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Críticas de antonalva
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Críticas 487
Críticas ordenadas por utilidad
8
17 de noviembre de 2013
166 de 198 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es gratificante comprobar el extremo ingenio y la profundidad de miras de este modesto proyecto realizado con muy poco dinero pero con muchísimo talento y con una excelente elaboración de guión, reduciéndose toda la historia a un intenso y laborioso diálogo que se prolonga durante una noche y prosigue, de forma reveladora y cruel, a la mañana siguiente. El andamiaje narrativo se reduce a la mínima expresión: un chico que quiere ligar y una chica que lleva tiempo sin salir y se siente atraída por la presencia, insistencia y perseverancia de la chácara de éste. Todo se reduce al tira y afloja de los ardides y devaneos de la seducción y a las mañas y estratagemas para cerrar esa noche que parecía anunciar algo de mayor calado.

La profundidad se consigue gracias a una minuciosa creación de personajes, todos los detalles son reveladores, cada palabra cumple un objetivo, cada artimaña está sabiamente escogida y tiene calado psicológico y rezuma veracidad existencial, configurando así la nada grata radiografía descarnada de una juventud obsesionada por la gratificación instantánea y por completo ajena a las consecuencias de sus actos. No es una cinta moralista, ni pretende sentar cátedra, ni ofrecer un estudio sesudo sobre los males actuales, pero su sabia observación, su meticulosa presentación de los rituales banales e intrascendentes de acoplamiento, le confiere una enjundia y una legitimidad estremecedoras.

Pocas veces se ha retratado Madrid tan bien, con tanta fuerza y con tanta certeza sus calles, sus casas y sus habitantes, pese a que apenas nos ofrece el retrato de dos personajes y el recorrido aturdido de algunas calles céntricas y el interior de un par de pisos anónimos y una terraza desasosegadora que revela el porvenir que no queremos encarar, que se utiliza como añagaza pero acaba revelando que la vida se vive a cada paso, en cada gesto, en todo lo que hacemos y en todo lo que omitimos. Hermoso poema visual nacido de la parquedad de medios materiales y la abundancia de talento cinematográfico. El excelente guión proporciona un armazón telúrico que nos pone frente a frente con la vida, queramos ver o no lo que ante nosotros se despliega.

Además hay que alabar la extraordinaria labor de los actores: Javier Pereira encarna con una veracidad penetrante la funesta y ciega liviandad del ligón egoísta e irredento y Aura Garrido alcanza cotas excelsas de desgarro, intensidad y hondura con su retrato de la chica frágil y de etérea indefensión. Ambos están soberbios y al mismo tiempo están al servicio de una historia que perdura y permanece más allá de su amargo y dolorido sobresalto.
antonalva
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6
10 de diciembre de 2016
155 de 178 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que, a priori, parecen diseñadas para gustarme, pero como toda obra de arte quizás necesita su momento y su circunstancia para lograr que nos llegue lo que ambiciona. Y a mí me ha dejado frío, despegado, impertérrito… saboreo su estructura, sus intenciones, su ritmo, su delicadeza, su entramado paciente y gradual, pero nada de lo que muestra me ha interesado ni lo más mínimo. Es encomiable y original dedicarle a la creación poética una atención tan minuciosa y meditada, alejada de cualquier convencionalismo al uso y llena de un sincero y transparente amor hacia la palabra escrita y hacia el proceso creativo perseverante y anónimo de un autor – ficticio – inédito. Sin embargo, puedo admirar cada uno de sus muchos detalles esmerados sin que el conjunto me parezca que alcance nada de lo que se propone.

Me resulta frustrante que me haya dejado impasible. La adorable pareja protagonista se hace querer desde el comienzo y su periplo vital está lleno de deliberadas repeticiones que nos adentran en un microcosmos cálido y envolvente, persuasivo y seductor, que embauca y despierta la complicidad inmediata e incondicional del espectador. Pero al igual que con la poesía en general – que según el día, la situación emocional o de lo receptivos y permeables que nos sintamos – todo dependa de un misterioso e inexplicable fogonazo mágico e insondable que hace prender la llama de la conexión, consiguiendo que nos llegue hasta lo más profundo del corazón y nos subyugue o conmueva. Pero el chispazo telúrico y arbitrario no se ha producido y me he quedado al margen de la propuesta. Muy a mi pesar.

