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España España · Cádiz
Críticas de Sharku
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
7
16 de septiembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es innegable que la mencionada miniserie de HBO es un referente en cuanto a cine bélico se refiere. Podría haber escrito sobre ella, pero la crítica terminaría pronto: “Es la p**** en vinagre. FIN”.

Los alemanes se lanzaron años después al terreno de la Segunda Guerra Mundial con la estupenda Hijos del Tercer Reich, demostrando que en Europa existen el talento y la capacidad de producción necesarios para engendrar un espectáculo bélico de calidad.

Al año siguiente les llegaría el turno a sus vecinos del norte, quienes, obviamente, no podían ambientar su miniserie en dicho conflicto ya que su participación en la contienda fue más bien discretita. Por ello convenía buscar un período histórico donde valores como el patriotismo, la valentía y el honor del pueblo danés fueran puestos de manifiesto. Un período como el de la Guerra de los Ducados.

En dicho contexto asistimos a la historia de dos hermanos, enamorados de la misma mujer, que se alistan en el ejército para defender su querida tierra del creciente imperialismo alemán. ¿Originalidad? ¿Qué es eso? Es cierto que el planteamiento se antoja mil veces visto. También es verdad que los autores caen en ciertos arquetipos del género: la ambición e incompetencia de los poderosos las acaban pagando los soldados rasos; el batallón donde se alistan los héroes cuentan con el obligatorio novato asustadizo, el noble fortachón y el veterano erudito, etc. Sin embargo nada de esto chirría, ya que el director (también co-guionista), Ole Bornedal, maneja cada capítulo con un ritmo y una consistencia notables, de manera que todo tiene sentido.

Gran acierto hay que conceder a los autores desde el primer capítulo, donde atinan al introducir a los protagonistas desde su infancia. Todo ello intercalado con escenas costumbristas de la sociedad danesa de la época e incluyendo los prolegómenos y las causas del conflicto. Además de seguir la historia ficticia ya mencionada, la narración se beneficia de la participación de los personajes históricos claves en el enfrentamiento, lo que mejora el carácter didáctico del producto. Verosimilitud que no obstante se pierde por la inclusión de unos inesperados elementos fantásticos. Dicho toque sobrenatural va creciendo conforme avanza la serie, confiriéndole un toque personal y dando lugar a algunos detalles de estilo bastante logrados.

Pero donde la serie se hace grande y destaca como una obra a reivindicar es en su apartado técnico. El diseño de producción y la dirección artística son de nivel hollywoodiense, no en vano se trata del acontecimiento televisivo más caro de la historia del país nórdico. Puestos a no reparar en gastos, incorporaron al compositor Marco Beltrami para hacerse cargo de la excelente banda sonora…. Y los fabulosos paisajes de Dinamarca hicieron el resto.

El Sr. Bornedal era consciente de que se encontraba ante un proyecto que requería de un gran compromiso y de toda su capacidad para sacarle el máximo partido. En sus manos, 1864 cuenta con una dirección extraordinaria. El despliegue del realizador va desde planos secuencia (donde se condensa una gran cantidad de información visual), hasta imágenes intimistas y cercanas (permitiendo al espectador ser cómplice de lo que sienten los personajes), pasando por escenas bélicas de gran tensión (sin cortarse un pelo con las dosis de gore).

Puestos a reconocer el buen trabajo de estos escandinavos, hay que admitir también la capacidad de sus actores, confirmando que hay grandes artistas en Dinamarca más allá de Mads Mikkelsen. Sin las interpretaciones de un reparto en plena forma el relato no sería tan creíble ni tan disfrutable. Una grata sorpresa ver actuar a Pilou Asbæk en el papel del atormentado Didrich y a Nicolas Bro asumir la responsabilidad de encarnar al político Ditlev Gothard Monrad, importante figura de los sucesos históricos representados.

