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Críticas de Kasanovic
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Críticas 400
Críticas ordenadas por utilidad
7
12 de noviembre de 2014
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El intento de suicidio que vemos en los primeros minutos de The Skeleton Twins nos da una idea equivocada sobre lo que va a ser la película. No estamos ante el típico drama existencial indie pretendidamente trascendente que en el fondo está vacío. No, la obra dirigida y coescrita por Craig Johnson da un paso más respecto a su primera escena y se constituye como una comedia dramática con bastantes virtudes y algún que otro defecto que no termina por perjudicar a su resultado final.

The Skeleton Twins, cuya traducción podría ser algo así como “los gemelos esqueleto” (por fortuna, parece que se va a mantener el título original), va precisamente sobre dos gemelos ya en la treintena que el mismo día fracasan en su idea de abrazar la muerte. Milo llega a cometer el acto con resultado negativo, mientras que Maggie no se decide a dar el paso. Tales acciones, sin embargo, repercutirán en un hecho positivo: los hermanos vuelven a verse después de diez años sin saber nada el uno del otro. Y pese a haber tomado caminos diferentes en la vida, los dos han coincidido en el fracaso personal y/o profesional como destino.

Johnson, cuya anterior película data de hace cinco años (True Adolescents, bastante desconocida por estos lares), intenta con esta obra un acercamiento al realismo intentando no perder algunos de los vínculos cinematográficos que unen a su historia con la intención que tiene de enganchar al espectador. Así, la cinta alterna secuencias muy peliculeras, como ese numerito musical que se marca el protagonista, el reencuentro con un viejo conocido y la explicación a posteriori y poco convincente (por sus formas) de cómo se conocieron, con otras bastante más creíbles y adaptables a la vida real, que en general coinciden con la relación matrimonial que mantiene Maggie.

Sin embargo, un detalle diferencia a The Skeleton Twins de otras propuestas similares pero que acaban consumando en algo vacuo. Llega un momento en el que la película explota, se autodefine, logra desembarazarse de una ligera tendencia a lo pasivo para elaborar una recta final que sí da sentido a la hora y media de película. Quizá dicho momento sea la conversación que los hermanos mantienen en el lugar de trabajo de Maggie, y que aúna momentos disparatados con una fuerte reflexión personal de cada uno sobre lo que está sucediendo con sus vidas. Una mutua confesión fraternal, por así decirlo, que se ve reforzada por la notable interpretación de sus actores protagonistas, un Bill Hader al que después de muchos años le llega un papel no secundario relevante y una Kristen Wiig que da una vuelta más a ese registro cómico-dramático femenino que tantas veces ha atestiguado en producciones de más presupuesto pero de menos exigencia interpretativa.

Lejos de la perfección está su pos-visionado, ya que una vez finalizada la película no queda la sensación de haber extraído suficientes detalles como para que la obra quede estacionada en algún lugar de la memoria. Quizá sea algo muy personal, pero en el caso del que escribe apenas puede esbozar un tímido intento de sonrisa al recordar los 90 minutos de film. Una situación que para una película tan disfrutable y reconfortante a la hora de verla, que irradia naturalidad y buen rollo al tiempo que intenta hacer una reflexión sobre diversos detalles de la vida, no es del todo deseable e impide que pase la barrera de constituirse como una “buena” película, a secas, que tampoco es moco de pavo. En cualquier caso, The Skeleton Twins es sin duda un producto recomendable si se quiere pasar un buen rato libre de artificios y edulcorantes dramáticos, ya que la historia atrapa y se desarrolla con notable brío, por mucho que en su conjunto no acabe coronando en la obra tan notable que da la impresión de ser.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
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Kasanovic
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6
6 de julio de 2014
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo el llamativo título de El lobo detrás de la puerta nos llega desde Brasil una especie de thriller con bastantes tintes dramáticos, en una obra dirigida y escrita por Fernando Coimbra. El punto de partida es sencillo: la hija de Bernardo y Sylvia ha sido secuestrada, éstos van a la comisaría a poner la respectiva denuncia y a declarar todo lo que saben sobre supuestas personas que podrían estar detrás del secuestro. Todos los indicios parecen apuntar a Rosa María, amante de Bernardo, que sin embargo acusa a una tercera persona de haber cometido el delito.

A partir de ahí, la narración deriva en un gigantesco flash-back que tendrá su punto y aparte más adelante, cuando la acción vuelva al tiempo real antes de dar paso al siguiente retorno al pasado. En definitiva, es una película construida en base a las declaraciones que sus protagonistas ofrecen al jefe de policía que les toma declaración e intenta averiguar qué ha sido de la niña. Curiosa a la par que atractiva propuesta, ya que refuerza la intriga que de seguir un montaje narrativo lineal no hubiera podido tener.

