Si alguien ha visto «10 Rillington Place» (El estrangulador de Rillington Place), la excelente película que Richard Fleischer rodó en 1971, comprenderá que todos los generosos comentarios profesionales que leemos en esta página sobre la miniserie de Craig Viveros parece que la ignoran, ya que aquí no encontramos más que una imitación apagada y desvaída de lo que allí constituía una luminosa originalidad, a pesar —o quizá como consecuencia— de su implacable y demoledora negrura. «Minicopia» innecesaria y chica de una obra única, grande e irreemplazable.

La película, siendo un wetern menor, tiene, a mi juicio, un gran interés. A pesar de los personajes, en general un tanto acartonados y de algunas escenas rodadas con poca eficacia -e incluso parace que con pocas ganas- la peli es más que visible. Resulta muy entretenida, es muy fidedigna con el vestuario y usos de los apaches, revelándonos algunas de sus tácticas militares, presenta un punto de vista humano sobre el problema indio y, sobre todo, tiene pulso. Es intensa, concentrada, atípica por su inusual violencia, casi lapidaria. Un western que, en sus imperfecciones, rebosa intensidad y lirismo. Una pena la inexpresividad de Peter Graves y la rigidez de John Hudson que aortunadamente contrastan con las interpretaciones de Joan Taylor y una dulcísima Joan Vohs. Más que interesante y muy recomendable, sobre todo para los amantes del género y de las pelis de indios.

Pocas palabras para tan poca cosa. Lo peor de todo es que, además, es indecentemente aburrida. Ni drama, ni intriga, ni comedia; tan sólo el estólido sopor de la impericia. Los actores y actrices (casi todos espléndidos) naufragan sin remisión en esta caótica nadería. Pocas veces se tiene la oportunidad de contemplar una película tan torpe, y tan estúpida.

Esta película, más bien telefilme, tiene algunos puntos de interés pero su mayor atractivo -si puede decirse así- radica en la inmensa perplejidad que genera. La historia podría haber sido buena pero el resultado final semeja a una amalgama de disparates gobernados, esta vez sí, por la locura. No cabe duda de que hay momentos logrados, aunque solo sea por la presencia de Martin Sheen, y por la clara influencia del cine norteamericano de psicópatas, especialmente de la imponente "Badlands" (con el mismo Sheen), rodada un par de años antes o "The Sadist", arquetipo y modelo de muchas cintas posteriores, rodada ya en 1963 por James Landis. También la huella literaria está presente en los textos de Coleridge "Kubla Khan" y "Christabel" recitados por el protagonista, algo que resulta tan estrambótico como la propia locura colectiva que representa toda la peli. Pero si quitásemos la música estoy seguro de que más de una escena nos sorprendería. Da la impresión de que la historia que se cuenta y la música que ayuda a contarla son irreconciliables. Toda la parte final no es más que un auténtico disparate que, a mi juicio, tendría un cariz muy distinto si se modificase la banda sonora o -casi sería preferible en este caso- se suprimiese por completo. De forma especial me refiero a esa espantosa e insoportable cancioncilla -a lo Sunsilk- que se repite hasta el delirio y que, finalmente, termina por volvernos tan locos como a Leonard. Y surge la pregunta inevitable: pero, ¿quién contrató a Luchi De Jesus? ¡Jesús!

Pura bazofia. Absolutamente indigerible. Posee, aumentados, todos los defectos de las series televisivas pero ninguna virtud cinematográfica. Un compendio de esteticismo deleznable y pretencioso. Desde un punto de vista narrativo da lástima por lo ridículo y por su impotencia e incapacidad alarmantes. Cualquier intento de comparación con la notable película de Peter Weir es una ofensa. Por si fuera poco, es mortalmente aburrida; aunque, si se piensa bien, ¿puede no ser aburrida una bazofia?...
Para tirar sin usar.