Quizás no sea el país más famoso en cuanto a industria audiovisual, pero cualquiera que haya puesto sus ojos en el cine europeo habrá encontrado piezas muy interesantes en Dinamarca. Nombres como Lars Von Trier, Susanne Bier, Thomas Vinterberg o Carl Theodor Dreyer han ayudado a ponerla en el mapa. Desde allí nos han llegado películas asfixiantes, propuestas arriesgadas y algunos de los más descarnados retratos de la condición humana. Pues bien, ahora sabemos que en televisión también pueden dar mucha guerra… y nunca mejor dicho.
Sharku
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7
16 de septiembre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imagina que eres un joven inmigrante de un barrio marginal recién salido de la cárcel. Estás colmado de problemas familiares y tu madre te ha echado de casa. Puedes resignarte a pasar las noches viendo escapar el tiempo junto a otros muchachos que comparten tus miserias y tener el subsidio por desempleo como máxima aspiración…
O bien puedes aventurarte a trabajar en un mundo totalmente opuesto al tuyo. Experimentar un estilo de vida que no está diseñado para ti. Establecer una amistad con un carcamal en silla de ruedas, con quién tendrás la oportunidad tanto de aprender como de enseñar.

Imagina que eres un adinerado aristócrata que perdió la movilidad de su cuerpo en un accidente de parapente. Además, desde que tu mujer no está, todos los placeres que rodeaban tu vida no te reconfortan. Tienes la opción de encerrarte en tu mansión autocompadeciéndote y malgastar los días con la sola compañía de tus discos de música clásica…
Pero también puedes arriesgarte a contratar como tu asistente personal a un joven perdedor por el que nadie apuesta. Alguien para compartir un enfoque vitalista de la adversidad y para reírte de la desgracia.

Imagina que eres un director de cine y quieres realizar una película sobre un caso real que viste en un documental hace unos años. En la historia se mezclan la discapacidad, la soledad, el rechazo, las clases sociales marginales, etc. Puedes enfocar tu filme hacia el sentimentalismo barato. Abusar de la cámara lenta, los primeros planos de ojos llorosos y la música pausada de un piano…
O puedes hacer como Olivier Nakache y Eric Toledano. Es decir, abordar la difícil tarea de construir un guión que abogue por la dignidad personal y la amistad sin fronteras resultando además tremendamente divertido. Elaborar un canto positivista a la vida que sirva para demostrar que por el mismo esfuerzo vale más la pena reír que llorar.

Imagina que eres un espectador y quieres disfrutar de una buena película en el año 2012. Puedes comprar tu entrada para uno de los cuatro o cinco remakes que hay en cartelera. Puedes decidirte por ese producto con guión de parvulario que pretende atraer clientes con el 3D. O quizás prefieras la enésima cinta romanticona pensada para niñas en la edad del pavo…
Aunque, también puedes elegir una película diferente. Una que no te suena por las megaestrellas de su reparto, ni por ocupar todos los carteles en las paradas de autobús. Una película valiente, sincera; de las que escasean cada vez más por nuestras salas. Una película que hace tener fe en el cine moderno. Una película como Intocable.
Sharku
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8
16 de septiembre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un fenómeno indiscutible que con las decrecientes aptitudes que ofrece el panorama cinematográfico reciente, más gente haya optado por buscar la calidad audiovisual en el terreno televisivo. Breaking Bad, The Bing Bang Theory, Perdidos, Juego de tronos, True Detective, The Walking Dead, etc. Muchos son los títulos de series de televisión que los fans sacarán a colación para defender como su obra favorita. En internet se suceden homenajes, parodias y debates acerca de ellas, por la calle se pueden ver piezas de merchandising que los aficionados ostentan orgullosos esperando reacciones cómplices. Resulta difícil no conocerlas, y si no estás al día acerca de ellas, es probable que te veas condenado al ostracismo en más de una conversación con tus “colegas”.

Por ello conviene reivindicar algunas series que, a pesar de su reconocida calidad y de contar con un grupo de fieles defensores, han sido ignoradas por el gran público. Es el caso de Roma, una producción de HBO (de quién si no) creada por John Milius (director de Conan, el bárbaro y co-guionista de Apocalypse Now), William J. MacDonald y Bruno Heller.

