero con más nivel musical, entre fiestas y desarrollo profesional. Escenas cortas que nos introducen en el contexto del momento y en la vida de cada personaje.

A lo tonto van a pasar bastantes años y el techno va a estar dale que te dale con sus éxitos. Mucha discoteca, más fiesta, muchos amigos y cada vez más éxito entre alcaloides. En un momento dado dicen, incluso, que la discoteca está “petá”. No os digo más (aunque se debe a la traducción, en original sólo dice crowded).

– Parte III. Pachangueo

Tanto en la vida, como en la música y en la película, vamos decayendo. La música no da dinero, o lo da pero no dura demasiado, aunque se viva bien. Es difícil de explicar. A lo mejor sólo da dinero de sobra para algunos que se dan a la vida loca y aun así tendrán lo suficiente para su jubilación. Eso sí, ayuda a tener sexo en las distancias cortas. Al menos hasta que pases de moda. Porque como estamos ante un guion del rollo vital y generacional, si un estilo de música se convierte en una pasión y en una forma de vida, pronto en tu cabeza de espectador te imaginas cómo va a acabar la situación, aunque no sea Quadrophenia.

Y porque al final, entre todas las historias de pasiones, siempre dan más importancia a los amores por personas, porque es lo que más cambia en nuestras relaciones, lo que hace ver que estás más solo, con el tiempo. Así que entre unas cosas y otras todo se hace clave: el tiempo y la evolución de tu música y tus momentos, hasta que llegamos a la resolución definitiva, con una estructura desenfadada, deslavazada y más larga que una sesión de Máxima FM de 2 horas, aunque menos peñaza, porque Máxima FM es un truñamen que flipas en colores, como la música de esa chica guapa con su ordenador portátil.

– Parte IV. Perreo

Parafraseando a esta generación: Eden no mola mazo, pero tampoco es una mierda pinchada en un palo. Es como si dentro de 15 años se cuenta esta misma historia pero con fans del reggaetón y en vez de usar palabras y expresiones de esta época se hablara sin vocalizar. Es algo generacional, si lo has vivido (o algo similar), te gustará. Si en tu juventud tuviste un sueño así, y lo sentiste, es obvio que Eden tocará tu corazoncito, porque al final la clave es que te haga recordar aquello por lo que has pasado, más allá de sus virtudes y defectos, que no son demasiados en ambos casos, pero de cualquier modo se mantiene dentro de lo aceptable, acelerada y, aunque luche por no serlo, convencional. No es mákina dura, sólo un poco de indie pop.
Fendor
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5
3 de noviembre de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dirige Ridley Scott, escribe Cormac McCarthy, protagonizan, entre otros, Michael Fassbender, Brad Pitt, Javier Bardem, Cameron Diaz y Penélope Cruz. Y, a pesar de todo esto, El consejero ha supuesto un traspié en la carrera de todos ellos, pues la película ha pasado con más pena que gloria por las taquillas del mundo, tanto en términos de crítica como de público.

Si uno decide indagar un poco en las carreras de los artífices (autorales y actorales) de El consejero, se preguntará cómo personas con talento contrastado para contar historias han creado un producto como este, lleno de diálogos (pretendidamente) trascendentes –y generalmente carentes de atractivo- capaces de generar tanta indiferencia en el espectador como ocurre aquí. Espero que no se me malinterprete en este sentido, ya que la película tiene grandes frases y grandes ideas, es sólo que vista globalmente, hay más de lo negativo que de lo positivo.

Por ejemplo, el personaje que interpreta Javier Bardem –un cazador de guepardos metido en el negocio de la droga- es importante como conexión con el personaje de Michael Fassbender, para que sepamos de qué trabaja éste y para dar inicio a la trama, pero cada nueva aparición suya en pantalla resulta innecesaria, pues repite la misma idea sobre el destino continuamente.

