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Críticas de antonalva
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Críticas 487
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
27 de abril de 2019
21 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una hemorragia de palabras. Sin embargo… Los protagonistas se pasan toda la cinta hablando sin parar, entrando o saliendo de la cama (ya sea con sus parejas ‘oficiales’ o sus amantes ‘oficiosos’), sermoneando sobre literatura y sus cambiantes soportes físicos (ya sean éstos en papel, en formato electrónico o los insurgentes audiolibros), asistiendo a tertulias y veladas sobre lo que escriben, sobre lo que publican y, también, sobre lo que leen y ven o sobre lo que dejan de leer y ver. En definitiva, un desolado castillo de apariencias y ardides que amenaza con sepultar sus parlanchinas vidas bajo un barniz de cortés indiferencia o un raído lustre de obsoleta agudeza. Dialogar sobre rancios conceptos intelectuales o vetustas abstracciones eruditas nos puede gustar a unos pocos, pero somos cada vez menos y atesoramos una pira de años que chamusca nuestra vida, aunque ya no tengamos la necesidad de esconderla ni el coraje de falsearla.

Película muy francesa, tanto para lo bueno como lo malo. También recuerda a cierto cine de Woody Allen cuando nos intenta seducir y lisonjear hablando de lo divino y de lo humano, aunque sin su gracejo neoyorquino ni su pertinaz pedantería diletante de alumno aventajado en dobleces sesudas e hipocresías de alcoba (de las que sabe mucho, quién lo duda). Pero más allá de su posible modelo, nos encontramos con una agridulce tragicomedia sobre la supuesta madurez de los adultos cuando aún se sienten jóvenes y garbosos, aunque se acerquen o hayan traspasado la frontera de los cuarenta años o se encuentren ya peinando canas y transitando con resignación el irrefrenable páramo de la cincuentena. Echan la vista atrás y advierten – con innegable desasosiego – que el número de repeticiones sobrepasa en cantidad (y calidad) a los inéditos descubrimientos, no quedándoles más remedio que entretenerse con insignificantes aventurillas transitorias que nada aportan, pero les hacen arrinconar la certeza de que se están (estamos) acercando al inexorable canto del cisne.

Para que funcione un atildado artilugio artificioso como éste sobre el lento declinar de las ilusiones – o sobre el cruel purgatorio de las ensoñaciones marchitas – se requiere de unos actores cómplices y entregados. Por fortuna, el quinteto protagonista supera las expectativas y nos regala unas festivas y jocosas interpretaciones, llenas de paródica dignidad. Descuellan, sobre todo, una incombustible Juliette Binoche, que más que envejecer va mejorando con el paso de los años, así como Guillaume Canet, que, si bien no ha madurado con igual apostura y gallardía, mantiene un encanto zalamero que sabe utilizar en beneficio de su cometido.

Quien requiera de efectos especiales o (super)héroes avasalladores se verá decepcionado. Pero agradará a quien sepa degustar unos personajes bien trazados, elucubrando unos frondosos diálogos repletos de ironía.
antonalva
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3
23 de abril de 2019
26 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera regla de una comedia: ser divertida. Segundo precepto: hacernos sonreír. Tercera obligación: despertar – como mínimo – nuestra simpatía (o indulgencia). Cuarto mandato: tomarse en serio el intento de obsequiar al público con alguna secuencia hilarante. Quinto cometido: hacernos creer que al menos los actores se lo pasaron de fábula haciendo el ganso y participaron en esta sandez de buena fe y con ganas de reivindicar su oficio de comediantes. Y me detengo aquí porque si no podría llegar a ser tan pesado y aburrido como asistir, de nuevo, a la proyección de este insufrible engendro carente de gracia, ayuno de chispa, desprovisto de ingenio y falto de vergüenza. Pocas veces he presenciado a toda una sala de cine congelada en sus butacas ante la incredulidad de estar presenciando una infame bufonada tan esaboría como soporífera.

Si había numeroso público era porque tanto Telecinco como Mediaset realizan ubicuas y eficaces campañas de marketing con las que promocionar sus pestiños. Tanto menospreciar y criticar a Hollywood por su habilidad para vendernos cualquier cinta por infumable e indigna que sea, cuando en España contamos con una maquinaria tan bien engrasada y potente como su denostado modelo norteamericano. A las pruebas me remito. La manía de ver la paja en el ojo ajeno y negar la viga en el propio nos convierte en iracundos censores de todo lo foráneo y mansos exegetas de todo lo nacional. Triste consuelo corroborar que lo podemos hacer igual de mal (o peor) que el vilipendiado molde y pretender que al elevar la cuota de pantalla del ‘cine español’ se está – además de engordando las ganancias de las compañías antedichas – realizando una magnífica labor cultural. Menuda patraña.