Este serial se emitió entre 2005 y 2007 y, a diferencia de otras obras coetáneas, no ha gozado del resurgimiento tardío en el imaginario colectivo, ni del unánime apoyo crítico póstumo, como ha ocurrido con Los Soprano o The Wire. No se trata de comparar ni de elegir cuál es mejor, pero sí reclamar algo de atención hacia un producto que hace 10 años ya nos deleitaba con algunas de las características que hoy vemos en nuestras series de culto.

La historia nos transporta al convulso periodo político que transformó la República en el Imperio Romano. Roma es la mayor ciudad del mundo, y en ella se hacinan personas de diferentes religiones y culturas. El poder es un bien ansiado y por él pelean personajes históricos como Julio César, Marco Antonio, Cicerón, Cleopatra u Octavio. Si bien los guionistas se tomaron las necesarias licencias al modificar detalles y fechas, la recreación histórica es de una fidelidad inesperada en un producto hollywoodense. Siendo especial el acierto al contrastar la inmundicia y el caos en que viven las clases populares, con la vida de excesos, opulencia y maquinaciones de la nobleza.

El elemento vertebrador de la trama es la relación de enemistad, luego amistad, luego enemistad, luego amistad… entre Lucio Voreno y Tito Pullo. Centurión el primero y legionario el segundo, aunque toda su historia es ficticia, están basados en dos personajes reales que Julio César mencionó en sus Comentarios sobre la guerra de las Galias. Ambos personajes se verán involucrados en acontecimientos históricos clave, poniendo a prueba su lealtad y sus propios principios morales. La serie gana mucho al contar con dos protagonistas rebosantes de carisma que saben que no son dueños de sus destinos. Deberán sobreponerse a crueles infortunios y bailar en manos de entes más poderosos que ellos, lo que les llevará a situaciones límite que contribuyen bastante a conseguir la empatía del espectador.

Como todo gran show catódico, Roma es una obra que rebosa entretenimiento. Se trata de una serie muy divertida de ver, sin dejar por ello de ser compleja, con un considerable cuidado por el detalle y la coherencia de los personajes. Todo aficionado que actualmente se sienta deslumbrado por las historias de los Lannister, Stark y demás habitantes de Poniente, debería saber que años antes, las puñaladas traperas, los complots, el sexo y la violencia descarnada ya eran sellos de identidad en Roma.

Cualquier alabanza a la factura técnica se quedaría corta, pues haciendo honor a la fama del canal Home Box Office, estamos ante un espectáculo mayúsculo visualmente. No en vano, los productores no escatimaron en gastos y hoy en día sigue siendo una de las series más costosas de la historia. Los impresionantes planos generales en el foro romano, el Collegium Aventinum o las escenas en Egipto dan fe de ello, alejándose de las idealizadas imágenes de los péplum del Hollywood clásico, para enseñarnos urbes decadentes y sucias.

En cuanto al equipo artístico, el reparto está lleno de caras relativamente desconocidas, que en casi todos los casos alcanzaron aquí las mayores cotas de sus carreras. Destacan en los roles principales la presencia y energía de Kevin McKidd (en su único trabajo de importancia aparte de Trainspotting) y Ray Stevenson (desde entonces actor frecuente en el cine de acción norteamericano). Sin olvidar al siempre estupendo Ciarán Hinds como Julio César, a un sorprendente James Purefoy como Marco Antonio y a Polly Walker encarnando a la ponzoñosa Atia.

En definitiva, estamos ante un material que, si bien no perfecto, es de obligado visionado para todo aquel que se considere amante de las series. Como se decía en latín: “Questa seriae cojonuta est”.
Sharku
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10
16 de septiembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine tiene su propio lenguaje. Hace de los sonidos y de las imágenes sus instrumentos para comunicar y estimular. Estos elementos deben combinarse con la historia para acompañar su significado, para completar sus mensajes o para darle mayor riqueza conceptual.

Siempre he sido un gran defensor del guion. Un buen texto es clave para edificar una buena película: disfruto con los diálogos interesantes, con personajes bien construidos y con una trama atractiva, al igual que me cabreo cuando me toman por tonto y me decepciono cuando un producto no explota todas sus posibilidades. En definitiva, el lenguaje verbal tiene una importancia capital en el film.

