Espontaneidad, frescura, naturalidad, todo esto destila la nueva película del director gallego Jorge Coira. Rodada en 67 escenas improvisadas, sin diálogos preestablecidos, se nos presenta una hilarante comedia coral donde las escenas suceden a ritmo rápido en torno a una mesa.
Y es que en esta película, que nos muestra, retazos de vida, la comida constituye la espina dorsal que vertebra todo el largometraje. En torno a la mesa transcurre una parte importante de nuestro tiempo. El desayuno, la comida o la cena consumen una gran porción de nuestros momentos vitales, nos proporcionan momentos de placer, pero también alrededor de la mesa estallan discusiones, se plantean conflictos no resueltos, se repiten mentiras, se confiesan verdades, se declaran fantasías y se vislumbran infelicidades.
Puzle policromado de historias diversas que brillan con desigual intensidad. Coira mezcla 24 personajes diferentes reunidos en torno a 6 historias. Destacar la historia que se desarrolla entre un músico callejero (Luis Tosar) al reencontrarse, tras años sin verse, con un antiguo amor (Esperanza Pedreño). Ella casada, con un hijo e infeliz con la vida que lleva busca en el antiguo amor la llama perdida; o la historia de una pareja de homosexuales en la que uno de ellos finge ser quien no es ante su hermano y su familia por miedo al rechazo; o la relación amorosa entre un hombre maduro con una chica mucho más joven que él. Sin embargo, otras historias se quedan cortas, no trasmiten nada como la de la pareja de borrachos, o la de los componentes de la orquesta.
La calles de Santiago de Compostela, junto a su imponente Plaza del Obradoiro son los escenarios naturales elegidos por el director para desarrollar la narración. Muy cuidada la iluminación y sugerente la música.
En general, el reparto tiene una buena interpretación, con actores poco conocidos, aunque destaca un estupendo Luis Tosar, muy convincente en su papel.

En resumen, una película divertida, para pasar un buen rato. Lo peor: demasiados personajes que no aportan nada y la falta de intensidad emocional