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Críticas de La mirada de Ulises
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Críticas 114
Críticas ordenadas por utilidad
5
30 de junio de 2014
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una localidad de Nebraska, Todd Burpo es un pastor metodista de prédicas populares, un bombero voluntario muy querido por todos, y unas cuentas cosas más al servicio de quien necesite ayuda... pero fundamentalmente es un marido modélico y un padre entregado a sus dos hijos pequeños. Todo es de color de rosas en su vida hasta que al pequeño Colton de cuatro años tienen que operarle de gravedad y urgencia, y toda la comunidad se pone a rezar por su curación. Ya fuera de peligro, Colton sorprende a sus padres y a todo el vecindario al contar su estancia en el Cielo durante los instantes de la intervención. Esa es la historia de "El Cielo es real", película dirigida por Randall Wallace y basada en hechos reales sucedidos hace unos años. Sin poner en duda la veracidad de lo ocurrido, estamos ante una comedia dramática de tipo familiar y tono amable, directamente pensada para tocar la fibra emocional y con una puesta en escena propia de Hollywood como fábrica de sueños... alejada de cualquier realismo.

Las primeras sensaciones de unos y otros van en esa misma línea de fantasía y ensoñación, con un Colton que es juzgado como niño tremendamente imaginativo y con alguna que otra explicación psico-somática que respira aires cientificistas. Sin embargo, los detalles que cuenta el pequeño y las vivencias de los mayores hacen que el centro de atención derive hacia una cuestión más importante que el propio relato: ¿tenemos miedo a creer en realidades trascendentes por lo que implicarían en nuestra vida? ¿podemos desligar las heridas emocionales que hayamos sufrido de nuestras creencias? ¿es la fe solo una cuestión para predicar o para sentir en lo más íntimo? En alguno de los diálogos se vislumbra cierta tensión entre lo que se siente y lo que se cree o entiende, entre la necesidad de tener buenas sensaciones y la de encontrar una explicación satisfactoria para el misterio... pero el director prefiere no profundizar y su versión camina por el terreno más sentimental y complaciente, en sintonía con una espiritualidad metodista y americana.

La película de Wallace plantea, de esta manera, asuntos de interés e importancia, aunque su voluntad de permanecer en los buenos sentimientos y no ahondar en las experiencias de sus protagonistas resta fuerza a la historia y hace que parezca un cuento algo infantil. Por eso, sobran las buenas intenciones y el tono naïf-pastel de algunas escenas, no se llega a reflejar el alma rota de quien han sufrido el dolor de la pérdida, y termina despeñándose por cierta cursilería al afirmar que el Cielo está en la realidad terrena cuando se uno se da a los demás con amor... Al final, tenemos una visión muy epidérmica de la fe y del Cielo, con una falsa trascendencia que prescinde de la razón y de la doctrina sobre las verdades cristianas... para darnos una respuesta válida para un niño de cuatro años pero no para un espectador adulto, y eso tanto por las ideas expuestas como por un tratamiento cinematográfico que simplifica la realidad.

Si se acepta esa premisa edulcorada y el desarrollo un tanto previsible, la película gustará por su mensaje positivo y esperanzado, por la coherencia de su pensamiento y la correcta factura, por presentarnos a personajes que rezan y viven con un sentido solidario de la vida. Si el espectador espera mayor profundidad en lo que supone la fe y el miedo a creer -que el pastor y todos experimentan-, entonces la película le sabrá a poco... y todo habrá parecido una bonita estampa celestial.
La mirada de Ulises
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7
20 de enero de 2015
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es posible que la vida de Stephen Hawking tenga más tirón mediático por su enfermedad que por su aportación científica. Así debe entenderlo James Marsh al dirigir "La teoría del todo" y centrarse desde el inicio en los primeros síntomas de su degeneración neurológica, con andares desgarbados y torpezas de coordinación evidentes. Después vendrán sus esfuerzos por encontrar la ecuación que explique el origen de todo y el concepto del tiempo, con sus conocidas sentencias de ateísmo militante y de cientificismo a ultranza. En tercer lugar, el cuadro se completará con los vaivenes del amor, sometido a las fuerzas misteriosas que gobiernan el comportamiento humano cuando no lo desquician. Y en medio de esa vida en el tiempo, una mujer a la que conoció en Cambridge, Jane Wilde, que dio sentido y fuerza a una lucha sentenciada para dos años y que se prolongó hasta la actualidad.