No obstante, también me encuentro entre los seguidores que admiran la técnica cinematográfica: que se dejan sorprender por un encuadre arriesgado, que disfrutan de una escena bien montada o que se sobrecogen ante un excepcional uso de la luz y el sonido. Esa técnica que confiere al cine su lenguaje característico. Y es en este campo donde la presente película se hace grande, soberbia, única.

Siendo el señor Stanley Kubrick como era (maniático, perfeccionista, escrupuloso), no es de extrañar que pusiera toda la carne en el asador para que su ambicioso proyecto de época consiguiera la excelencia estética y formal.

El genio neoyorkino (chúpate esa Woody Allen) confeccionó una auténtica máquina del tiempo, transportándonos en cada secuencia a la Europa del siglo XVIII como nunca antes se hizo y como, posiblemente, nunca se hará. A todo ello contribuyen el diseño de vestuario, los decorados auténticos de la época, los maravillosos paisajes de Irlanda e Inglaterra…

Pero sobretodo, la fotografía, a cargo de su habitual colaborador John Alcott. Pocas veces en el cine se ha conseguido tal realismo con la iluminación. Pocas veces se ha alcanzado la impresión de estar viendo un cuadro moverse en cada plano. La leyenda urbana cuenta que la cinta se rodó enteramente usando luz natural. Aunque esto es falso, sí es cierto que en los ambientes de interior, irradiados con velas, no se utilizó ninguna fuente eléctrica de alumbrado, siendo necesarias unas lentes especiales de la N.A.S.A. para rodar las escenas.

Mención aparte merece la música del film, siendo conveniente recordar que una de las (muchas) virtudes por las que Kubrick creó escuela, fue por su habilidad para encajar piezas musicales con las imágenes. En este caso, el deleite es máximo al componerse la banda sonora de piezas clásicas de Mozart, Schubert, Vivaldi… Y, cómo no, la inolvidable Sarabande de Haendel, omnipresente durante todo el metraje, acompañando secuencias memorables.

Aunque no por este despliegue técnico vayamos a pensar que el guión de Barry Lyndon flojea. El amigo Stanley escribió, a partir del texto homónimo de W. M. Thackeray, una epopeya de tres horas cargada de drama, romance, traición, tragedia… Un relato que avanza con un genuino ritmo pausado, mostrando unos acontecimientos siempre consecuentes y realistas.

Kubrick llenó su película con personajes de carne y hueso, capaces de lo mejor y de lo peor. Algunos son cobardes, otros licenciosos, unos son sumisos, otros pendencieros. Pero todos evolucionan a lo largo de la cinta, reaccionando antes los acontecimientos y tomando decisiones, bien movidos por la ambición, la compasión o el rencor.

Es una gozada escuchar su lenguaje, desde la bajeza de los soldados hasta la gélida cortesía de la nobleza. Estos diálogos permiten al espectador recrearse con conversaciones exasperantemente educadas entre personajes que en su fuero interno están deseando partirse la cara.

La descarnada narración ni siquiera permite simpatizar con el protagonista, ya que el señor Redmond Barry es un ser despreciable. Parte de la grandeza de la cinta está precisamente en descubrir como este joven irlandés, quien al principio nos parece ingenuo y enamoradizo, va usando su talento en el engaño y el oportunismo para medrar socialmente, sin importar todo el daño que haga a su paso.

Su representación corre a cargo de un convincente Ryan O’Neal, que consigue transmitirnos todo lo repulsivo y miserable que es su personaje, a través de momentos donde se muestra contenido, furibundo, elegante o altivo según convenga.

Su contrapunto lo pone una estupenda Marisa Berenson en el papel de su sufrida esposa, quien sostiene algunos silencios impresionantes, demostrando que, en muchas ocasiones, sobran las palabras.

Imprescindible por su atmósfera inigualable; por tener una de las BSO y uno de los finales (ay… ese duelo) más espectaculares que existen; por ser la película con mejor fotografía en color que se ha rodado… En definitiva, por ser uno de los films más sobresalientes que se hayan hecho, traspasando su reconocimiento más allá del celuloide, para ser considerado por derecho propio como una obra artística patrimonio de la humanidad.

