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España España · C/ Mía, nº 3, 1º A
Críticas de Dromedario
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Críticas 67
Críticas ordenadas por utilidad
6
17 de septiembre de 2007
106 de 152 usuarios han encontrado esta crítica útil
De 9 a 9:30. Levantarse y cambiarse las mudas.

De 9:30 a 10. Probarse 10 pares de zapatos.

De 10 a 10:15. Reprobarse los zapatos.

De 10:15 a 12:00. Arreglarse el peinado.

De 12:00 a 12:30. Colocarse el corsé y un vestido chicle rosa especial fiestas.

De 12:30 a 13:15. Tomar un baño y un masaje de pies.

De 13:15 a 13:45. Mirarse al espejo.

De 13:45 a 14:10. Cotillear con las damas.

De 14:10 a 14:16. Reír.

De 14:16 a 15:12. Maquillarse.

De 15:12 a 15:41. Volverse a maquillar por si alguna parte del cuerpo ha quedado intacta.

De 15:41 a 15:59. Comer ostras y caviar.

De 15:59 a 16:00. Colocarse con un chupito de absenta.

De 16:00 a 16:32. Tomar un baño con camisón.

De 16:32 a 17:12. Reír con la mano derecha apuntando al techo.

De 17:12 a 18:00. Cambiar de nuevo de zapatos.

De 18:00 a 18:23. Cambiar de vestido para la hora vespertina.

De 18:23 a 19:41. Bailar.

De 19:41 a 20:12. Recibir a los Duques Pop y cenar.

De 20:12 a 20:13. Reír con acento francés.

De 20:13 a 20:14. Parar de reír.

De 20:14 a 20:16. Reír con acento austriaco.

De 20:16 a 21:00. Probarse pelucas.

De 21:00 a 21: 32. Ir al armario de los zapatos.

De 21:32 a 22:00. Cambiar de vestido. Tonalidad chillona.

De 22:00 a 22:31. Charlar y beber con las amigas.

De 22:31 a 22:31 y 20 segundos. Reflexionar sobre la vida.

De 22:31 y 20 segundos a 22:31 y 21 segundos. Narrar hechos históricos.

De 22:31 y 21 segundos a 22:55. Baile de máscaras.

De 22:55 a 22:56. Reír con las amigas.

De 22:56 a 23:48. Jugar al bingo y al cinquillo con las mujeres de palacio.

De 23:48 a 23:50. Intentar meter mano a Delfín.

De 23:50 a 23:50 y 14 segundos. Cambiar de postura en la cama tras ser rechazada.

De 23:50 y 14 segundos a 23:51. Olvidar que está cachonda perdida.

De 23:51 a 9:00. Dormir, que empieza otro día muy ajetreado.





PD. Minuto 53-54: aparecen unas Converse. Eso sí, son hiperfashions y a juego con el glamour de la cinta, para que no digan de la Coppola.

No es un videoclip. Es vacía, sí, pero no llega a ser un videoclip de la MTV. Y no llega a ser tan cargante como "Mulán Ruch".

Y eso que creo que la Coppola tiene talento, aunque no me guste cómo lo utilice, pero su estilo modapoperajuvenil nunca me ha llegado a enamorar.
Dromedario
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2
28 de julio de 2011
59 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Minuto 28:38, aproximadamente [Nota: atención a la canción escogida para acompañar la secuencia]

Elsa Pataky sube por las escalerillas de una piscina mientras disfruta de un baño apasionado. En el peldaño superior el galán le quita los pantalones impidiéndole salir del agua. Ahora se encuentra completamente desnuda. O eso parece. La cámara, en ese momento de ascensión culinaria, la ha enchufado por detrás –no equivocar con sexo anal– apareciendo “algo” entre los glúteos. Al principio, pensé que este ovni (objeto vaginal no identificado) era un salvaslip de ángulos rectos, pero, al no verlo posteriormente a flote ni tintarse el agua de rojo, intuí que este personaje femenino había fortalecido los músculos del suelo pélvico durante cierto período de tiempo, de febrero a septiembre de aquel año, más o menos, y ahí custodiaba los escasos apuntes de guion.

Llegados a este punto de elucubración recordé las palabras de Bigas Luna en una entrevista:

“Hay unos planos que son un regalo para el espectador. Dicen que ella es la mujer más deseada por todos los españoles. Pues hay una secuencia en el que un maníaco la envuelve en papel transparente. Esas imágenes pasarán a ser de las más importantes de mi carrera dentro del mundo del erotismo”.

