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Críticas de Juan Marey
Críticas 625
Críticas ordenadas por utilidad
8
7 de julio de 2013
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La dalia azul” es uno de los grandes clásicos del cine policíaco americano de los años cuarenta. Antes de que se hiciese célebre la mítica pareja formada por Humphrey Bogart y Lauren Bacall, otra pareja que descubriremos aquí había marcado para siempre el cine de Hollywood, Alan Ladd y Verónica Lake. A partir de “El cuervo”, en 1942, ambos formaron un dúo inseparable, siendo él un duro magnífico y ella una deliciosa mujer fatal, estaban hechos el uno para el otro, ambos eran guapos, destilaban glamour y misterio, y además eran bajitos, lo que facilitaba las cosas en el rodaje, pues, recuerdan las malas lenguas, que Alan Ladd se ponía tacones considerables y necesitó de un taburete para rodar una escena con Sophia Loren en “La sirena y el delfín”. Por su parte, Verónica Lake, atractiva rubia platino, marcó con su glamour y su estilo la década de los cuarenta, y su peinado, con un mechón de pelo sobre el ojo derecho, se hizo célebre con el nombre de “Peek-a-Boo-Bang”, algo así como “espiar por la mirilla”.

“La dalia azul”, dirigida por el veterano George Marshall, es el único guión de Raymond Chandler, escrito a partir de una novela negra inacabada. La trama policíaca es bastante simple, el marido acusado injustamente de la muerte de su esposa infiel, pero Chandler supo divertirse mezclando los hilos, creando múltiples pistas y sospechosos para alimentar el suspense.

Más allá de la trama policial, en este film de serie negra realizado en 1946 en la inmediata posguerra, lo más interesante es la atmósfera que rodea a esos personajes y que es un coherente reflejo de la época, el marido y sus dos amigos son veteranos de guerra que regresan a la vida civil y que están heridos física o moralmente. Todo arranca de hecho con esa secuencia con la que Alan Ladd descubre que su esposa tiene un amante de dudosa reputación, ella es la actriz Doris Dowling, aunque la verdadera estrella femenina será la misteriosa Verónica Lake, que como Alan Ladd también huye de si misma. Pero quien destaca en el reparto y se revela como un personaje clave del film es Buzz, el militar interpretado por William Bendix, que a causa de una herida de metralla en la cabeza se ha convertido en un hombre irritable, violento y de imprevisibles reacciones.
Juan Marey
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9
5 de mayo de 2019
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con más de 50 películas a sus espaldas en 20 años de carrera, el maestro Wellman se alió con la estrella Gary Cooper para dar forma a uno de los grandes films de aventuras coloniales de la época dorada de Hollywood, un film repleto de misterio, acción y honor. La película fue llevada al cine por primera vez en una trilogía compuesta por Beau Geste (1926), de Herbert Brenon (1926), Beau Sabreur,de John Waters (II) (1928) y Beau Ideal, también de Brenon (1931). La Paramount se atrevería con un nuevo remake en 1939, en una película que pasó por muchos problemas de rodaje debido a las condiciones extremas de calor al que se enfrentaron sus protagonistas, un trío de excepción formado por Gary Cooper, Robert Preston y Ray Milland, a los que habría que añadir una sobrecogedora actuación de Brian Donlevy como el malvado sargento que tiraniza al batallón y la aparición de una joven Susan Hayward en el papel de Isobel. Con el mismo título volvería a ser llevada al cine en una olvidable versión dirigida en 1966 por Douglas Heyes.

Maravillosa película, de una asombrosa modernidad en una historia que habla del valor de unos hermanos que supieron siempre que estaban haciendo aquello que era necesario. El desierto como testigo y entre medias batallas, bromas, peleas, trifulcas y rebeliones que quedan también sepultadas entre el viento del terreno estéril y hostil, allí donde los pasados se entierran y los futuros mueren de sed. Poco importan las banderas y los falsos patriotismos cuando la honestidad es la verdadera motivación. Y para siempre, el amor entre tres hermanos inmortales, que supera barreras para convertir a niños en hombres y a hombres en héroes anónimos, insignificantes y desaparecidos.