Todo el reparto es cómplice del empeño y encarnan con entusiasmo y convicción unos personajes atípicos y encantadores, sin recurrir a grandilocuencias ni excesos, abrazando la sencillez y naturalidad como un tesoro. No hay ningún detalle baladí: el antipático perro gruñón, las cortinas tornadizas, los bollitos sabatinos, la voluble creatividad fantasiosa e irrefrenable de la compañera, la insulsez insistente del prosaico trabajo del bardo, el hábito de escribir en los lugares más pedestres, la cerveza nocturna, los amores desengañados de los parroquianos… Todo ello configura un amoroso mosaico de vulgaridad que contrasta con los desbordantes poemas que van jalonando el metraje. Y es de justicia destacar, sobre todo, a Adam Driver y Golshifteh Farahani, del todo exquisitos.

Lo dicho, enumerando y analizando cada pieza por separado pareciera presagiar un peliculón resplandeciente. Y quizás lo sea, pero yo he sido incapaz de entrar en este mundo hechizado y embaucador que se despliega, a contracorriente del cine comercial acostumbrado. Equívoca y ambivalente conclusión.
antonalva
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6
6 de noviembre de 2015
152 de 180 usuarios han encontrado esta crítica útil
William Shakespeare ha pergeñado alguna de las obras, iconografías y tramas más perdurables del legado cultural de Occidente. Su fuerza avasalladora perdura inmarchitable tras más de cuatro siglos, fuente inagotable de fascinación y seducción para generaciones de histriones y directores. El mundo del cine no ha sido ajeno al vigor y lozanía de unas obras deslumbrantes que han creado algunos personajes inmortales. Pero pocas veces se ha conseguido llevar con acierto las creaciones del bardo inglés al cine, demasiado deudor de unos textos tan bellos y poderosos que modificarlos pareciera traición. Por ello, la más acertada traslación a la pantalla de Macbeth vino de la mano de Akira Kurosawa y su “Trono de sangre” (1957), que es una recreación – libre pero fiel – de la tragedia, situándola en el Japón feudal.

La belleza y contundencia del texto es una joya y baste un ejemplo para ilustrar la profundidad psicológica de sus palabras: “El más cercano a nuestra sangre es el más cercano a verterla.” Por ello mismo resulta tan difícil trasladar al cine la riqueza y filigrana verbal que sustenta su trama. Ahora estamos ante un proyecto ambicioso que bucea en una de sus creaciones más memorables pero que acaba sucumbiendo a las dificultades y trampas de abordar semejante empresa. Permanece la finura y perfección de un escrito sin igual, pero se pierde de vista que lo que funciona en el teatro puede ser anatema para el cine. La servidumbre que conlleva el respeto hacia el material tratado hace que cinematográficamente estemos ante una pieza vistosa, exquisita, muy bien ambientada e interpretada, pero sin alma, sin verdad, sin fuerza, sin convicción.

Se hace difícil explicar los fallos que acumula esta cinta. Solo se hace patente viendo el resultado final y comprobando que sus muchas bondades parciales (fotografía, escenografía, actores, esplendor visual) no redundan en un conjunto satisfactorio. Se olvida que a veces hay que buscar imágenes, metáforas o temas visuales que sustituyan o recreen el texto original – ya que estamos ante un medio que atiende a otras reglas y directrices diferentes del teatro. Y el mero teatro filmado es tedioso, por mucha energía que derrochen sus intérpretes, por mucho dinero que uno se gaste en adornos y oropeles que traten de recrear la época que se refleja.

Película tediosa, cansina (pese a sus muchas batallas y su abundante sangre), repetitiva y fallida. Casi un documento a como no se deben de hacer las cosas aunque se hayan hecho bien y brillen sus buenas intenciones. Imperfecta y decepcionante.
antonalva
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6
17 de noviembre de 2017
132 de 152 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vivimos en un mundo en el que pareciera que todo es posible, que basta con proponerse algo con ahínco para lograr alcanzarlo, en el que basta con aprender cómo se hacen las cosas para lograr el éxito que se ansía. Se confunde logro con fama, empeño con destreza, voluntad con ingenio. Aunque queramos ser buenos atletas y nos empecinemos en emular a alguna estrella, no nos sirve de nada que nos expliquen hasta la extenuación cómo debemos de correr, de saltar o de darle a la pelota para obtener el fruto que tanto anhelamos: si falta el talento o la predisposición, la insistencia no es sino una quimera baldía que nos aboca al desengaño y la frustración. Lo mismo ocurre para los que quieren ser pintores o escritores o músicos, etc. Querer ser lo que no se es nos lleva a la locura y al delirio, perseverando en una ceguera que nos engulle y aprisiona sin remedio.