Sin embargo, entre tanta conversación, como ya he dicho, destacan algunas frases, especialmente las que salen de la boca del personaje interpretado por Brad Pitt (aquí haciendo de Brad Pitt), y sobre todo, la actuación de Cameron Diaz por encima de la del resto de secundarios, haciendo aquí de una femme fatale ninfómana (me han pedido que comente algo sobre la escena sexual que protagoniza, por lo que allá voy: creo que malinterpretaron aquello que se dice sobre que un coche es la extensión del miembro masculino de su propietario. Además, como escena erótica no me ha resultado nada estimulante. No he podido evitar pensar en si con eso podría estar pillando una infección o algo, aunque al no oírse que hiciese efecto-ventosa me imagino que todo bien).

En definitiva, El consejero es una película en general sin ritmo, irregular, aunque contiene algunas escenas que hacen de ella una obra salvable y sobre todo alguna que otra idea interesante, que podrían haber desarrollado sin tanta grandilocuencia de por medio, sin necesidad de repetirse. Por otra parte, la falta de química entre Penélope Cruz y Michael Fassbender es tal, que uno nunca encuentra ningún vínculo afectivo por el que interesarse por el devenir de la relación.

Sin embargo, en este sentido hay que destacar la actuación de Fassbender (como siempre), pues es en sus escenas en solitario en las que más se puede apreciar que está enamorado, y que es de Penélope. Como iba diciendo, no nos encontramos ante una mala película, sino más bien ante una que parecía indicar que iba a ser mucho mejor, por lo que el resultado final decepcionará a todo aquél que vaya a verla con altas expectativas. No cabe duda, si haces una película sobre mafia o cine negro siendo alguien importante, ya puedes hacerla muy buena, o serás cinéfilamente castigado.

Por cierto, lo de Bardem con sus peinados y sus caracterizaciones empieza a ser bastante abominable. Me pregunto si es algo que añade él a sus contratos o es que quiere ser comparado con Nicolas Cage.
Fendor
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7
19 de septiembre de 2015
Sé el primero en valorar esta crítica
La sinceridad y naturalidad de Noah Baumbach, como director y guionista, o de sus películas, hace de todas ellas algo siempre agradable de ver, interesante y entretenido. Es un cine humano que se plantea los mismos dilemas de siempre pero lo hace con bastante honestidad, humor y cariño por sus personajes. Son obras sencillas que resultan más complejas de lo que a primera vista pueden parecer. Por ello, es de agradecer la facilidad que tiene este realizador para desarrollar historias con personajes que, perdidos, avanzan por la vida casi por inercia temporal, sin un rumbo marcado pero siguiendo a las demás personas de su edad.

Recapitulo porque me parece necesario: Mientras seamos jóvenes nos presenta a una pareja de cuarentones sin hijos, Josh (Ben Stiller) y Cornelia (Naomi Watts). Sus mejores amigos acaban de ser padres por primera vez y los protagonistas no se sienten tan a gusto con ellos como antes, ni parecen interesarse por las mismas cosas, ni los temas de conversación fluyen tan bien. Poco después de esta experiencia Josh conocerá a Jamie (Adam Driver) y Darby (Amanda Seyfried), dos jóvenes veinteañeros llenos de vida y carisma que atraerán al serio Josh y después también a Cornelia. Durante los primeros meses o semanas de la amistad los adultos serán contagiados por su espíritu y rejuvenecerán por varios años, obtendrán mayor vitalidad y recuperarán las ganas de hacer cosas que ya casi habían olvidado que se podían llevar a cabo, mientras esas cosas a su vez les recuerdan que ya no son tan atléticos como antes, les muestran lo que significa ‘diferencia generacional’ y les dan otras perspectivas de su mundo.

Sentirse fuera de lugar y de tiempo, en definitiva. Algo en lo que muchos nos podemos ver reflejados y sentir identificados, tengamos la edad que tengamos, sobre todo cuando no sentimos formar parte de la gente que nos rodea, o al menos lo pensamos. Como ya pasaba en Frances Ha, pero en otra etapa emocional. Y esa es la mayor virtud de Mientras seamos jóvenes, aunque no la única: ser una comedia ligera visualmente, pero de mayor calado y profundidad en su interior.

