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España España · Ronda
Críticas de Solal
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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
9
21 de febrero de 2007
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las motivaciones de índole belicista adquieren una nueva dimensión en una obra superlativa, arquetipo del lenguaje poético en cine. Bertrand Tavernier compone un relato en el que se halla la plasmación dramática de la conflictividad humana, traslación de la barbarie de las guerras, a partir de un análisis de la interioridad del individuo, de su aptitud para sobreponerse a la tragedia, de su deambular en pos de la felicidad. Impulsos amorosos guían el proceder de los protagonistas; víctimas de la incomprensión de las altas esferas, Alice e Irene buscan el apoyo del mayor Dellaplane en el intento de identificación de sus respectivas parejas, desaparecidas en combate. Alice e Irene comprueban la inoperatividad del sistema, de unos dirigentes inmersos en la irracionalidad de sus preceptos. Y es que Tavernier construye, desde esta premisa, un relato de poderosa fuerza visual y enorme capacidad de sugerencia. La cara oculta del acto heroico, el patetismo con que se honra a los caídos, se tornan indispensables en la desoladora revelación del horror, de su despiadada justificación. La confrontación entre vida y muerte no deviene, sin embargo, en desesperanza; el lirismo de la propuesta así lo decide.
Solal
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10
22 de diciembre de 2006
30 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
El aclamado guionista Paul Schrader, responsable de films como Taxi Driver (1976) o Toro Salvaje (1980), dirige una historia regida por el afán melancólico del sentimiento amoroso; la influencia del tedio como elemento distorsionador en las relaciones de pareja define el itinerario narrativo de la película, cuyo guión, firmado por el Nobel de Literatura de 2005, Harold Pinter, aborda, de manera indefectible, el proceso de destrucción de los lazos emocionales, de las conexiones afectivas.
La ambigua pugna entre Christopher Walken y Rupert Everett, con la complicidad de sus respectivos cónyuges, deriva en una interdependencia que alcanza límites enfermizos; una atmósfera asfixiante, descrita por la Venecia decadente ya esbozada por la pluma Thomas Mann y la cámara de Luchino Visconti, influye en el proceder vital de sus componentes, inmersos en una porfía inútil en pos de la felicidad.
La soledad individual y el distanciamiento al que se ven abocados cada uno de los personajes definen la idiosincrasia del género humano: la percepción pesimista, taciturno, del entorno como pauta común de comportamiento, eclipsa todo atisbo de esperanza.
Solal
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9
29 de septiembre de 2006
20 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
El misterio de la condición humana, personificado en la figura del protagonista, constituye el eje central sobre el que gira el argumento de una de las obras más emblemáticas del director alemán Werner Herzog. Una nueva visión de la realidad, cargada de ciertas dosis de ingenuidad que delatan la falsedad e hipocresía de la sociedad alemana del siglo XIX, surge como un soplo de aire fresco en el Nuremberg de 1828. La asombrosa aparición de Kaspar Hauser trae consigo numerosos interrogantes que ponen en tela de juicio los valores que, tradicionalmente, han definido la forja del ser humano moderno. Con algunos puntos en común con ‘El pequeño salvaje’ (1969) de François Truffaut, Herzog expone un retrato pesimista de un individuo que, quizá de forma inconsciente, se enfrenta con todo lo establecido. Privado de todo contacto social desde su nacimiento, cautivo en una cueva, Hauser experimenta la libertad cuando su misterioso captor lo abandona en una plaza de la ciudad con una carta en la mano, dirigida a uno de los mayores exponentes de las instancias dirigentes. Sin apenas saber leer y escribir, Hauser es acogido en el seno local entre signos de extrañeza y fascinación, lo que no tarda en convertirlo en atracción de feria, mientras trata, a marchas forzadas, de aclimatarse a unas costumbres y a un modo de vida que no se ajustan a la concepción que tiene, carente de prejuicios, de un mundo al que no pertenece y al que no quiere pertenecer.
Solal
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10
18 de abril de 2008
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director mexicano Arturo Ripstein dispone en esta obra la trágica historia de la Manuela (Roberto Cobo), un travestido de mediana edad que regenta un burdel junto a su hija, la Japonesita, nacida tras un desliz heterosexual con una prostituta ya difunta conocida como la Japonesa. A partir de un relato de José Donoso que ya había despertado el interés de Luis Buñuel, Ripstein compone una atmósfera de exasperante violencia, apoyada en la misoginia de un entorno podrido y gobernado con mano de hierro por terratenientes de honestidad dudosa. Don Alejo, el cacique, y Pancho, un antiguo protegido suyo, representan la involución de un microcosmos social de provincias; las relaciones personales se establecen aquí en términos de poder y opresión sexual. La visita de Pancho al burdel hace aflorar antiguos sentimientos en la Manuela, quien mantuvo una tirante correspondencia afectiva con el joven, antes de que éste abandonara el municipio meses atrás. Paralelamente, la Japonesita ejerce asimismo su atractivo para seducir a Pancho. El triángulo amoroso resultante se enmarca en un contexto de pasiones encontradas, de desmedida ambición, de melancólica frustración. Pancho es la viva imagen del gusto por guardar las apariencias en un ámbito social marcado por las radicales diferencias de género.
Solal
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8
20 de noviembre de 2007
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Theo Angelopoulos (Atenas, 1935) se instituye como un director con inquietudes muy determinadas, adscritas siempre a la pretensión de enmarcar históricamente el relato cinematográfico. En esta ocasión, con ‘Viaje a Cythera’, el autor griego aborda la primera escala de su ‘Trilogía del silencio’ otorgando el protagonismo a Spyros (Manos Katrakis), un refugiado político que, después de 32 años de exilio en Uzbekistán, tiene la posibilidad de volver a su país; eso sí, con un visado que cuenta con fecha de caducidad. El reencuentro con su familia será especialmente amargo: el germen de un pasado inexistente crece en ambigüedad mientras los personajes se sumergen en una espesa neblina que lo envuelve todo. Spyros personifica la soledad, la melancolía, como valores inherentes a la intransigencia política y a sus secuelas sobre el individuo. El director de los tiempos muertos, del silencio como elemento básico del discurso, compone así un contexto repleto de latente emotividad, siempre con una carga ideológica específica: aquella que se ve determinada por el decadente proceder del comunismo en Europa oriental.
Solal
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