Conforme avanza la película nos vamos dando cuenta de que el guión simplemente cumple. No hay grandes virtudes en lo que se refiere a los diálogos o a las motivaciones de los personajes, que más o menos discurren según lo que hemos visto en este género. Esto es, el lío de triángulos amorosos, mentiras y pequeñas dosis de agresividad que también recuerdan ligeramente al cine negro de los 40 y 50. Sí existe una escena con mucha fuerza, que impactará bastante en el espectador salvo que éste se adelante a los movimientos y adivine lo que va a pasar, cosa que, por otra parte, tampoco es excesivamente complicada. Algo parecido sucede con el final, tan asombroso como ligeramente atropellado en su construcción, pero que remata de manera decente la película.

Sin embargo, donde más destaca El lobo detrás de la puerta es en su factura técnica. La película es magnífica en el aspecto formal, cosa de la que quizá no es tan fácil darse cuenta al visionarla por primera vez, pero que tras el final y la consiguiente reinterpretación de ciertas escenas (recordemos que la película parte en tiempo real para después acometer el flash-back) comprobamos que el director ha jugado con el espectador desde el primer instante. Mediante la posición de la cámara para captar al protagonista, unido a ciertos retoques en la iluminación, Coimbra parece que da las suficientes pistas como para adivinar el desenlace de la historia sin que sea necesario ver más minutos de película, pero obviamente esto es algo de lo que prácticamente nadie se dará cuenta hasta que no lo vea por sí mismo. Es entonces cuando hay que echar la vista atrás y recordar el gran trabajo de dirección y fotografía de los primeros minutos, la mayor baza del filme sin ninguna duda.

Pese a esta capacidad de ingenio en lo que se refiere a visual, sería un exceso catalogar a El lobo detrás de la puerta como un thriller atípico o desmitificador, de hecho por momentos resulta complicado catalogarlo más como thriller que como drama por la cantidad (abusiva, a veces) de tiempo que Coimbra dedica a profundizar en la relación entre los protagonistas y porque la propia atmósfera tampoco está cargada de una intriga demasiado desmesurada, en parte porque se trata de manera poco artificiosa. Hecha esta aclaración, sería erróneo tachar a la obra brasileña de tramposa, más bien al contrario: es una película honesta consigo misma y eso siempre lo agradece el espectador, que puede pasar 100 minutos de cine sin demasiados sobresaltos ni otras técnicas que abundan en películas de esta clase, pero sí con una historia correcta y, sobre todo, bastante bien contada.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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6
11 de mayo de 2018
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corre el año 1852 en Francia. Napoleón III, otrora defensor de la democracia en el país galo, acrecenta su represión hacia aquellos republicanos que se muestran disidentes con su régimen. Como ejemplo de la implacabilidad del futuro emperador, los habitantes de un pequeño pueblo asisten con miedo a la entrada en la localidad de unas tropas que se llevan de allí a todos los hombres. Las mujeres del lugar, a medio camino entre la sorpresa y el llanto, se plantean entonces cómo pueden seguir adelante con sus propias tareas si también tienen que asumir las que hasta entonces desempeñaban sus compañeros masculinos. Pese a que la respuesta no resulta del todo negativa, las féminas acuerdan hacer un pacto múltiple ante la prolongada ausencia del resto de la población: si aparece un hombre por el pueblo, será para todas y no exclusivamente para una.

Con La mujer que sabía leer (Le semeur), la francesa Marine Francen dirige su primer largometraje cinematográfico con un guion adaptado por ella misma a partir de un relato corto de Violette Ailhaud. En él, no solo pretende plasmar un negro capítulo de la historia de su país, sino que posee un mensaje claramente reivindicativo sobre el papel de la mujer en la sociedad. La realizadora, que hasta ahora había desempeñado tareas de asistencia en la dirección, se deshace de cualquier defecto de novata al plantear una puesta en escena realmente lograda desde la primera secuencia, con un formato 4:3 asistido por una fotografía responsable de mantener el tono oscuro que distinguía a aquellos años de represión. Como complemento a este planteamiento técnico, la cineasta no duda en poner el foco en cuestiones áridas acerca de la temática de género y, por extensión, de lo que supone vivir en un entorno social cerrado como el que muestra el film.

