Película entre el documental inmersivo y el drama esteticista. Se adentra en una subcultura que desconocía pero que recuerda a aquella del tuning de los dos mil: Un grupo de jóvenes que decoran y maximizan sus lanchas ('barchinos'), les ponen potentes bafles para escuchar tecno, fuman porros, a veces hacen carreras...

Las imágenes son, desde el inicio, totalmente bellas, con predominio de los atardeceres en el agua y los colores eléctricos. Pero son tantos los momentos contemplativos que pierde algo de fuerza narrativa. Apenas sentimos nada por los personajes o nos interesa su historia. Quizá faltaron más diálogos.

Eso sí, si al final decides rendirte al puro placer estético, la película ofrece bastante. Un espectáculo psicodélico de luces, música envolvente, amor desesperado y agua, mucha agua.