Este es el punto de partida de la adaptación al cine de una novela de Javier Cercas, uno de esos autores en boga, reputado y de renombre que mezcla fingida biografía con presunta literatura y lo único consigue es pergeñar obras amenas, ligeras, pretenciosas en su ficticia complejidad, fáciles de leer y aún más fáciles de olvidar. Lo etéreo travestido de sinuosa profundidad. Perfectas para un verano ocioso, pero tan ajenas al arte como prefabricadas para ser un best-seller de centro comercial (porque ya no quedan librerías). Y quizás la película le haga justicia, porque desvela la terquedad de un panoli con ínfulas de escritor que pretende lograr lo imposible: ser quien no es a base de cabezonería y contumacia. Porque lo mejor es el retrato de un perdedor que extravía su capacidad de observación a fuerza de olvidarse de lo esencial: ser uno mismo. Se cree un demiurgo todopoderoso sin darse cuenta que es un mero peón fracasado, al albur de los designios y voluntad de los demás. Un ciego con ojos pero sin vista, un cotilla que no cae en la cuenta que es espiado. Y utilizado.

Lo mejor son los actores. Se lleva la palma una exuberante Adelfa Calvo que roba todos los planos y merece un éxito que le es esquivo; casi parece una redundancia alabar a Antonio de la Torre, pero consigue hacer palidecer a todos los demás cuando aparece; unas pocas escenas le bastan a María León para resultar odiosamente irresistible; y el protagonismo absoluto es de Javier Gutiérrez que sostiene y hace creíble lo imposible: que sintamos lástima por un personajillo repelente y sin compasión.

Quizás imperfecta pero un buen retablo de los horrores que nos acechan.
antonalva
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9
13 de enero de 2018
151 de 194 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jodidamente inclasificable. Empezando por encontrar un título para esta reseña, tratar de resumir o de hallar un único denominador al conjunto de sugerencias, temas y circunstancias que rodean a esta cinta se vuelve una tarea titánica e insalvable por su riqueza de contenidos, por su variedad de derroteros que abarca, por su complejidad de evocaciones que sugiere, por su amplitud de miras y porque no resulta fácil resumir en pocas palabras la inagotable pluralidad de significados que va tocando a lo largo de su metraje. A primera vista parece una historia de venganza: el afán justiciero de una madre coraje que necesita a toda costa que se honre la memoria de su hija vejada, violada y asesinada. Pero tras esa áspera superficie de revancha y desquite late la culpa, bulle el yerro, quema la omisión y arde la responsabilidad por no haber protegido a lo más querido, ya por siempre perdido, deshonrado y humillado.

No hay buenos ni malos y eso lo complica todo. O, más bien, los supuestos buenos pecan de negligencia, abuso o arbitrariedad, los supuestos malos no son tan malvados como parecen y los culpables ni tan siquiera hacen acto de presencia. El vacío es el verdadero protagonista de la función, la ausencia de nuestros seres queridos, la dificultad de despedirse de lo que nos carcome, la imposibilidad de dejar atrás lo que nos corroe, la injusticia de querer ser justos en un mundo arbitrario y cruel, la imposibilidad de rematar una faena aunque en ello nos vaya la vida, la memoria, el recuerdo, el amor… Si hubiera respuestas sencillas ante problemas complejos todos saldríamos ganando, pero entonces no estaríamos en la realidad, sino en un mundo fabuloso de hadas y duendes, de encantamientos y leyendas que por desgracia nos es ajeno, extraño e inalcanzable.

Gracias a un guión original que roza la perfección (pergeñado por el propio director, Martin McDonagh) y a un reparto pletórico que encarna sin resquicios ni contemplaciones unos papeles ingratos, ambiguos, deleznables, atroces y egoístas, que abraza a tumba abierta la molesta confusión de la vida y de la muerte: El rostro granítico y desolado de Frances McDormand nos revuelve las entrañas y nos da pavor, la vulnerabilidad de Woody Harrelson nos desconsuela y abate, la garrulería primitiva y racista de Sam Rockwell nos impacta hasta alcanzar una inesperada compasión e indulgencia… Si pudiéramos ponerle coto a la vida no tendríamos que deambular por siempre perdidos y desfondados por las afueras, pero entonces no estaríamos asistiendo a la radiografía del desconsuelo y la futilidad.

Merece la pena dejarse abofetear durante este viaje pedregoso: la recompensa será una indeleble amargura, entre lo tragicómico y lo funesto. Un enigmático portento.
antonalva
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