No vas a ver nada que no hayas visto antes en este "New Year, New You" pero eso no significa que no vayas a pasar un buen (mal) rato.

La mayor novedad consiste en que, bajo una capa de producción de terror de manual, se critica una y otra vez el mundo del postureo de Instagram, Youtube o cualquier otra red social; y sobre todo la supuesta bondad del uso y abuso de los mensajes buenistas.

Me refiero a frases como "Puedes ser quién quieras ser", "Persigue tus sueños" y demás simplezas que nos atacan (bien acompañadas de coranzoncitos y unos cuántos "Keep calm") desde tazas, camisetas, cuadernos...

En principio esto no parece muy peligroso, más allá de cierto hartazgo de azúcar, pero la película se hace una pregunta ¿Qué pasa si la persona que las lanza las utiliza para manipularte? ¿Y si es una persona horrible?

Por no hablar de "para lucrarse", que está claro.

Y ¿qué ocurre cuando un "influencer" tiene tanto tirón que no sólo te vende fotos de tostadas con aguacate, sino que termina por sustituir a un médico, a un psicólogo...?

Además de que terminas por no tomar lácteos porque cualquier mamarracho te ha dicho algo como "?Nunca has pensado que los humanos somos los únicos animales que tomamos leche siendo adultos?".

Sí, y los únicos que comemos fabada, café cortado y empanadillas de atún con pisto.

¿Nunca lo has pensado?

No es la mejor de las películas con misterio y mansión británica de por medio, pero resulta entretenida y razonablemente interesante.

Basada en una novela, basada a su vez en un hecho real, la película (por lo poco que he leído) se aleja de la realidad, sobre todo en lo que respecta al personaje de Valerie Hobson, o más bien, sobre su papel en la casa.

Aunque los títulos de crédito cuentan con una imagen de la mansión demasiado tosca, está resuelta con bastante solvencia y tanto decorados, vestuario y las escenas, digamos, de "acción" no han envejecido demasiado mal.

Para una tarde lluviosa.

Quizá no ha envejecido muy bien este melodrama de los 60, sospecho que pretendía resultar más epatante y escabroso de lo que, a estas alturas, puede resultar.

Sin embargo, no le faltan puntos de interés:

- La interpretación de Deborah Kerr (siempre magnífica), bien secundada por Edith Evans (la abuela) y John Mills (el mayordomo).

- La banda sonora, realmente impresionante, aunque quizá demasiado parecida a las de Bernard Herrman.

- El ritmo narrativo, muy bien ajustado.

Desgraciadamente Hayley Mills no cumple excesivamente bien con su papel y tampoco lo hace muy mal, pero era demasiado pedirle estar a altura de sus compañeros de reparto.

Esta película documental es la crónica de un fracaso. Un fracaso que, cuando terminemos de verla, nos dolerá.

Y es una cinta que resulta útil desde muchos puntos de vista.

Primero, porque nos sirve para recordarnos que todos esos vacuos mensajes motivacionales que te animan a seguir tus sueños y bla, bla, bla se olvidan de que la consecución de nuestros objetivos está muy lejos de encontrarse sólo en nuestras manos.

Segundo, porque nos explica cómo funciona el cine o, para ser exactos, cuanta gente (y cuantas empresas) están implicadas en la realización de una película; que hasta la cinta de presupuesto más modesto ha supuesto el trabajo de muchísimas personas.

Y por último porque nos acerca a la figura de David Lean, a sus primeras producciones (supuestamente) modestas y a las grandilocuentes, a su carácter personal, a su particular forma de ver el arte y la vida. A su inagotable entrega al cine y su inmenso talento.

Y pone en evidencia que hasta los nombres más importantes de la industria pueden ser fagocitados por dicha industria.

También supone una reivindicación del actor George Corraface, entregado también durante años a un proyecto que jamás se puso en pie, lo que le llevó a convertirse en, por así decirlo, una estrella que nunca llegó a ser.

El documental deja una sensación de tristeza, de decepción, pero también de profunda admiración por Lean y Conrad, y de respeto por todos aquellos que luchan por estrenar una película, empeñando en ello dinero, tiempo y salud.

Y la mejor manera de pagar de alguna manera dicha entrega, es ver - o volver a ver - su cine.

Yo, personalmente, volví a ver "La hija de Ryan" y descubrí "Madeleine"

Esta frase hecha, que resumiría el problema de los protagonistas con sus respectivas parejas, define también lo que me ocurrió a mí con esta película: ni me estaba enganchando, ni me decidía a dejar de verla.

El guión podría estar bien, tiene puntos interesantes, pero... no acaba de cuajar.

Quizá el mayor problema sea que lo que se cuenta y como se cuenta parecen no casar, demasiada frialdad para hablar del drama de dos parejas condenadas a seguir juntas a pesar de no entenderse en absoluto.

El reparto es sumamente desigual, y al peor intérprete le corresponde el papel con un mayor peso dramático en el tramo final porque, seamos sinceros, Jorge Sanz siempre ha sido un actor muy limitado al que no se le puede pedir que se salga de su registro.

Darío Grandinetti cumple a muy duras penas, de manera que no sabes si es que al personaje su mujer ya no le importa lo más mínimo, o si es que el actor es incapaz de transmitir sentimiento.

También los aspectos técnicos le ponen la zancadilla a la película, como con ese doblaje chapucero (no me refiero a la interpretación sino a un sonido muy artificial) de la escena en la que el personaje de María Barranco sale del baño en la piscina.

En definitiva, un intento interesante de drama cotidiano que se queda en eso, en intento.