Conseguir esa empatía con el enfermo que debe superar un estado terminal es, en gran parte, mérito de Eddie Redmayne. Su metamorfosis física es asombrosa y con ella suple cierta limitación cuando pretende mostrarnos sus inquietudes, aspecto en que su compañera de reparto, Felicity Jones le aventaja. Ella lleva el peso del matrimonio y de la familia, y también el de dar expresividad, humanidad y ternura a la historia... sin caer en la sensiblería ni en el dramatismo. Un equilibrio que el director afianza con una narrativa clásica y convencional, contenida y lineal, como si el universo personal del científico se estuviera expandiendo hacia el exterior y solo necesitase un repliegue final en el tiempo con una moviola que sintetizase su teoría del todo. La historia no se desboca en ningún momento, a pesar del drama de salud de Hawking o de la fragilidad emocional de ambos. En ese sentido, estamos ante un biopic que se desliza hacia lo hagiográfico, con mucha admiración y pocas sombras, con el atractivo de una historia de superación pero con el hándicap de su falta de contrapeso.

Sabemos, porque es conocido y los títulos finales nos lo recuerdan, que su prestigio creció como las ventas de su libro "Breve historia del tiempo", que su matrimonio con Jane y sus tres hijos fracasó a pesar de continuar ella siendo su amiga, que hoy día sigue buscando su ecuación para entender qué es el hombre y hacia dónde se dirige, para comprender más a Dios... aunque se niegue a admitir su existencia. Se trata de un corolario que habla del tono laudatorio de la cinta y de la ausencia de profundidad antropológica de su pensamiento. Hubiera estado bien hacer un paralelismo entre esa ecuación cosmológica que trata de conciliar la teoría de la gravedad y la cuántica, y aquella otra que encontrase la armonía vital y afectiva para unas mentes inquietas, para unos corazones solitarios, para unas relaciones sometidas a duras pruebas. El personaje de Jonathan, interpretado por Charlie Cox, es en ese sentido quien aporta el lado más humano y menos racionalista, quien necesita querer y ser querido... y de eso se da cuenta Jane.

Por eso, siendo "La teoría del todo" una película que se ve con facilidad y que tiene sus logros evidentes, también hay que decir que su complacencia con las ideas y sentimientos de los personajes hace que pierda tirón, que les falte carácter cuando la historia es desgarradora en sí misma. Una valoración positiva se lleva la música de Jóhann Jóhannsson, sinfónica y envolvente en su pretensión de hacer viajar al espectador por las galaxias de Hawking y por el corazón de su atribulada esposa. Correcta y algo más pero no genial, delicada y sensible pero no arrebatadora, y es que ni el astrofísico ni el director parecen haber encontrado la ecuación de la vida.
La mirada de Ulises
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7
8 de abril de 2014
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para celebrar su aniversario de boda, el matrimonio Nick-Meg se va a París para recordar... los momentos vividos en Montmartre. Han pasado treinta años, y la fogosidad de aquel tiempo ha dejado paso a unos modos más desinhibidos en el trato, a un escenario con una nueva decoración en la que deben aprender a convivir. El fin de semana se les presenta como la ocasión para mirar atrás y afianzarse en su amor, o para pasar página y volver a intentarlo de otra manera. En "Le week-end", Roger Michell busca rescatar todo el romanticismo de la capital francesa, pero sin renunciar al realismo británico y a las espinas de cualquier relación, para terminar afirmando, con ironía y fino humor, que el verdadero problema está en no saber vivir en armonía con la infelicidad.

Por momentos, parece que Nick y Meg no son sino el Jesse y Céline de "Antes del amanecer" que, pasados años, deciden dar su habitual paseo urbano para poner en orden sus vidas y sus proyectos. La película podría llamarse "Después del anochecer" si hacemos caso a algunas de las desavenencias y escenas de matrimonio que presenciamos, a sus insatisfacciones manifiestas y a sus amenazas de separación. Pero el clima que subyace es claramente entrañable y amistoso, y la complicidad entre Jim Broadbent y Lindsay Duncan tan sensible y delicada que cuesta pensar en una ruptura áspera y bronca. Por otro lado, ciertamente, sus diálogos no son igual de discursivos que los de Ethan Hawke y Julie Delpy ni pretenden hacer un diagnóstico sociológico de nuestro mundo, pero conforme avanza la historia se van cargando de peso existencial hasta culminar en una cena que es antológica, y más tarde en un baile que supera todas las expectativas.