Barry Lyndon es una obra obligatoria para todo aquél que de verdad ame el cine. Dale una oportunidad, y puede que hagas el des-kubrick-miento de tu vida.
Sharku
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6
16 de septiembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y más allá del tópico de “las pelis españolas solo van sobre tetas, homosexuales o la guerra civil”, todavía quedamos algunos defensores que pensamos que, si se busca un poco, se pueden encontrar obras muy interesantes dentro del producto fílmico patrio.

Como todo en esta vida, no es difícil encontrar excusas para animarse a uno mismo a desarrollar una afición concreta. Muchas son las razones que impulsan a un cinéfilo a buscar determinadas películas o a interesarse por según qué cintas. En mi caso, he llegado a retarme a mí mismo a ver todas las películas ganadoras de un determinado premio, todas las que adaptan la obra de un determinado escritor, las que tratan sobre un acontecimiento histórico concreto o, bastante típico, las que constituyen la filmografía de cierto actor/director. Organizar tu visionado cinematográfico temáticamente te da bastantes puntos a la hora de tirarte el moco con tus colegas: ‹‹pues Rohmer estuvo mucho más críptico en Pauline en la playa››, ‹‹para mí la calidad del premio Un Certain Regard en el festival de Cannes ha ido cayendo con los años››…

Precisamente obedeciendo al razonamiento anterior, me interesé hace pocos años por la filmografía de Enrique Urbizu, tras el reconocimiento que obtuvo su película No habrá paz para los malvados (2011). Bien es cierto que sin ser una obra sobresaliente (a pesar del esfuerzo que hicieron durante la gala de los Goya de ese año por encumbrarla casi como si fuera una suerte de El Padrino nacional), sí se trata de un producto diferente a lo normalmente ofrecido por nuestros realizadores, con un estilo personal e impactante.

Tras una rápida y nada difícil búsqueda en internet, tuve acceso a la filmografía del director vasco. Y por fin llegamos al largometraje que nos ocupa: La caja 507. Film que además tiene el aliciente añadido de sus protagonistas, quienes no solo son dos de los rostros más reconocibles de nuestro cine, sino que además ambos son habitualmente menospreciados por el público general. Reacción que se debe a su normal participación en series de televisión (no hace falta mencionar su calidad), campañas comerciales y, por qué no decirlo, alguna que otra peli de mierda (que de algo tienen que comer).

Estoy hablando, como no, de Antonio Resines y José Coronado. Parece ser que Urbizu es un alumno destacado a la hora de sacar petróleo de sus actores, pues ambos están soberbios en La caja 507. El primero aparece contenido, realista y provoca una sensible empatía, mientras que el segundo hace uso de su presencia y su voz para construir un antagonista de altura. Aunque no son las mejores interpretaciones de sus respectivas carreras (para ello véanse Celda 211 y la ya mencionada No habrá paz para los malvados), son buen ejemplo de lo que estos artistas pueden hacer cuando les toca encarnar a personajes llevados al límite.

Ambos se ven involucrados en una trama que se va construyendo sin demasiadas florituras y que, a base de alguna que otra casualidad, acaba provocando efectos devastadores para quienes la protagonizan. Donde se hace fuerte el director es a la hora de dotar de ritmo y entretenimiento a la historia, que va in crescendo hasta un desenlace inevitable. Su visionado es ameno, intrigante y a veces sorprendente.

Pero como es habitual al narrar un thriller como este, a veces se cae en el defecto de introducir algunas situaciones poco verosímiles para hacer avanzar la trama. Además, a pesar del esfuerzo del director, asistimos a algunos momentos mal montados y con cierto aire a telefilm. Sin contar la participación de Goya Toledo, que la pobre mía mejor no lo puede hacer.

Cierto que no es una gran película, pero sí es un producto reivindicable, una prueba de que se puede rodar acción y thriller made in Spain en condiciones. Quien quiera sentarse frente a una pantalla a ver un entretenimiento de calidad, también puede mirar de fronteras para adentro y deshacerse de algún que otro prejuicio.
Sharku
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