El director, con las declaraciones anteriores, parecía indicar que su obra está repleta de simbolismos carnales. Y, por tanto, que esta confusa secuencia era otro regalo de erotismo fetichista con adherencia clitoriana. Surge de esta manera una nueva duda sobre cuál es el objeto misterioso. Las opciones barajadas fueron: una pitillera, 120 gramos de sepia y un router última generación de Telefónica.

Al final rebobiné, aunque aclaro que no fue para recrearme, sino para investigar asunto tan complicado. Sin embargo no hallé respuesta satisfactoria. Pero reflexioné sobre ello, que es una de las metas que busca el séptimo arte. De ahí mi eminente nota.
Dromedario
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8
16 de octubre de 2008
69 de 92 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante años no supe apreciar el clima magnético ni el terror de hacha de “El resplandor”: la actitud de Nicholson con la cámara, el sonido del triciclo y de la máquina de escribir, Danny y Tony, los enigmáticos camareros, la planificación de las secuencias, etc. La historia en sí no me dejó poso y cuando la veía (3 ó 4 veces) la volvía a olvidar con la misma facilidad. Pero hace unos meses, andando por los pasillos rojo-chillones y vacíos de un hotel, comprendí que el miedo generado por ella iba más allá de lo explícito para asentarse en uno, y lo que es más difícil: perdurar. Aquella noche esperé ver a las pálidas gemelas al girar en alguna esquina, encontrar la habitación 237 o tropezarme con Jack Torrance en los lavabos. Entonces le subí un punto. Hoy la he vuelto a ver y le subo otro (8).
Dromedario
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5
25 de noviembre de 2011
83 de 121 usuarios han encontrado esta crítica útil
1.
El banquete de bodas está exagerado,
¿quién lo desexagerará?
El desexagerador que lo desexagere
buen desexagerador será.

La película, dividida en dos partes precedidas de un anuncio de tampones raídos, continúa con la exageración habitual del director. El primer tramo: imposible exagerarlo más. Aunque, eso sí, a diferencia de sus comienzos no hay provecho de personajes bondadosos exageradísimos. Desaparecen, de este modo, los melodramas brutalodaneses exageradillos de factoría propia.

No sé si exagero demasiado con lo escrito –quizá debiese poner “excrito”, para que haya mayor efecto en mis palabras–; es decir, quiero subrayar, y subrayar de nuevo, que estoy exagerando, que se note que soy un exagerador. Como Trier. Exageraciones aparte.


2.
Desaparecido el Dogma parece poco comprensible que el montaje –causante, en lo que va de año, de 3.479 casos de desorientación y mareos– siga llamando tan cruelmente la atención. Olvidado ya el impacto inicial de obras anteriores del autor como «Cantar en la oscuridad: si tú me dices Björk lo dejo todo», «Dogchow» o «Mandarinlay», ahora, este recurso –junto al divagar insistente de la cámara en busca de no se sabe qué– no orienta su finalidad: cuando la historia pide respirar, por agotamiento, de nuevo el abuso del primer plano lo aleja del cometido. Aunque esto, viendo la trayectoria, ya se sabe antes.


3.
•Declaraciones del director: “«Melancolía» es mi respuesta cinematográfica a «Sacrificio» de Tarkovski”.


•Sudokus propuestos:

a) Andréi Tarkovski
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Pistas facilitadas por el director: “F7: hundido. C3: agua”


b) Lars Von Trier
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Pistas facilitadas por el director: “Como ven no les ayudo con ningún número, aunque, haciendo varios guiños, he decidido que en la casilla Heil Hitler, es decir, la 8-8, vaya un 8. Asimismo, en American Airlines, 1-1, un 1. A la derecha de Adolf, un 6 (...) Venga, les dejo continuar y que terminen. Ah, que ya lo han hecho con mis indicaciones. Pues hasta otra”.


•Declaraciones ficticias del director:
- «Melancolía» es mi respuesta cinematográfica a...
- ¿A qué?
- No, a nada.
Dromedario
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¿Qué tienes debajo del sombrero?
Documental
España2006
7,3
493
Documental, Intervenciones de: Judith Scott
7
26 de diciembre de 2009
46 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
La siguiente carta apareció en el periódico El Mundo el 23 de octubre de 1997. La firma Francisco Justicia, redactor jefe de dicho diario en esa época y padre de una persona con Síndrome de Down.