No he visto la película italiana ‘Smetto quando voglio’ (2014) de la que es una reelaboración patria. Pero o bien el humor y las ocurrencias se perdieron por el camino o bien todo el empeño se reduce a querer hacer caja, con independencia de que tenga interés o sentido. Quizás el único consuelo sea que al menos ha dado de comer a algunos técnicos y actores españoles… Aunque no sé si a David Verdaguer se le debiera considerar mejor una ejemplar contribución ‘internacional’ de la República Catalana, a Ernesto Sevilla un excelso hidalgo del gracejo de La Mancha, a Carlos Santos un excepcional representante del Reino de Murcia o a Ernesto Alterio – excelente – un insigne, integrado y jubiloso inmigrante rioplatense. ¡Quién sabe! Ahora que España es una nacioncilla de Naciones no quiero ultrajar a nadie utilizando el despreciable y deshonroso adjetivo: español.

Sólo me queda concluir que es una lástima que se acometa semejante alabanza al sinsentido en nombre del entretenimiento y hacerla pasar por sublime.
antonalva
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7
7 de abril de 2019
31 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Construir tu propio carácter siempre es tarea difícil para cualquier adolescente: muchas veces sabe (o cree saber) lo que se espera o exige de él, pero no siempre escucha o atiende a lo que él necesita o desea en realidad, porque da más importancia y valor a los dictados normativos – explícitos o implícitos – que va absorbiendo de su entorno (familia, amigos, sociedad, …) que a sus necesidades y anhelos íntimos, porque aún no sabe calibrar por sí mismo los límites entre su pulsión real y sus ansias gregarias de obtener un lugar en el mundo. Es una frágil y sutil lucha entre querer ser bueno y querer ser aceptado por todos a los que ama y necesita. Pero si nos dejamos imponer la tiranía de los ojos que nos miran sobre la verdad de nuestra inalienable esencia, estamos perdidos.

La presente cinta pudiera parecer una obrilla académica que ilustra lo antedicho, pero en realidad es una radiografía del terror (y horror) psicológico al que es sometido un joven – hijo de un predicador evangélico y de una sumisa esposa amantísima – por una denuncia anónima e interesada, de ser gay. Internado en un centro de ‘reeducación’ (terrible y falaz palabra que presupone que podemos ser programados a voluntad) para personas extraviadas del ‘recto camino bíblico’, asistimos al impío y desolador calvario de ser tratado como escoria, como engendro infecto, como morralla inmoral y pecaminosa por la nimia e invisible diferencia de orientar tu deseo y afecto emocional y sensual hacia personas de tu mismo sexo. Podrá ser una disposición minoritaria, pero ¿acaso depende el respeto que nos otorguen los demás a que tengamos que ser, por obligación o mandato, siempre unánimes y uniformes?

Quizás para aquellos que nunca hayan tenido que enfrentarse, por los motivos o razones que sea, a lo que de ellos se esperaba o exigía, tengan alguna dificultad de entender el desgarro, angustia y desolación que supone tener que rebelarse frente a tus seres queridos y tomar la decisión de ser honestos consigo mismos antes que sucumbir a la hipocresía y castración de cumplir con la imposición colectiva de fluir con la mayoría y no salirse de los márgenes trazados, aunque esto conlleve el sacrificio de ser excluidos del seno familiar o del amparo y protección de la comunidad. Ser diferente nunca es fácil. Proclamar y defender esa disparidad puede ser devastador.

Estamos ante un penetrante estudio de caracteres. Y para ello es de vital importancia contar con unas excelentes actuaciones – como es el caso – para comprender la dolorosa amalgama de los afectos y fobias que están en juego: Lucas Hedges brilla como el acosado afligido; y Nicole Kidman está soberbia como madre escindida entre dos ¿irreconciliables? lealtades.
antonalva
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8
2 de abril de 2019
24 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
O la compasión como una de las Bellas Artes. He visto durante los últimos treinta años algunas de las películas del veterano director canadiense Denys Arcand (de 77 años) y casi siempre me han gustado, al mostrarme las inquietudes de un cineasta comprometido con los individuos y preocupado con la realidad del momento reflejado. Parecen obras realistas, aunque bañadas con una irreal pátina de ensoñación sombría que las vuelve vitriólicas y lacerantes a cualquier atento espectador que se adentre en su juego seductor de espejos deformantes o en su microcosmo de esperpento amoral y mezquino. Las personas pueden ser rectas y bondadosas, pero basta cualquier mínimo resquicio u ocasión para convertirse en pirañas que olfatean la sangre y enloquecen.

