Aline Küppenheim es el alma, la esencia que resume esta película. Una historia llena de suspense, de ese que colma de suspicacia cada movimiento, del que logra meter el miedo en la normalidad del día a día, del que nos hace temer sin saber el qué. Un personaje principal lleno de personalidad, de esos que sin querer se introduce en un universo atractivo, tenso y llamativo pero sin sopesar el alcance de las consecuencias. Ese lugar donde la moral te guía, el corazón te respalda pero la cordura te aleja. Es un personaje atractivo que busca esa mezcla de ser consecuente pero desde la comodidad, solo hasta que se ve todo tambalear. Una historia llena de matices que logra exponer toda la tensión que se vivió en una época oscura y que no hay que olvidar. Los secundarios son peones necesarios y inevitables para llegar a entender toda la maraña social que se nos presenta de unas pinceladas. Son un retrato de una época que hay que entender en su conjunto, en el que cada peón es necesario para ver la partida de ajedrez. El corte clásico de la trama nos introduce de lleno en la historia, manteniendo la tensión sin que el espectador se vea sobrepasado, gracias a la diseminación gradual de información y ausencia de puntos de vista.

Una interesante metáfora de lo que la política nos incumbe a pesar de que no estemos familiarizados con ella. La historia intenta compartir la fragilidad del equilibrio familiar y social que creemos asentado en nuestras vidas. El protagonista, sin necesidad de querer entender, es llevado por las circunstancias a ámbitos no explorados ni requeridos por su personalidad. Una historia llena de vicisitudes que no deja de ser una clara llamada de atención al individualismo que nos acecha. La implicación, exacerbada, busca la reacción del espectador. La trama, con tintes dramáticos, siempre sigue la senda de thriller político que desenreda el ovillo de forma audaz, sencilla y correcta. No es una sombra que nos persigue, ni una liberación que nos busca, es una llamada a entender que la lucha de poderes, la crispación política, la acción social o la manifestación religiosa son partes de nuestro ser como entes colectivos e individuales y podemos caer en sus redes sin necesidad de interesarnos. El guion es limpio, secuenciado y redondo. No se enreda en subtramas que no cierra, sino que busca la finalidad como motor y la lleva a cabo. Los personajes tienen evolución en un arco predefinido, aunque siempre con margen para la actitud verista y realista. La historia es cercana y bien medida para poder entender que es una posibilidad más...

Vivir en lo agreste de los sentimientos, con la ausencia de cariño por norma y con desencuentros e incomunicación llevan a endurecer el corazón sin remedio. Una existencia gris, hosca y sin contacto con la ternura emocional que enriquecen el carácter. Así vive la protagonista, hastiada y sin maneras de compartir, sentir ni compartir. Un mundo monocolor, lleno de oscuras sensaciones y que no tiene visos de cambiar. Pero los peores momentos pueden traer motivos para la esperanza. Los cambios pueden llegar sin que los llamemos ni los esperemos, pero deben ser vistos para no perderlos. Hasta la más hosca vida sin pasión puede caer en el ostracismo si no es capaz de plantearse el cambio. La protagonista de esta película, carente de referentes a los que acudir, debe abrirse al mundo sin la ayuda que todos tenemos en algún momento. La soledad, el cansancio, la moralidad, la falta de empatía se conjuran para dificultar muchas vidas, más de lo creemos. El guion, pausado, acorde al sentir de la protagonista, es un reflejo fiel y sensitivo de una vida necesitada. Una fotografía oscura, lúgubre y cansina que recuerda que la soledad a veces no deja ver la luz y el color que puede llegar a rodearnos. Silencios y ausencias que representan un carácter forjado en la dureza de la anarquía sentimental.

Perturbadora la intensidad con la que la incomunicación y el individualismo se plasman en una sociedad primitiva y carente de pluralidad en sus posibles salvavidas. El thriller, macerado casi sin artificios, se plasma de forma magistral más por la ausencia de acciones que por la violencia esgrimida en pantalla. Se va gestando sigilosamente auspiciado por un personaje lleno de agresividad verbal que gestiona todas sus frustraciones sin pudor y con dotes maquiavélicas. Un personaje inspirador y con garra que se complementa con una atmósfera cerrada, desasosegante y carcelaria. Una situación marcada por unas secuencias oscuras, crepusculares y sin atisbo de luminosidad. El diálogo es una parte primordial de un guion con dos actos diferenciados en los que se rompe la tensión pero no la trama principal. Esa trama que en el fondo brota para que el espectador entienda que el amor puede mantener las injusticias a raya, de que el diálogo es esa pequeña salida que no siempre es racional pero hace que lo irracional se diluya en la memoria. Unos personajes complementarios llenos de intensa gestualidad, irreverente narcisismo, capciosa necesidad de superioridad y abigarradas necedades... Una paleta de colores interpretativos colorida pero visceral hasta el extremo que no refleja una realidad, si no que muestra los límites de la convivencia más universal. Musicalidad visual para una austera fotografía llena de secuencias vivas y en movimiento constante... desde lo general a lo específico o particular, focalizando y dirigiendo al espectador hacia la importancia de la ausencia frente a la simplicidad de lo visto...

Vemos, observamos y analizamos el terror de la vida interior, en forma de deseos reprimidos que intentan desgarrar nuestros pensamientos arrasando con toda lógica y todo remanso futuro. Vermut es capaz de diseñar y presentar un personaje lleno de ternura desde el que vislumbramos una oscuridad que lo llena, de tal forma que ruge en su interior intentando atravesar y desgarrar todo lo que el protagonista quiere, perturbando su vida, sus necesidades y su paz. Nacho Sánchez se mimetiza con esa mirada angustiosa e inquietante, esa mirada que atraviesa el alma de cualquier ser emocional, en la que yacen sus necesidades más íntimas, una exacerbada ausencia de cariño y amor. Cada gesto comedido dignifica todo ese trabajo inconsciente de mesura. Cada calmada palabra llena de incongruencias sus letales necesidades. Y tras esa personalidad confusa emerge el rugido devastador, el que se presenta sin necesidad de ser visto, pero sí escuchado. Esa delicada y sutil muestra de dolor encerrado es lo que abre el debate interno al espectador, al verse encariñado con el no deseado protagonista. La historia, incómoda y con múltiples aristas, fluye con naturalidad en el lado oculto, y aplasta cualquier vestigio de sentimiento al entenderla y procesarla. Ese juego de moralidades que acusan y juzgan se entienden desde la barrera de lo explícito, pero nunca desde la culpabilidad de lo real...