“Beau Geste” no pretende ser un film reflexivo sino un relato aventurero concentrado en la exposición de una peripecia de acción, otra cosa es que, como en los mejores ejemplares del género, consiga hacer reflexionar, y ello sin caer en ningún momento en el énfasis o el didactismo. Entre los muros del infernal Fort Zinderneuf, “Beau Geste” ofrece tanto cine puro como cualquiera de los títulos más reputados del género, demostrando de modo mágico cómo ese arte en equipo que desarrolló Hollywood era capaz de crear obras maravillosas. La belleza estética de la película deja sin aliento: las escenas del asedio de los tuareg son memorables, como ese plano elevado que muestra el conjunto del fuerte, la extensión infinita de la arena más allá de sus almenas, los movimientos de los tuareg sobre la sinuosidad de las dunas, que despiertan una indolente sensualidad…

Una película deliciosa y muy entretenida, todo un canto al honor, al valor, al patriotismo y al amor entre hermanos. Una película de aventuras de las de antes, emocionante y trepidante, que se mantiene intacta 80 años después.
Juan Marey
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8
3 de marzo de 2019
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos ocupamos hoy de una de las primeras películas del maestro danés Carl Theodor Dreyer. Basada en una novela de Marie Corelli, está influida por la monumental “Intolerancia” (Intolerance, 1916) de D. W. Griffith, y supone toda una reflexión sobre cómo el mal se posa sobre las almas (tema habitual en Dreyer), incitándolas a cometer actos que las acaban corroyendo.

La película se adentra de forma hipnótica en cuatro capítulos de la Historia, mostrándonos la lucha titánica entre el bien y el mal, a través de diversas etapas temporales. Dreyer se apoya en un recurso por entonces de moda, la utilización y amalgama de diversos espacios temporales, unidos por un hilo o columna vertebral a todos ellos afín, una tendencia que se le atribuye al gurú yanqui del cine, el mítico David Wark Griffith y su ya mencionada “Intolerancia”, aún cuando el maestro Dreyer, ni corto, ni perezoso, haya negado su influencia. Pero lo cierto es que no poco hereda de Griffith, si bien el danés le da otro norte a su arte; quizás impulsado por su naturaleza nórdica, no se va tanto por el sendero del espectáculo representativo, como el norteamericano, sino al moralista mensaje; además llega a plasmar su dominio en profundidad de campo, en el tema de la ambientación, o en el tratamiento lumínico, además su inclinación por la teatralizada representación. En este temprano film como director, Dreyer da muestras sobradas de su fuerza narrativa y de que hay unos temas concretos que le interesa tratar en su cine: La trascendencia, el poder de la oración, el sacrificio, la debilidad humana, la intolerancia...

“Las páginas del libro de Satán” es una película profundamente pesimista que no se puede entender sin su inclusión en un marco histórico concreto que viene dado por el cese de las hostilidades en los campos de batalla europeos. Satán pierde su apuesta con Dios pero, al mismo tiempo, observa cómo el ser humano no deja de caer una y otra vez en sus redes a través de la historia. La debilidad y las bajas pasiones pondrán en funcionamiento la maquinaria del Mal que llevará al límite de sus capacidades psicológicas a un hombre dubitativo que, a partir de ese momento, comenzará a delinquir, renegar, delatar o traicionar a sus semejantes.

Pese a que, en términos generales, no alcance la sublime e incomparable maestría de sus mejores trabajos, bajo mi humilde punto de vista “Las páginas del libro de Satán” se revela como una obra esencial para seguir la trayectoria de uno de los mayores artistas del séptimo arte.
Juan Marey
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8
16 de abril de 2017
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos ocupamos hoy de una de las primeras películas dirigidas por el gran Jacques Becker, autor de obras maestras como “Montparnasse 19” (Los amantes de Montparnasse, 1958), o “Le trou” (La evasión, 1960), y una de las grandes influencias de Godard y su panda. “Antoine et Antoinette” (Se escapó la suerte, 1947) tiene su referente en el Christmas in July (Navidades en julio, 1940) dirigida por Preston Sturges, y está también muy emparentada con otra joya como “Esa pareja feliz” (1951) de Bardem y Berlanga. Su Argumento está basado parcialmente en la comedia musical “El millón”, dirigida por René Clair en 1931 y nos propone un alegre y entrañable recorrido por el Paris de la posguerra a través de una humilde pareja, que pierde un billete ganador de la lotería, y con ello, la oportunidad de prosperar y salir de su precariedad.

Una magnífico filme, revelador de la madurez que atesoraba el cine de Becker ya desde sus primeros pasos como director. A partir de la precisión de un montaje extraordinario –obra de Margueritte Renoir-, el director articula un retablo lleno de ritmo y vitalidad. Filmada a pie de calle, con un estilo naturalista, cercano y cálido, la película de Becker nos sumerge en el retrato costumbrista de un París obrero, y de unos personajes empeñados en mantenerse felices pese a la dificultad del momento.

