Tras una frase que años atrás se hizo viral, nos llega una comedia adolescente que usa dicha frase como pretexto para mostrar los vaivenes de 3 adolescentes que quieren salir de casa y disfrutar (y explorar) la vida de desmadre que tienen por delante. Antes de analizar la película es interesante saber que tanto su casting como su BSO se buscó activamente a través de Instagram y que en todo momento ha buscado la sinergia de diferentes partes para poder realizarse. Si bien al final no han encontrado distribuidora y los pases para verla han sido reducidos, tiene su mérito que esta película haya sobrevivido hasta llegar a las plataformas de streaming y contar con algunas caras conocidas.

Centrándonos en el filme, es una amena y divertida comedia que cumple su función de hacerte pasar un entretenido rato. Se notan un poco las dificultades de producción y la falta de presupuesto y aunque los chistes abundan, varios de ellos no terminan de encajar y parece que estén puestos para hacer reír en todo momento olvidando un poco su función argumental, pero hay tambien otros que te sacan la carcajada. Tiene momentazos, tiene también escenas un poco flojas pero en conjunto te diviertes y se te hace muy corta.

Un último apunte a destacar, y es que al visionar esta película te das cuenta de lo difícil que es hacer profesionalmente un largometraje, de cómo esas dificultades y la necesidad de seguir adelante con un proyecto producen un deterioro algo visible, fruto de la falta de presupuesto y de ayudas externas que no hacen sino dificultar aún más el arduo camino que es exhibir una película que esté a la altura. Por eso, al equipo y a sus ganas, chapeau. Esperemos que vengan tiempos mejores.

Lo tiene todo. Un set up magnífico, referencias que van de Kubrick a Dalí y unas escenas con tanto nivel de drama que te llegan a la médula. Auténtico vestigio de su cinematografía, indispensable para conocer su obra.

El Prisionero de Shark Island nos remonta al asesinato de Abraham Lincoln y al desinteresado papel que el doctor Mudd jugó sin saberlo, ayudando al asesino del decimosexto presidente de los EEUU curándole una pierna rota. Es una película en la que la concepción de la línea que separa el bien y el mal es difusa y muestra como claro ejemplo que ni los vencedores eran tan buenos ni las ideas pueden ser el único pretexto para considerar culpable a alguien. Los Norteños, en plena creencia de que poseen el bien absoluto, no dudan en hacer pagar a justos por pecadores y los idealistas que se llenan la boca de palabras democráticas resultan ser más autoritarios que sus compatriotas confederados. Y ejemplo de ello es el repudio y el castigo que recibe el personaje del doctor Mudd, quien se ve inmerso en una situación en la que su palabra y sus hechos dejan de tener sentido ya que “pertenece” al bando Confederado, aunque en sus mismas palabras “Resulta que, para sorpresa nuestra, Lincoln lo ha hecho bien”.

Es majestuoso como de una manera tan sencilla, la hipocresía, la tensión del contexto y la latente sensación de justicia confundida con sed de castigo se ven tan claramente en la película, haciendo al espectador reflexionar sobre qué es lo verdaderamente correcto y a pensar por uno mismo al ser testigo de que las palabras tienen más poder que los hechos demostrados. Un tema que, por desgracia, vemos día a día en nuestra sociedad actual. Sin embargo, Ford sabe cómo solventar esta incongruencia y muestra durante el último acto de la película la verdadera bondad, el comportamiento que de verdad refleja el poder del bien sobre el mal, como éste se impone a la venganza y al rencor en pos de mejorar y hacer lo correcto. Como el “no tener que hacer algo” no significa que no se “deba hacer”. De esta forma, la realidad y los hechos se imponen finalmente en un metraje que hasta entonces escondía crueldades bajo vacías palabras.

