Los silencios, la ambientación, el vestuario y hasta los extras son controlados meticulosamente por una rigurosa dirección.

No se le escapa detalle y el lente está donde el espectador quiere saber qué está sucediendo, un gesto, un silencio, una navaja o un trozo de papel.

La banda sonora y su canción con eso de querer compartir contigo un segundo es muy bonita, desafortunadamente no la tenemos en nuestro idioma, pero la melodía es muy agradable.

Es bastante ágil y no se pega en diálogos interminables.

Cuando los niños actúan como niños, ese es un gran mérito del director y aquí se logra que cada niño haga el personaje como tal sin sobreactuar.

La ambientación muy bien lograda, aunque un par de detalles que al secuensista se le pasó por alto como la sangre que no manchó, también algunos extras sonreían durante la tragedia, pero son detalles de edición.

Bien lograda y los personajes convencen con su rol.

Como película costumbrista está bien presentada.

Ha mejorado algo el cine francés de esos diálogos de susurros a realizar algo mas como esta pelicula, pero sin embargo no logra desarrollar la historia de amor ni la historia de cómo construyó el ícono Parisiense.

El director quiso poner las dos situaciones en paralelo, pero se quedó en eso: paralelo, dos historias que no se logran juntar.

Logra mostrar como era la vida, costumbres y situaciones que muchos desconocen.

La historia en ocasiones no logra conectar algunos episodios, pero es llevadera.

Definitivamente la fotografía y la vestimenta realzan la película.

Los franceses cuando no hablan a susurros, entonces muestran imágenes, pero hay que darles vida,emoción a esas imágenes mudas o al menos un relato.

Un drama tragicómico, para reír llorando.
Dedicado a Leif Erick Olsen Pinto.
Los susurros del idioma francés quedan ocultos con la hilaridad que producen las situaciones en cada escena, incluso las dramáticas.
Dejaré el guión para lo último.
Excelente fotografía y los personajes tan metidos en su historia que transmiten todo tipo de sentimiento como si fuesen cada uno el mismísimo Shakespeare y eso lo logra un excelente director, donde logra magistralmente convertir una comedia en drama, un drama en una comedia, donde la melancolía se convierte en tragicomedia, pero todo con la justa medida sin redundar en el llanto, la risa, el odio y el amor.
La dirección es tan bien llevada, que los silencios hablan, los gestos gritan y la música habla por sí misma. Sin dar vueltas en cosas tan obvias, se las salta olímpicamente porque sabe que el espectador comprende esos consabidos pasos que otros directores llenarían la historia con ello. De hecho, la escena del funeral, que siempre es un mal recurso usado por los directores y tan sólo para dar a entender que obviamente alguien ha muerto, pero aquí no es el funeral, sino un bello discurso de homenaje.
Aquí es donde entra el guionista, que pone en cada página la cuota justa para que uno sonría, grite, llore o se carcajee y no necesariamente metiendo tanto personaje, sino que sólo dos sujetos ceñidos al escritor logran que el guión navegue al puerto de la entretención y mantenerse uno pegado a la historia.
La banda sonora no es la protagonista ni pretende serlo, pero cuando los silencios lo requieren, hacen que ésta sea gratificante entre las escenas.