El filme respira humanismo por todos los poros, ayudado por la gran labor de sus actores, el papel de Becker por acercarse de la forma más realista y cercana a su historia sobre el azar y los caprichos del destino, y sobre todo por aproximarse a temas ligados con la condición humana, como son el deseo de prosperar, o el deseo sexual. La película recoge momentos de amable y alegre humanidad con la aparición de ese plantel de personajes que pueblan la escalera, y las proximidades del barrio, y que se muestran tan reales como solidarios, y amables. Ese espíritu luminoso y alegre se transmite a lo largo y ancho del filme, pese a las dificultades en las que se ve envuelta la pareja con la pérdida del boleto, y cuyo destino mantiene al espectador con un nudo de amargura. Recordemos que estamos en 1947, pero la película respira modernidad, aunque los medios fueran limitados, los emplazamientos de cámara, los encuadres o la disposición de los actores son una constante pugna por contar las cosas de otra manera, por renovar el lenguaje cinematográfico, abrirse camino para que luego otros lo allanaran y pavimentaran.

Una película, divertida y humana que oscila entre ambientes duros, deprimentes y personajes que despuntan humanidad sana. La balanza se inclina hacia un horizonte esperanzador, y ese sabor alegre y dulce es con el que se arropa al espectador hasta en los últimos fotogramas de esta hermosa cinta. Cine de aroma clásico, esa clase de cine cándido, que no pasa de moda, y que reconforta y produce bienestar. Una estupenda comedia de corte neorrealista del que puede considerarse con toda justicia uno de los mejores directores franceses de todos los tiempos.
Juan Marey
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8
20 de noviembre de 2016
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otto Preminger es un director especialmente recordado por la profunda huella que dejó en ese fascinante género del cine que es el cine negro. Preminger realizó un puñado de las mejores muestras de este tipo de cine que, estéticamente, ha bebido del expresionismo alemán y, argumentalmente, es tan difícil de delimitar como la propia naturaleza del hombre…o más bien de la mujer; ahí están la maravillosa “Laura”, o muestras tan apreciables como “Al borde del peligro”, “Vorágine” o “Cara de ángel”. Un año después del éxito que supuso “Laura”, el director filmó “¿Ángel o diablo?”, considerada por muchos como una prolongación de la fórmula usada en “Laura”. Pero, a pesar de presentar elementos similares a “Laura”, como son el crimen pasional y la necesidad de averiguar la identidad del asesino, pienso que existe una clara evolución entre ambas, En la primera, la figura del criminal tiene mayor importancia en la trama, en “¿Ángel o diablo?”, sin embargo, la resolución del crimen ocurre de manera un tanto abrupta, en realidad, son las motivaciones de los personajes y la atmósfera de aislamiento y de vacío que los envuelve, los que focalizan el discurso del film.

Linda Darnell, representa la femme fatale de la cinta, despreocupada, decidida y seductora, se convierte en el objeto de deseo de la mayor parte del elenco masculino del film. Su personaje antitético corre a cargo de la actriz Alice Faye, un rostro poco habitual en este tipo de películas, pues fue el musical su género estrella; en un intento de disponer de papeles más dramáticos, Faye firmó un contrato con la 20th Century Fox para realizar una película por año, después de muchos proyectos descartados, se decantó por este film, pero la decisión no pudo ser más desafortunada ya que vio como sus escenas se iban recortando, frente al creciente auge de una fascinante Linda Darnell. Y para terminar con los grandes protagonistas del film, nos encontramos a un soberbio Dana Andrews, un buscavidas ambiguo y astuto, sin rumbo fijo, que cede ante el orgulloso afán de poseer a la sensual Linda Darnell. Andrews se encontraba entonces en el momento de máximo esplendor de su carrera pues su interpretación en 'Laura', le convirtió en uno de los actores del momento, la dureza de su rostro y una marcada impasibilidad, encontraban su contrapunto en su socarronería y en un atractivo aire de cinismo; para Preminger y otros grandes directores, todos estos ingredientes le convirtieron en la perfecta personificación del prototipo de hombre de su tiempo.

Una obra de un director heterodoxo que no se adscribió a un género en particular, pero que contribuyó sobremanera a dotar al cine negro de tensión, elegancia y modernidad. Un film que además cuenta con la maestría de un gran, gran, director de fotografía: Joseph LaShelle. Colaborador habitual de Preminger –trabajaron juntos hasta en seis ocasiones–, LaShelle se labró su reputación, sobre todo en el uso del blanco y negro, con películas como “Laura”, “Marty” o “El apartamento”; en esta cinta su iluminación es clave, las escenas con Linda Darnell, casi todas nocturnas, son oscuras y llenas de contraste, aquéllas en las que aparece Alice Faye, por el contrario, son diáfanas, ya que suelen suceder durante el día; de forma sutil y en completa sintonía con la capacidad perceptiva del espectador, su atmósfera nos conduce hacia la verdadera esencia de la película.

Os invito a disfrutar de la mirada de Linda Darnell, de la enigmática ala del sombrero de Dana Andrews o del café más turbio del cine negro, porque todo anverso tiene su reverso, que nos contradice y nos define. Recomendada especialmente para todos aquellos que creen que en cine, cualquier tiempo pasado fue mejor...
Juan Marey
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