Rutinaria supervivencia postapocalíptica con monstruos de por medio. Nicolas Cage aprueba una vez más, a pesar de estar desaprovechado. Jaeden Martell, Max Jenkins y Sadie Soverall cumplen como superficiales jovenzuelos.

La película no esconde nada nuevo bajo el sol. Bichos feos demasiado digitales aterrorizan a los escasos supervivientes de un planeta marchito por la contaminación. No se explica nada y tampoco hace falta, pues lo único que interesa es observar como el grupo sobrevive a los continuos embistes de las criaturas. Desarrollo totalmente predecible, de tono juvenil y con toques de terror. La oscuridad disimula el bajo presupuesto. La cámara padece tembleques un tanto molestos pero soportables. La fotografía es deficiente. Los personajes aburridos. La música no está mal. El diseño de los monstruos es curioso aunque inverosímil, parecen sacados de un videojuego de mutaciones imposibles.

Como mucho sirve para mirarla por el rabillo del ojo una tarde de fin de semana mientras haces las tareas de la casa. Tan intrascendente como llevadera.

Es puro interés arqueológico acercarse a este clip de apenas dos segundos de duración, y sin embargo puede resultar una experiencia mucho más interesante de lo que podría aparentar, por todo lo que lo rodea.

¿Cómo es que hay varias películas cortas de 1888? ¿Louis Le Prince? ¿Ese quién es? Pues efectivamente, fue Le Prince el pionero de esto. El inventor francés ya andaba en 1888 patentando cámaras, proyectores, y realizando pequeñas grabaciones. Pero en 1890, semanas antes de una conferencia planificada para hacer público su trabajo, desapareció sin dejar rastro. Sospechoso cuanto menos… ¿Lo mató su familia? ¿Se suicidó? ¿Lo eliminó el propio Edison para robarle la patente?

Es probable que nunca sepamos lo que le pasó realmente al verdadero pionero de la cinematografía, pero seguiremos observando este primerizo trabajo, hipnotizados, absortos, intrigados, buscando en él un significado incognoscible. Cuatro personas en el jardín de su casa siendo inmortalizadas para la posteridad. ¿Por qué se mueven así? ¿Qué pensaban? ¿Esconde la escena pistas sobre la desaparición de su director?

Misterio. Conspiración. Muerte. Olvido. Porque incluso en el inicio, el cine ya era cine.

John Huston realiza un gran ejercicio de cine negro que de alguna forma asienta las bases de un subgénero más particular, el de atracos, consistente en la planificación, ejecución y posterior huida del robo perfecto que nunca es tan perfecto.

En el reparto nos encontramos a Sterling Hayden como el atracador de poca monta pero soñador con un gran sentido del honor. Sam Jaffe es el cerebro de la operación, recién salido de la cárcel y con la mente puesta en un futuro paradisíaco rodeado de dinero y mujeres. Louis Calhern es un abogado de la alta sociedad arruinado por su vicios, que ve en el atraco la oportunidad de una nueva vida. Marc Lawrence es el hombre en medio de todos, un corredor de apuestas corrupto de personalidad endeble. Completa el elenco principal Jean Hagen como el interés amoroso de Hayden, Anthony Caruso como el hombre de familia experto en cajas fuertes, y James Whitmore como el dueño de un pequeño bar que hará de conductor para la huida. La despampanante Marilyn Monroe tiene un rol menor como amante de Calhern.

Como vemos es una película de muchos personajes, y gran parte de la duración se gasta en construirlos, indagar en sus preocupaciones, miserias y anhelos. Huston crea intriga y tensión con el robo, pero lo que pretende de verdad es observar con grises ojos a unos perdedores que siempre están buscando un futuro mejor sin nunca conseguirlo. Perseguidores de sueños inalcanzables, desangrados mientras recorren la jungla de asfalto.

Visualmente es arrebatadora. El blanco y negro pinta las noches decadentes en las cuales los malhechores subsisten entre tragos de bourbon, sudor y humo de tabaco. La narración es firme, con un ritmo que no para. Ironía y tragedia nos conducen desde un pasado desdichado a un presente sufridor, solo para terminar en un futuro roto.

De obligatorio visionado.

No le falta razón a la gente que achaca a la historia ser un relato común, ya visto, sobre un robo perfecto cuya meticulosa planificación se verá asesinada por los pequeños detalles del azar (o a lo mejor es que el plan tenía lagunas, según se vea). Sin embargo, aquellos que aseguran que es una gran película de Kubrick (su primer gran película) no tienen menos razón que los primeros.

No es el qué, sino el cómo. La trama es simple y hasta predecible, pero durante el visionado esa no es la sensación que transmite. Kubrick usa una narración no lineal para crear cierta confusión, cambiando constantemente el punto de vista, de un personaje a otro. Usa la iluminación para realizar juegos de sombras sobre la imagen en blanco y negro, logrando escenas dignas del mejor cine negro. Hay tensión, intriga, y tampoco falta la ironía. Pero sobre todo, hace gala de una capacidad admirable para inmortalizar imágenes para el recuerdo.

El ritmo es muy ágil, los diálogos discurren con fluidez, y la duración no se alarga más de lo necesario. Es una película que se pasa volando. Si bien no entra en el saco de obras maestras del director, resulta un trabajo elogiable e influyente, que deja entrever un gran potencial (Kubrick tenía 28 años por aquel entonces), y que merece la pena ser visto. Cine de entretenimiento con un leve toque maestro.

Por supuesto su precedente es “The Asphalt Jungle” de John Huston, y su legado es evidente en el cine de Quentin Tarantino, que robó su estilo cinematográfico directamente de esta película.

Rindiendo honor a su apellido, Caitlin Cronenberg debuta con una historia retorcida, impregnada de perfidia y sangre, pero se queda a años luz del perturbador horror manufacturado por la casa Cronenberg.

La película, de hecho, es una comedia negra, no una de terror. La premisa tiene cierta originalidad, planteando un futuro cercano siniestro pero lógico, donde la superpoblación está jodiendo el planeta, no hay recursos, sobra gente, y los gobiernos vienen con un ingenioso plan para solucionar el problema: Suicidio asistido, voluntario y bien pagado, hasta alcanzar el porcentaje objetivo de disminución de la población. Y si faltan voluntarios, se pasa al “alistamiento” obligatorio.

Como es habitual en este tipo de planteamientos de ciencia ficción con bajo presupuesto, el ojo de la cámara se limita a observar una historia concreta dentro de ese mundo. En este caso, una familia de clase alta cuyo patriarca ha decidido ser voluntario para el programa de eutanasia. Por supuesto no todo sale lo bien que debería y los miembros de la familia no tardan en sacar a la superficie sus instintos más rastreros.

Pese al sugestivo punto de partida, el nudo y desenlace de la trama son bastante convencionales, así como la dirección. Sátiras sobre la bajeza del ser humano que se desentiende de toda ética cuando se trata de sobrevivir hay muchas, y esta no sobresale. Lejos de dejar huella, su desarrollo va de más a menos, pierde credibilidad por el camino, y desprende un tono mucho más ligero del que prometía. Tiene sus momentos divertidos, eso sí. El empleado del gobierno haciendo su trabajo es gracioso, la ilimitada hipocresía humana nunca deja de sorprender, y el afilado humor sostiene el visionado.

Puede dar para pasar el rato, pero no permanece en la memoria.