El pasado puede actuar como una losa en la vida de las personas. Un solo acontecimiento puede determinar un destino, aunque también es cierto, que la misma circunstancia será asimilada de forma diferente por dos o más personas. Aquí reside el valor de esta historia. Cómo las personas se pueden enfrentar de diversas maneras ante lo que les sucede. John Madden construye artesanal y pacientemente una operación de espionaje y secuestro en el Berlín Oriental de los años sesenta. Interesante presentación y evolución psicológica del carácter del trío protagonista. Con una cuidada fotografía y escenografía, el ambiente frío y deshumanizado de la ciudad armoniza con los gestos y planes de los tres. La historia alterna pasado y presente de forma muy bien imbricada, lo que acentúa la importancia del hecho central. Pese al control de sus emociones y el arraigado sentido del deber, las circunstancias van resquebrajando sus muros interiores y aparece la debilidad, acompañada del amor y la ternura. En esta evolución percibimos el valor de lo que se nos cuenta, y en su renuncia a ello, algunos de los personajes deberán pagar un alto precio. La actriz Jessica Chastain, en su papel de la joven Rachel, compone un interesante trabajo donde comunica un amplio abanico de emociones. En contrapartida, el actor Sam Worthington, nos “regala”, con su hieratismo habitual, un trabajo que sabe a poco, pese a que su personaje es el más retraído de los tres. Destacar también al actor Marton Csokas, que actúa como contrapeso de los otros dos, y se mueve con soltura y fuerza en su carácter cínico. El resto del elenco cumple con su cometido, en especial, Hellen Mirren. En definitiva, nos encontramos ante un trabajo eficaz, con una música bien “pegada” a las imágenes, con una buena dirección, y con una historia más que atractiva. Son motivos suficientes para invertir 113 minutos de nuestra vida.

El argumento de esta película es interesante: un hombre es juzgado y considerado culpable de una violación y asesinato que no cometió. Su hermana será el único apoyo que consiga demostrar, a través de muchísimo sacrificio y tesón, su inocencia. El guión desenvuelve con eficacia las líneas fundamentales que explican los hechos presentes, aludiendo en saltos temporales, a la infancia desestructurada de los dos hermanos. La actriz Hillary Swank, compone un personaje sensible y poderoso; con muchos primeros planos que recogen con detalle las difíciles experiencias por las que va pasando. El actor Sam Rockwell, está a su altura. Su carácter, pese a sus tendencias violentas, transmite ternura y desamparo. El resto del elenco acompaña armónicamente el trabajo de ambos. Quizás sea en el terreno de la producción donde haya que poner algunas trabas. Su “factura” resulta “pobre” para una producción de estreno en salas; más parece un producto dirigido a la televisión. Debemos apuntar que la historia se mueve por “caminos trillados” que hacen que el conjunto pierda fuerza, a pesar de la “dureza” de la historia, en especial, cuando se conocen los “detalles” que condujeron a la condena de un hombre inocente. No podemos dejar de pensar que esta historia, en otras “manos”, podría haber tenido un tratamiento mucho más vigoroso y estimulante. Pese a todo, siempre es de agradecer las “condenas” contra cualquier sistema judicial inhumano e injusto.

El cine sirve para muchas cosas, pero quizás una de sus características mas destacadas sea la de ser un “vehículo” maravilloso para “hablar” del alma humana. Tan solo en contadas ocasiones nos encontramos con autores que tengan la habilidad para diseccionar nuestra psique de una forma profunda y conmovedora; Michael Haneke es uno de ellos. En este relato de un microcosmos humano agrario de la Alemania de principios del siglo XX, asistimos perplejos y asombrados a una sucesión de acontecimientos que “rompen” la paz social. La perplejidad nace de los “hilos sutiles” que interrelacionan a los personajes con los sucesos que se narran, derivándose éstos en múltiples direcciones. La rígida estructura social de la pequeña aldea actúa como instrumento “enajenante” de los más débiles, sometiéndoles a tensiones difícilmente soportables. Asistimos pasmados y conmovidos a cada una de las escenas; cada palabra, gesto, encuadre, luz, paisaje, de esta película está lleno de “Verdad”. Lo que se cuenta carece de todo tipo de artificio, ni siquiera existe banda sonora. La Vida, con mayúsculas, está presente en todo momento, con un pulso sapientísimo del director, que no esconde la parte más oscura y dolorosa de la existencia. Sin embargo, el recurso formal del “cuento” aleja el aparente enfoque nihilista de esta historia. La “mirada” de Haneke es omnipotente, prodigiosa; el “tiempo” narrativo en sus manos es arcilla sacada directamente del Monte Olimpo ¿Cómo es posible contar “tantas cosas” en tan poco tiempo? ¿Cómo es posible dirigir a un niño de tres años en un diálogo sublime sobre la mortalidad? ¿Cómo es posible lo imposible, es decir, recuperar la mirada de Ingmar Bergmann si ya no está con nosotros? Muchos interrogantes que sólo pueden responderse si reconocemos que esta película es un prodigio de inspiración desde el principio hasta el final. Ojalá que ustedes puedan disfrutarla. ¡Qué Viva el Cine!