De esta manera, Francen no cede un ápice en la construcción de una historia que también posee ciertos dejes de fábula, expresamente conducidos a través de la protagonista Violette. En un mundo donde el campesinado tenía casi imposible acceder a una educación letrada, ella conoce el arte de la lectura gracias a la herencia cultural paterna. Ese toque diferenciador le abre una puerta que de otro modo podría haber permanecido cerrada. Sin embargo, ni siquiera ostentar esa ventaja intelectual le da cierto poder para asumir una capacidad de mando en su seno social. El grupo lo es todo en este pueblo (como en todos sitios) y las decisiones se toman en común entre todas. Con la determinación mostrada por las mujeres de la obra, Francen pretende derribar al mismo tiempo varios estereotipos sobre el género femenino, aunque no en un sentido radical como para hacer caer, a su vez, el necesario punto de encuentro con la lógica que sustenta su mensaje. Llega un momento, eso sí, en el que el relato no intenta avanzar más allá y se queda en una buena historia pero que no tiene en su recta final el calado que merecería, ni desde el punto de vista racional ni en el sentido emocional.

El pequeño mundo que Francen construye en La mujer que sabía leer no está exento de temáticas más allá de la mencionada dialéctica entre géneros femenino y masculino. Más bien al contrario, la directora francesa reproduce a pequeña escala todos los sentimientos que pueden salir a flote en una sociedad, también en las actuales. Quizá esa lectura en clave atemporal sea precisamente lo que potencie el carácter narrativo de una obra rica en detalles y en la que ninguna cuestión parece dejada al azar, sino que todo queda cohesionado bajo el mismo paraguas.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
Kasanovic
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4
6 de noviembre de 2015
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando el joven Friedrich Zeitz, de carácter humilde, austero y trabajador, recibe la propuesta de trabajar directamente para Karl Hoffmeister, jefe de una importante fábrica de acero, probablemente se imagina que ese será el techo al que puede aspirar en su vida. Pero tal ambición queda pronto superada cuando conoce a Lotte, la mujer del mencionado empresario, de tez bella e interesada en las artes; una dama de la cual es complicado no enamorarse. Basada en la novela Viaje al pasado, del mítico escritor alemán Stephan Zweig, La promesa (Une promesse) es un nuevo largometraje del prolífico director francés Patrice Leconte que, si bien no se cuenta entre los más reputados del país galo, suele recibir moderados elogios en la mayoría de sus trabajos. Este drama romántico de época, empero, no alcanza un nivel del todo satisfactorio.

Decimos tal cosa porque el romance que describe La promesa se torna infantil por varios momentos, merced a un guión cargado de tópicos que convierten poco a poco a la película en un producto excesivamente repipi. Rebecca Hall y Richard Madden resultan poco creíbles como enamorados, con gestos que de tan mojigatos terminan por cercenar cualquier opción de lograr empatizar. El personaje de Anna (la vecina de Friedrich), personaje inédito respecto a la novela original y que a priori parecía resultar bastante interesante, acaba ostentando muy poca presencia en pantalla, algo complicado de entender si tenemos en cuenta el mayor énfasis que se hace en la película sobre los personajes femeninos respecto de lo que el escritor alemán dispuso en el texto original.

Este amorío al límite tiene ciertas reminiscencias de aquel que Zweig retrató con mucho acierto en Carta de una desconocida, excepcional relato que luego sería llevado al cine de manera maravillosa por Max Öphuls. Utilizamos tal adjetivo no sólo por la propia calidad de la cinta, sino por cómo el director francés supo mantener la narrativa y el espíritu del libro sin traicionar las propias características del séptimo arte. Circunstancia en la que falla claramente Patrice Leconte, ya que esa pequeña sensibilidad se transforma en algo de un volumen claramente mayor, explicitando al máximo unos diálogos que habrían funcionado mejor si su contenido se hubiera tratado de manera más subrepticia.

Sorprendentemente, La promesa consigue remontar ligeramente el vuelo en la parte final. Los protagonistas cobran vida conforme las dificultades les acechan. Es tarde para construir un relato más sólido y entusiasta, pero el breve retrato que se hace sobre los comienzos del llamado período de entreguerras y, por tanto, los albores de la decadencia moral de Alemania, sí está a la altura de las circunstancias. Para ser más precisos, la película esboza esa época que Zweig tan bien describía en su obra, una era en la que Europa ya se estaba viniendo abajo irremediablemente con el desastre de la Gran Guerra y que acabaría de cavarse su fosa con el auge y el posterior avance de los totalitarismos. Esta idea queda expresada en una frase que Lotte pronuncia en un momento determinado de la cinta: “El mundo de ayer ha desaparecido (...) no puedo aguantar el presente”. Precioso homenaje que brinda Leconte a la novela/ensayo El mundo de ayer, reflexiones sobre la decadencia del viejo continente que el genial escritor alemán dejó escritos antes de cometer suicidio junto a su esposa, temerosos del avance nazi por el continente.