La trama arranca con una locuaz, triste y melancólica ruptura entre dos amantes – un joven e inseguro licenciado en filosofía que trabaja como repartidor de correos y una desilusionada empleada de banca que es, además, madre soltera – para luego pasar a un incompetente atraco cruento que ofrece la inesperada oportunidad al retraído e insulso protagonista de hacerse con el ingente botín que los ladrones extraviaron durante su huida. Esto marca el tono de la cinta: el azar y el provecho sobrevenidos que ofrece un mundo tan injusto como ineficaz, donde lo bueno y lo malo depende de circunstancias aleatorias y no de su contenido ético o moral intrínseco. Quizás evoquemos el sentencioso refrán de ‘quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón’, aunque sazonado con un agrio y mordiente humor negro que no deja títere con cabeza ni corruptela sin explorar, ya que hay situaciones que es mejor aprovechar y cazar al vuelo, no sea que la diosa fortuna pase de largo.

Tal vez la visión del mundo que se nos ofrece sea sesgada y parcial – con una indisimulada orientación izquierdista de parvulario – rebosante de moralina y tendente al sermón virtuoso y dominical, pero no deja de tener su coherencia incisiva ni su pertinencia social. Todo lo que se desvela nos resulta muy reconocible y cercano como para poderlo impugnar; puede que no se confronten todas las alternativas, pero las que se nos ofrecen resultan demasiado verosímiles e irrebatibles. El dinero – y, sobre todo, las formas de esquivar su transparencia y fiscalidad – se ha convertido en un lastre endémico de nuestras opulentas y escurridizas sociedades del bienestar. Mientras más poderoso y adinerado seas, tanto más fácil será eludir la supervisión y vigilancia que los cándidos políticos – parte interesada, al fin y al cabo – quieran introducir para su control y seguimiento.

El gran acierto de la cinta es revestir sus sarcásticas denuncias con un ácido y mordaz tono burlón. Nada novedoso pero chispeante.
antonalva
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6
25 de marzo de 2019
15 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una lástima que un excelente planteamiento inicial acabe desembocando – una vez más y por desgracia – en la en apariencia inevitable traca fallera de fuegos de artificio caprichosos y truculentos que subvierten y anulan todo lo visto con anterioridad. Es como si estuviéramos viendo dos películas distintas – una primera parte desazonadora y estimulante; y una segunda parte del todo banal e intrascendente – que nada tienen que ver y que además están mal ensambladas y que malviven como dos fragmentos antagónicos que son manoseados por el albur antojadizo de un mañoso guionista bisoño que no sabe cómo mantener el amenazador tono inicial propuesto ni hacer creíble el brusco y arbitrario cambio de rumbo adoptado. Y el espectador se pregunta, incrédulo, ¿para qué un arranque tan prometedor si el desenlace es tan insustancial como adocenado?

En estos casos lo más irritante es que tanto el urdidor de la trama como su avezado productor y director –el emergente y talentoso Jordan Peele – demuestra talento, aptitudes y arrojo como para haber pergeñado un relato más coherente y mejor engarzado. Es como si le hubiera temblado el pulso y temiera no verse favorecido por el ansiado éxito de público si no daba cabida a los más vulgares, insípidos y retorcidos tópicos y tretas de una producción hollywoodiense al uso. Si tuviera que valorar la cinta por lo que pudo haber sido y no es, sólo podría concluir que es una decepción sin paliativos, un quiero y no puedo, un fallido engendro abortado. Pero atendiendo a lo que he visionado en el cine, al producto estrenado entre alharacas de marketing y parabienes de la crítica, sólo puedo concluir que es un frustrante ejercicio lleno de ideas, pero ayuno de resultados, un suflé vistoso y apetecible, aunque vacío de contenido o enjundia.

Creo que su fallo esencial es el guion, construido de forma tramposa y artera. La elipsis inicial que pudiera parecer un recurso brillante y sibilino para acrecentar el desasosiego e intensificar la angustia deviene así en su pecado original: un barato truco de caseta de feria en decadencia, carpintería de desguace de un guionista torpe y falto de habilidad que pretende vendernos una mercancía averiada como si fuera un diamante en bruto. Pero al no saber pulir ni tallar esa larvada gema, el resultado final deviene en artimaña marrullera. El juego de espejos acaba aburriendo y las costuras e imposturas se hacen demasiado evidentes. No basta con tener una turbadora ocurrencia, se requiere pericia y talento para urdir sugerencias, destellos y reflejos que nos hagan admirar el resplandor y nos permitan olvidar que hemos sido engañados de forma maliciosa.

Lo más reseñable es la excelente e inquietante actuación de Lupita Nyong'o. Nada más.
antonalva
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