NUNCA ME LO PERDONARÉ

Querido Diego:

Fueron sólo unos instantes, los más amargos de mi vida, pero sólo unos segundos. Desde entonces nunca te he negado. Sin embargo, aquel día mi falta de coraje impidió que, cuando te cogí en brazos, te cubriera de besos.

Ocurrió en la fría madrugada del 13 de febrero de 1986. A las seis y veinte de la mañana. Por fin habías venido al mundo, con llanto y rabia, porque abandonaste el cómodo refugio que durante nueve meses te había mimado, acunado, alimentado, hablado, dormido.

Cuando te vi por primera vez y me di cuenta de que tenías «ojos de chinito» -nunca se borrará de mí la imagen de la monja que te mecía-, se me vino el mundo encima. Fui un cobarde que se atragantó de miedo ante ti y ante la vida. No tuve valor para besarte. Sólo te abracé y lloré.

Es probable que nunca seas capaz de entender qué pasó, pero, Diego, mi Diego, mi Kue, mi Ronaldinho, mi Robertinho Carlos, nunca me lo perdonaré.

Tampoco sabrás cuántas noches he pasado en vela pidiéndote perdón en el silencio, en la soledad de ese silencio interior que grita y aventa el alma, imaginando mil formas nuevas de darte cuanto estuviera en mi mano en el mismo instante en que cada mañana, a las siete, matemáticamente puntual, llegabas a nuestra cama con tu lengua de estropajo para espetarnos: «¿Qué pasa aquí? Ya es la hora».

Fueron sólo unos minutos, pero nunca sabrás cuánto he deseado borrarlos, que no hubieran pasado, que tuviera una segunda oportunidad para redimirlos. Inmediatamente aprendí a quererte. Con locura. Con pasión, como te quiso tu madre cuando supo antes que nadie, la primera, que serías parte nuestra. Como luego hizo María cuando entendió que alguien vendría a entrometerse entre ella y nosotros.

Cuando comprendí que tu sonrisa no tenía doblez, que tu llanto era de verdad, que le hacías un mohín a la vida y un guiño a mi corazón, no dudé más.

Tampoco te acordarás, pero otra noche te arranqué dormido de la cuna -y tú sonriendo y yo llorando-, te juré que siempre serías feliz, que nada ni nadie, mientras yo tenga un hálito de vida, podrá impedir que seas feliz.

Me has dado tanto, me has enseñado tanto, soy tan afortunado teniéndote a mi lado que por nada de este mundo ni del otro cambiaría un solo instante de los que he pasado contigo a lo largo de tus 11 añazos.

Esta mañana, como cada día desde hace tanto y como cada día haré durante el resto de mi vida, he pensado qué podría hacer por ti, y lo mejor que se me ha ocurrido es escribirte, con motivo de estas jornadas tan especiales, sólo para pedirte perdón ante todos, sólo para decirte, sin cansarme jamás de este juego eterno de palabras a menudo tan vanamente pronunciadas, que no te negaré más, que no te traicionaré más, que te quiero, hijo.


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He reproducido esta carta aquí primero para compartirla y luego porque creo que ese sentimiento de cariño que se desprende de las palabras de ella es el que impregna durante todo el metraje a “¿Qué tienes debajo del sombrero?”. Por este motivo vale la pena verla, algo de lo que no pueden presumir la mayoría de films sobre el tema.

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Mi padre, lector diario de El País, trajo aquella tarde El Mundo, fue una novedad, lo desplegó sobre la mesa; señaló la página, mi madre y yo lo leímos en el viejo sillón de mimbre del salón. Tengo una imagen entrañable de ello, emocionante. A pesar de que en la hemeroteca de dicho periódico no se encuentra la foto que acompaña el escrito, también la recuerdo: el padre y el hijo, plano general de ambos, pasando los dos uno de sus brazos por la espalda del otro, sonrientes. Es curioso, años después soy el único que se acuerda de esta lectura en mi casa.

Ahora la releo, con la diferencia del tiempo pasado, por entonces no era más que un chavalín, pero me sigue pareciendo igual de próxima. Un testimonio valioso, una intimidad compartida, probablemente terapéutica para él.

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A mi hermano Miguel, por tener siempre disponible una sonrisa, un beso sonoro, un “buenas noches, hermanito” y un abrazo los días de tormenta.
Dromedario
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