Por otro lado, lo que podría ser un viaje por el París más tópico e turístico... se convierte en un recorrido agridulce por el alma de dos personas adultas que notan el peso de los años y la pérdida de la ilusión, que dudan de sí mismos y sienten que no encajan ni siquiera consigo mismos, que necesitan aprender a vivir en "armonía con la infelicidad". Aunque, propiamente, no se trata de infelicidad sino de la insatisfacción de quienes no contemplan las limitaciones humanas, de quienes en su idealismo han dejado de pisar tierra firme para volar con la imaginación a un universo rosa donde se concedan alguna compensación. Pero la realidad de sus vidas es esa treintena de años y tantas ocasiones superadas de haber sido infieles, o esa voluntad de apoyarse en el otro porque no tienen a nadie más... y por eso merece la pena ese dispendio y ese pase de baile de fin de semana.

La puesta en escena es sencilla y sin complicación alguna, la planificación transparente y elegante, y el guión sabe moverse con inteligencia entre los asuntos ligeros y los de mayor enjundia, buscando en todo momento que sea la pareja protagonista el único -y suficiente- sostén para ese drama matrimonial, cosa que hacen de manera brillante. Al fin y al cabo, sus problemas conyugales deben dilucidarlos ellos solos... y conviene que se enfrenten con la cámara, para concluir que basta con ajustarse a la realidad, que el otoño de la vida puede convertirse en una primavera... si se aprende a convivir con la imperfección y se entiende que ahí está el amor. De esta manera, la película de Michell deja en el espectador una huella de realidad alejada tanto del falso glamour hollywoodiense como del nihilismo fatalista europeo.
La mirada de Ulises
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7
30 de junio de 2015
0 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una jauría de perros rabiosos persigue a Lili por las desiertas calles de Budapest. El líder de la manada es Hagen, un perro de raza cruzada que un día descubre que no todos los hombres son como su joven dueña ni tampoco pueden presentarse como el mejor amigo del perro. Tras sufrir el maltrato de varios dueños y de la perrera, emprende su particular venganza y lo que entiende como la justicia bien entendida. “White god” comienza siendo el relato de una historia de amistad entre una niña y su perro, para pronto convertirse en metáfora de la condición humana y de una sociedad opresora e injusta.

Con algunas imágenes impactantes como las iniciales y otras que apuestan por un crudo realismo, Kornél Mundruczó nos habla de la falta de solidaridad en nuestra sociedad, del germen de venganza que se incuba tras los abusos de quienes detentan el poder, de la viabilidad de unas relaciones que dejan de ser amistosas para convertirse en agresivas. La música se presenta como actividad que saca a flote la mayor sensibilidad y humanidad, y en su lado opuesto la pelea -aunque sea de perros- aparece como la manera de suscitar agresividad en el más manso. Viendo “White god”, el espectador no sabe quiénes serán más humanos y quiénes más salvajes, si los hombres o Hagen... porque el comportamiento de unos y otros lo deja en la ambigüedad. Hay escenas duras por la crudeza en esa lucha sin cuartel, y también otras que llegan llenas de sensibilidad y hablan de redención.

Si espectacular en el comienzo, mayor asombro genera el adiestramiento de los perros, hasta el punto de que Hagen se convierte en protagonista y verdadera alma de la cinta, en merecedor de algún galardón pr su interpretación. Su mirada profunda transmite sentimiento e incluso pensamiento, y la sintonía con Lili resulta entrañable y verdadera. También Zsófia Psotta inspira pureza y valentía, y su decisión ser permanecer fiel a su perro contrasta con el despego y abuso de cuantos entran en relación con él. En cierto sentido, hay similitudes con “El origen del planeta de los simios” y con otros trabajos que recogen la revolución ante una civilización en decadencia, y Hagen se convierte en un nuevo César que invita a recuperar la humanidad perdida... aunque sea con unas notas de trompeta.

En definitiva, tenemos una fábula canina y una metáfora política que resultará dura para los amantes de los perros, con muchas ideas para el debate y con algunos momentos sobrecogedores, que anima a querer a un perro como Hagen y a temer a su degradada versión. Y, por último, la música es impresionante y permite acompañar a los perros en su búsqueda de justicia. El desenlace es, por otra parte, toda una advertencia y una invitación a adoptar una postura no discriminatoria, a ponerse a la altura de los otros (de los perros) y tener en cuenta sus necesidades.
La mirada de Ulises
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