Puede que no sea una de las películas más famosas de Ford, pero personalmente la considero una. Al igual que con “El joven Lincoln” la fidelidad a la historia y la enseñanza que debemos aprender de la misma pese a no tratar un tema de tan relevada importancia en los hechos históricos, es un ejemplo más de como el cine, de hacerse bien, puede ser inmensurable.

Hoy no traemos una película, propiamente dicho, pero se puede ver en Netflix como cualquier otro contenido y no es meramente un concierto, sino un espectáculo con una historia contada por uno de los mejores músicos del siglo XX.

Springsteen on Brodway es un momento de dos horas y media de tú a tú con el Boss, con él narrándote la historia de su vida al unísono con versiones en acústico de sus temas más emblemáticos y personales para acompañar y explicar sus diferentes vivencias a lo largo de sus ya casi 70 años de vida.

A priori puede parecer un concierto en acústico con mucha palabrería, pero estando con el de New Jersey, resulta que es una experiencia que va mucho más allá. La razón es simple, aunque son varios los factores que han hecho que Bruce sea uno de los músicos más reconocidos e influyentes de la segunda mitad del siglo XX. En palabras del músico, 3 principales. Una cometida experiencia, unos grandes músicos acompañándolo y un truco de magia: El nosotros. Y creo que podríamos quedarnos con ese “nosotros” como el elemento más importante, porque si hay algo que Bruce hace siempre y en todo momento a la perfección es el de transmitir lo que siente. El conectar con todos y cada uno de sus espectadores. Toda su fuerza en directo, todo el espectáculo, esa sonrisa de felicidad extrema que se aprecia en cada concierto que da, es el elemento fundamental de cercanía que hace que las 30.000 personas que lo ven en directo compartan (y hasta envidien) esa sensación de bienestar que el Boss desprende encima de un escenario. Bruce te hace partícipe con un par de acordes de guitarra y su voz rasgada de lo que siente sobre un escenario y de lo que ha sentido para escribir esa canción, acompañado de una monumental banda sonora integrada por una cantidad de músicos sobresalientes para darte 3 horas de la música en su sentido más puro.

Entonces, ¿qué tiene de especial este Springsteen en Brodway, siendo un espectáculo en solitario (aunque su mujer, Patti Scialfa le acompaña en dos canciones)? Pues precisamente el acortar aún más esa distancia que separa al músico del asistente. Con este set acústico, Bruce se siente más cercano que nunca, ya que no hay un perímetro de seguridad ni un gran escenario que marque las distancias. Es sencillamente Bruce, con su guitarra, su armónica y su piano, dando un recital que te permite literalmente conocer al Jefe de primera mano, viendo que a pesar de toda su carrera es un hombre corriente cuyo mayor mérito ha sido vivir de lo que realmente ama. Muchos “entendidos” critican a Springsteen por no ser un músico tan talentoso como otros compañeros de profesión. Y no seré yo quien defienda a Springsteen como el más virtuoso o quien escribe las canciones más elaboradas. Pero sí diré que son las canciones de Bruce las que me hacen sentir más vivo, mas emocionado, con ganas de vivir, de llorar, de saltar y de gritar hasta perder la voz, incluso cuando tengo aborrecidas todas sus canciones de haberlas escuchado tantas veces. Gracias a su espectáculo en Brodway, conozco más a la persona detrás de todo ese fenómeno. Conozco la esencia más pura de su ser y de sus canciones, ya que al final parten de algo tan sencillo como una vivencia o la necesidad de poner palabras (y notas) a una relación. Y solamente por eso, merece la pena ver este directo.

El calificativo de obra maestra se queda corto para esta producción. Incomprendida en su estreno, es una de esas películas en las que cada plano es una obra de arte con muchísimo contenido narrativo, Leone pone a disposición del filme una cantidad de recursos que lo llevaron a la ruina para hacer una de las obras más bellas y desgarradoras que se han visto en la historia del cine. Por no hablar de la magnífica banda sonora de Ennio Morricone que no me explico como ni siquiera estuvo nominada a los Óscars. Imprescindible del cine.