Y eso que Hitchcock lo intenta: contiene una serie de ideas visuales de auténtico genio, pero insuficientes para que olvidemos el absoluto disparate al que asistimos. Para empezar, el guión es hijo de su tiempo y desgrana una trama de psiquiatras y crímenes que, con los ojos actuales, es ridícula a más no poder. El psicoanálisis tuvo su momento de gloria, pero los años no le han sentado bien y todo lo que se cuenta en la película parece tener el mismo estatus científico del vudú, de forma que el espectador alterna los momentos de perplejidad, risa histérica y justa indignación. Si a eso le añadimos que dos grandes figuras como Bergman y Peck están simplemente penosos, y recitan sus disparates sobre recuerdos reprimidos y traumas mentales con mirada bovina perdida en el horizonte, el suplicio es importante. Pero hay más: el mensaje de fondo es de un machismo tan sonrojante que a día de hoy probablemente habría sido denunciado: qué más da que una mujer sea brillante en un trabajo cualificado, pues solo un amor incondicional propio de Corín Tellado, pueril e increíble, podrá desfacer el entuerto. En resumen, un ejemplo paradigmático de cine clásico sobrevalorado hasta lo grotesco y completamente prescindible.

No me desagrada en absoluto esta última tendencia del cine de marcianos que huye de mostrarlos de manera casi pornográfica y recurre más a la sugerencia y al misterio, pero amigos, esto es otra cosa. Monsters es un peculiar spin-off de Cloverfield (Monstruoso) mezclado con cine intimista y hasta reflexión social que, a pesar de tener como gran virtud el huir de los artificios absurdos y los desmembramientos, tiene serios problemas. El fundamental es que si quieres contar una historia de 90 min prácticamente con dos protagonistas y unos 90 segundos (en total) de planos de efectos visuales con extraterrestres, o eres un narrador excepcional, o tus dos actores son la repanocha y tienen una química estratosférica, o le metes al conjunto un ritmo endiablado, y en Monsters no hay nada de eso. De hecho, la historia de conocimiento interior y mutuo de los protagonistas que acaba siendo el puntal de este despropósito no interesa a nadie, el ritmo es insufriblemente pesado (lento no, pesado, que no es lo mismo) y el director se recrea en planos interminables de sus jetas y del paisaje con una banda sonora quejumbrosa al más puro estilo "ay que perdido estoy en mis cosas, qué vida más mala". Como comprenderan, el resultado se debate entre lo pretencioso y el más soberano tostón, así que ustedes mismos...

PD: El final que algunos describen como a la Shyamalan... Pffff, solo puedo adelantar que vean lo que vean, es exactamente lo que parece.

Sherlock es un producto inteligente porque ha sabido enganchar tanto a los amantes de las series con episodios autoconclusivos (los típicos de la gente que solo quiere apagar el cerebro delante de la televisión con asuntos como CSI) como a aquellos que se pirran por los arcos argumentales de siete temporadas. El formato es, de hecho, muy adecuado, puesto que los tres episodios de tintes cinematográficos por temporada tienen de fondo un hilo conductor capaz de generar curiosidad al más pintado. En este capítulo le vemos la jeta (no es ningún spoiler, a menos que se haya estado los últimos 150 años en una cueva) al némesis Moriarty, con sabrosísimos resultados.
Pero a lo que quiero ir es al tema del doblaje: este archivillano posee la voz impuesta más ridícula, odiosa e innecesaria de la historia de la televisión. Tuve la desgracia de ver este capítulo doblado y, en cuanto pude y con picores por todo el cuerpo, acudí a la versión original. En ésta Moriarty tiene una voz peculiar, pero ni de lejos es la aberración doblada. En resumen, no cometan el crimen de perderse la voz original de Cumberbatch y Freeman.

Es sorprendente cómo una serie con tantos y tan notables defectos puede tener una calificación tan alta por parte de los espectadores: de un episodio piloto espectacular se pasa a una primera temporada interesante (con cliffhanger incluido), para acabar despeñándose en una segunda tanda de episodios en los que la lista de malas decisiones narrativas es interminable. Mi teoría es que Romanzo Criminale se hace querer porque sus premisas son tan clásicas como efectivas, porque la ambientación de la Italia de finales de los 70 es perfecta y porque el casting, en mi opinión, es estratosférico. Es muy posible que Libanés sobreactue, que el Frío infraactue o que el Dandy sea un arquetipo con patas, pero me da lo mismo: Francesco Montanari es un animal escénico que se queda en la memoria (pagaría por ver un cara a cara con Tony Montana tras unos tiritos de farlopa), y su tropa de esbirros está perfecta a la hora de encarnar la total falta de gusto de estos raterillos venidos a más. De hecho, no me parece fácil conseguir que todos estos miserables lleguen a hacerse "entrañables".

El problema es que llega un momento en que el guión entra en un bucle sin fin, nada parece tener sentido y la arbitrariedad campa por sus respetos, y los personajes se desdibujan completamente. Sin ser una serie redonda, posee un encanto que la pone por encima de la media.

Es decir, aquellos a los que no toleras y acabas descubriendo que lo único que te aportan es un despeño diarreico y muchos e incómodos gases. Tim Allen es un destacado especimen, y aunque entiendo que haya un sector de población a la que le haga gracia, a mí me parece que tiene muy serias limitaciones para la comedia y una clara tendencia al consumo local (como los Morancos, por poner un ejemplo). Y es que son diferentes cosas que actor haga de idiota o que lo sea, y en el caso de Tim Allen siempre me quedó la duda. Si a eso le sumamos que no encuentro particularmente interesantes las comedias amables basadas en tramas blancas y en las contínuas meteduras de pata de un cretino, comprenderan que nuestra relación no haya cuajado. En definitiva, si quieren saber el motivo de que los yanquis coronaran a este individuo como rey de la comedia, adelante, pero explica muchas cosas.