A veces uno se plantea en qué consiste una relación, tanto de enamorados como entre amigos, en teoría las dos formas más profundas de confraternidad humana. Cuando conoces a alguien y todo es nuevo, se dan grandes conversaciones que seguramente uno de los dos (al menos) nunca olvidará, se habla de temas de gran hondura, del pasado, los recuerdos, las esperanzas y el futuro. Cuando luego ese comienzo da lugar a la pareja, todo se vuelve más rutinario, las conversaciones son más básicas con el tiempo, estáticas y anecdóticas, se pierde fondo, en ese sentido. Como si la complejidad que le ha dado el tiempo a los amantes por dentro y como conjunto les haya vuelto más simples y llanos por fuera, casi aburridos, sin frescura. Y eso la pareja lo nota, y aunque saben que no es malo sí que deja un poso de amargura, como si se hicieran viejos al pensarlo.

Entonces llega alguien que le da un nuevo sentido a todo, o deja esa instantánea impresión; también son los momentos adecuados. Sentir que puedes, pues esa es la clave al fina: tener nuevos horizontes a tu alcance. Comerte el mundo por unas horas o por varias semanas gracias a la presencia de otro ser más lleno de energía y que contagia, para después recuperar de nuevo un estado de ánimo cercano al inicial propio y que te servirá para asimilar lo nuevo que has vivido y que, de nuevo, puede que no hayas llegado a conseguir, diluidas tus ansias de nuevas metas o las viejas renovadas. Intentas reorientar las prioridades y buscar la manera de hacer perdurar ese espíritu más vivo o más fiel a lo que te gustaría ser.

Por eso no es fácil tratar de ser humanos, porque hay muchos sentimientos y es difícil equilibrarlos todos. Y por eso, también, puede que Baumbach se disperse un poco en un momento dado de esta cinta, hacia el segundo acto, y, aunque no moleste demasiado en este caso, se vuelva un poco previsible, porque es difícil mantener el tono ágil y de aspecto trivial cuando abarcas tantos temas. Por otra parte, se nota que a Ben Stiller se le dan bien este tipo comedias con un punto de sutura en que todo lo que puede ir mal le va a peor y ha de coserlo. Se diría que, por un momento, parece que la cinta se vaya a convertir en Los padres de ella, pero no es más que un pequeño espejismo y la película se vuelve a asentar sobre las mismas bases que la sostenían al principio.

Como las relaciones que funcionan, así es Mientras seamos jóvenes, imperfecta. Parece inmóvil y que no cambia, y si lo hace es sólo en función de otras cosas secundarias, a lo ajeno de los dos protagonistas, pero transita por cuestiones que resultan muy cercanas al espectador y que hablan sobre las razones que necesitamos cada uno para ser felices, o del miedo a descubrir dichas razones siendo dos. Es difícil sentirse del todo satisfechos cuando la duda de las decisiones se mantiene y hay ciertas cosas que ya no podremos hacer, ni solos, ni en pareja, ni en grupo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fendor
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5
26 de junio de 2015
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La naturaleza de los seres humanos va más allá de simples adjetivos como maldad o bondad. No, no me refiero a los manidos grises, sino de otros aspectos de la personalidad que, bien adquiridos con el tiempo en forma de tradiciones o costumbres, bien en nosotros por nuestra propia condición, hacen que nuestras acciones y conductas sí puedan ser juzgadas más allá del motivo que se tenga para llevarlas a cabo, ya vengan de la mente más preclara o de la más inocente. O tal vez no, pues cada uno expondrá sus circunstancias. ¿Somos lo que somos, o somos lo que hay?