En cualquier caso, es necesario estar plenamente cautivado por el género para que La promesa llegue a enganchar. Aun obviando la escasa química entre los actores y los claros altibajos de guión, el problema principal de la cinta de Patrice Leconte es que pretenda contar en hora y media lo que un relato resume en pocas páginas, sin saber edulcorar a su película de los suficientes añadidos como para mantener el pulso romántico de la trama. Hay que quedarse, eso sí, con la estupenda ambientación y la más que decente puesta en escena de su director.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
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5
13 de marzo de 2015
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
No son pocos los cineastas israelíes y/o judíos que parecen preguntarse en sus obras cómo se puede acabar con el conflicto respecto a la cuestión palestina si los prejuicios cultivados en las mentes de ambos bandos florecen cada vez que se presenta la ocasión. Por ejemplo, hace casi un año se estrenaba en España El hijo del otro, un film en el que, partiendo de un punto casual, su directora Lorraine Levy hacía ver que no existe una base racional para justificar tanta enemistad entre unos y otros y, sin embargo, el odio palpable entre ambos hace una tarea casi imposible el lograr la más mínimo reconciliación. Su problema era que la manera de llevar la historia contenía suficientes dosis de azúcar como para que se explicitase en demasía la crítica, pero al menos el mensaje quedaba ahí.

Pues bien, para aquellos que necesitan ver un poco más de mala baba a la hora de sacar los trapos sucios de la cuestión árabe-israelí, ahora llega a nuestro país Mis hijos (Dancing Arabs), una nueva visión sobre el choque de identidades, culturas y religiones que a diario se produce en el país israelí y que parte de una novela autobiográfica de Sayed Kashua. Eran Riklis, cineasta cuya obra más conocida posiblemente sea Los limoneros (Etz Limon, 2008), dirige una cinta que desde el principio ya se ve que no va a incluir la complacencia entre sus pretensiones. Cuenta la historia de Eyad, un joven de origen árabe que consigue una beca para estudiar en un prestigioso centro de Jerusalén, convirtiéndose así en uno de los escasísimos (por no decir el único) estudiantes de su raza, cultura y lengua que logra tal cosa. Más que conseguir buenas notas, cosa que se da por hecha dada su inteligencia, el principal objetivo de Eyad será integrarse en un ambiente donde no es demasiado bien recibido.

Durante las primeras escenas, la película hace gala de una mordacidad nada usual en este tipo de producciones. Mediante varios gags con mayor o menor gracia, creemos que Riklis nos está diciendo que este tono cómico-satírico va a ser la nota predominante de la obra. Sin embargo, pasados varios minutos descubrimos que estábamos muy equivocados: Mis hijos es un drama incuestionable, ya que dejando de lado esos breves momentos humorísticos no hay prácticamente nada que pueda hacer reír y sí mucho para sentir y reflexionar. Aparece el amor, la amistad, el trabajo, luchar contra lo establecido, vencer el temor al “¿qué dirán?”, todo ello en conexión con la realidad político-histórica del momento y que sin duda influye en el devenir de Eyad. Lo que no desaparece es ese afán por demostrar a la sociedad que palestinos y árabes podrían convivir en paz y armonía sin que a nadie se le cayesen los anillos por ello.

Pasada la hora de película, llegan los puntos más bajos de la obra. Varias de las subtramas acusan un exceso de azúcar en forma de mensajes moralistas que no acaban de cuajar, lo que conlleva que decaiga el interés. Lo que debería constituir el núcleo más trascendental de la obra, se torna algo aburrido ante la proliferación de las mencionadas historias paralelas. No acaban de convencer varios de los personajes secundarios, que en cierta manera ofrecen la imagen de ser seres demasiado aislados de su entorno. Por fortuna, la cinta remonta en su parte final y logra cerrar todos los cabos de manera más o menos satisfactoria, hasta tal punto que incluso podríamos considerar como punto álgido de la misma la secuencia final.

Laudable sin duda este arriesgado intento de Riklis por condensar en una película todas las mejores intenciones para encontrar un sentido a lo que está sucediendo en Oriente Próximo. La trama principal de Mis hijos convence de sobra, habida cuenta de la notable evolución que experimenta su protagonista desde el primer hasta el último minuto. Un ligero exceso de edulcoración (que en parte es lógico, ya que siendo judío israelí debe de ser complicado vender un producto así en aquella tierra) y la poca fuerza que poseen los personajes secundarios son las principales trabas de una película que, en general, acaba siendo tan disfrutable como loables son sus propósitos.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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