A lo largo de la vida comprendemos que existen circunstancias que están fuera de nuestro control por mucho que nos empeñemos en mantener un rumbo determinado. Incluso a veces, cuando estamos desorientados, la vida se ocupa de llevarnos por caminos que parecen trazados de antemano. Por eso, este trabajo de Lynn Shelton, nos resulta especialmente atractivo al saber combinar el destino de tres personajes que tratan de superar los golpes de la fortuna. A pesar de los elementos melodramáticos de su inicio, la historia está salpicada con situaciones hilarantes que dotan al discurso de un extraño equilibrio entre el drama y la comedia. Con pequeñas y ajustadísimas pinceladas se nos van presentando los caracteres de los personajes, en un triángulo amoroso donde la confusión y el conflicto nos invitan a la sonrisa permanente. Ese tono nos permite asumir más fácilmente las angustias vitales a las que tienen que enfrentarse, combinando escenas de una intimidad poética -¡difíciles de ver hoy en día en cine!-, con conflictos abiertos donde el tempo-edición se convierte en toque magistral. El hecho de que la acción transcurra en un paraje natural de belleza sublime es un elemento que aporta serenidad a los conflictos que padecen los personajes. Así como el trabajo del trío protagonista, repleto de matices; con un Mark Duplas manejándose muy bien en la contención y la réplica, y unas Blunt y Dewitt, excelentes en sus registros íntimos. Con los mínimos elementos, Lynn Shelton ha sabido construir una historia cercana, que nos reconcilia con lo mejor de nosotros mismos, cultivando para ello la fuerza del amor y la inteligencia; dos cualidades que, por desgracia, no abundan en el cine actual.

Hoy en día la técnica cinematográfica permite obras de una belleza sublime; este es el caso de Immortals, donde cada plano parece concebido para saturar los sentidos. Es abrumadora la sensación que nos embarga en cada una de las escenas. Los personajes se mueven en paisajes y lugares de una refinadísima elaboración estética, produciendo en el espectador una extraña sensación de hiperrealidad en un mundo exclusivamente “mitológico”. Resulta difícil escapar de esa “telaraña emocional” en la que se bañan lo sentidos, pues parece restar cierta crítica racional al “contenido” de la historia. Se nos habla de Teseo, de Delfos, del Minotauro, y de gran parte de los dioses del Olimpo. Todos ellos entremezclados difusa y vagamente, para construir una historia mitológica de lucha entre el bien y el mal. A día de hoy no es fácil conseguir “identificarse” con el sufrimiento de un Zeus o Poseidón, por mucho que se hallan mezclado con algunos “hombres”. Sus preocupaciones y “angustias” personales nos pillan bastante a desmano, e incluso, sus vestimentas, nos parecen bastante ridículas. Por otro lado, las “vivencias” de los hombres, nos parecen, a pesar de la presencia intensamente malévola de Mickey Rourke interpretando al Rey Hyperion, un poco ajenas por no “entender” demasiado el contexto histórico ni los antecedentes que provocan la “guerra” en la que se ve envuelto “todo el mundo”. Pese a ello, y tomada esta historia como un “simple” vehículo de entretenimiento, debemos valorar la magistral concepción visual del “producto”, y confesar que, a pesar de toda la “sangría festivalera”, nos hemos divertido con este “tebeo” moderno.