Esta cuestión me sirve, básicamente, para dejar claro que Somos lo que somos es un remake estadounidense de la película mexicana Somos lo que hay (2010, Jorge Michel Grau), que no he visto, por lo que se podría decir que estoy en ayuno de respuestas para mi propia pregunta, de momento. En cualquier caso, en ésta nos vamos a encontrar con los Parker, una familia aparentemente normal que vive en un típico pueblo yanqui de los que hemos visto en centenares de filmes. En un ambiente húmedo, lúgubre, de escasos recursos y con olor a viejo, se irán sucediendo algunos acontecimientos que nos permitirán adentrarnos entre las cuatro paredes que conforman el hogar de los entrañables protagonistas.

Contada con parquedad, Somos lo que somos es un relato inquietante pero al fin y al cabo insuficiente; dejará con ganas de más a los amantes del género y no creará nuevos adeptos. Pese a que es cierto que mantiene siempre el interés, inclusive en su lento comienzo, a medida que transcurre el tiempo se siente la necesidad de algo más: un prólogo más consistente, quizás, que diese más fuerza a la narración que se va a introducir a continuación.

Por otra parte, se podría decir que la película incluye dos finales casi encadenados. El primero de ellos, precipitado y previsible, tan sobrio y correcto como el resto de la propuesta, y el segundo, descacharrante -no se sabe si a propósito- y de lo más memorable de sus escasos 105 minutos de duración. Este último eleva el resultado global de la cinta por encima de otras propuestas similares, nunca destinadas a estómagos sensibles. Interesante, elegante formalmente e intrigante en su inicio, no da miedo y se salva del olvido al final, cuando parecía que no había nada más que decir.

¿No apetecen ahora unos callos o unas buenas lentejitas para pasar el frío?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fendor
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6
23 de octubre de 2015
Sé el primero en valorar esta crítica
Me falta mucho mundo para entender lo que aquí he visto, creo yo. O eso, o no he visto nada, pero he visto varias cosas a las que sí sé dar un sentido, pero que, en cualquier caso, me dejan un poco en medio de ninguna parte en cuanto a sentimientos.

Claro, dicho así parece que haya visto una película muy rara, y no es verdad. Villa Touma es muy normal. Unas hermanas cristianas, ya de cierta edad, todas solteras, viviendo juntas en la misma casa palestina, bajo unas órdenes estrictas, unas normas, unas rutinas y una riqueza que se agota (si es que aún queda) mientras intentan mantener la clase y la imagen socialmente establecida (de cristianas bien posicionadas).

Quizá sea sólo eso. Una historia sobre el amor y la familia, o sobre los roles familiares. Sobre la importancia de todo ello a la hora de sustentar las relaciones personales, de ser felices o de no reconocernos ni siquiera en los espejos. Es como un sentido del deber que (casi) todos llevamos dentro. Hemos de elegir, en muchos casos, entre la familia y lo demás; la vida que se nos presenta por delante, o la vida aparecida de la nada; las obligaciones no contractuales que se firman con la mente entre todos los sujetos constituyentes.

Y los rencores que nacen de esto mismo y que se deben ocultar para mantener las cosas en su sitio, sin salirse del tiesto y que alguien piense que estás loco, o peor, que eres un egoísta familiar. Pero también puede que trate de la comprensión, de que si la familia crece unida permanece unida para siempre. De los lazos invisibles que nos atan, unos lazos que se resienten como nuestros propios sentimientos, siempre resentidos, por saber quién dio más de su tiempo y de su esfuerzo en mantener a la familia fusionada.

Pero puede que esté equivocado, y puede que no haya aquí nada de esto, en Villa Touma, que lo he pensado porque sí. Puede que aquí sólo haya apariencias que mantener, porque todo es apariencia. Pero el golpe final que da Suha Arraf (directora y guionista) es duro y perdura en el recuerdo por un tiempo. No sólo plantea una situación, un contexto, un microcosmos comprensible dentro de un mundo desconocido, también le da vida a través de la muerte. La muerte del padre, la madre, pero nunca de los hijos (que se comen el marrón).
Fendor
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