La leyenda es bastante sorprendente. La discusión académica bizantina sobre si una elevación de 1000 pies es una montaña o una colina tiene poco sentido fuera del idioma inglés. En Mallorca una altura de 330 metros sería una montaña y en el Himalaya, un promontorio. En español, en cualquier caso, se puede tirar por la vía de en medio con la denominación "monte" o "pico" ("puig" en catalán). Convertir este dilema en una cuestión de amor propio local, generando un conflicto ciudadano, solo es posible en Gales, con su propia idiosincrasia de tradición celta y su propio idioma (no confundir con el gaélico escoces o irlandés), en contraste con el inglés colonizador. La historia está tan bien contada que incluso sobrevive al inexpresivo Hugh Grant. El verdadero protagonista es el arquetípico Morgan, quien parece salido de un chiste de Forges. El escenario está arropado por la hermosa fotografía de la campiña regional y el fondo musical con tintes clásicos del lugar.

La trama está muy bien desarrollada y muy bien dirigida. La tensión no pierde fuelle en ningún momento. Al contrario, algo que empieza como un sorpresivo incidente de ajuste de cuentas, se va desbocando hasta llegar a una oleada de violencia incontrolable e indeseada en los años ochenta del siglo veinte, que se les va de las manos a los implicados desembocando en el paroxismo, con derivaciones imprevisibles que ya no pueden volver atrás. Muy lograda la forma de contar la historia y cómo se desenvuelve. Las actuaciones de Bob Hoskins y Helen Mirren son perfectas. También hay que resaltar la intervención del veterano Eddie Constantine, californiano especialista en papeles detectivescos y de hombre duro en el cine francés de los sesenta. Como curiosidad, la brevísima intervención de un joven Pierce Brosnan. El montaje sonoro con pasajes al estilo "new age" contrasta un poco con las imágenes pero no desentona. Está bien engarzado. Film muy recomendable.

El argumento es uno más entre los incontables de atracos más o menos sofisticados. Aquí la gracia está en las particularidades de sus protagonistas. La informática torpe y atolondrada que ejerce de mujer fatal y la choriza de poca monta que aspira a subir de nivel. Entre embaucadores, el más embarcador es el rey. El protagonismo de Jean Reno ocupa un segundo lugar, ya muy mayor para hacer papeles atléticos o proyectos de grandes pretensiones sin ayuda. El film es entretenido, sin truculencias y con bastante humor refinado. Los exteriores son impactantes y le dan un aliciente añadido.

Esta película es una de las más emblemáticas de su autor, no por ser de las mejores sino porque algunos contenidos son realmente memorables. La secuencia de la sinfónica de Londres dirigida por Bernard Herrmann en el Albert Hall es de lo más antológico que se ha rodado en toda la historia del cine. Ya por sí misma es toda la película. En contrapartida, la trama del secuestro de un niño como rehén y la red terrorista asociada es un tanto infantil. Le falta dramatismo. Los cerebros criminales instigadores y sus sicarios no pueden ser más chapuceros. La elegancia arrogante de James Steward contrasta con una apastelada Doris Day. Su interpretación de "Qué será, será" produce dolor de oídos, después de escuchar a la soprano solista de la cantata de concierto. Ello no fue obstáculo para que la canción (con una frase en español, curiosamente) fuera premiada y obtuviera difusión internacional. El film es de los que se recuerdan. No como obra maestra sino por sus momentos estelares.

La idea no está mal pero no llega a arrastrar. A los protagonistas les falta "feeling". El pintoresquismo de los personajes secundarios y el exotismo de los escenarios no es suficiente para mantener el interés. El personaje principal resulta amorfo y poco estimulante. La acción está falta de dinámica y no conecta. Las mejores escenas son las rodadas con animales. Es lo único que puede salvar ligeramente la función.