Ignoro si Michael Patrick King volverá a intentar otro canto de cisne a este grupo de amigas que durante un tiempo fueron una verdadera novedad dentro del panorama televisivo. "Sexo en New York" viaja a Oriente para contar su versión de Aladino y su princesa, con más alcohol que en la adaptación Disney y alguna deshinbida como Samantha, cuyo personaje parece inalterable al desaliento y al efecto de Cronos.

Curioso que un programa que pudo presumir en sus días de rabiosa actualidad se enmarque en una odisea despilfarradora y una versión de ex Oriente American Express, aunque probablemente a los fans incondicionales del programa les agradará volver a ver a las protagonistas, con Sarah Jessica Parker nuevamente a la cabeza de la cuadrilla.

Desgraciadamente, el resto lo tenemos mucho más difícil para disfrutar de este film.

Oscar Wilde se defendió de sus críticos, en la inmensa mayoría de los casos el reflejo perfecto de la hipocresía victoriana, afirmando que mientras él escribía obras amorales, lo que debía haber hecho, como tantos otros, era hacer vidas de santos en acto público y haberse entregado a la depravación en privado. El juego planteado por el brillantísimo escritor, hubiera sido perfectamente entendido por Patrick Süskind, misteriosa personalidad que nos dejó un libro siempre fascinante en todas sus re-lecturas, "El perfume".

Tom Tykwer se arriesga al máximo abarcando intentar adaptar una novela inclasificable, que cuenta con uno de los protagonistas más tenebrosos de la ficción, el raro talento de Jean Baptiste con los perfumes se traduce en una obsesión con límites malsanos. Honestamente, Ben Whishaw me parece más apuesto y menos desagradable de lo que siempre he imaginado al singular asesino, pero en el resto de las facetas, encarna al a perfección los propósitos de tan oscuro carácter.

Efectivamente, contra el mágico arranque del texto original (las cien primeras páginas de esta obra ya merecen la compra del libro, aunque el resto fueran páginas en blanco), la trillada voz en off suena a recurso fácil que tampoco aporta mucho a la narración. De cualquier modo, creo que no son justas las críticas que no reconocen algunas mejoras de la obra maestra al pasarla al lenguaje cinematográgico.

Así, los viajes introspectivos de Jen Baptiste que tanto ralentizaban el ritmo de la acción, son convenientemente resumidos y da una sensación de agilidad que en la gran pluma de Süskind, quizás dispersaba en sesudas disertaciones que rompían el ritmo pasional y de los efímeros olores que marcaba el ritmo.

Secundarios tan magníficos como Alan Rickman o Dustin Hoffman (como Baldini, un testimonio histórico tan válido como cualquier documento escrito de la época de aprendices y maestros gremiales), rodean de su talento a Whishaw, mientras que en el elenco femenino, dentro de la buena tónica general, brilla con luz propia la torre de fuego de Rachel Hurd-Wood. Especialmente por una escena que... (ver spoiler).

En definitiva, una gran iniciativa del cine bávaro que ha pecado de exceso de osadía, lo cual no es, en lo absoluto, negativo.

Probablemente desde sus primeras apariciones en "Cuando Harry encontró a Sally" y, muy especialmente en "Algo para recordar", Meg Ryan encontró acomodo en la difícil y efímera fama de intérpretes de Hollywood. Con don para hacer agradables roles en comedias románticas donde se desenvuelve como pez en el agua, en "Adictos al amor" se intenta dar un giro de tuerca al tópico, de la mano del director Griffin Dunne.

El proyecto resulta un poco descompensado porque si biene las desventuras del personaje caracterizado por Matthew Broderick son fáciles de empatizar (la desesperación de una infidelidad), el film se queda en una frontera intermedia entre las gamberradas que promete y los clichés del género que pretende evitar superficialmente, pero donde acaba cayendo.

La química en pantalla va subiendo conforme lo hace la tensión sexual no resuelta entre los dos vengativos protagonistas, aunque tampoco llega a despegar ese momento que le haga a uno olvidarse de que está viendo otra comedia romántica de la industria (y van...), sin aportar verdadera originalidad.

Se ve con facilidad, tiene un buen reparto, pero, empero, como suele ocurrir en estos casos, termina siendo muy efímera en la memoria...

Hace algún tiempo, cuando Shaquille O´Neal campaba a sus anchas por los tableros de la NBA, más de algún aficionado pensaba que semejante combinación de talento y fuerza le permitiría dominar con una mano atada a la espalda, el juego. Sin ser partidario de esas hipérboles, hay sujetos que se lo merecen y, al igual que O´Neal, Woody Allen puede permitirse afrontar un reto cinematográfico sin estar al 100%.

En "Un final made in Hollywood", maneja un concepto muy divertido, un neurótico (por supuesto, lo interpreta él) director de cine tiene una enfermedad psicosomática que le hace perder la visión de forma inexplicable. Como está trabajando merced a la recomendación de su antigua mujer (caracterizada por una divertida Téa Leoni), no puede desvincularse del proyecto, por lo que con la ayuda de unos pocos miembros de su familia, intenta mantener la farsa.

Con cinismo pero benevolencia, Allen hace un diagnóstico de algunas de las triviliades de la industria del espectáculo, desde las altas esferas a los extras, pasando por repartos dispuestos a todo si tienen un papel mayor o prensa sin escúpulos a la caza de carnaza. El reparto está escogido con su usual buen gusto y tiene algunos diálogos muy divertidos.

Si bien es una obra menor, como bien afirma Carlos Boyero, este cuento eterno del tipo de las gafas, tiene la fascinación del que no contaban nuestros padres de pequeños y nunca, nunca nos aburría aunque tuviéramos memorizados cada uno de los párrafos.

Dios bendiga a esos franceses.

Hay ocasiones en las que la nostalgia puede ser mejor solución que el retorno a una casa vacía que uno recordaba llena de vida. Harold Ramis vuelve a embarcarse con el concepto que tan bien hizo en la primera parte de esta secuela donde repiten Robert de Niro como mafioso con problemas y la pareja formada por Billy Crystal y Lisa Kudrow.

Igual que en la anterior entrega, De Niro ironiza sobre sí mismo y previos papeles suyos, mientras el argumento lanza guiños a programas tales como "Los Soprano". No obstante, si bien se repite la fórmula, no acontece lo mismo a la hora de hablar de si convence o no el planteamiento para solucionar la papeleta (en este caso, justificar que el espectador se siente y divierta con un concepto que ya conoce).

En honor a la verdad, "Otra terapia peligrosa" no es una mala película o una secuela indigna, pero carece de la magia de su predecesora o, simplemente, de estar en el momento adecuado y en el lugar preciso.

Entretiene pero es mucho más fácil de olvidar que su precedente.

Otra vez será.